5.7.11

Crítica y teoría de Facebook: las tecnologías de la amistad

Cómo son las reglas y los requisitos de un universo que exige ceder la propiedad exclusiva y perpetua de la información que allí se sube. Un testimonio de las promesas e incertidumbres que atañen al uso de la Red
Tecnologías de la amistad. "Hay normas que cumplir en el parque de Facebook", dice la autora.fotoilustración.fuente:Revista Ñ

Cuenta la historia que a principio de los años 80, Sophie Calle encontró una agenda telefónica en plena calle. La libreta que estaba debidamente identificada fue devuelta a su propietario pero antes esta artista conceptual francesa fotocopió todas sus páginas y con este material creó una obra de arte. Llamó a todos los contactos que figuraban en la agenda, habló con ellos sobre el hombre que había escrito sus nombres y números de teléfono y transcribió las conversaciones. A ellas les agregó fotos que ilustraban las actividades y gustos del dueño y las publicó en el periódico Libération en 1983, al tiempo que inauguraba la polémica. Llamó a este proyecto Address Book , dispuesta a cruzar de manera radical la frontera entre lo público y lo privado en una época en que los límites podían ser entrevistos. Pierre Baudry, cineasta y poseedor de esa agenda, no se debe haber cansado de maldecir el mismo día que la perdió y que Calle estaba en su camino. Alertado de que "su retrato" estaba siendo expuesto en un diario, amenazó con demandar a la francesa por haber invadido su intimidad. Aplicando una suerte de ley del Talión mediática, pidió a cambio que se publicara una foto de Sophie Calle desnuda en el mismo diario.

La experiencia de Address Book tiene todos los componentes que distinguen a la obra de la autora de Prenez soin de vous (Cuidate): intimidad y distancia; elección y compulsión; libertad y control. Pero también tiene la marca de una época y acaso, la anticipación de lo que iba a venir.

Address Book es anterior a Facebook menos por una cuestión evidente de la cronología sino por su imposibilidad de realización una vez que tales cosas como la intimidad o la privacidad debieron ser revisadas, a partir de la puesta en marcha de un tanque como es esta red social. Si Sophie Calle pudo hacer eso a comienzos de los 80, cuando meterse en la vida de otros era algo que, al menos podía tener consecuencias legales, y que la idea misma era de por sí transgresora, a fines de esa misma década, David Bohnett, creador de Geocities, empezó a derribar el muro y a construir otro. Claro está que esto parece el paleolítico al lado de los 500 millones de usuarios que ya tiene la comunidad que creó Mark Zuckerberg en 2004, esa juvenilia cibernética que nos cuenta a la velocidad del rayo Red social , la película de David Fincher.

No hace falta leer los contratos de términos de uso de la red social Facebook para saber que cedemos la propiedad exclusiva y perpetua de toda la información que allí subimos, que dar de baja una cuenta es un trámite largo y que en caso de muerte, la cuenta se mantiene "activa bajo un estado memorial especial por un período determinado por nosotros para permitir a otros usuarios publicar y ver comentarios". Tenemos la promesa de que no van a usar nuestros perfiles fuera del sistema y que recibiremos condolencias desde el más allá tal como nos asegura esta cláusula. La cosa es que la paranoia mueve al mundo pero para ser usuario de Facebook hay que bajarle los decibeles. Porque con la intención de ser Sophie Calle por un rato, en la versión culta o una vecina en batón desesperada por los últimos chismes, en la más barrial, me metí en tantos perfiles como mi cuenta y las de mis "amigos" me permitieron.

En "Normas para el parque humano, una respuesta a la Carta sobre el Humanismo", la famosa conferencia que Peter Sloterdijk dio a modo de respuesta al conocido texto de Heidegger, se explica que el componente bestial de la naturaleza humana quiso ser neutralizado por el humanismo clásico a través de la lectura. Pero menos con un proyecto alfabetizador que como un masivo envío de cartas: extensas misivas dirigidas a los amigos. Lo que el filósofo define como una sociedad amansada de lectoamigos: "Así pues, el fantasma comunitario que está en la base de todo humanismo podría remontarse al modelo de una sociedad literaria cuyos miembros descubren por medio de lecturas canónicas su común devoción hacia los remitentes que les inspiran". El modelo amigable de la sociedad literaria, producto de ese humanismo, según Sloterdijk, encontró su fin que no coincide, por supuesto, con el fin del mundo. Se trata de que el "contra qué" del humanismo, de rescatar al hombre de la barbarie y domesticarlo, pierde su sentido en la coexistencia de las actuales sociedades.

Pero, aun en estos tiempos post literarios que tienen nuevos fundamentos aparecen palabras que recuerdan y entran en consonancia con ese proyecto: "amigos", "mensajes". Al tiempo que la red social diseña un modelo de conducta a seguir, hay normas que cumplir en el parque de Facebook y ya desde la entrada se van modelando las relaciones.

Me costó un poco distinguir aquellas prácticas propias de una red social. Mejor dicho, en apariencia, Facebook reproduce instancias de la vida misma: se discute, se escucha música, se comentan las noticias. Es un poco un centro comunitario para los que necesitan, ofrecen y piden cosas y también un lugar de solos y solas en los que se conoce gente. Los participantes escriben qué comieron, qué película vieron y la comentan, si se rompieron un brazo, si parió la gata o el hijo cantó en el acto patrio. Mucho de exhibicionismo con algo de histeria y de desesperación socializadora. Pasa de los mensajes parroquiales y la bolsa de trabajo al peep show . Ojo, siempre con las pilchas puestas.

En ese más de lo mismo, aunque con la debida distancia entre lo real y lo virtual, descubrí que el "etiquetado", una posibilidad que brinda el sistema de establecer conexiones entre personas escribiendo su nombre en una foto, por ejemplo, era de lo más molesto. Esa compulsión por hacernos parte del perfil de otros o porque uno aparece en una foto que salió horrible es el intercambio más resistido por los comunitarios.

En ese sentido, pude distinguir dos elecciones frente a hacerse amigos: los que quieren batir el récord y explorar los límites del espacio virtual y los que reproducen una sociabilidad parecida a la que tienen en su propia vida. Un Boca River de Facebook que también trae sus consecuencias en las relaciones. "Me molestan los que tienen 2.000 amigos y postean mensajes para uno o unos pocos. Para eso comunicate por mensaje privado. Que no lo vea el resto. No entiendo esos juegos. También me molesta que me etiqueten", me manda un mensaje privado Dany Barreto para responderme sobre qué no le gusta de esta red. A su vez, los que tienen muchísimos amigos no toleran ser etiquetados tantas veces y recibir las notificaciones por cada evento. Daniel Molina se queja del otro lado y pide que la gente se comporte educadamente y con un voto de confianza deja su perfil abierto a que todos puedan verlo.

Hurgando en los amigos propios y ajenos se entiende un poco más el funcionamiento. En mi caso, Juan Batalla fue lo mejor que me pasó en Facebook. No importa si lo hubiera podido conocer de otro modo, lo que importa es que se dio así. Es escultor, fisicoculturista y forma parte de la revista de artes visuales Sauna. Y nos hicimos amigos sólo de este modo en que establecemos una serie de complicidades ilusorias. Yo sé que, como un superhéroe, veré aterrizar su nombre en alguna discusión fervorosa para rescatarme y llevarme volando a la manera de un cómic.

También están los territoriales y conocidos, a tiro de un café o los que ni siquiera se puede entender en qué lengua escriben en sus muros. En ambos casos, el muro habla por nosotros. Somos, para los demás y para nosotros mismos, lo que posteamos. Marisa Domínguez es la enamorada del muro. Con la misma paciencia que realiza su obra plástica, sube un infinito universo de imágenes mudas. Casi no conoce a la mayoría de sus "amigos" y su intercambio es puramente virtual. Ya recibió varias sanciones, justamente por mandar solicitudes a desconocidos y el mismo sistema la penaliza y la deja fuera de juego por un tiempo. Si bien la primera observación es con la que se abre esta nota y habla de la imposibilidad de generar intromisiones que desaten la ira de algunos, ya que no hay tal frontera que atravesar, pude hacer otras tantas, saqué algunas conclusiones provisorias y sobre todo, me di una panzada fisgoneando. Que hasta me hizo olvidar de que me estaban mirando también a mí.

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