La pena mexicana –es justo aclararlo– tiene más que ver con la vergüenza o el pudor que con nuestra altanera compasión
SIN RESPUESTAS. Bárbara Jacobs, la viuda de Monterroso, prefiere guardarse sus recuerdos/Revista Ñ |
El periodismo diario es por definición urgente. Muchas veces el cronista
se entera en el transcurso del día la nota que tendrá que producir y
escribir para mañana. De eso se trata. Sirve como ejemplo el décimo
aniversario de la muerte de Augusto Monterroso, el padre de la
microficción, al que su ya mítico “Dinosaurio” popularizó hasta el
hartazgo. El periodista piensa cómo llenar las líneas y decide rastrear a
su viuda, que también es escritora y –todavía mejor– autora de
microrrelatos, algunos de los cuales publicó junto a su Monterroso.
Después de molestar a editoriales argentinas y mexicanas, el cronista
por fin da con el teléfono de Bárbara Jacobs. Diga lo que diga, es
noticia. ¿Cuál era su rutina de trabajo? ¿Por qué la microficción? Lo
que sea. Pero Bárbara Jacobs se excusa: “Le agradezco muchísimo las
preguntas pero prefiría no hablar de eso ahora”, dice, como si fuera
Bartleby, con el tono dulce que sólo los mexicanos tienen. Y explica que
hubo un homenaje (del que todas las agencias dan cuenta). Pero no
alcanza. Y el cronista insiste, en vano. “Lo que usted me está pidiendo
me da pena, pero no le puedo contestar”. El problema, explica ahora, es
que prefiere guardar sus recuerdos y todo lo que “generosamente” le está
preguntando para cuando ella escriba sobre sus memorias. Todo esto a
pesar de que le sobrarán anécdotas de la vida compartida y de que ya
publicó Vida con mi amigo, que en realidad no es otro, según revela, que
el propio Monterroso. “¿Me permite no contestarle? Me da mucha pena con
usted. Pero realmente prefiero no contestar yo nada de eso”.
La pena mexicana –es justo aclararlo– tiene más que ver con la vergüenza o el pudor que con nuestra altanera compasión. Después de siete minutos largos de pura “pena”, Jacobs por fin se afloja, recomienda alguna lectura y revela que Monterroso “era una persona ametódica, sin rutinas”:
“No sé si eso le va a confundir más. Créame que lamento mis respuestas”.
La pena mexicana –es justo aclararlo– tiene más que ver con la vergüenza o el pudor que con nuestra altanera compasión. Después de siete minutos largos de pura “pena”, Jacobs por fin se afloja, recomienda alguna lectura y revela que Monterroso “era una persona ametódica, sin rutinas”:
“No sé si eso le va a confundir más. Créame que lamento mis respuestas”.
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