¿Se utiliza a la pobreza como símbolo de prestigio literario? foto.fuente:Revista ÑEl origen humilde de un autor suele remarcarse al presentarlo. ¿Contribuye a entender su obra o es sólo una estrategia de marketing?
El inevitable relato de la construcción de la figura de un escritor es uno de esos tópicos que suelen emerger periódicamente en cualquier terreno en el que se cultive el gusto por las bellas letras. El tema –que no es otro que el de la vida del escritor, su voluntad de escritura, y sobre todo su incorporación en la materia misma de la literatura– se actualiza según las valoraciones que el tiempo aplique a la literatura y a la conducta de los hombres. De esa manera es que ciertos hechos son vertebrados por juicios de valor en pos de la efectividad de la creación de sentido y la articulación de la belleza. Esos hechos, al igual que determinadas conductas son, literalmente, innumerables, mas no sus regencias operacionales.
Respecto a estas regencias, considerando las menos comunes podríamos pensar que en tiempos de Federico II la habilidad de un escritor para cazar con aves era vista con buenos ojos, al punto de sumar en su valoración literaria por permitir a los lectores articular valencias abstractas y características de estilo por medio de ejemplos concretos relacionados con la vida. Así como también, en ese mundo en el que la cetrería es una actividad prestigiosa, el escritor por el simple hecho de pertenecer a ese mundo restringido se convierte en partícipe de ese prestigio. Aunque en este ejemplo excesivamente distante se alude a una habilidad específica, uno de los aspectos habituales que suele intervenir como regencia e influir entre las variables de lectura del combo obra-vida es probablemente la economía.
El lenguaje registra una relación entre la virtud y lo económico. En los términos nobleza y humildad se puede ver cómo, con valencias opuestas, están presentes tanto una cualidad espiritual como una diferente clase social. En un mundo totalmente alejado del presente y del espacio argentino, en una monarquía idílica de cuento de hadas un título de nobleza –que aludiera a gente proba y de máxima elevación moral– podría funcionar como un verdadero argumento de autoridad para convenir y solventar una visión "correcta" de la literatura frente a las otras que lejos están de hacer vibrar la cuerda que tensaría la historia mayor de esa rama del arte.
Construir un personaje
De modo equivalente podemos ver determinadas cualidades espirituales en la ausencia de la abundancia material, el esfuerzo, el modo de obtener lo que se tiene, la distancia con el exceso, las prebendas o los beneficios cercanos al poder. Y esto sumado a que en un mundo de valores simbólicos el talento –en teoría– no se puede comprar, una especie de pobreza se puede convertir en un privilegio. Dentro de esta dimensión económica, curiosamente el acento está puesto en el origen humilde –quizás sea para diferenciar la absorción de cultura en los casos en que no media la voluntad– y no en el presente que habitan los escritores en el que, en efecto, la subsistencia es un problema.
Si abandonamos las consideraciones respecto al carácter personal y volitivo de la construcción de un personaje, igualmente podemos observar factores en juego ajenos a toda intencionalidad del autor. Y con esta aclaración leer la solapa del libro El Campito, editado por Mondadori en 2009, en la que dice de su autor: "Juan Diego Incardona nació en Villa Celina, en 1971. Hijo de un tornero italiano y una maestra argentina, estudió en un colegio industrial, donde se recibió de técnico mecánico, y después Letras en la UBA". ¿Cuál es la intención de la editorial al privilegiar estos hechos? ¿Hay una idea de cierta fricción de idiomas? ¿El lenguaje técnico es una de las claves para comprender el mundo que esbozan las narraciones del escritor? ¿Se alude a que el sujeto en cuestión es poseedor de la doble ciudadanía? ¿O lo que se está diciendo es que el escritor no nació en una cuna de oro, y que en la eterna tensión de la literatura argentina hay aquí una postura tomada?
Pensando que esta breve semblanza quizás ayude a alguien a acompañar la lectura de la obra, así como habrá quienes ni siquiera crean importante recalar en ella. Pero las palabras siempre flotan y este breve texto lleva a decir a Cecilia Eraso en una reseña "Juan Diego Incardona dice de sí mismo ser hijo de un tornero italiano y de una maestra argentina. No se puede ser más progresista. El industrial humilde y la generadora de sentidos. El que hace las cosas y la que enseña los gestos..." Aparece con esto una manera de leerlo.
Con un espíritu similar, en una entrada del Diccionario razonado de la literatura y la crítica argentinas del siglo XX (El 8vo. Loco) se lee "Diana Bellessi, hija de inmigrantes italianos" lo que ahí mismo resuelve un problema escritural porque "la concepción de la poesía de Bellessi pasa por la oralidad, ya que rescata el carácter iletrado de su familia de origen. Al italiano que se hablaba en su casa, suma el 'sonido' de voces guaraníes o quechuas que escuchaba en boca de los trabajadores del campo de su provincia." Y en la misma tesitura nos enteramos de que "en 1975 retorna al país y preocupada por otra de sus constantes poéticas, la cuestión social, decide vivir en Fuerte Apache." No creo que sea necesario comentar esta cita, pero bien podríamos considerar que estos argumentos que se basan en la experiencia biográfica se encuadran en la figura del escritor prócer, en el que la dicha y el sufrimiento personal están unidos a los destinos de la patria, lo que automáticamente convierte a esa escritura en un bien nacional.
Estos ejemplos actualizan en un modo general distintas problemáticas. Pero, a la vez, pareciera que entorpecen la discusión sobre las obras, al crear una división moral de pertenencia, que ubica a quien las ponga en cuestión en un sitio ideológico reconocidamente condenable, sea cual sea el horizonte estético que se intenta poner en funcionamiento. De todos modos hay preguntas que seguramente siguen siendo válidas: ¿Se utiliza a la pobreza como símbolo de prestigio literario? ¿Existe un discurso que puede llegar a cobijar el usufructo de este desapego involuntario?
Respecto a estas regencias, considerando las menos comunes podríamos pensar que en tiempos de Federico II la habilidad de un escritor para cazar con aves era vista con buenos ojos, al punto de sumar en su valoración literaria por permitir a los lectores articular valencias abstractas y características de estilo por medio de ejemplos concretos relacionados con la vida. Así como también, en ese mundo en el que la cetrería es una actividad prestigiosa, el escritor por el simple hecho de pertenecer a ese mundo restringido se convierte en partícipe de ese prestigio. Aunque en este ejemplo excesivamente distante se alude a una habilidad específica, uno de los aspectos habituales que suele intervenir como regencia e influir entre las variables de lectura del combo obra-vida es probablemente la economía.
El lenguaje registra una relación entre la virtud y lo económico. En los términos nobleza y humildad se puede ver cómo, con valencias opuestas, están presentes tanto una cualidad espiritual como una diferente clase social. En un mundo totalmente alejado del presente y del espacio argentino, en una monarquía idílica de cuento de hadas un título de nobleza –que aludiera a gente proba y de máxima elevación moral– podría funcionar como un verdadero argumento de autoridad para convenir y solventar una visión "correcta" de la literatura frente a las otras que lejos están de hacer vibrar la cuerda que tensaría la historia mayor de esa rama del arte.
Construir un personaje
De modo equivalente podemos ver determinadas cualidades espirituales en la ausencia de la abundancia material, el esfuerzo, el modo de obtener lo que se tiene, la distancia con el exceso, las prebendas o los beneficios cercanos al poder. Y esto sumado a que en un mundo de valores simbólicos el talento –en teoría– no se puede comprar, una especie de pobreza se puede convertir en un privilegio. Dentro de esta dimensión económica, curiosamente el acento está puesto en el origen humilde –quizás sea para diferenciar la absorción de cultura en los casos en que no media la voluntad– y no en el presente que habitan los escritores en el que, en efecto, la subsistencia es un problema.
Si abandonamos las consideraciones respecto al carácter personal y volitivo de la construcción de un personaje, igualmente podemos observar factores en juego ajenos a toda intencionalidad del autor. Y con esta aclaración leer la solapa del libro El Campito, editado por Mondadori en 2009, en la que dice de su autor: "Juan Diego Incardona nació en Villa Celina, en 1971. Hijo de un tornero italiano y una maestra argentina, estudió en un colegio industrial, donde se recibió de técnico mecánico, y después Letras en la UBA". ¿Cuál es la intención de la editorial al privilegiar estos hechos? ¿Hay una idea de cierta fricción de idiomas? ¿El lenguaje técnico es una de las claves para comprender el mundo que esbozan las narraciones del escritor? ¿Se alude a que el sujeto en cuestión es poseedor de la doble ciudadanía? ¿O lo que se está diciendo es que el escritor no nació en una cuna de oro, y que en la eterna tensión de la literatura argentina hay aquí una postura tomada?
Pensando que esta breve semblanza quizás ayude a alguien a acompañar la lectura de la obra, así como habrá quienes ni siquiera crean importante recalar en ella. Pero las palabras siempre flotan y este breve texto lleva a decir a Cecilia Eraso en una reseña "Juan Diego Incardona dice de sí mismo ser hijo de un tornero italiano y de una maestra argentina. No se puede ser más progresista. El industrial humilde y la generadora de sentidos. El que hace las cosas y la que enseña los gestos..." Aparece con esto una manera de leerlo.
Con un espíritu similar, en una entrada del Diccionario razonado de la literatura y la crítica argentinas del siglo XX (El 8vo. Loco) se lee "Diana Bellessi, hija de inmigrantes italianos" lo que ahí mismo resuelve un problema escritural porque "la concepción de la poesía de Bellessi pasa por la oralidad, ya que rescata el carácter iletrado de su familia de origen. Al italiano que se hablaba en su casa, suma el 'sonido' de voces guaraníes o quechuas que escuchaba en boca de los trabajadores del campo de su provincia." Y en la misma tesitura nos enteramos de que "en 1975 retorna al país y preocupada por otra de sus constantes poéticas, la cuestión social, decide vivir en Fuerte Apache." No creo que sea necesario comentar esta cita, pero bien podríamos considerar que estos argumentos que se basan en la experiencia biográfica se encuadran en la figura del escritor prócer, en el que la dicha y el sufrimiento personal están unidos a los destinos de la patria, lo que automáticamente convierte a esa escritura en un bien nacional.
Estos ejemplos actualizan en un modo general distintas problemáticas. Pero, a la vez, pareciera que entorpecen la discusión sobre las obras, al crear una división moral de pertenencia, que ubica a quien las ponga en cuestión en un sitio ideológico reconocidamente condenable, sea cual sea el horizonte estético que se intenta poner en funcionamiento. De todos modos hay preguntas que seguramente siguen siendo válidas: ¿Se utiliza a la pobreza como símbolo de prestigio literario? ¿Existe un discurso que puede llegar a cobijar el usufructo de este desapego involuntario?
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