"Periodistas de día, novelistas de noche". ¿Es posible? ¿Hay una barrera? Después de darle unas vueltas, llego a la conclusión de que dos personalidades son pocas, ¡se necesitan muchas más!
El acto de ayer en BCNegra Barcelona./G.Battista./elpais.com |
¿Doble personalidad? Me lo planteo al
leer ambas palabras, el título de la mesa a la que estoy invitada a
participar junto a otros periodistas en la Semana Negra de Barcelona.
"Periodistas de día, novelistas de noche". ¿Es posible? ¿Hay una
barrera? Después de darle unas vueltas, llego a la conclusión de que dos
personalidades son pocas, ¡se necesitan muchas más! Y cada una de ellas
exige tal dedicación, tal disfraz y tales giros a la altura del
psicópata más elaborado, más sanguinario y de aspecto más inocente que
hayamos conocido jamás.
Ahora en serio. Veamos primero cuáles son las fronteras entre realidad y ficción.
Me quiero fijar en un crimen que contamos en marzo en EL PAÍS y otros medios: Bajo
el puente de la Victoria, en el punto en el que el río Manzanares fluye
cerca de la iglesia de San Antonio de la Florida de Madrid, la policía
encontró huesos humanos. Un miembro de Los Tigres de Arkan (un grupo
acusado de asesinar al primer ministro serbio Djindjic) había sido
descuartizado. Sus asesinos le mataron a martillazos, le descuartizaron
con una sierra, le despellejaron y jugaron con los restos. También se
merendaron algunas partes como la próstata. “Este miembro, junto con el
órgano sexual, es lo primero que se come”, dejaron escrito. Pasaron todo
por una picadora, que se rompió, y compraron otra. “Todo el piso se
llenó de sangre y grasa”. Tardaron cuatro o cinco días. Y el resto lo
tiraron al río. Al grupo se le atribuyen más de 20 asesinatos, atracos, y
delitos de tráfico de cocaína. La disputa por una mujer
entre el líder de la banda, Luka Bojovic, y la víctima, Milan Jurisic,
fue la causa. Se hallaron cien fragmentos de huesos y la manivela que
usaron para triturar el cuerpo.
Veamos otro: José Bretón, el hombre que supuestamente quemó durante tres horas a sus dos hijos
tras elevar la potencia de su horno con una mesa de forja para que se
acelerara la acción del fuego y la eliminación de los restos. Si lo
escribiéramos en una novela, nadie lo creería.
Por no hablar de la corrupción, de la pobreza, de la generación
perdida de los ninis o del declive de un país que creíamos más fuerte.
Es decir: La realidad no solo supera la ficción, como sabemos todos.
Es que en general es tan espantosa y el periodismo tan arduo y tan
exigente que a veces los periodistas también nos tenemos que refugiar en
la ficción para huir de ella, de la realidad. Por mucho que en nuestras
novelas también haya heridas, cicatrices, maldades. Son siempre
maldades, digamos, más entrañables.
Aquí estamos periodistas que escribimos novelas. Trabajamos con las
mismas materias primas, que son la palabra y la realidad, pero con unos
cánones distintos y una herramienta diferente que nos permite toda la
creatividad, la libertad, la imaginación. Es un verdadero sueño para los
que escribimos con el rigor que requiere el periodismo.
Las siete diferencias, como en los pasatiempos, son éstas:
1) Título resumen o un resumen posible solo al final.
La diferencia más clara a primera vista es: en periodismo tengo que
vender primero el título, luego la entradilla o resumen y después todo
lo demás. Nadie triunfaría con un artículo o reportaje en el que no
estuviera claro de entrada qué vamos a contar. “Grupo mafioso serbio
descuartizó y devoró a uno de sus miembros”. En la novela es todo lo
contrario. El título como resumen de los hechos nunca sería posible
antes de la última línea. La intriga te ha de arrastrar hasta allí.
Y ese es el gran cambio, el primero, el más visible que nos
encontramos. Y la palabra mágica que sirve para que esto sea posible,
para alimentar una lectura que te lleve hasta el final, es la atmósfera.
2) Verdad frente a verosimilitud.
Si en periodismo lo necesario es el rigor de cada dato, de cada número,
lugar, cita, cargo, fuente, etcétera, en la novela solo funciona la
verosimilitud. En el primero importa la realidad. En el segundo, la
credibilidad.
3) Hechos frente al estilo. Después está todo lo demás. De pronto, la exigencia es otra: Si
en el periodismo el estilo es importante, pero está implacablemente
sometido a la descripción de los hechos, en novela los hechos deben
estar plegados, sometidos a los mecanismo de la intriga y, en suma, a la
narración.
4) Linealidad frente a la maleabilidad de la trama,
En la noticia informativa la construcción suele ser lineal, directa. En
la novela hablamos de la construcción de un puzle con trampas,
callejones sin salida, subtramas, de un árbol muy enramado que
finalmente debe encajar, cuadrar sin cabos sueltos.
5) Aspereza frente a sensibilidad.
El periodismo impone un tono áspero, exigente y crudo porque te la
juegas en el día a día. En literatura todo es más lento, más tranquilo,
más sensible. Los proyectos son a largo plazo y te permiten respirar.
Esa doble velocidad es un placer.
6) Lo anómalo frente a lo cotidiano.
Periodismo y novela dibujan un retrato social. Ambos universos
fotografían la realidad que nos rodea. El primero con ánimo de constatar
lo que no funciona, lo anómalo, lo que hay que denunciar. En la novela,
que puede englobar todo lo anterior, creo que prima o lo consigue mejor
quien mejor ha logrado el máximo parecido a la realidad reconocible y
cotidiana de los lectores.
7) Sufrir o disfrutar.
Gracias al periodismo conocemos realidades crudas, en general sin
disfrutar. Gracias a la novela disfrutamos de esas realidades aunque
sean crudas.
Dicho todo esto, rindo homenaje al periodismo, que me ha dado la disciplina, la costumbre de escribir, el entrenamiento y el acceso rápido a los recursos informativos.
Y rindo homenaje a la novela, que me ha permitido, a partir de esa
misma materia prima (la palabra y la realidad) dar otra vida a la
imaginación.
Y sigo dando vueltas al título (Doble personalidad) y me vuelvo a preguntar: ¿No son pocas, dos personalidades, en realidad?
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