19.7.11

Así robaron el Códice (ficción)

Cae la noche en Compostela; una puerta abierta, un falso embarazo, una meteórica huida: un relato sobre el hurto del Codex Calixtinus, que hoy sigue buscando la policía
El deán José María Díaz observa una edición facsímil del Códice Calixtino, expuesta en la catedral en sustitución de la obra robada.foto.Lavandeira.
El Codex Calixtinus, la joya del medievo español robada en la catedral de Santiago.


Exterior de la catedral de Santiago de Compostela, por donde pudieron huir el o los ladrones del Codex Calixtinus.foto:Óscar Corral.fuente:elpais.com

Hacía tres días que la pareja se había inscrito en un hotel, cerca de la avenida de Lugo. Ella estaba embarazada y, por su aspecto, no pasarían muchos días antes de que diera a luz.

Se habían registrado sin disponer de reserva previa, y el recepcionista apenas les había prestado atención; parecía una más de las muchas parejas que esos días de principios de julio visitaban Compostela, aprovechando las vacaciones veraniegas, para visitar los monumentos del Camino de Santiago y disfrutar de la gastronomía gallega.

El miércoles, no muy temprano, acudieron a desayunar y pidieron la cuenta. Al llegar al hotel habían dicho que se hospedarían hasta el viernes, pero alegaron problemas familiares inesperados para dejar la habitación dos días antes de lo previsto. Mediada la mañana salieron del hotel con un par de pequeñas maletas y se dirigieron caminando hacia el casco antiguo. Habían aparcado su coche en un garaje cercano a la rúa das Trompas. Dejaron allí las maletas, comprobaron que el vehículo estaba en perfectas condiciones y salieron del aparcamiento caminando hacia la catedral. Se sentaron en una terraza, pidieron dos cafés y aguardaron pacientes. Él miró su reloj varias veces hasta que llegó el momento. Pagaron la consumición y recorrieron una calle peatonal hasta la plaza del Obradoiro.

Había bastantes turistas haciendo fotos y todavía quedaban en el centro de la plaza algunas tiendas de campaña del movimiento de los indignados. Contemplaron la fachada barroca de la catedral, subieron las escaleras que conducen al Pórtico de la Gloria, casi todo él tapado por unos andamios y unas telas debido al proceso de restauración, y, tras dejar pasar un poco más de tiempo, se dirigieron a la puerta del Archivo de la catedral, distribuido en varias salas en cuatro plantas en el lado oeste del claustro, donde se ubicaba además un pequeño museo con algunas obras de arte. Aguardaron hasta el último momento; justo tras ellos, un conserje cerró el acceso. Caminaron despacio, comprobando que ningún visitante quedara a sus espaldas. Las salas fueron quedando vacías.

Cuando estuvieron solos se dirigieron hacia la cámara donde se guardaban los códices y las joyas más valiosas del tesoro catedralicio. La puerta, como ya sabían, estaba abierta. Entraron con el sigilo y la rapidez de quien está acostumbrado a ese tipo de acciones, y abrieron uno de los armarios.

Allí estaba: un códice de 30 por 21 centímetros, y cinco de grosor, encuadernado en piel. A toda prisa, la mujer se levantó la amplia camisola y vació tres cuartas partes de aire de un globo de resistente goma de casi dos palmos de diámetro que llevaba ajustado al vientre. El hombre desplegó una funda de tela, cogió el libro y lo introdujo en ella, colocándolo después sobre el vientre de la mujer con unas tiras de cinta adhesiva. Puso el globo casi deshinchado sobre el libro, lo pegó con otro par de tiras y la mujer se cubrió con la camisa: volvía a parecer que estaba embarazada. Caminaron hacia la salida, sin prisa; fueron los últimos en abandonar las salas del Archivo.

Ya en el aparcamiento, arrancaron el coche y enfilaron la rúa das Trompas en dirección a la autovía hacia Portugal. Dos horas después devolvían el coche de alquiler en el aeropuerto de Oporto, y apenas tuvieron que esperar un par de horas más a la salida del vuelo a Londres.

El archivero depositó en el armario de seguridad el libro miniado que durante toda la tarde un profesional había fotografiado para su digitalización. Volvió la puerta y cuando iba a girar la llave se detuvo. Algo no estaba bien. Enarcó las cejas, se acarició el mentón y volvió a abrir. Echó una mirada al interior y fue entonces cuando notó su falta. Repasó cada uno de los valiosos códices con sumo cuidado, miró una y otra vez en los estantes y observó a los lados del armario, pero no lo encontró. Sintió un sudor frío, como si unos copos de nieve se estuvieran derritiendo sobre su piel, y avisó al deán.

La policía de Santiago se presentó en la catedral poco antes de las 10 de la noche. El Codex Calixtinus, la joya bibliográfica de la catedral compostelana, había desaparecido. No se apreciaba ninguna señal de violencia ni signos que hicieran suponer que alguien había forzado la cámara donde se guardaba el manuscrito del siglo XII. El jefe superior de policía pidió las cintas grabadas por las cámaras de seguridad; curiosamente, en aquella estancia no había instalada ninguna. Cuando las visionaron, un inspector reparó en una pareja de turistas: le llamó la atención que la mujer, aunque estaba embarazada, no llevara ningún bolso...

Su próxima novela, en la que ya trabaja, versará precisamente sobre el robo del Códice Calixtino. Editorial Planeta publicará el libro.

José Luis Corral es catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza y autor de novelas como Numancia, El Cid (Edhasa) o La prisionera de Roma (Planeta).

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