Actualidades de la imaginación y sus trabajos: los libros de los escritores
11.7.15
Muere la leyenda Omar Sharif
Descubierto por el director egipcio Youssef Chahine, debutó en el cine en inglés con Lawrence de Arabia. Fue nominado al Oscar por este filme, por el que ganó un Globo de Oro, premio que repitió por Doctor Zhivago
Omar Sharif, en la presentación de Disparádme, en Avilés, en el 2009./Eloy Alonso./elperiodico.com
El actor de origen egipcio Omar Sharif, fallecido este
viernes en El Cairo a los 83 años a causa de un infarto de corazón, le
debía mucho al cineasta inglés David Lean. Él lo descubrió para el cine
internacional cuando le encomendó uno de los principales personajes de Lawrence de Arabia (1962),
trabajo por el que fue nominado al Oscar al mejor actor secundario y
por el que logró el Globo de Oro. Solo tres años después le dio su
primer papel realmente estelar, el de Yuri Zhivago en Doctor Zhivago. Había nacido una pequeña estrella, modesta pero importante, del cine de los años 60 y 70.
Enfermo de alzhéimer, en un estado de salud muy deteriorado, Sharif se
había apartado del cine en el 2013, aunque en los últimos años había
estado muy activo interviniendo en producciones tan distintas como Un castillo de Italia (2013), de Valeria Bruni Tedeschi -donde se interpretó a si mismo-, la miniserie televisiva El último templario (2009), Océanos de fuego (2004) -junto a Viggo Mortensen- y El señor Ibrahim y las flores del Corán (2003), su último gran papel, como un anciano turco instalado en París que inicia amistad con un joven de origen judío.
Nacido
en Alejandría (Egipto) en 1932, inició muy pronto su andadura por los
escenarios y debutó en el cine en el año 1954, de la mano de Youssef
Chahine, apareciendo todavía con el apellido de Cherif, aunque su nonbre
real era Michel Shalboub. Tras una veintena de películas en su país,
intervino en su primera producción internacional con Lawrence de Arabia,
convirtiéndose a partir de entonces en presencia recurrente de
ambiciosas producciones estadounidenes filmadas en los más dispares
lugares.
Omar Sharif protagonizó en este periodo La caída del imperio romano (1963) -producción de Samuel Bronston rodada en tierras españolas-, El Rolls Royce amarillo (1964), Y llegó el día de la venganza (1964), Doctor Zhivago, La noche de los generales (1967), Mayerling (1969) y el wéstern El oro de Mackenna (1969).
Su
procedencia y marcados rasgos le sirvieron para encarnar personajes de
lo más variopinto, desde Gengis Khan en el filme homónimo de 1965 hasta
el experto jinete afgano de Orgullo de estirpe (1971), pasando ni más ni menos que por Ernesto Che Guevara en Che (1969), la extraña producción hollywoodiense sobre el líder revolucionario.
Vena seductora
También explotó su vena más seductora y galante junto a Barbra Streisand en Funny girl (1968) y Funny lady (1975) o compartiendo protagonismo con Julie Andrews en La semilla del tamarindo (1973), y fue el capitán Nemo a las órdenes de Juan Antonio Bardem en La isla misteriosa (1973).
En
los años 80 se fue distanciando gradualmente del cine estadounidense
para volver a trabajar en su país y en diversas coproducciones europeas,
convertido, en cierta forma, en icono de una manera ya perdida de
representar el cine. Porque Sharif, actor de buenas maneras, elegante,
sobrio en los papeles más secundarios y cumplidor en los más
protagonistas, resume en cierta forma el cine sin fronteras que pudo
realizarse en la década de los 70; un tipo de cine en el que las miradas
de los autores personales (David Lean, Blake Edwards, Richard
Fleischer) se mezclaba con un tratamiento claro y preciso de los
géneros. Sharif no tenía registros muy amplios, pero sabía aplicarse a
todos los personajes que le tocaron. La isla misteriosa,
por ejemplo, no pasará a la historia como la mejor adaptación posible
de la novela de Julio Verne, pero su composición del hierático y
visionario Nemo sí que está a la altura de la de otros actores que han
interpretado a este personaje.
Buena parte de la elegancia y
refinamiento de sus composiciones, desde las más europeizadas hasta las
de ascendencia árabe que realizó a lo largo de su dilatada carrera (más
de 100 obras entre películas y trabajos para televisión) partían de su
propia concepción de la vida. Sharif era un gran
aficionado al bridge -lo jugaba y escribía encendidos artículos sobre
este juego de cartas-, vivía regularmente en hoteles y abrió una tienda
de ropa de algodón egipcio en Madrid, en el barrio de Salamanca.
Cristiano de nacimiento, se pasó al islam cuando contrajo matrimonio en
1955 con la actriz egipcia Faten Hamama, con la que tendría un hijo y de
la que se divorciaría en 1974. Después se declararía ateo, aunque
siempre con la ironía que le caracterizó.
Reputación que atravesó fronteras
El cine siempre ha necesitado actores como Omar Sharif,
cultos, inteligentes, versátiles y que no hacen demasiado ruido
mediático. No creó escuela, no sentó cátedra ni fue una grandísima
estrella que arrastra multitudes, aunque su reputación sobrepasó
fronteras. No era uno de los grandes de la interpretación
cinematográfica, pero sí un actor necesario. Escogió bien sus personajes
después de su aparición en Lawrence de Arabia y, una vez
finiquitada su carrera internacional, supo volver a tiempo y con
dignidad a sus raíces, al cine egipcio del que había surgido sin hacer
ruido pero con enorme seguridad.
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