13.9.13

Guerra Mundial Z: de la pantalla a la novela

Tal vez sea exacto para el cine pero no para la novela que rememora ese momento histórico de pandemia mundial, cuando ya ha pasado, aunque no queda muy claro si se ha erradicado del todo. Ciencia ficción, terror, crítica social y política, forman parte de este poliédrico texto

Portada Guerra Mundial Z de Max Brooks./revistadeletras.net
 
No es un error el camino marcado en el título que antecede. Aunque cronológicamente primero fue la novela de Max Brooks (2006, primera edición original en lengua inglesa) y después la película estadounidense dirigida por  Marc Forster (estrenada el 2 de junio de 2013), lo cierto es que, sorprendidos por la popularidad cinematográfica, algunos hemos acudido a la novela homónima, a sabiendas de que solo es el punto de partida para la adaptación de ese guión que, a pesar de sus obvios vacíos, ha llenado las salas de cine -Brad Pitt, protagonista, es realmente quien las ha llenado-.
Según valoración de Antonio Dopazo (en “Otra crítica” en Blogdecine) “hay que situarla dentro del apartado de la ciencia-ficción apocalíptica”. Tal vez sea exacto para el cine pero no para la novela que rememora ese momento histórico de pandemia mundial, cuando ya ha pasado, aunque no queda muy claro si se ha erradicado del todo. Ciencia ficción, terror, crítica social y política, forman parte de este poliédrico texto.
La novela de Max Brooks llega a los lectores españoles en 2008, traducida por Pilar Ramírez Tello, entrando de lleno en ese mundo poblado por vampiros, zombis y licántropos, cuya presencia domina el universo mitológico de los jóvenes del siglo XXI. El deseo de rozar, entre dos extremos, la fuerza superior de otros entes y el anunciado fin de la humanidad, es el tópico que salta fronteras y sustenta este tipo de narraciones.
Nada más abrir el libro, encontramos una Introducción con una declaración de intenciones. La voz narrativa es la de quien hace un Informe de Comisión de Posguerra para los Estados Unidos, y la mitad de este informe desaparece de la redacción final, rechazada esta parte por la presidenta de la Comisión, quien exige solo “hechos y números claros que no los enturbie el factor humano”. El yo narrativo justifica entonces el hecho de que el comisionado, sintiéndose frustrado por esta decisión, decida escribir el relato porque al excluir el factor humano -se pregunta- “¿no nos arriesgamos a crear un distanciamiento emocional que, Dios no lo quiera, podría llevarnos a repetir la historia?” (pág. 12).
Y así ubica temporalmente la historia en el tiempo, desde el cese de las hostilidades, doce años desde la declaración del Día V. A. en América (Día de la Victoria en los Estados Unidos), y diez de la celebración del Día de la Victoria en China, en una de cuyas remotas aldeas, según parece, comenzó el primer brote, cuyos síntomas iniciales eran fiebre alta, violentos temblores y la marca de un mordisco que no parecía pertenecer a animal alguno sino a otro ser humano joven, herida que no estaba infectada sino sorprendentemente limpia.
El “paciente cero”, de doce años, estaba encerrado, atado con fuertes ligaduras en cuyas rozaduras de la piel y en otras heridas no se veía ni rastro de sangre, ni siquiera en el hueco del dedo gordo de su pie, arrancado por el primer mordisco de no se sabe qué ser, que reposaba en el fondo de las aguas fangosas de un pueblo anegado por las aguas. Ese mordisco sería el desencadenante de lo que a continuación sucedería.
Max Brooks (foto: Almuzara)
Max Brooks (foto: Almuzara)
A partir de este examen, estos y otros síntomas están descritos y reiterados a lo largo de los distintos relatos y diversos puntos de vista que se aportan en la construcción de la historia: piel fría y gris como el cemento, no hay latidos ni pulso, movimientos violentos, ojos muy abiertos con expresión feroz, hundidos en las cuencas y con una mirada fija de depredador, una sustancia marrón y viscosa en lugar de sangre. No parpadean, tal vez porque carecen de fluidos corporales y además no necesitan humedecer los ojos. Avanzan lentamente, con los brazos levantados o arrastrándose como gusanos si han perdido las extremidades. Emiten gemidos que alertan a otros como ellos que se unen dando lugar a un enjambre. Alguna de sus características evolucionan. Así se describe cómo durante el “Gran Pánico” pueden correr y pueden trepar. Lo más chocante y fuente de ese miedo incontrolable es que, a pesar de su aspecto, poseen una fuerza física sorprendente por lo que parecen indestructibles. Esta precisión en caracterizarlos detalladamente, les confiere la categoría de personajes totales, ajenos a esa simplicidad con que popularmente se les conoce.
Si no fuera por la convicción de que los no-muertos pertenecen al campo de la ficción, podría germinar en nuestra cabeza la idea de que las declaraciones que se anuncian van a desvelar una batalla real, tal vez silenciada por las fuerzas de seguridad de las naciones. Una duda razonable que obviamente surge del poder de convicción del relato en su Introducción. Nos hace recordar algo así como lo que ocurrió en la radio con La guerra de los mundos, novela de ciencia ficción de H. G. Wells, cuyos hechos fueron relatados en forma de noticiario, el 30 de octubre de 1938, por Orson Welles; durante quince minutos la alarma cundió temiendo una auténtica invasión marciana. En este caso, lo que no habían oído los histéricos radioyentes era precisamente la introducción en la que se explicaba que se dramatizaba la novela de Wells.
La verosimilitud con que se envuelve este relato, hace que el propio narrador enumere los nombres, por los que supuestamente se conoce este recordatorio de un fragmento de la historia del mundo:
La Crisis, Los Años Oscuros, La Plaga Andante, así como otros apelativos nuevos más “a la moda”, como Guerra Mundial Z o Primera Guerra Z. Yo prefiero no utilizar este último apodo ya que implica una inevitable Segunda Guerra Z. Para mí siempre será la Guerra Zombi, y, aunque puede que muchos pongan en tela de juicio la precisión científica de la palabra “zombi”, les costará encontrar otros término mundialmente aceptado (…) Zombi sigue siendo una palabra devastadora” (p. 11).
El título inglés original de la novela, “World war Z: an oral history of the zombie war”, anuncia el punto de vista múltiple y oral del texto que, a mi juicio es uno de los logros de la novela. Esta oralidad da pie al relato de numerosas historias variadas, unas de mayor intensidad dramática que otras, a la ubicación en espacios diferentes no solo en lo referente a la mención de lugares geográficos concretos, sino a la ambientación aire/tierra/agua, a los numerosos episodios y situaciones descritas, e incluso a la perspectiva distinta entre hombres de diferentes razas, edades, sexo, nivel social, etc. La oralidad se potencia constantemente en cada rememoración personal de los distintos entrevistados, a los que se formulan preguntas, interrumpiendo el hilo de sus experiencias relatadas, para responder a los posibles interrogantes que el lector podría plantearse con la lectura de sus declaraciones, o en otras ocasiones, para aclarar siglas desconocidas, que nombran determinadas armas y clases de proyectiles.
Lo narrado se plantea siempre desde el punto de vista del ser humano, que sufre aterrorizado un ataque de estos seres no-muertos, ataque que crece exponencialmente, del mismo modo que crece el miedo y decrecen las esperanzas de sobrevivir al mismo. El miedo es clave en la guerra Z, porque el miedo es clave en cualquier etapa de crisis de la historia de la humanidad. Uno de los entrevistados después del “Gran Pánico”,  retirado a vivir en la Antártida, explica cómo incluso antes del problema, la única regla del capitalismo era el miedo, la única regla que entendió y aprendió de un profesor de Historia, no de Economía, que afirmaba:
El miedo es la mercancía más valiosa. (…) Encended la televisión -decía- ¿Qué veis? ¿Gente vendiendo productos?  No: gente vendiendo el miedo  que tenéis de vivir sin sus productos.
Joder, tenía toda la razón: miedo a envejecer, miedo a la soledad, miedo a la pobreza, miedo al fracaso… El miedo es la emoción más básica que tenemos, es primitiva. El miedo vende; ése era mi mantra: el miedo vende” (p. 83).
El miedo fue asimismo fundamental en la gran batalla de Yonkers, un pequeño barrio al norte de la ciudad de Nueva York. El entrevistado Todd Wainio, antiguo soldado de infantería  del ejército estadounidense que vive en Denver, Colorado. Explica, con una manida metáfora, cómo sus armas y la formación de los soldados eran “puro oro macizo de primera clase”, y sin embargo fallaron porque triunfó un enemigo tan viejo como la guerra, el miedo.
La verdadera batalla no consiste en matar, ni siquiera en herir al otro, sino en asustarlo lo suficiente para que lo deje. Acabar con la moral del contrario” (p. 150).
Lo que nunca pudieron los humanos prever es que los zetas no tenían miedo, no podían sentirlo, en ningún momento podían asustarse. Por esa razón, el resultado de la batalla fue el contrario del que pretendía el ejército. En lugar de devolver la confianza a los humanos -dice el americano- “enviamos el mensaje de que se despidieran del mundo”.
Mireille Enos y Brad Pitt en un fotograma de "Guerra Mundial Z" (Paramount Pictures)
Mireille Enos y Brad Pitt en un fotograma de “Guerra Mundial Z” (Paramount Pictures)
La logística de los zombis, sin intervención voluntaria de los mismos, era un coadyuvante. Su número aumentaba constantemente, cada humano infectado se convertía en un zombi, mientras que las fuerzas humanas se debilitaban por la pérdida. Los zombis no dependen de los suministros. Tienen la comida a mano, no necesitan agua, ni munición, ni combustible, ni siquiera un líder que los organice. Carecen de límite de resistencia, no negocian, no se rinden, es un enemigo que dedica “cada segundo del día a consumir la vida de la Tierra” (p. 381). Nada que ver con la supuesta “rabia africana” a la que achacaban esta denominada epidemia, negocio puesto en tela de juicio en la novela, con el que ciertos oportunistas consiguieron ganar millones de dólares, proporcionando al mercado inútiles píldoras y vacunas de eficacia no probada.
La crítica se agudiza contra los profesionales médicos que recetaron la medicación, el organismo gubernamental de control de fármacos que permitió la comercialización de los mismos, y los congresistas que votaron para aceptarla. Todos podían ser héroes y todos hacían dinero a costa del miedo de los demás. El entrevistado, que hace estas declaraciones, afirma no tener conciencia de culpabilidad porque, aunque ciertamente el famoso medicamento que inventó, “Phalanx”, que supuestamente prevenía del contagio, no protegía a nadie de nada, pero –y ahí radica su valor- “los protegía de sus miedos, eso era lo único que vendía” (p. 87) porque “Phalanx significa tranquilidad” (p. 97). El miedo era más difícil de erradicar que la supuesta epidemia.
Es curioso cómo se extiende la narración a través de lugares de lo más dispares, muchos de ellos aislados: monasterios construidos en lo alto de escarpadas rocas (Meteora, Grecia), en la Selva Amazónica (Brasil), en vuelos de contrabando desde las provincias orientales (Llasa, República Popular del Tíbet), en barcos que descargaban a los infectados en costas desiertas o en alta mar, en la sección de trasplantes de órganos infectados en un hospital, en un invernadero geodésico reforzado en la Antártida, en un desguace de barcos en Alang (India), una iglesia en Kansas (EEUU), un submarino militar en China, y así podríamos continuar hasta dar la vuelta entera al mundo. Esta universalidad adquiere en la novela un alcance importante, que contribuye abiertamente  al terror que este apocalipsis desata.
La narración mantiene el interés porque el autor juega con dos modos narrativos. El primero es la presentación directa de la información acerca del lugar, el nombre y diversos datos del entrevistado y su entorno. Esta intervención directa del narrador omnisciente figura al principio de cada secuencia, entre corchetes, y conserva el tono de verosimilitud periodística e histórica. El segundo modo narrativo, soporte fundamental en toda la novela, adopta la forma de entrevista. Hay una serie de entrevistas a diferentes seres humanos de todo el mundo, narradas con equilibrada destreza narrativa y, en ocasiones, con ciertos rasgos de humor negro -tal vez heredado de su padre, el cómico Mel Brooks-. Así ocurre con un frágil “otaku” japonés, educado exclusivamente en la memorización de datos, por un sistema educativo que no enseña a los niños a pensar. Este joven llora como un bebé cuando descubre que su ordenador no funciona, lo golpea, vomita al ver la sangre en sus nudillos, y después de un difícil descenso por la fachada de su edificio, huyendo del ataque de los zetas, y de una obsesiva búsqueda del equipo de supervivencia perfecto, tal como le han enseñado, lo vemos pertrechado con “un impermeable de hombre de negocios y la mochila vintage de Hello Kitty, de color rosa chillón” (p. 300) que es lo único que ha encontrado en el rascacielos de pisos de oficinistas urbanos.
Las primeras entrevistas, las Advertencias, responden al relato de la aparición de los primeros brotes y su rápida propagación por todo el mundo de lo que denominan “infectados”.  Una segunda parte aborda la responsabilidad de La culpa achacada al mito de la  omnisciencia de la CIA. Esta es la parte de la novela en la que más  crítica social y política podemos rastrear.
La tercera es la culminación del terror, El Gran Pánico en el que se ve inmersa una humanidad sin esperanzas. Los zetas -original nombre abreviado con el que se mencionan a los zombis-  desarrollan nuevas cualidades, el conflicto se intensifica, la plaga de zombis se ha extendido de tal manera que se habla de “oleada”, “marea”.
Fotograma de "Guerra Mundial Z" (Paramount Pictures)
Fotograma de “Guerra Mundial Z” (Paramount Pictures)
El momento decisivo de la guerra constituye la cuarta parte del desarrollo narrativo. Se describen numerosos enfrentamientos contra lo que ya es una violenta “horda”, “un enjambre”, una “masa de criaturas”, de “muertos vivientes”, de “caníbales sedientos de sangre”. Entramos de lleno en el mundo de los zombis y de la riqueza metafórica con que Max Brooks los denomina. Estas criaturas se meten por cualquier pequeña brecha “como si fueran gusanos hinchados y sanguinolentos” (p. 162), unos caminan, otros se arrastran e incluso se impulsan por el suelo apoyándose en los vientres reventados. No estoy segura de aceptar la afirmación, casi incuestionable, de que una imagen vale más que mil palabras; en este caso, las palabras sugieren tantas y tan potentes imágenes, que sería inútil pensar en la capacidad expresiva de la imagen para plasmar el potencial significativo de las palabras. Igualmente ocurre cuando describe el fluido que sus cuerpos dejan caer, “gotas de una sustancia dura, negra y costrosa”, “una sustancia viscosa”, una especie de “gel”. Y cuando define los gemidos que estos seres producen, identificándolos con “jadeos ahogados”, “aullidos” que dan a conocer su posición y atraen a otros, gemidos “agudos y roncos”, “gorgoteantes”, realmente está representando con una precisión imponente la realidad descrita.
El entorno en esta etapa también ha cambiado. Han llegado las bajas temperaturas del invierno y se achacan el enfriamiento a la suciedad del cielo, “dicen que la suciedad, no sé cuánta, eran las cenizas de los restos humanos”- confiesa uno de los entrevistados.
La quinta parte transcurre en el Frente interno de EEUU. Se caracterizan nuevos personajes como los denominados “quislings”, problema añadido a los saqueadores, los okupas y los propios zombis. Son sujetos peligrosos y hostiles, que pierden la conexión con la realidad y se comportan como si fueran zombis, y que se hacen más fuertes que el resto porque se alimentan continuamente. Se citan extrañas enfermedades como la SFA (Síndrome de Fallecimiento Asintomático, o Síndrome de Fatalidad Apocalíptica) que sufren aquellos que mueren porque se rinden, porque no quieren ver un nuevo amanecer que les traiga más sufrimiento. Se describen impresionantes batallas con fuerzas desiguales  (pp. 386 a 393). Se relatan interesantes anécdotas como la leyenda de la piloto, cuyo avión fue derribado y logró sobrevivir empujada por una extraña fuerza (pp. 239 a 263).
En el siguiente capítulo se relatan episodios En el resto del mundo (Japón, China, etc.), y se hace una interesante reflexión sobre el complicado trabajo de desmontar conceptos erróneos, falsos mitos extendidos inevitablemente. De nuevo traemos a colación el valor clave del miedo:
El enemigo era la ignorancia, las mentiras, las supersticiones, la mala información y la desinformación” (p. 275)
Con el último capítulo, la Guerra total, y las Despedidas, de los que nada voy a desvelar, concluye esta dura historia, que una vez más supera con creces las expectativas que sugiere el guión de la película. Tantos guiones podrían llevar a la pantalla como anécdotas se relatan en esta novela de casi quinientas páginas.
Las descripciones, de todo tipo, enriquecen el texto por el dominio en el manejo de la lengua, repleta de sugerencias sensoriales. Así un enfrentamiento es descrito como “una puta carnicería, como una trituradora de madera: la materia orgánica formaba nubes, como si fuera serrín, por encima de la horda” (p.142). Un paisaje adquiere nuevas tonalidades cuando leemos: “Aquel día el cielo era rojo. Todo el humo, la mierda que había llenado el aire durante el verano, bañaba las cosas de una luz roja ambarina, como si se mirase el mundo a través de unos cristales de color infernal” (p. 134). Unos animales evolucionados y adaptados a la nueva situación eran los “sónicos”, una especie de leones salvajes “unos gatos que eran mitad leones y mitad putos dientes de sable de la edad del hielo (…) una bola de pelo el doble de grande que los de toda la vida, con dientes, garras y una sed de sangre brutal” (p. 442).
Como comentábamos al comienzo de esta reflexión, estamos ante el triunfo de un nuevo mundo mitológico poblado de vampiros y zombis. Los zombis han ocupado distintos formatos, muchos cinematográficos y algunos impresos en forma de texto narrativo como la novela de Max Brooks o en forma de cómics. De gran aceptación entre los seguidores de estos seres, disfruta la publicación de la colección del cómic titulado Los muertos vivientes (de Planeta D’Agostini), con guión de Robert Kirkman, que ya ha publicado 17 números, y que dio origen a la exitosa serie de televisión americana The Walking Dead, en la que domina el drama, el suspense y la acción, más que el propio género de terror en que se enmarca.
Terminamos con la propuesta, a los interesados en este particular universo, de visita a los diversos blog en los que aparecen listas y reseñas de novelas y relatos de zombis. Recojo los primeros que aparecen en la red, como leve muestra de la expansión del género, y como puerta de entrada a los aficionados al género.

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