filbo 2013
Tres narradores colombianos estarán presentes en la Feria del Libro con obras de primer nivel. Laura Restrepo, Juan Gabriel Vásquez y Piedad Bonnett hablan sobre sus trabajos recientes que abordan temas fundamentales a partir de historias privadas
Laura Restrepo construye Hot Sur a partir de las diferentes voces de inmigrantes latinos en Estados Unidos. El resultado es un retrato de las tensiones raciales en ese país. |
Juan Gabriel Vásquez retoma en esta novela breve la tradición de autores como Hemingway, García Márquez y Scott Fitzgerald. |
Laura Restrepo. El final de las fronteras
Desde hace un tiempo ya, Laura Restrepo está convencida de que las fronteras se están borrando. Por eso su nueva novela, Hot Sur, está construida a partir de las voces de personajes nómadas que recorren territorios donde no hay una identidad definida. Restrepo, una de las novelistas más exitosas de la actualidad, quiso dedicar su libro a narrar esa tensión entre los desplazados que no tienen nada y los imperios poderosos que se empeñan en construir barreras.
Desde hace un tiempo ya, Laura Restrepo está convencida de que las fronteras se están borrando. Por eso su nueva novela, Hot Sur, está construida a partir de las voces de personajes nómadas que recorren territorios donde no hay una identidad definida. Restrepo, una de las novelistas más exitosas de la actualidad, quiso dedicar su libro a narrar esa tensión entre los desplazados que no tienen nada y los imperios poderosos que se empeñan en construir barreras.
Durante
muchos años pensó en esta idea y observó de cerca casos de inmigrantes
ilegales en Estados Unidos. Dedicó los últimos tres años a escribir esta
compleja novela que entrelaza varios planos temporales y a pulir las
voces de sus protagonistas. La principal, María Paz, es una colombiana
presa en una cárcel estadounidense. Ella escribe cartas en las que
recuerda su infancia: “María Paz fue un personaje muy fácil, porque la
melancolía con que evoca su pasado es la misma que yo siento por
Colombia”, dice la autora, que vive hace ocho años entre México y
Estados Unidos.
Otro de los personajes principales de la
novela es Sleepy Joe, un fanático religioso obsesionado con la limpieza.
Restrepo leyó mucho sobre criminales para retratarlo: “En estos tiempos
apocalípticos, los asesinos en serie son un tipo de profetas que toman
en sus manos la idea de acabar con todo”. Restrepo cuenta que tardó
mucho en delinear cada una de las personalidades: “Como pasa con la
gente real, si uno no se toma el tiempo de conocerlos, corre el riesgo
de asumir decisiones equivocadas. Hasta que el personaje se empieza a
rebelar y a jalonar hacia donde quiere ir”.
Estas
historias privadas le sirven para armar un mosaico que retrata con
detalle la tensión racial cada vez más latente en Estados Unidos. Pero
no se trata de un panfleto de denuncia. Justamente, Restrepo quería
mostrar que las historias de los inmigrantes tienen un lugar en la
literatura. “No nos hemos ganado todavía el derecho a que nuestras vidas
tengan peso narrativo. Cuando uno decide escribir un libro como ‘Hot
Sur’, sobre historias de latinos, de inmediato la gente piensa que será
una investigación etnográfica, al estilo de National Geographic”, dice.
La
novela desmonta, en primer lugar, la idea de la hegemonía del primer
mundo. Muestra cómo los latinoamericanos, sobre todo colombianos y
mexicanos que viven en Estados Unidos, desafían el poder establecido.
También describe uno de los grandes miedos de los estadounidenses, no
poder sobrevivir ya sin la presencia de los inmigrantes legales e
ilegales. Es un mundo, entonces, edificado desde esa búsqueda de una
identidad común a partir de las afinidades y diferencias de dos
culturas.
Hot Sur recorre también la sensación de peligro y
maldad. Para Restrepo se vive una suerte de apocalipsis inminente, del
cual no hay regreso. Y en las fronteras, donde justamente está situada
la novela, esa sensación es más fuerte. “Las ciudades fronterizas, sobre
todo Tijuana, son lugares muy intensos, en los que hay mucha
destrucción, pero también donde pueden nacer cosas nuevas”, dice.
En
este thriller con un gran peso literario, Laura Restrepo anuncia un
nuevo orden mundial: “El liderazgo de Estados Unidos ya terminó, es un
imperio caído. Ya muy pocas personas en el mundo creen en el sueño
americano. Es después del sur de la frontera donde realmente está el
futuro”.
Juan Gabriel Vásquez. La novela es una pregunta
Cuando
el bogotano Juan Gabriel Vásquez empezó Las reputaciones quería dar un
puñetazo en 140 páginas. El escritor –que ganó el prestigioso Premio
Alfaguara de Novela en 2011– siempre ha sido un fanático de las novelas
breves y buscaba hacer un libro con las mismas resonancias de El viejo y
el mar, Crónica de una muerte anunciada o El gran Gatsby: “Novelas
cortas que combinan la intensidad y la pertinencia del cuento con la
profundidad de la novela”, dice.
Fue así como
empezó a trabajar en esta minuciosa obra –que funciona con la precisión
de una máquina– sobre un caricaturista llamado Javier Mallarino. La
corta narración de Vásquez examina los problemas morales que atormentan a
su protagonista y el peso de su pasado sin resolver. Quienes han leído a
este autor saben que estos temas siempre lo han inquietado.
La
novela, que se puede entender como un monólogo en tercera persona,
muestra a un personaje que no puede escapar de la culpa. “Llevaba tres
libros ocupándome de la memoria colectiva. Esta –aunque sigue presente
la interacción entre la vida privada y la vida pública– es la novela más
íntima que he escrito”. En Las reputaciones, en efecto, el pasado no es
estático: cambia constantemente y tiene diferentes significados.
Para
dibujar a su protagonista el autor se sumergió en la historia de la
caricatura. No solo investigó exhaustivamente sobre el oficio, sino que
también entrevistó a maestros como Antonio Caballero, Vladdo, Osuna y
Andrés Rábago García, de El País de España. Así mismo estudió a fondo el
trabajo del célebre Ricardo Rendón, quien tiene una presencia constante
en el libro.
Al describir a un caricaturista
con una gran injerencia en la vida política de su país, Vásquez quiso
hacer un comentario sobre el poder de la opinión en Colombia y la
vehemencia con que se reciben las columnas de prensa. Que es, entre
otras cosas, una prueba de la polarización de la sociedad. De hecho, la
novela nació cuando él era columnista del diario El Espectador. “En un
momento del libro un personaje dice que uno solo es alguien en Colombia
cuando alguien le quiere hacer daño”, dice.
Aunque
vivió muchos años en el extranjero, siempre ha escrito con la historia
del país como referente. Acá ocurre lo mismo: en Las reputaciones se
mezclan momentos históricos de las últimas cuatro décadas con eventos
ficcionales. “No soy capaz de escribir despegado de la realidad, fuera
de unas coordenadas reales y políticas, en el sentido de nuestra
relación con el mundo público”, dice. De la misma manera, Vásquez deja
ver un desdén por el poder en el país: “Nos tocó vivir una época en la
que la clase dirigente, salvo contadas excepciones, es un ejemplo de
indolencia, corrupción y pequeñez moral”.
Pero
si bien la realidad siempre es un trasfondo, Vásquez sabe que la
ficción busca algo diferente. “La novela es un género muy raro que da
una perspectiva única sobre ciertos temas, pero que se niega
sistemáticamente a dar una respuesta definitiva. La novela es una gran
pregunta sin responder”. Y esa pregunta que no tiene respuesta, no le
permitirá nunca dejar de escribir.
Piedad Bonnett. Labor cumplida
Aunque
Lo que no tiene nombre fue publicado hace un par de meses, es el
fenómeno editorial del momento. Seguramente será uno de los títulos más
vendidos en la Feria del Libro y seguirá dando de qué hablar por mucho
tiempo. Sentada en un sillón del estudio de su apartamento en el norte
de Bogotá su autora, Piedad Bonnett, recibe el éxito con tranquilidad.
“Es
una enorme recompensa. Pero también es una revelación del desamparo en
el que está la gente que se ha acercado a contarme sus historias,
similares a la mía. Me he sentido acongojada con el dolor de los otros”,
dice.
En efecto, su relato —que ella define
como un testimonio— ha tocado fibras muy sensibles entre los lectores.
Quienes han leído la historia del joven Daniel Segura, hijo de Bonnett,
quien sufrió una terrible enfermedad mental durante años y se suicidó en
Nueva York, han quedado sin palabras.
No solo
por la crudeza de lo que se narra, sino por la contención y precisión
con la que su madre la cuenta: “Jamás se me ocurrió que fuera ficción.
Desde hace un tiempo me venían interesando las posibilidades literarias
de la no ficción y, por la inmediatez de la muerte de Daniel, me parecía
improcedente escribir una novela”, cuenta. Bonnett menciona los casos
de Phillip Roth, Paul Auster o Héctor Abad, que han narrado tragedias
familiares de la misma manera, en narraciones híbridas de varios
géneros.
La otra decisión que tomó Bonnett fue
restringir las emociones a pesar de la carga emotiva de la historia.
“Traté de hacer una reconstrucción precisa, lo que fue muy difícil,
porque solo tenía notas de algunos episodios. Fue muy complicado
describir algunos de ellos”, cuenta.
Pero las
escenas son narradas con un sorprendente rigor: “Llevo años de reflexión
sobre la literatura, como maestra y escritora. He aprendido que
mientras menos se comenten los hechos dramáticos, más dramática es la
historia. La sola contemplación conmueve”.
Por
otro lado, le interesaba mostrar cómo lo que le ocurrió a su hijo era la
encarnación viva de la tragedia: cómo todos los elementos se conjugaron
para que triunfara su destino trágico. Por eso, decidió no buscar ni
señalar culpables. Simplemente se limita a mostrar cómo se unieron la
frialdad de los médicos, la insensibilidad de ciertos familiares, el
absurdo de algunos ritos religiosos y la deshumanización de la
academia.
Además de eso, Bonnett quería
mostrar que la enfermedad mental y el suicidio son, todavía, temas tabú.
En general, dice, es mal visto hablar de los problemas mentales y la
gente se avergüenza de tener un familiar con ellos. Durante los diez
años que duró la convalecencia de su hijo, Bonnett vivió esta situación:
la indiferencia y el rechazo de la gente que no entendía –ni quería
entender– lo que estaba ocurriendo.
Solo
después del suicidio empezó a recibir la información adecuada: “Es
increíble, pero nunca nadie me dijo que el estrés era uno de los
principales desencadenantes de la esquizofrenia”.
Por
lo pronto, la autora dice que ya no investiga más sobre enfermedades.
Sin embargo, cuenta, recibe a diario mensajes de enfermos, de suicidas,
de madres de pacientes que buscan ayuda y consuelo. Incluso le han
propuesto crear fundaciones y recoger fondos.
Ella
entiende bien la desesperación, pero sabe que ese no es su papel. Está
consciente de que, aunque las heridas no se van a cerrar, debe dedicarse
a escribir, leer y pensar en otros temas. La labor del escritor es
producir y publicar buenos textos. Y, en el caso de Lo que no tiene
nombre, no cabe duda de que Piedad Bonnett cumplió de manera contundente
con su deber de escritora.
Otros colombianos imperdibles
El
menú de libros colombianos en esta Feria del Libro es amplio y
suculento. Santiago Gamboa presentará Océanos de arena, un diario de
viaje por el Medio Oriente. Ricardo Silva Romero sorprenderá a sus
lectores con una original historia ilustrada llamada El libro de los
ojos. Los ingeniosos Eduardo Arias y Karl Troller se pusieron en la
tarea de contar lo bueno, lo malo y lo feo de ser colombianos y la
respuesta es Listomanía.
El riguroso
investigador Mauricio Silva revela los secretos del mítico 5-0. El joven
narrador Juan David Correa lanza su nueva novela Casi nunca es tarde y
la mordaz periodista Virginia Mayer debuta con Polaroids. También
saldrán al mercado dos antologías poéticas póstumas: Mientras vivimos de
Leonel Estrada y Poesía reunida de María Mercedes Carranza.
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