Tan conocida por su desgracia como por sus poemas, Sylvia Plath fue alumna perfecta y, muy joven, se casó con el poeta inglés Ted Hughes. Lo que comenzó como un idilio terminó de la peor manera. Este mes se cumplen los 50 años de su única novela, La campana de cristal, una ficción autobiográfica basada en su primer intento de suicidio
Sylvia Plath, 1933-1963. Es imposible leer su obra sin pensar en su macabro suicidio/Revista Ñ |
Imaginémonos dentro de los pensamientos de Sylvia Plath muy, muy
temprano por la mañana, el 11 de Febrero de 1963. Estamos en Londres, en
la casa del 23 Fitzroy Road, cerca de Regent’s Park. Ha sido un
invierno terrible, el peor en cien años, con un frío que hace
literalmente explotar las cañerías. Ya sabemos que va pasar, pero vamos
llegando poco a poco a la imaginación de Plath en sus últimos momentos.
Hace
varios meses que Plath, de treinta años, separada hace unos cinco meses
de su marido, el poeta Ted Hughes, se ha estado despertando a esta con
el alba —en hora azul, como lo describe ella misma— para escribir. En
esas horas, antes que se despiertan sus hijos (Frieda, una nena de 2
años, y Nicholas, un bebé con apenas nueve meses) Plath escribe,
poseída. Ha encontrado su verdadera voz, la musa la dirige, apoyando una
mano sobre su hombro. Plath escribe un poema por día, a veces más. Pero
este día, el 11 de Febrero de 1963 –un lunes– Plath se ha despertado
para dedicarse a su segundo arte: el suicidio.
En el poema Lady Lazarus —uno de los que escribió en esos días— dice, sobre el suicidio:
I have done it again.
One year in every ten
I manage it—
(Lo he hecho de nuevo / un año de cada diez / lo logro).
Y también dice, en el mismo poema:
Dying
Is an art, like everything else.
I do it exceptionally well.
I do it so it feels like hell.
I do it so it feels real.
I guess you could say I’ve a call.
(Morirse
/ es un arte / como todas las otras cosas. / Lo hago excepcionalmente
bien. / Lo hago para que se siente como el infierno. / Lo hago para que
se siente real. / Supongo que podrías decir que tengo una vocación.)
En
esta mañana helada londinense, cuando la ciudad aún estaba en silencio,
Plath fue al cuarto de sus hijos, que dormían, y les dejó vasos de
leche y pan con manteca, por si se despertaban con hambre. Pasó después a
la cocina y con una toalla selló el espacio entre la puerta y el suelo.
Abrió el horno y con otra toalla se hizo una almohada para apoyar su
cabeza en el mismo horno. Prendió el gas al máximo y se recostó. Fue su
segundo, o cuarto, intento de suicidio, dependiendo de cómo llevas la
cuenta (¿Un choque de auto el año pasado, cuenta? ¿Un episodio con un
cuchillo cuando tenía 10 años? Según ella, sí.) Lo único relevante ahora
es que este intento fue exitoso.
¿Cómo podemos imaginar que
pasaba en la imaginación de Plath en sus últimos momentos? Por allí,
como los ahogados, vio su vida entera pasar por delante de sus ojos.
Plath
vivió una vida encantada, pero con un gusano incrustado en el corazón.
Nació en Boston, Massachusetts en 1932. Su padre, Otto, un inmigrante
alemán, era un entomólogo, experto en abejas, que enseñaba biología y
lenguaje alemán en la Boston University. La esposa de Otto, Aurelia, era
de padres austríacos y tenía 21 años menos que su marido. Lo había
conocido cuando era alumna en la universidad. Plath pasó su infancia,
junto con su hermano menor, en un pueblo de clase media obrera, al lado
del mar. La calle de su casa terminaba, literalmente, en el océano
Atlántico.
Sylvia era una alumna brillante. Se adelantó un año en
el colegio. Escribía poemas desde que era niña y su primer poema fue
publicado en un diario de Boston, en un suplemento para niños, cuando
tenía ocho años. Ese mismo año su padre murió. Testarudo y frugal, Otto,
estaba seguro que tenía cáncer de pulmón y rehusó ir al médico. En
realidad tenía diabetes y podría haber sido tratado y curado, pero
cuando por fin fue diagnosticado ya era tarde.
Con su madre y
hermano se mudaron a un arbolado suburbio de Boston, llamado Wellesley.
Nunca tuvieron mucho dinero, pero tampoco nunca les falto nada (gracias a
la madre, que terminó siendo profesora en Boston University, como
Otto.)
Aparte de la sombra de la muerte de su padre, la vida de
Sylvia fue puro sol. Le iba bien en el colegio y se ganaba todos los
premios que había por ganar. Leía y escribía con la pasión y certeza de
una elegida. Aun de adolescente logró publicar un puñado de cuentos en
revistas nacionales. Era ambiciosa pero también le gustaba pasarlo bien.
Le gustaban mucho salir con chicos, pero los tiempos eran complicados
para las relaciones sexuales. Escribía voluminosamente en un diario
todas sus impresiones, ambiciones y ocurrencias. No era una chica
depresiva, pero si extremadamente autoexigente.
Cuando llegó el momento de ir a la universidad consiguió una beca completa en uno de los mejores colleges de mujeres en los Estados Unidos, Smith.
Smith tenía un nivel académico comparable con Harvard, Princeton o
cualquiera de las universidades del Ivy League. Allí, floreció. Estudio
literatura. Sacaba puntajes casi perfectos en todas las materias salvo
algunas obligatorias como gimnasia. Seguía publicando cuentos cortos en
revistas nacionales y hasta ganó importantes cifras de dinero con eso. A
la par de estudiar, trabajaba, como condición de la beca.
Smith,
por más alto nivel académico que tuviera, no era un lugar feminista. El
rol explicito de la universidad era preparar a las jóvenes mujeres para
ser buenas esposas. Había una ceremonia a fin de año en la cual todas
las graduadas hacían una carrera empujando un aro y cuyo premio
simbólico para la ganadora era que sería la primera en casarse.
Gloria
Steinem, que asistió a Smith en los años cincuenta, dijo: "el único
mecanismo que te podría cambiar la vida era el casamiento, y después de
eso asumías la existencia de tu marido. Así era la vida en ese momento".
En
los diarios de Plath (se publicó una monumental selección de casi 800
páginas en 2000) no se le ve quejándose de las restricciones y las
convenciones de la sociedad. Al contrario, quería casarse y tener hijos.
Su problema era encontrar un hombre adecuado. Quería alguien con una
inteligencia tan brillante y feroz como la suya. Y quería, también un
hombre masculino, fuerte e imponente.
Tras su tercer año de college
(se recibe, tradicionalmente en cuatro) fue aceptada en un programa
súper exigente para pasar un mes como periodista en Nueva York en la
revista Mademoiselle.
Pero no pudo disfrutar de esa experiencia. En Julio de ese año, 1950,
quería volver a Boston y hacer un taller de ficción en Harvard, pero su
aplicación fue rechazada. Para una persona tan autoexigente como Plath
fue un fracaso catastrófico.
Sola, en la casa de su madre en
Wellesley, ese verano hizo un intento de suicidio macabro. Una mañana
consiguió el frasco de píldoras para dormir que su madre guardaba bajo
llave y bajó al sótano de la casa. Allí encontró un pequeño espacio
entre el piso y la planta baja. Se instaló, como en una catacumba,
cerrándose tras unas piedras pesadas, y se tomó todas las píldoras.
Obviamente, nadie la encontró. En total pasaron tres días en los que su
desaparición fue noticia de tapa en los diarios principales de Boston.
Por fin, y por mera casualidad, su abuela, bajando al sótano para hacer
la lavandería, la descubrió.
En los próximos meses Plath fue
sometida a unos tratamientos de electroshock que, más que mejorarla, le
aumentaron exponencialmente su angustia. Terminó en un psiquiátrico de
la universidad de Harvard llamado McClean.
(Allí se trataron a eminentes escritores como el poeta Robert Lowell y
el novelista David Foster Wallace.) Fue un año muy difícil pero el
orgullo y ambición de Plath, junto al apoyo total de sus mentores en
Smith, lograron que lo sobrellevara. Terminó la universidad, un año
tarde, con los más altos honores. Su tesis era sobre el uso del doble en
la obra de Dostoievski. Además ganó una prestigiosa beca para estudiar
literatura en Cambridge, en Inglaterra.
Acá comienza la larga fase
terminal de su vida, en la cual encontró su voz como poeta pero también
sembró su fin. Por fin conoce el hombre de su vida, uno que reúne todas
las características que ella consideraba mínimas para su cónyuge. En
una fiesta le presentan a Ted Hughes, un hombre alto, muy masculino,
misterioso y, aún a los 25 años, un poeta excepcional. Plath dijo que él
era, "un cantante, un cuentista un león y un trotamundos" (a singer, story-teller, lion and world-wanderer).
En
esa fiesta Plath, eufórica, le canta versos de Hughes mismo a Hughes.
Hughes la aparta a una habitación para hablar más en privado. El la
quiere besar, ella lo abraza y lo muerde la mejilla hasta sangrar.
Después Hughes diría que "el sistema solar nos casó esa noche". Se
casaron, de hecho, solo tres meses después.
Es casi imposible que
convivan dos poetas en paz en un matrimonio, especialmente cuando ambos
tienen ambiciones desmesuradas. Y más aun cuando el arte de ambos
consiste en mirar abismos, de entrar en oscuridades violentas para
volver a la luz y contar de ese tránsito. Hughes, casi de inmediato, se
convirtió en un poeta exitoso, alabado en Inglaterra y los Estados
Unidos, como uno de los mejores de su generación. Sus poemas son sobre
la tensión y la violencia escondida en la naturaleza y el mundo de los
animales. Plath seguía escribiendo, pero sin tanto éxito –comparado con
el de su marido. Sus temas: la muerte, el cuerpo, el microcosmos de la
angustia cotidiana y autobiográfica dentro del macrocosmos de un
universo indescifrable, frío y hostil.
Intentaron vivir en Smith, donde su Alma mater le ofreció a Plath trabajo como profesora. Intentaron vivir en Boston, como freelance.
Se mudaron a Londres e intentaron allí. Plath le escribía a su madre
que era feliz, que había logrado todo lo que se había propuesto en la
vida. Tuvo una hija. Se embarazó nuevamente y tuvo un aborto espontáneo.
Después tuvo un hijo. Hughes iba de triunfo en triunfo. Plath escribía,
prosa, poemas, una novela autobiográfica que publicó en Inglaterra con
pseudónimo, una primera colección de poemas. Para los estándares de
cualquiera hubiera sido una vida exitosa.
Hughes tenía fama de
mujeriego, y al fin se fue con otra mujer llamada Assia Wevill. Plath,
devastada, enrabiada, sola con sus dos hijos, fue para delante con su
vida. Antes de la separación habían alquilado un departamento en el
edificio donde había vivido en gran poeta Irlandés, William Butler
Yeats. Allí pasó Plath sus últimos meses escribiendo versos que la
pondrían entre los mejores poetas estadounidenses del siglo XX.
Volvemos
a la mañana del 11 de Febrero de 1963. Es imposible saber lo que pasaba
dentro de la imaginación de Plath mientras moría. Pero nos podríamos
imaginar este monólogo, construido de frases de los poemas de su
colección Ariel, que Hughes publicó en 1965, y que fue
dedicado a Frieda y Nicolas, los infantes que la niñera vio llorando en
una ventana y hizo a unos obreros forzar la puerta del departamento de
Plath, ya demasiado tarde.
Estoy aterrorizada de esta cosa
oscura, que duerme dentro de mí. Todo el día siento sus vueltas
emplumadas, su maldad… Como me gustaría creer en la ternura… Después de
todo, estoy viva solamente por un accidente… Un milagro caminante, mi
piel, brillosa como la pantalla de una lámpara nazi… Carne, hueso, allí
no hay nada… Herr Dios, Herr Lucifer, cuidado, cuidado… Nadie me miraba
antes, ahora me miran… He sufrido la atrocidad de los atardeceres… No me
muevo, la escarcha hace una flor, el rocío hace una estrella, la
campana muerta, la campana muerta. Alguien está terminada… ¿Puro? ¿Qué
significa? Las lenguas del infierno son lerdas… ¿Mi calor no te asombra?
¿Y mi luz? La mujer es perfeccionada, su cuerpo muerto lleva la sonrisa
de su logro… Cada niño muerto enrollado, una serpiente blanca, cada uno
a su pequeña botella de leche… De las cenizas me levanto, y me devoro
los hombres como el aire.
Hughes fue el heredero de las
obras de Sylvia Plath pero también de su dolor. Assia Wevill, la mujer
por cual abandonó a Plath tuvo una hija. Cuando esa niña tenía cuatro
años, Assia Wevill se metió en su cocina y, junto con la criatura, se
suicidó abriendo el gas del horno. Nicolás, el hijo de Ted y Sylvia, se
suicidó ahorcándose en Alaska, donde era biólogo marino, en 2009.
Hughes murió en 1998 después de publicar una colección de poemas llamado Birthday Letters,
todos dedicados a Plath. En uno, titulado "Ouija", cuenta como él y
Plath se comunicaban con un espíritu (Hughes era ocultista). En el poema
Plath le pregunta al espíritu si serán famosos. La voz le contesta: "La
fama vendrá. Especialmente para ti. La fama no se puede evitar. Y
cuando viene pagarás por ella con tu felicidad, con tu marido, y con tu
vida".
Para las feministas, Hughes es el asesino de facto de
Plath. Amenazaban asesinarlo a él. No le perdonaron quemar los últimos
diarios de su esposa "para que sus hijos no tuvieran que leerlos". La
tumba que erigió para Plath en Heptonstall dice: En memoria a Sylvia Plath Hughes. 1932-1963. Hasta entre las llamas feroces se puede plantar el loto de oro. Sistemáticamente, ha sido vandalizado: borraron "Hughes" a golpes de piedras.
Hoy
Plath tendría 81 años, la misma edad que Geoffrey Hill, el poeta más
importante de Inglaterra y uno que, en su avanzada edad, ha encontrado
una fuente secreta de productividad poética. Todo podría haber sido
diferente. Podría haber superado su mal momento; podría haber encontrado
una nueva vida; podría haber escrito tanto más. Hubiera ayudado tanto a
sus devotos lectores si hubiera elegido seguir viviendo y escribiendo.
Pero
estos son sentimientos que provocan todos los suicidios. Plath buscó su
muerte en su obra. Hizo un macabro arte de la muerte, tanto en sus
palabras como el los hechos. Al fin solo hay desamparo y vidas
quebradas.
Fuentes / Más información
Rough Magic: A Biography of Sylvia Plath. Paul Alexander, 2003.The Savage God. A Study of Sucicide. A. Alvarez, 1971.The Unabridged Journals of Sylvia Plath. 2000.Birthday Letters. Ted Hughes, 1998
Out of the ash, Sylvia Plath’s legend rises anew. Salon, 27 de enero, 2013.Interview: Olwyn Hughes, Sylvia Plath's literary executor The Guardian, 18 de enero, 2013.Nicholas Hughes, 47, Sylvia Plath’s Son, Dies. NYT’s, 24 de marzo, 2009.Written out of history. Ted Hughes's wife, Sylvia Plath, famously killed herself. But what of his mistress… The Guardian, 19 de octubre, 2006.Sylvia Plath and Ted Hughes interview clips. The Telegraph, 10 de mayo, 2010.More on Ted Hughes and Sylvia Plath. From the Archives of The New York Times.Sylvia Plath documentary (YouTube).Live like a mighty river. Ted Hughes letter to his son.
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