15.2.13

Literatura, ideología y compromiso

Preguntarse por las posibles relaciones entre literatura e ideología o compromiso no parece un asunto insignificante. En nombre de ideologías se han elaborado novelas pudibundas. También ciertas perspectivas moralistas han dado como resultado obras literariamente intragables.Si bien la literatura puede contribuir a la ampliación de miras de los individuos y elevar su nivel de conciencia, cuando no quebrar la visión unidireccional del pensamiento,  carece de propósito para cambiar el mundo

Portada Alfabetos de Claudio Magris/revistadeletras.net

 


Claudio Magris habla en Alfabetos, libro de ensayos de literatura, de la voz imparcial que dan los escritores a las más diversas cuerdas y a las más antitéticas pasiones. En la literatura existen muchas habitaciones, dice, y no se necesita elegir ideológicamente entre voces contrastantes. Escribe:
Se puede -se debe- creer a la vez en la fe de Tólstoi y en la inercia de Oblómov; los grandísimos escritores son aquellos cuya perspectiva abarca 360 grados. A veces me pregunto de qué lado estoy, si mi historia es la contada por Guerra y paz, por la Metamorfosis de Kafka o por el Auto de fe de Canetti.
 
De la voz no tendenciosa de los escritores escribe también Robert Walser en La habitación del poeta. Dice que el escritor vive todo para sus adentros y añade:
Es carretillero, restaurador y camorrista, cantante, zapatero y dama de salón, mendigo, general, aprendiz de banca y bailarina, madre, hijo, padre, estafador, amante y creador. Él es el claro de luna y el murmullo de la fuente, la lluvia y el calor de las calles, la playa y el barco de vela. Es quien pasa hambre y quien se empacha, el fanfarrón y el predicador, el viento y el dinero. (…) En suma, él es y debe serlo todo. Para él existe una sola religión, un solo sentimiento, una sola manera de concebir el mundo: refugiarse cual amante, con cuidado, en la forma de pensar, en los sentimientos y en la religión de otras personas, si no de todas.
 
Enrique Vila-Matas se pronuncia igualmente en defensa de la autonomía de la literatura frente a la ideología. En un texto de El viento ligero en Parma se lee:
La condición existencial del hombre es superior a cualesquiera teorías o especulaciones sobre la vida.
La literatura contempla de forma universal las realidades, los conflictos y las posibilidades de la existencia humana. Como amplio abanico que es de las manifestaciones de lo universal-humano, ningún tema le supone una prohibición o un impedimento.
No hay ideología alguna que imponga desde fuera sus imperativos. La literatura es autónoma y se desmarca de todo funcionalismo político.
Vila-Matas distingue entre literatura y compromiso. Concibe la voz del escritor como la voz de un pájaro solitario, expresión de alguien que no se erige en portavoz del pueblo ni es un himno o representante de una clase social o de un movimiento artístico. Dice que, de lo contrario, la literatura deja de ser literatura para convertirse en un simple instrumento de poder.
Un escritor se representa solo a sí mismo, y su voz, según Vila-Matas, es obviamente débil. Pero es precisamente esa voz personal, su voz de pájaro solitario, la que considera más auténtica. En su debilidad reside su fuerza, ya que se despliega en un espacio de libertad sin cortapisa alguna.
¿Significa ello que los escritores le dan la espalda al mundo? Vila-Matas responde que las voces de los buenos escritores no se desentienden del rumbo del mundo, pero no se comportan respecto a este como si quisieran aportarle respuestas. Señala:
Lo suyo es un asfalto mojado por la lluvia, mirar cómo pasan los trenes y sentir el viento de sus voces no serviles.
Las palabras de Vila-Matas me remiten al revuelo que produjeron unas declaraciones del poeta Antonio Gamoneda con motivo de la muerte de Mario Benedetti. Preguntado por los periodistas, expresó su profunda pesadumbre por este fallecimiento. Dijo literalmente:
Su muerte me ha entristecido. Era un hombre necesario que destacó por su honradez intelectual y capacidad crítica. Lo que intentó hacer lo hizo bien. Cumplió su propósito ampliamente.
Después de enaltecer la figura de Benedetti, se atrevió a mostrar sus discrepancias con él en el terreno de la poesía, cuestión que desató injustamente una oleada de insultos en su contra.
Sus palabras podrían hacerse extensivas a la literatura en general y a la necesaria autonomía de esta. Declaró:
Respeto su manera de entender la poesía pero no la comparto. Para mí, la palabra meramente informativa y la crítica moral tienen su lugar en los periódicos, en la televisión, en los púlpitos si se quiere, pero la modalidad esencial del pensamiento poético no es ni reflexiva ni crítica, sino un tipo de otra naturaleza, y determina un lenguaje que también es de otra naturaleza.
 
También Milan Kundera dedica un espacio considerable en su libro El telón a desmantelar las ideas sobre la literatura como crítica moral y como ejercicio didáctico. En un capítulo contrapone las opiniones de George Sand a las de Gustave Flaubert. La primera lo critica en una carta por no mostrar en Madame Bovary su “doctrina personal” y porque él brinda a los lectores “desolación”, mientras que ella, Sand, prefiere “consolarlos”. Escribe Kundera:
Flaubert le contesta que él “no escribe sus novelas para manifestar sus opiniones a los lectores. Algo muy distinto lo alienta: “Siempre me he esforzado por llegar al alma de las cosas…”. Su respuesta lo muestra con claridad: el verdadero tema de este malentendido no es el carácter de Flaubert (¿será bueno o malo, frío o compasivo?), sino la pregunta acerca de qué es la novela.
Más adelante agrega:
La única moral de la novela es el conocimiento; es inmoral aquella novela que no descubre parcela alguna de la existencia hasta entonces desconocida; así pues: “llegar al alma de las cosas” y dar buen ejemplo son dos intenciones distintas e irreconciliables.

Flaubert escribe en una carta, esta vez a Louise Colet, que en literatura su creencia es no tener ninguna.
Para este escritor no hay temas viles o hermosos y considera que en la literatura el estilo es la manera absoluta de ver las cosas. Este se encuentra bajo las palabras y en el interior de las palabras. Es tanto el alma como la carne de una obra.
En consonancia con las ideas sobre la literatura de Magris, Walser, Vila-Matas y Kundera, se lee en otra carta suya a Colet:
El Arte es una representación, solo debemos pensar en representar. Es necesario que el espíritu del artista sea como el mar, lo bastante amplio para que no se vean sus límites, y lo bastante puro para que las estrellas del cielo se reflejen hasta el fondo.
Claudio Magris escribe que la literatura no es juicio moral, sino identificación con un personaje, con su modo de ser, generoso o malvado, con su fe, su pasión, su violencia o delirio. En su opinión, la literatura no juzga ni pone notas de conducta a la vida, que discurre más allá o más acá del bien y del mal. Si el arte es belleza, esta última no siempre implica la aparición del Bien y de la Verdad.
 
En una de las cartas de J. M. Coetzee a Paul Auster, contenida en Aquí y ahora, se lamenta el primero de haber recibido una misiva de una lectora inglesa acusándolo de forma gratuita. La lectora le dice que para ella se ha echado a perder Hombre lento por la referencia despectiva a los judíos que aparece en dos páginas de esta novela.
En la respuesta de Paul Auster a Coetzee se encierra una defensa de la autonomía de la literatura. Le dice a su interlocutor que si desea responder a la lectora inglesa le diga que
has escrito una novela, no un panfleto sobre comportamiento ético, y que los comentarios desdeñosos sobre los judíos, por no hablar de antisemitismo declarado, forman parte del mundo que vivimos, y que solo porque tu personaje dice lo que dice no significa que tú apruebes sus manifestaciones (…) ¿Aprueban el asesinato los autores de novela criminal? Y tú, como vegetariano militante, ¿te revelas como un hipócrita si uno de tus personajes se come una hamburguesa?
En favor de la novela como arte autónomo escribe Kundera:
¿Y la novela? Ella también se niega a aparecer como ilustración de un período histórico, como descripción de una sociedad, como defensa de una ideología, y se pone al servicio exclusivo de lo que solo la novela puede decir.
Seguidamente alude a un pasaje de la novela corta Tribu balante de Kenzaburo Oé que transcurre en un autobús lleno de japoneses. Es de noche y un grupo de soldados borrachos, que pertenece a un ejército extranjero y ha subido al autobús, empieza a acorralar a un pasajero, un estudiante. Le obligan a quitarse los pantalones y enseñar el trasero. El estudiante percibe a su alrededor una risa contenida. No contentos con esa única víctima, los soldados obligan a la mitad de los pasajeros a quitarse los pantalones. A partir de ese momento, una vez que los soldados han bajado del autobús, todo termina en un estallido de odio entre los pasajeros y en una magnífica historia de cobardía, vergüenza, sádica indiscreción que quiere pasar por amor a la justicia.
Se pregunta entonces Kundera quiénes son esos soldados extranjeros y escribe:
Son sin duda estadounidenses que después de la guerra ocupaban Japón. Si el autor menciona, explícitamente, a los pasajeros “japoneses”, ¿por qué no señala la nacionalidad de los soldados? ¿Censura política? ¿Efecto de estilo? No. ¡Imaginen que, a lo largo de todo el relato, los viajeros japoneses se enfrentaran a soldados norteamericanos! Hipnotizado por esta única palabra, claramente pronunciada, el relato se reduciría a un texto político de acusación dirigido a los ocupantes. Basta con renunciar a este adjetivo para que el aspecto político se cubra de una ligera penumbra y el foco ilumine el principal enigma que interesa al novelista, el enigma existencial.
 
En igual dirección discurre el pensamiento de Vila-Matas en un pasaje de Aire de Dylan en el que, desde otra perspectiva, defiende la autonomía de la literatura y la conciencia como el ámbito de la creación literaria. De espaldas al ruido mediático y a la salvaje competencia en el mundo de lo real.
Escribe Vila-Matas:
Me entretuve en el bar con un colega muy pesado (…) que no paró de hablarme de la cantidad de cosas con las que tenemos que competir los novelistas en el mundo actual, tantas – me decía desesperado ese horrible colega- que se planteaba tirar la toalla, porque hoy en día obtener la atención para una novela es mucho más difícil de lo que antes solía serlo, pues cada vez los escritores debemos convivir con más atracciones y diversiones, crisis económicas, invasiones de países árabes, rivalidades futbolísticas, amenazas para la supervivencia, hambrunas y crímenes horrorosos, podridas bodas reales, terremotos devastadores, trenes que descarrilan y no precisamente en la India…
Rearmándome de una sensatez que siempre he detestado, pero que a veces he de rescatar de lo más hondo de mi espíritu para corregir a los idiotas, le expliqué que era monstruoso y absurdo ver como “rivales” a todas esas cosas que me había estado nombrando.
A continuación le citó una caricatura que había hecho de un intelectual el dibujante Daumier. En ella se veía a una dama de aspecto severo que hojeaba enfadada el periódico en la mesa de un café. “No hay más que deportes, caza y disparos. ¡Y nada de mi novela!“, se quejaba.
Ahí estaba, bien evidente, el gran error, según escribe Vila-Matas: creer que un libro tenía que competir con el último asesino en serie o con el último caudillo árabe destronado. Por el contrario, los escritores le hablan a un lector indefinido, alguien que, como ellos, no se deja ahogar del todo por los cien mil atractivos de Oklahoma. Entre otros motivos, porque el interés de los escritores se centra en el esfuerzo grandioso que hay que hacer para poner en orden la confundida conciencia. Un esfuerzo a menudo secreto y más escondido.
Termina Vila-Matas este fragmento con las siguientes palabras:
Ese trabajo secreto con la conciencia, traté de explicarle al odioso colega, que miraba cada vez más hacia otro lado, se desarrolla en perímetros alejados del gran espectáculo del mundo. (…)
Ese trabajo secreto con la conciencia no se ve jamás en la televisión, no es mediático, habita en las viejas casas de la vieja literatura de siempre.
¿Insinúan las palabras de Vila-Matas que los escritores han de desentenderse del mundo? En absoluto. De igual modo que se diferencia entre ideología de los escritores y sus obras, el compromiso no atañe a los escritores o a los artistas solo en cuanto tales, ni tampoco les incumbe a ellos más que a otras personas con otros oficios. Los deberes elementales hacia los otros conciernen por igual a todo el mundo.
Escribe Claudio Magris:
Ser leales, solidarios, sinceros, fieles, debe ser fundamento de toda existencia (…). La responsabilidad hacia el mundo concierne a todas las personas, a su relación con los demás, afecta a su vida y a su trabajo, y no importa que sea abogado, escritor o barbero.
Elisa Rodríguez Court
. Alfabetos. Ensayos de literatura. Claudio Magris. Traducción de Pilar González Rodríguez. Anagrama (Barcelona, 2010)
. La habitación del poeta. “El escritor”. Robert Walser. Traducción de Juan de Sola Llovet. Edición y epílogo de Bernhard Echte. Siruela (Madrid, 2005)
. El viento ligero en Parma. Enrique Vila-Matas.  Sexto Piso (Madrid, 2008)
. Aire de Dylan. Enrique Vila-Matas. Seix Barral (Barcelona, 2012)
. El telón. Ensayo en siete partes. Milan Kundera. Traducción Beatriz de Moura. Tusquets (Barcelona, 2005)
. Cartas a Louise Colet. Gustave Flaubert. Traducción, prólogo y notas de Ignacio Malaxecheverría. Siruela (Madrid, 2003)
. Aquí y ahora. Cartas 2008-2011. Paul Auster y J. M. Coetzee. Traducción Benito Gómez y Javier Calvo. Anagrama & Mondadori (Barcelona, 2012)

No hay comentarios: