14.2.13

La guerra por la guerra

Dos libros de Mo Yan, Nobel de Literatura 2012,  Sorgo rojo y Cambios, desentrañan al polémico autor desde sus propios textos

Mo Yan, según ilustración de Heidi Amaya./elespectador.com

Fue una noche cualquiera cuando un hombre cualquiera, de nombre Mo Yan, comenzó a escribir la historia de su pueblo, o su comarca, el municipio de Gaomi Noreste, de China. Inició su relato con los sucesos del noveno día del octavo mes lunar de 1939. “Mi padre —escribió—, hijo de un bandido y con 14 años apenas, se unía a las tropas del comandante Yu Zhan’ao, un hombre destinado a convertirse en héroe legendario, para tender una emboscada a un convoy japonés en la carretera de Jiao Ping. Mi abuela, con su chaqueta acolchada sobre los hombros, los acompañó hasta el límite de la aldea”. Luego aclaró que el niño, su padre, se llamaba Douguan y a través de su padre, con el abuelo Yu como protagonista de excepción, Mo Yan contó la historia de tres generaciones de su familia que vivieron, sufrieron, padecieron y superaron una guerra que fueron cientos de guerras, infinidad de batallas, de muertos y de muerte, de heridas, de dolor y de lágrimas, de balas, rifles, metralletas, angustias y gritos.
Los japoneses, sus colaboradores, la Sociedad de Hierro, los bandoleros, el ejército de Leng, el picado de viruelas, y la resistencia. Entre la sangre, desde la sangre, Mo Yan iba describiendo el amor, las pulsiones, los celos, las venganzas, una que otra costumbre china, y una que otra razón que jamás terminaba de explicar por qué Yu, el comandante Yu, por ejemplo, empezó a matar a los 18 años y nunca dejó de matar.
La primera vez lo hizo porque un sacerdote de sus tierras rondaba a su madre; la segunda, por amor, o eso fue lo que dijo. Un día, como porteador, tuvo que llevar a una mujer de hermosos pies pequeños a su boda, acordada por sus padres con un muchacho leproso de apellido Tingxiu, a cambio de una destilería de sorgo y dos mulas negras. En el camino, Yu tomó a la mujer por el talle, la depositó sobre un campo sembrado de sorgo, Sorgo rojo, y la amó en un instante para no dejarla de amar hasta su muerte, 25 años más tarde.
Cuando supo que iba a contraer matrimonio, concluyó que sería infeliz hasta el último día de su vida. La noche después de la boda mató al padre y al esposo. “El abuelo sólo tenía 24 años cuando asesinó a Shan Tingxiu y a su hijo. Aunque ya entonces él y la abuela habían vivido su danza del fénix en la plantación de sorgo, y aunque en la solemne alternancia de sufrimiento y gozo ella ya había concebido a mi padre, cuya vida fue una mezcla de logros y pecados (en última instancia, obtendría el reconocimiento de los ciudadanos de su generación en el municipio de Gaomi Noreste), la abuela legalmente estaba casada y pertenecía a la familia Shan”.
Tiempo después, Yu Zhan’ao aniquilaría a sus enemigos, que eran casi todos los que osaran contradecirlo; a los enemigos de China, a los colaboracionistas, a los amigos de aquéllos, a los sospechosos, a los ladrones, a quienes hubieran injuriado a alguien de su clan, que era como decir su familia, y a los hijos de los hijos de los hijos. El hombre cualquiera que se llamaba Mo Yan describió desde el anonimato todas y cada una de las proezas de su abuelo, pero no habló ni de su muerte ni de sus motivaciones. Relató lo que le dijeron que había sucedido, lo que quedó en la memoria de los pocos que sobrevivieron, pero no contó las razones de tantas guerras, de Tanta sangre vista, como rezaba el título de una novela de Rafael Baena. Dispersas en las últimas páginas de Sorgo rojo dejó consignadas dos frases que explicaban el comunismo de China, el no comunismo, la política, los asuntos de la nación y las preferencias de Yu. O más que sus preferencias, sus únicas posibilidades.
En una travesía, uno de los personajes del libro, conocido como Cinco Penas, dijo: “‘Comandante Yu, he hablado yo solo. Usted no ha dicho nada’. El abuelo sonrió con ironía y dijo: ‘Aquí, el amigo Yu apenas si sabe leer doscientas palabras. Soy experto en asesinatos e incendios pero, si me hablas de cuestiones nacionales o de partidos, es como si me llevaras al matadero’”. La guerra por la guerra, la muerte por la muerte (las dos grandes confrontaciones bélicas entre Japón y China, 1894-1895 y 1937-1945, arrojaron millones de víctimas). “En la parte quemada del campo, a pocas docenas de pasos del terraplén, mi abuelo y mi padre encontraron a Colmillo Siete, cuyos intestinos estaban fuera de la cavidad del vientre, y a otro soldado conocido como Tuberculoso Cuatro que, herido de bala en una pierna, se había desmayado por la pérdida de sangre. El abuelo acercó su mano teñida de sangre a la boca del hombre y advirtió que de la nariz salía un hilo tenue y seco de aire. Colmillo Siete se había metido los intestinos otra vez en el abdomen y había cubierto la herida con hojas de sorgo. Todavía estaba consciente. Cuando vio al abuelo y a mi padre, sus labios se movieron y dijo con voz insegura: —Comandante... lo hice... cuando vea a mi mujer... dele algo de dinero... no permita que se vuelva a casar... mi hermano... ningún hijo... si ella se va... termina la familia Colmillo”.
Transcurridos muchos años, aquel hombre, Mo Yan, con su historia y otras varias que en últimas eran la misma historia, “porque uno siempre escribe la misma historia”, como decía Ernesto Sábato, obtuvo renombre, se afilió al Partido Comunista, fue censor, y el año pasado obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Una semana atrás, en Bogotá, Herta Müller habló sobre él en su nombre y en el nombre de cientos de miles de perseguidos: “¿Sabía usted que Mo Yan es el representante de la asociación de escritores chinos? Seguramente no. Él es como un ministro. Un ministro que, cuando estuvo en Suecia, dijo que la censura era normal. La censura no queda en un papel, implica muchos años en la cárcel. En Estocolmo dictó una conferencia sobre literatura pero no habló sobre las problemáticas chinas. Él escribe sobre lo que está permitido y para nosotros y para los que están en la cárcel eso es como una bofetada. Pregunte usted cómo es la vida en las prisiones chinas de los que se expresan en nombre de la libertad”.

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