Los blogs, el Facebook y el Twitter han hecho crecer la cantidad de genios de manera exponencial. Nos sobran los genios
Arthur Rimbaud, un verdadero Genio./flickr./elpais.com/blogs |
Nace uno cada semana, en cada suplemento literario, por cada reseñista entusiasmado. Y cosas geniales,
ni se diga, esas brotan en cada tuit con una naturalidad pasmosa. "El
escritor X es un genio" "Esta obra es genial" "La genialidad de Y es
indiscutible" "¿En serio? ¡Sería genial!" "Lee esto ¡Genio total!" No
hay espacio para los artesanos, los alfareros, los que amasan, trenzan,
tejen, estiran, moldean palabras y frases. O se es genial o nada. Lo
extraordinario no es suficiente. Ya no hay nada espectacular.
Lo más curioso es que incluso tenemos categorías de genios. Hay
genios intermitentes ("no me gustan sus textos, pero esa frase suya es
genial"), genios ocultos ("X escribe bien, pero Y, que no se conoce
mucho, es un genio"), genios en parcelas ("es un genio de la ciencia
ficción") y hasta genios probables ("No ha escrito nada, pero si lo
hiciese... es que es un genio"). Sin contar con los grandes genios de la
humanidad, coronados en su tiempo, librando ahora batallas contra las
polillas y el polvo en bibliotecas rurales o en librerías de viejo.
¿Qué hace a alguien genio? Su capacidad para sintetizar su
tiempo,su trascendencia, su perfección, su inalterable capacidad de ser
modernos siempre. Pero ante tanta proliferación de genios ahora ya no sé qué pensar. ¿Dante Aligheri es un genio pero J.K.Rowling es genial? ¿De eso se trata? Debemos aceptar como genios a los gastrónomos moleculares, a los cineastas con steadicam,
a los futbolistas que consiguen filtrar un pase, a los modistos
extravagantes, a los programadores billonarios de software, a los gurús
de la industria tecnológica que construyen teléfonos que pueden decir tu
nombre, a los grafiteros de cara desconocida, a los artistas que
envasan mierda de elefante o ponen diamantes a las calaveras, al chico
listo que escribe un libro ambicioso y al escritor mayor que se viste de
blanco, al freak, al geek, al hipster, a los
ganadores del premio Nobel y la beca MacArthur, a los empresarios
exitosos, a los que sacaron un IQ superior a 150, al actor de moda, a la
chica desprejuiciada que escribe una comedia televisiva que tiene
buenos auspiciadores, al humorista que hace bromas políticamente
incorrectas, al músico de garaje, al niño que se sabe las capitales del
mundo y aprendió a leer a los tres años. La genialidad se ha convertido
en un limbo tan grande que cabe el mismo infierno. La verdadera
insolencia es ser mediocre porque incluso desaparecer levanta sospechas
de genialidad.
En medio de esas tribulaciones me encontré -como un espejismo en el
desierto- con estas frases de Pierre Michon sobre la genialidad de Arhur
Rimbaud en Rimbaud el hijo.
Dice:
"No le bastaban ya los éxitos del día del reparto; ya había cumplido
estos su misión; habían nutrido en aquel corazón de ira una ambición
brutal al tiempo que nacía en ese mismo corazón el inconcreto talento, pose o denodado empeño, al que se le daba por entonces el apelativo de el genio,
ese atributo con visos de sobrenatural que nunca se plasma en una
manifestación propiamente dicha, coronando la cabeza del hombre, ni en
su cuerpo vivo y visible, y no es ni nimbo, ni vigor, ni belleza ni
mocedad, y no obstante sí se manifiesta en resultados mínimos, y se
evidencia en la perfección de breves fragmentos de lengua codificada y
de longitud variable, en letras negras sobre fondo blanco. Sabido es que
esos fragmentos suelen ser mínimos. Quienes los leemos no sabemos nunca
si son perfectos o si durante la infancia nos soplaron al oído que eran
perfectos, y también se los soplamos al oído a los demás, y así hasta
el infinito; y quien lo escribe tampoco lo sabe, incluso lo sabe en
menor grado, solo lo sabe en el momento en que empareja las varillas, en
el momento en que estas, al encajar a la perfección igual que la espiga
en la muesca, manifiestan una desabrida exultación, se cierran con un
triunfante chasquido de mandíbulas, y se acabó. Y cada vez que se acaba
el poeta, el poeta tiembla, a él están apresando las mandíbulas, la
varilla lo ha dejado plantado y no sabe ya escribir, ni sabría aunque se
hubiera pasado la vida, como el mariscal Hugo, alineando varillas, una
debajo de otra, ni aunque fuese, lo mismo que lo era él, la mandíbula
jubilosa del tiburón y el verso en persona. Así que tiembla
como una rata, sentado ante su mesa; pero, cuando sale a la calle,
pretende que los demás vean en torno a su cabeza algo así como un nimbo,
y que se lo comenten: pues él no puede verlo personalmente. Y volviendo
a la genialidad de Rimbaud, a esa concretísima ambición furibunda en un
rincón perdido de las Ardenas, en lo hondo de un proyecto de hombre
enfurruñado que era también y al tiempo amor puro - pues todo se mezcla y
resulta bizantino y profuso como una teología antigua-, volviendo a esa
genialidad, que del conflicto y el nudo bizantino es como si dijéramos
emblema, no sabemos si la ambición es anterior a ella y la fomenta, o si
la fuerza de denuedo la engendra, o sí, antes bien, la genialidad,
desplegando las alas por puro milagro, se percata a posteriori
de la sombrea que proyectan, de los hombres que acuden a ese espejismo
y, a partir de ese momento, aquel que es juguete de ese atributo
fantasmal y proyecta esa sombra se infatúa de ello, ansía acrecentarlo y
se condena."
¿Puede acaso decirse algo más sobre ese atributo fantasmal o condena?
¿Puede decirse mejor? ¿Significa entonces que Michon es un genio o que
ese párrafo es genial? No, nada de eso. Guardemos silencio ante el
verdadero genio y reconozcamos con admiración al orfebre
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