Neruda era simpatizante y amigo cercano de Allende; estaba enfermo, pero planeando dejar del país para ir a México, adonde había sido invitado a exiliarse. Mientras se hallaba en su lecho mortal en una clínica, su casa había sido allanada y arrasada por soldados
El dictador chileno, Augusto Pinochet junto a la dama de hierro, Margaret Thacher. Las derechas siempre son muy solidarias entre ellas./puercoespin.com.ar |
Es curioso, históricamente hablando, que Margaret Thatcher muriera el
mismo día en que los forenses, en Chile, exhumaron los restos del
difunto y gran poeta chileno Pablo Neruda. Autor de los épicos “Veinte
poemas de amor y una canción desesperada” y ganador del Premio Nobel
1971 de Literatura, Neruda murió a los 69 años, supuestamente de cáncer
prostático, apenas doce días después del violento golpe militar del 11
de septiembre de 1973, lanzado por el jefe del Ejército Augusto Pinochet
contra el elegido presidente socialista, Salvador Allende. Aviones de
guerra destrozaron el palacio presidencial, y Allende los contuvo
valientemente; pero se suicidó con un rifle que le había dado el
presidente de Cuba Fidel Castro cuando los matones de Pinochet
finalmente irrumpieron. Neruda era simpatizante y amigo cercano de
Allende; estaba enfermo, pero planeando dejar del país para ir a México,
adonde había sido invitado a exiliarse. Mientras se hallaba en su lecho
mortal en una clínica, su casa había sido allanada y arrasada por
soldados.
En su funeral, una gran multitud de dolientes marchó por las calles
de Santiago –una ciudad sombría que, por lo demás, estaba vacía excepto
de vehículos militares. En su tumba, en uno de los únicos actos
conocidos de desafío público en la estela inmediata del golpe, los
asistentes cantaron la Internacional y vivaron a Neruda y también a
Allende. Mientras lo hacían, los hombres del régimen recorrían la ciudad
quemando libros de autores que no les gustaban y cazando a quien
pudieran encontrar para someterlo a torturas o matarlo.
Hace un par de años, el ex chofer de Neruda expresó en público su
sospecha de que Neruda había sido envenenado, diciendo que había oído al
poeta decir que los doctores le habían aplicado una inyección y que,
inmediatamente después, su condición había empeorado drásticamente. Hay
otros detalles que alimentan esta teoría, pero nada concluyente. La
ciencia forense, finalmente, puede proveer la respuesta a este
perturbador interrogante histórico.
¿Por qué traer a colación a Maggie Thatcher? En un tributo el lunes
pasado (7 de abril de 2012), el presidente Barack Obama dijo que había
sido “una de las grandes adalides de la libertad y las libertades”. En
realidad no, no lo fue. Thatcher fue una fiera combatiente de la Guerra
Fría, y en lo que respecta a Chile nunca reunió la suficiente compasión
por la gente que Pinochet mataba en nombre del anticomunismo. Prefería
hablar de su muy atesorado “milagro económico chileno”.
Y bien que mataba. Los soldados de Pinochet congregaron a miles en el
estadio nacional del país y, allí mismo, los sospechosos fueron
conducidos a vestuarios y corredores y bancas, torturados y ejecutados.
Cientos murieron sólo en ese estadio. Uno de ellos fue el reverenciado
cantante chileno Víctor Jara, quien fue golpeado, dejado con manos y
costillas rotas y luego ametrallado, tras lo cual su cuerpo fue
descartado como basura en un callejón de la capital –junto con los de
muchos otros. La matanza continuó incluso después de que Pinochet y sus
militares tuvieron un firme control del poder; fue llevada a cabo con el
mayor secreto, en cuarteles militares, edificios de policía y en el
campo. Críticos y opositores del nuevo régimen fueron asesinados también
en otros países. En 1976, la agencia de inteligencia de Pinochet
planificó y ejecutó un ataque con coche bomba en Washington, D. C., que
asesinó al exiliado ex embajador de Allende ante los Estados Unidos,
Orlando Letelier, así como a Ronni Moffitt, su asistente norteamericana.
Gran Bretaña consideró impropia la razzia asesina de Pinochet y
sancionó a su régimen rehusándose a proveerle armas –esto es, hasta que
Margaret Thatcher se convirtió en Primera Ministra.
En
1980, año en que asumió el cargo, levantó el embargo de armas contra
Pinochet; muy pronto él compraba armas inglesas. En 1982, durante la
Guerra de las Falklands (Malvinas) contra la Argentina, Pinochet ayudó
al gobierno de Thatcher con inteligencia sobre la Argentina. De allí en
más, la relación se volvió directamente cálida, tanto que los Pinochet y
su familia comenzaron a realizar una peregrinación anual privada a
Londres. Durante esas visitas, ellos y los Thatcher se reunían para
comer y beber sorbitos de whiskey. En 1998, mientras escribía un perfil
de Pinochet para The New Yorker,
la hija de Pinochet describió a la Sra. Thatcher en términos
reverenciales, pero confió que el marido de la Primera Ministra, Dennis
Thatcher, era un motivo de vergüenza y usualmente se emborrachaba en las
reuniones. La última vez que me reuní con Pinochet en Londres, en
octubre de 1998, me dijo que estaba a punto de llamar a La Señora
Thatcher con la esperanza de que hallara tiempo para tomar el té con él.
Un par de semanas después, Pinochet, todavía en Londres, se encontraba
bajo arresto por orden del juez español Baltasar Garzón. Durante la
prolongada cuasi- detención de Pinochet en una confortable casa del
suburbio londinense de Virginia Water, Thatcher mostró su solidaridad
visitándolo. Allí, y frente a las cámaras de televisión, expresó la
deuda británica con el régimen chileno: “Yo sé cuánto le debemos” –por
“su ayuda durante la campaña de las Falklands”. También afirmó: “Fue
usted quien trajo la democracia a Chile”.
Esto, por supuesto, era una falsedad de proporciones tan enormes que
no puede ser pasada por alto como producto del excesivo celo de una
amiga leal.
Pinochet murió en 2006 bajo arresto domiciliario y enfrentando más de
trescientos cargos criminales por violaciones a los derechos humanos,
evasión fiscal y malversación. Para entonces, se le atribuían más de 28
millones de dólares escondidos en cuentas bancarias secretas en varios
países que no tenían traza alguna de haber sido ganados legalmente. Al
final, la única defensa de Pinochet fue una humillante declaración de
demencia senil –que no podía recordar sus crímenes. El ataque final al
corazón llegó antes que la condena.
Durante los años de lo que podría ser llamado el regreso de Chile a
la democracia, después de 1990 –cuando Pinochet fue obligado a dejar la
Presidencia de la que se había apoderado, en seguimiento a un referéndum
que perdió—, poco se hizo para exorcizar realmente los demonios de
Chile, mucho menos para juzgarlos. Pinochet retuvo el comando de las
Fuerzas Armadas, y cuando abandonó ese rol, en 1998, conservó una
senaduría vitalicia que le dio inmunidad ante la justicia. Hasta su
detención en Gran Bretaña, los presidentes que gobernaron el Chile
“democrático” rodeaban de puntillas el hecho de que el ex torturador en
jefe del país seguía dictando los términos de la discusión nacional
sobre el pasado reciente. Tras su regreso a casa, después de dieciséis
meses, sin embargo, se le quitó su inmunidad parlamentaria, fue acusado
por algunos de los crímenes del golpe, y pasó buena parte del resto de
su vida bajo arresto domiciliario. Pero fue necesaria Michelle Bachelet,
presidente de Chile entre 2006 y 2010 —la hija de un general que se
opuso al golpe y fue torturado hasta que murió de un ataque cardíaco—
para que se acabara con aquella tradición de deferencias.
En un país donde la historia permaneció enterrada por décadas, es
apropiado desenterrar a Neruda para descubrir la verdad de lo que le
ocurrió. En cierto sentido, Neruda fue como Lorca, el poeta español
asesinado en las primeras semanas del golpe fascista de Francisco Franco
en 1936 y cuya sangre ha sido una mancha en la conciencia de su país
desde entonces.
Chile tiene ahora la chance de hacer lo correcto. La casa veraniega
de Neruda en Isla Negra, a unas millas de Santiago, es una villa modesta
y encantadora sobre una playa rocosa, con ventanas que miran al mar y
la lírica colección de viejas sirenas de barcos como decoración. Él y su
mujer, Matilde Urrutia, fueron enterrados allí, y allí es donde los
investigadores fueron a buscar la verdad. Al final, aún si Neruda murió
de cáncer, como se dijo en su momento, su exhumación será una
oportunidad para reforzar el mensaje dirigido a los autoritarios de
todas partes de que las palabras de un poeta siempre sobrevivirán a las
suyas y los ciegos elogios de sus poderosos amigos.
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