21.2.13

Álvarez: "El realismo mágico se ha convertido en una excusa para la atrocidad"

El escritor colombiano regresa con 35 muertos, tras el éxito de La lectora, convertida en película y serie de televisión

El escritor colombiano Sergio Álvarez. / Massimiliano Minocri./elpais.com

“Botones cometió su último crimen nueve meses después de muerto”. Con este enigma y contundencia comienza 35 muertos (Alfaguara), la largamente esperada novela de Sergio Álvarez (Bogotá, 1965), conocido por La lectora, que fue traducida a varios idiomas y transformada en una película y una serie de televisión. El realismo, la brutalidad, y la ternura contenida de los personajes de Álvarez se despliegan por esta novela prismática en frases de una aparente sencillez y engañosa facilidad, como corresponde a su tesis sobre lo que es una “escritura natural”, un “escritor natural”.
¿Este libro tiene algo de manifiesto?
Un poco. Me interesa mucho recuperar el placer de narrar por sí mismo, rescatar historias de personajes sencillos y salir de ese yo permanente, esa introspección permanente, característica de la literatura de hoy.
Entiendo, pero yo me refería a ruptura con la tradición del realismo mágico.
Es que ese movimiento literario, que fue magnífico, se ha convertido en una excusa para la atrocidad. Tanto en La lectora como aquí, lo que yo más quiero es señalar que en Colombia pasan cosas horribles y no falta quien diga “ah, claro, pero es que ése es el país del realismo mágico”. Mis libros apuntan a lo contrario: ponen las cosas crudas sobre la mesa para que se vea que estas cosas terribles no se pueden justificar.
O sea que usted saluda al realismo mágico pero propone pasar página.
García Márquez marca una época, pero hay que seguir adelante con la realidad que tenemos y no con la que quisiéramos tener o la que nos inventamos.
¿A qué se dedicaba usted antes de meterse en literatura?
En la universidad aguanté un semestre, y con un inmenso esfuerzo. Después me dediqué a viajar, viví en la selva cinco años…
¿Qué hizo en esos cinco años en que vivió en la selva? Porque relacionada con esa experiencia tiene usted una veta meditativa o zen… o alguna clase de interés por la sabiduría oriental.
Me inicié con un maestro hindú y me puse a hacer yoga. Y unos amigos me dijeron que fuéramos a la selva y fundásemos una vida nueva, un mundo a partir de cero. Y yo estaba tan aburrido en la universidad que dije: sí, hagamos eso. Duramos cinco años tratando de colonizar un territorio incolonizable, por las condiciones, la tierra era estéril, estaba llena de plagas, pero aún así estábamos muy felices en la quijotada hasta que la guerrilla y los paramilitares nos sacaron de allí. Y volví a Bogotá. Allí trabajé en la televisión de Colombia, estuve en empresas de publicidad como creativo… Luego fui a Barcelona.
En Barcelona alistó a unos cuantos escritores para escribir libros por encargo.
La empresa funcionó bien, hicimos como 15 o 20 libros, sobre temas como cómo cuidar un gato, formas de preparar ensaladas... El ambiente de la ciudad me permitió escribir La lectora.
Es una novela muy poco barcelonesa y muy colombiana: una estudiante secuestrada en el campus por unos narcotraficantes, para que les lea un texto cifrado…
Lo que me dio Barcelona fue un ritmo de vida que me permitía escribir. En Colombia la vida era mucho más intensa en todos los sentidos. Aquí pude serenarme un poco.
Hace unos años me explicó que hay escritores “naturales”, y usted se contaba entre ellos. ¿Qué es ser un escritor natural?
Yo tengo una relación con la escritura consecuente con mi educación, porque mi mamá era maestra y por mi permanencia constante en la calle, que es el lugar donde me cuentan todas las historias que escribo. Después, cuando me siento a escribir, no siento que estoy haciendo un trabajo con el lenguaje, ni estoy pendiente de lo que hicieron otros escritores. Pongo sobre el papel las palabras que mejor me parece que expresan los personajes de los que quiero hablar. A mí no me cuesta tanto escribir, sino más bien sentarme a escribir. Eso es lo que llamo ser un “escritor natural”: la tranquilidad con la que cuentas, no una construcción verbal a partir de una teoría…
35 muertos tiene algo de novela picaresca española, pero con un protagonista en tránsito permanente, y en una atmósfera de violencia extrema e imprevisibilidad. ¿No es así?
Hay dos cosas importantes ahí: la primera es que en Colombia la gente de a pie está permanentemente desplazada: por la guerra y la desigualdad del país, nunca logran sentarse. Eso genera una forma de… no de vida sino de supervivencia, y la gente se dedica a toda clase de oficios, sean legales o ilegales. Esos personajes me interesan profundamente. A partir de ellos se generan otros más complejos: los delincuentes, los narcotraficantes, los paramiliatres, guerrilleros, que nacen de toda esa injusticia y desplazamientos y de esa relación constante con la violencia.
¿Y la segunda?
Es que en América Latina los escritores suelen ser de clase alta. Eso hace que haya segmentos de la población que no son objeto de relato o se cuentan con una mirada equívoca. Y como yo he tenido siempre acceso a estos personajes, me parece importante contarlos porque los conozco bien y no los miro con ningún tipo de prejuicios.
¿Por qué 35 muertos, y no 40 muertos, o cien? ¿Y por qué tanto tiempo transcurrido, doce años, entre La lectora y 35 muertos?
La cantidad de muertos en Colombia es tan incontable que no había ninguna cifra que retratase la realidad. Entonces decidí que los muertos eran los años que contaba la novela. No era muy lógico, pero sí más fiable que las estadísticas falsas con las que convivimos. En cuanto al tiempo… es un asunto del carácter, es lo que decíamos de ser “escritor natural” o no. Me gusta escribir y me fluye escribir, pero no creo que haya que estar escribiendo a toda hora ni que todo lo que se te ocurre valga la pena. En estos 12 años tuve peripecias, trabajos, y se fue pasando el tiempo. Y la verdad es que si los alemanes no me ponen un poco la pistola en la cabeza todavía no habría terminado ese libro.
La música popular es como una banda sonora de la novela.
Gran parte de la atrocidad que cuenta 35 muertos surge de la incapacidad de nuestro Continente para armonizar los elementos sociales y culturales que lo componen. Todavía no sabemos qué tan blancos y occidentales somos, qué tan indios y atávicos somos, o qué tan negros somos. Y esa incapacidad de saber quiénes somos genera injusticia, genera toda clase de violencia. Y la música es el único espacio cultural en que los elementos que nos conforman han conseguido armonizarse. Por esto, y porque detrás de la música construimos nuestra historia sentimental, la música y las canciones que escuchan los protagonistas de la novela vertebran completamente el libro.

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