Escribió Los amigos de Eddie Coyle y otras veintisiete obras posteriores, aunque nunca repitió el éxito, la calidad y la honestidad brutal de la primera. Es lo que tienen los mitos
George V. Higgins, autor de Los amigos de Eddie Coyle, un clásico de la novela negra estadounidense./elpais.com |
George V. Higgins (Brockton, Massachusetts, 1939-1999) fue un escritor especial. Hay que serlo para escribir una de las grandes novelas negras de la historia y pasar casi desapercibido. Hay que serlo para crear personajes geniales y no utilizarlos nunca más, no vivir de ellos, no apegarse a sus beneficios. George V. Higgins escribió Los amigos de Eddie Coyle (1970) y otras 27 obras posteriores, aunque nunca repitió el éxito, la calidad y la honestidad brutal de la primera. Es lo que tienen los mitos. The Rough Guide to crime fiction, editada por Penguin, le considera uno de los escritores más subestimados de la historia reciente.
Ayudante
del fiscal, abogado y docente, colaboró siete años con el Gobierno de
EE UU en la lucha contra el crimen organizado en la zona de Boston. De
toda esta experiencia obtiene uno de los retratos más crudos de los
bajos fondos bostonianos jamás escrito. Sin concesiones, sin
romanticismos, con la crueldad del hiperrealismo, Higgins cuenta la
historia, las historias, de tipos que matan, roban, secuestran y
trafican porque es lo que saben hacer, mejor o peor. Tipos con mujeres
que les abroncan por no llegar a o la hora a cenar, con hijos que quieren imitarles,
con jefes que les someten a horarios infames, con problemas para llegar
a fin de mes. Tipos que hacen del delito su trabajo, como otro
cualquiera: anodino, cargante, irremediable. Y lo hacen con
despreocupación y resignación.
En España Libros del Asteroide ha publicado este clásico y otra de sus mejores obras, Mátalos suavemente, llevada en 2012 al cine con Brad Pitt como protagonista. Un proyecto fallido. El problema del cine es que no consigue, es imposible, captar la frescura de uno de los maestros del diálogo. Sólo Elmore Leonard, que se considera admirador y alumno de Higgins, se le acerca. A través de esos diálogos, que en el caso de su primera novela son un 80% del texto, se recorre el mundo criminal de los setenta: capos, matones de poca monta, prostitutas, ladrones desesperados, abogados, agentes federales... y lo hace con humor, con un ritmo imparable, con una verborrea y una musicalidad únicas. “Nadie en la historia ha escrito unos diálogos tan escabrosos, divertidos, rayanos en la histeria ni tan poderosamente auténticos”, asegura en el prólogo que incluye la edición en español sobre Los amigos de Eddie Coyle otro grande de la novela negra, también bostoniano, Dennis Lehane .
Higgins, como decíamos, fue un escritor peculiar. Tiene carencias, gloriosas carencias. No le interesa la descripción, ni las tramas complejas con sorpresa y truco final; tampoco los héroes ni los polis buenos; no sabe ver el lado romántico que tantos otros nos aseguran que tiene el mundo criminal; tampoco sabe tomarse las cosas totalmente en serio ni escribir novelas sin un sórdido sentido del humor. A Higgins, claro, y ahí está su mayor peculiaridad, le daba igual la gloria y el éxito. Perdió esa batalla cuando ni siquiera existían los superventas nórdicos (algunos, por otro lado, tan buenos) y se limitó a dejarnos alguna joya.
¿Exageraciones de un fan irredento? Puede. Pero no estoy solo. El maestro Lehane, de nuevo, no deja a lugar a dudas: “ Los amigos de Eddie Coyle es probablemente una de las cuatro o cinco mejores novelas negras jamás escritas (...) Proyecta una sombra tan alargada, que todos los que nos afanamos en el género conocido como American Noir lo hacemos a su estela. ¿Cómo es posible que un libro tan breve, con descripciones mínimas y sin héroes, haya alcanzado el estatus de obra maestra moderna? (...) No volveremos a leer a nadie como él” .
En España Libros del Asteroide ha publicado este clásico y otra de sus mejores obras, Mátalos suavemente, llevada en 2012 al cine con Brad Pitt como protagonista. Un proyecto fallido. El problema del cine es que no consigue, es imposible, captar la frescura de uno de los maestros del diálogo. Sólo Elmore Leonard, que se considera admirador y alumno de Higgins, se le acerca. A través de esos diálogos, que en el caso de su primera novela son un 80% del texto, se recorre el mundo criminal de los setenta: capos, matones de poca monta, prostitutas, ladrones desesperados, abogados, agentes federales... y lo hace con humor, con un ritmo imparable, con una verborrea y una musicalidad únicas. “Nadie en la historia ha escrito unos diálogos tan escabrosos, divertidos, rayanos en la histeria ni tan poderosamente auténticos”, asegura en el prólogo que incluye la edición en español sobre Los amigos de Eddie Coyle otro grande de la novela negra, también bostoniano, Dennis Lehane .
Higgins, como decíamos, fue un escritor peculiar. Tiene carencias, gloriosas carencias. No le interesa la descripción, ni las tramas complejas con sorpresa y truco final; tampoco los héroes ni los polis buenos; no sabe ver el lado romántico que tantos otros nos aseguran que tiene el mundo criminal; tampoco sabe tomarse las cosas totalmente en serio ni escribir novelas sin un sórdido sentido del humor. A Higgins, claro, y ahí está su mayor peculiaridad, le daba igual la gloria y el éxito. Perdió esa batalla cuando ni siquiera existían los superventas nórdicos (algunos, por otro lado, tan buenos) y se limitó a dejarnos alguna joya.
¿Exageraciones de un fan irredento? Puede. Pero no estoy solo. El maestro Lehane, de nuevo, no deja a lugar a dudas: “ Los amigos de Eddie Coyle es probablemente una de las cuatro o cinco mejores novelas negras jamás escritas (...) Proyecta una sombra tan alargada, que todos los que nos afanamos en el género conocido como American Noir lo hacemos a su estela. ¿Cómo es posible que un libro tan breve, con descripciones mínimas y sin héroes, haya alcanzado el estatus de obra maestra moderna? (...) No volveremos a leer a nadie como él” .
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