La escritora habla del libro que lanzará en abril, una novela sobre la vida de los inmigrantes en Estados Unidos
Laura Restrepo lanzará durante la FILBO 2013, Hot Sur, su última novela/Sebastían Jaramillo/revistacredencial.com |
"En la novela describo una serie de personajes latinos que viven en Estados Unidos", dice Laura.
Cuando regresó de un viaje a Berlín, sus dos
perros berneses de la montaña la saludaron con tal ímpetu, que dieron
con su humanidad en el suelo y le asestaron una fractura doble en el
tobillo izquierdo, que la obligó no sólo a posponer hasta abril el
lanzamiento de su nuevo libro, Hot Sur (Planeta), sino a dedicarse a
estructurar su siguiente novela. Como es usual en ella, partirá de un
hecho cierto, en este caso su pierna astillada, porque quiere que éste
sea un libro más visceral, metido en el ruido del cuerpo. Más orgánico.
En Hot Sur Laura quiere hacer la radiografía de un paradigma fracasado: el sueño americano.
El accidente con sus amados perros muestra una vez más que las mujeres siempre somos víctimas del amor, ¿no?
-Cierto, eso es lo que nos liquida. De resto somos inmunes (risa).
¿Su nueva novela es una especie de réquiem por el sueño americano?
-Sí. La idea es que el paraíso, tal como lo
habíamos soñado, se ha venido abajo, y yo siento que todo ese sueño
americano se derrumbó. Uno de los personajes, haciendo juego con la
frase de Oscar Wilde (“Cuando uno se va, es porque ya se ha ido”), dice:
“Cuando un imperio se cae, es porque ya se ha caído”. Allí describo una
serie de personajes latinos, blancos pobres, marginales,
indocumentados, en Estados Unidos, donde de pronto todavía las
estructuras materiales siguen en pie, pero ya no existen como ideal.
¿Y eso qué implica?
-Es el punto de quiebre que marca nuestra época:
la juventud anda en las calles de Egipto, Túnez, Libia, España, en todos
lados, buscando un nuevo porvenir porque el presente ya no les ofrece
nada.
La historia empieza con la protagonista,
una mamá colombiana que hace un gran esfuerzo por llegar a Estados
Unidos, y termina con sus hijas queriendo salirse, envueltas todas en
una ruda historia.
-Es una de esas colombianas que se parten el lomo
trabajando en lo que caiga, que ha dejado a sus dos hijas en Colombia, a
cada una en una casa diferente. Le toma cinco años poder llevárselas y
esta convivencia de tres mujeres que ya no se conocen, desenvuelve la
trama. La historia de la madre es el sueño por llegar, y en un momento
dado el sueño de las muchachas es por irse a buscar otro panorama.
También presenta la visión del gringo hacia los inmigrantes y hacia su propia sociedad.
-Yo quería que hubiera gringos también para tratar
la historia no sólo desde el punto de vista nuestro, sino de cómo ellos
ven su propio proceso de descomposición como sociedad y cómo nos ven a
nosotros. Me interesaba mucho todo lo que gira alrededor del racismo y
buscar todos los matices desde el punto de vista de las diferencias
culturales que hay allí.
La discriminación está prohibida por ley, ¿pero sigue muy metida en la piel de muchos?
-Total. La protagonista dice que ella llegó a
América pero que en realidad nunca ha podido llegar, porque del umbral
no la dejaron pasar.
También hay discriminación de doble vía; uno ve en muchos afroamericanos prevención y mucho rencor contra los blancos.
(Foto Archivo Particular)
-No perdonan la esclavitud porque el trato que se les dio fue tremendo. Desde ese punto, el triunfo de Obama ha sido muy importante. Es una gran victoria el que un presidente norteamericano sea negro y hay que abonarles a los gringos que hayan tenido esa flexibilidad. Pero por otro lado Obama es el más blanco de los negros: se viste, habla, piensa y mantiene sus guerras como blanco. Está en las antípodas de Martin Luther King. Volviendo a la novela, traté de vislumbrar cómo es el fin de una cultura y ver qué sale de ese sur estadounidense.
¿La palabra ‘sur’ tiene una simbología que va más allá de los Estados Unidos?
-Claro, me interesaba mucho la fuerza del sur. No
solamente del sur de ese país, sino de toda esa parte del planeta que no
ha vivido su cuarto de hora y que yo siento poderosa. Estuve con
Médicos sin Fronteras en el golfo de Adén, en Yemen, haciendo un
reportaje y allí ve uno cómo el Cuerno de África va subiendo. Se quedan
por el camino miles, que mueren en el desierto. Dejan a los hijos
enterrados, pero la sensación que uno tiene es que van a llegar. Están
buscando un sitio donde la vida sea posible. También la gran migración
de América Latina hacia el norte es enorme, incontenible.
Pero hay barreras de contención, no sólo físicas sino ideológicas.
-Sí, esa visión de la civilización en ciudades
encerradas, amuralladas, protegiéndose de la migración, es muy
ideológica y muy impuesta, cuando lo que ha conformado nuestro planeta
es la migración desde el principio de los tiempos. Y sin embargo se ha
montado una cultura donde se niega lo migrante, lo móvil y se adelanta
la gran alabanza de lo sedentario, pero en realidad eso es absolutamente
minoritario. Yo quería hacer un canto a la migración, a birlar las
fronteras, a atreverse, a la búsqueda de dignidad, al empeño de
encontrar un sitio donde la vida sea posible, si no ya para ti, sí para
tus hijos y nietos.
¿No quedará media humanidad tendida en el camino?
-En la otra novela que inicié, la idea central es
que a esas comunidades las están tirando al exterminio. Cuando estuve en
África no me cupo duda de que se está dejando morir a esa parte de la
humanidad porque ya no cabemos en este planeta. Yosí creo que la
política es de exterminio.
¿Y cuál ha sido su principal hallazgo?
-Distinto a lo que nos han hecho creer, creo que
las que tienen los días contados son más bien las ciudades amuralladas y
el intento de unos cuantos de protegerse contra esa humanidad que anda
buscando una tierra prometida y que es realmente la que tiene la
fortaleza.
¿En qué momento sintió la necesidad de escribir Hot Sur?
-Me la disparó ver en un barrio popular mexicano
cómo la muchachada va por el desierto a cruzar la frontera con un balón
de fútbol, pasa al otro lado, juega un partido y regresa. Están retando
al destino, enfrentándose a los Minuteman, que son unos asesinos
racistas, a los Borders Patrol, y a todo el armamento que han metido
ahí. Todo por la dicha de ejercer la libertad.
Usted, que ha sido militante de izquierda,
negociadora de paz del gobierno Betancur con el M-19, militante también
en Argentina con el Partido Socialista de los Trabajadores (trotskista)
y conserva una posición política con una mirada muy social, ¿cómo ve el
proceso de paz en La Habana?
(Revista Semana)
-Hay que saludarlo. Un proceso de paz es necesario y conveniente, pero tengo un poco de desconfianza de un diálogo hecho a espaldas del país. Pienso que lo que tuvo de interesante el proceso de paz de Belisario con el M-19 fue que lo acometió el país como un proceso de transformación democrática. De alguna manera es toda una línea de desarrollo democrático que surge con la discusión sobre qué futuro quería el país, no tanto como reivindicación del grupo guerrillero, o un quid pro quo, sino el país entero discutiendo, y eso tuvo como repercusión lo más importante que ha sucedido en los últimos años: la Constitución del 91. Pero dudo que este proceso a puerta cerrada entre dirigentes de lado y lado logre unos resultados semejantes. Pero, aún si no los tiene de la misma envergadura, ojalá llegaran a acuerdos, se detuviera la balacera y cesaran los secuestros. Pero no tengo la sensación de que estemos montados en un gran proceso histórico.
Sin duda en el estilo actual de negociación influye fuertemente el síndrome de El Caguán.
-Lo que pasa es que una cosa es buscar un
escenario mediático, y otra, involucrar al país en un proceso de cambio y
de discusión. Por otra parte, ninguno de los protagonistas de este
proceso es santo de mi devoción.
¿Entonces quién es santo de su devoción?
-Es la pregunta del millón, y es muy difícil
contestarla porque yo creo que estamos en un tiempo sin ‘santos’, y que
valga la doble connotación. Ando encerrada en un pueblo en México, sin
Twitter, ni Facebook, dedicada a leer y a buscar respuestas. Detecto
crisis fuertes en las estructuras sociales y la necesidad de vinculación
a un debate que produce muchas inquietudes y preguntas (y de alguna
manera también angustias), más que respuestas. Me gusta que ahora todo
esté en tela de juicio y lo veo como una oportunidad para leer,
empaparse de los temas, hacer un gran debate internacional y ver qué
sale de ahí, porque estoy convencida de que las cosas tienen que
cambiar.
(Revista Semana)
Usted conoce a fondo Estados Unidos, donde a la gente en general le interesa muy poco el mundo exterior; de hecho, un porcentaje ridículamente pequeño tiene pasaporte. Pero se habían creído los amos y la policía del mundo, hasta el atentado a las Torres Gemelas, cuando se dieron cuenta, dolorosamente, de que también son vulnerables y el miedo se aposentó entre ellos. ¿No cree que esa vuelta de tuerca está influyendo en lo que usted llama la decadencia americana?
Usted conoce a fondo Estados Unidos, donde a la gente en general le interesa muy poco el mundo exterior; de hecho, un porcentaje ridículamente pequeño tiene pasaporte. Pero se habían creído los amos y la policía del mundo, hasta el atentado a las Torres Gemelas, cuando se dieron cuenta, dolorosamente, de que también son vulnerables y el miedo se aposentó entre ellos. ¿No cree que esa vuelta de tuerca está influyendo en lo que usted llama la decadencia americana?
-Creo que sí. De pronto siempre existió el miedo
allá, pero ahora se ha convertido casi en una bandera cerrar los ojos
ante la crisis y más bien voltear la mirada hacia una amenaza exterior.
Hay un proceso de negación para tratar de no ver que la amenaza
verdadera está dentro de su propia concepción de la sociedad, donde la
solidaridad no cuenta, donde lo que se ha impuesto es la competencia, la
exaltación de la juventud, la negación de la muerte y de la vejez, la
idea del triunfo por encima de todo, y del prójimo como rival. El
desprecio por el resto del mundo y el convencimiento de que se ha
llegado a una especie de Imperio romano contemporáneo de grandeza y
esplendor, es una semilla nefasta para una civilización. Y lo peor es
que yo creo que están sintiendo de una manera muy fuerte que eso ya no
es verdad, porque la crisis económica es tremenda. No hablo de
California, ni de Nueva York, ni de personajes como Noam Chomsky, que
son de alguna manera una vanguardia del pensamiento; hablo del grueso de
los Estados Unidos, encerrados en sus propios miedos, rechazando
cualquier reflexión para no tener que mirarse a sí mismos. Esa es una
señal profunda de decadencia. Por eso es que el fomento del miedo es
casi el único propósito nacional que hay en un país atomizado.
¿Tanto así?
-Sí, los distintos estados están propugnando por
la independencia. Hay un proceso de reestructuración de un barco que se
hunde, frente a un sálvese quien pueda, con los ratones abandonando la
nave. Mi novela tiene que ver con eso. En ese libro los protagonistas
somos los que inspiramos miedo. Somos el gran pánico para ellos. La
fuerza del sur que encierra un drama tremendo por los sufrimientos de la
gente pero que, como una oleada, está reventando las viejas
estructuras, y eso tenemos que saberlo.
¿Por qué razón, con excepción de Delirio, que ganó el Premio Alfaguara, usted no participa en concursos literarios?
-Los premios han tergiversado el panorama
literario al poner los reflectores sobre una sola persona y eso opaca al
resto. Tampoco las editoriales, jugadas al premio de cada año,
desarrollan un trabajo más estructural de creación de autores y de
contacto de estos con el público. Pero con Delirio pasó que yo había
leído a Saramago con devoción, porque es una de las grandes figuras de
la época. Escribí ese libro porque lo sentía nacido de las entrañas con
mucha urgencia; tenía que ver con situaciones personales fuertes. No era
un libro escrito para premio, sin embargo lo mandé. Luego Lucho Garzón
me nombró secretaria de Cultura del Distrito, algo muy absorbente, y me
olvidé del premio. De pronto, una madrugada, la voz de Saramago
hablándome en su ‘portuñol’ me anunció que había ganado. Y le confieso
que, por una parte, fue una sorpresa deliciosa oírlo a él y, por otra,
me permitió renunciarle a Lucho porque ya estaba hasta el gorro de él.
¿Por qué?
-Primero, porque fui pésima funcionaria. La cosa
no es decir que si uno sabe de cultura todo lo demás lo hace bien. No,
yo no entendía un contrato y me moría de la angustia. En segundo lugar,
Lucho es muy difícil. Él juega siempre en contra de su equipo. Tira a
matarlo a uno y lo hace comer mierda.
¿Entonces usted lo mandó a comer mierda a él?
-¡Ah, si! Y con un buen pretexto.
¿Y por qué le aceptó, entonces, el cargo?
-Siempre he creído que uno como escritor tiene que
estar en las antípodas del poder, porque ese contubernio me parece
obsceno. Sin embargo, Lucho era una persona que venía de nuestras
propias filas, yo siempre milité en el trotskismo, donde el sueño era un
obrero dirigiendo, de tal manera que Lucho era el sueño encarnado
(risas).
¡Y se le convirtió en pesadilla!
-(Carcajada) Creo que Lucho estaba un poco
encartado con todos los integrantes de la izquierda que había convocado.
Uno sentía que él estaba jugado a una variante más liberal, como de
hecho se vio después en toda su trayectoria. Entonces, a la gente de
izquierda nos ponía siempre en unas situaciones falsas, difíciles de
manejar, y nosotros a él no hacíamos sino jorobarlo porque hacíamos
cosas que no le gustaban, y lo poníamos en aprietos, de manera que no
fue una buena relación.
¿Cómo analiza el desempeño de una izquierda que por fin logra un impensado pico de dos millones seiscientos mil votos con Carlos Gaviria, y que, además, llega a la Alcaldía de Bogotá en tres ocasiones?
-Siempre he sido muy amiga de Carlos Gaviria, pero
en el momento del apoyo a Samuel Moreno rompimos a los gritos. Me
parecía inconcebible que el Polo se fuera con una persona que era
clarísimo que iba a hacer lo que hizo. Era como asegurarse
pragmáticamente la continuación de la Alcaldía vendiéndole el alma al
diablo. Fue un error garrafal. A Petro lo admiré muchísimo en su labor
de oposición. Fue fundamental, el tipo más valiente, que denunciaba
cosas, en una actitud a la que se atrevía muy poca gente. Siento que
mucha de la claridad de hoy sobre lo que fue el proceso uribista se le
debe a Petro. Una voz clara, valiente, con información. Admiro mucho a
Navarro y me parece que su retiro fue nefasto porque él ha demostrado
ser un excelente administrador, tiene sentido común y contacto con la
gente. En este momento me parece que Petro no está jugado a movilizar a
la ciudad, sino que es él contra la ciudad. El M-19 siempre fue un
movimiento carismático que jugaba a seducir, pero es como si Petro
estuviera jugado a imponer. Lo veo como una traba más bien sicológica,
como una incapacidad de llegar, unido a una tremenda falta de diálogo
porque no hay manera de que oiga. Allí hay mucha arrogancia debido a que
esos grupos desarmados conservan una cierta prepotencia. Hay que
reconocer que los grandes errores del M siempre tuvieron que ver con esa
prepotencia. Me da lástima porque siempre he considerado a Petro una de
las personas más inteligentes que conozco. Le diría que le jalara a
encarnar un término bogotano que es muy bueno para definir esto:
‘querido’. ¿Qué le cuesta a Petro ser querido? Creo en él y en su
programa y pienso que es un tipo honesto, pero que le falta gobernar con
la ciudad y no contra ella.
Finalmente, ¿qué opina de la derechización
del país, en parte como producto de las dos administraciones uribistas y
la posibilidad de que Uribe regrese con un movimiento de extrema
derecha?
-Lo veo como parte de un proceso mundial. En todo
lado la derecha se ha requintado. Ante la urgencia de cambios que exige
el planeta, hay una derecha que se aferra a modelos y estructuras
arcaicos, porque todo ese aparataje paramilitar que controlaba el campo y
que de alguna manera es el trasfondo social que manejaba Uribe, es
completamente feudal, como lo es la atomización del territorio nacional,
con grandes señores que ejercen un poder propio territorial y militar.
Es como un regreso al pasado para oponerse a cualquier perspectiva de
futuro clara, y eso tiene aquí una fuerza tremenda. Se apoya en una de
las cosas que yo más detesto que es el chauvinismo, el patrioterismo,
ese falso orgullo local, cuando lo que sabemos es que la juventud anda
por todo el planeta buscando sus posibilidades, y que uno de los signos
bonitos de los tiempos actuales es que la juventud se apoderó de un
planeta que sabe suyo, y que las posibilidades hay que buscarlas en
cualquier lado. Esto que usted menciona es un esquema paternalista del
macho que domina a su familia y a su pueblo sobre el caballo; es como
revivir todos los símbolos coloniales que nos han mantenido sometidos
durante tanto tiempo. Pero eso tiene hinchada, y hay gente que ve en el
pasado la solución, pero en un pasado agrario en el peor de los
sentidos.
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