El Cementerio vacío es la segunda obra protagonizada por Samuel Esparta, trasunto de Sancho Bordaberri cuando le da por hacerse detective, vestirse con la gabardina y calzarse el sombrero que le trajo su tío de América y convertirse así en el mejor homenaje a Sam Spade. Pocas veces la novela negra tiene a su servicio una prosa de este nivel
El escritor Ramiro Pinilla en su casa de Getxo. / Luis Alberto García./elpais.com/elemental |
El Getxo de la década de los 40, con
la venganza franquista en pleno auge; un hombre, Sancho Bordaberri,
enamorado de sus libros, escritor fracasado, feliz con su trabajo en la
librería que posee, envenenado por su locura por los clásicos de la
novela negra, inquieto buscador de justicia. Estos pocos ingredientes
son el punto de partida de un regalo, el que el gran Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) nos hace metiéndose de lleno en la ficción criminal.
El Cementerio vacío
(Tusquets) es la segunda obra protagonizada por Samuel Esparta,
trasunto de Sancho Bordaberri cuando le da por hacerse detective,
vestirse con la gabardina y calzarse el sombrero que le trajo su tío de
América y convertirse así en el mejor homenaje a Sam Spade. Pocas veces
la novela negra tiene a su servicio una prosa de este nivel.
Sancho Bordaberri tiene un problema: carece de imaginación. Por eso
ha sufrido 16 rechazos editoriales, uno por cada novela que ha escrito,
copias vulgares de sus héroes Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Un
crimen ocurrido en su querido Getxo en 1935, nunca resuelto y olvidado
tras una Guerra Civil que dejó demasiados muertos para ocuparse de uno
solo cambia su vida. Diez años después, Sancho no quiere olvidar y
encuentra en la investigación la manera de convertirse en el Sam Spade
de Getxo, en Samuel Esparta, un hombre enfrentado al olvido que busca
resolver el crimen y escribir su novela. Ese es el origen Solo un muerto más, la primera novela negra de Ramiro Pinilla.
En El cementerio vacío, la segunda, que Tusquets ha publicado en marzo, el propio Esparta lo explica mejor:
“Surge algo que me atasca , y cometo el suicidio de seguir meditando. Y la iluminación me llega de los propios Hammett y Chandler, que no se refugian en un pobretón realismo, como yo, sino que su herramienta es el supremo valor de un buen relato: la imaginación...Esto, que no es nuevo, ya lo tenía superado. Aunque ellos conocen de primera mano los submundos de las peligrosas urbes norteamericanas, no se limitan a fotografiarlos, sino que se inventan personajes y episodios acordes con esos submundos, pero no se los apropian con tantos pelos y señales como hago yo con Getxo”.
En El cementerio vacío, la muerte de la bellísima Anari
desata un odio brutal de todo el pueblo hacia su novio Pedro, un maketo a
los que todos quieren ajusticiar por la vía rápida. Sin embargo, dos
niños, amigos del maketo y defensores de su inocencia, acuden a la
librería de Sancho en busca de Samuel, famoso ya en todo Getxo tras el
caso de Solo un muerto más y la posterior publicación de la novela y le contratan. 50 pesetas al día más dietas, puro Spade.
La tentación es demasiado grande para este Sancho letraherido, este
Quijote de Getxo enloquecido por los libros que adora. Sancho se
transforma en Samuel y su fiel Koldobike, su ayudante en la librería, se
tiñe de rubio y se embute en faldas de tubo para no desentonar. Él
empieza a referirse a ella como “nena” y todo se transforma de manera
inevitable, quieran o no los personajes:
“Soy un miserable (asegura Sancho) provoco las cosas para vivirlas desde dentro de ellas y luego escribirlas. Ignoro qué saldrá pero no sé hacerlo de otra forma. Aunque puedo jurar por lo más sagrado que cuanto sale de mi pluma puede ocurrir. Porque ya ha ocurrido”.
La agilidad con la que Pinilla mezcla la investigación con los
momentos en los que Sancho elabora la novela, mientras vive la realidad
en la que busca la verdad, es encomiable. Hay situaciones entrañables
como cuando, por ejemplo, su hermana le pide que avise de que está
escribiendo para no salir con malos pelos en el relato. Otros, mucho más
duros. Sirva como ejemplo este diálogo con el falangista Luciano
después de que le propinen una paliza terrible en Solo un muerto más:
- Lamento la paliza, librero. Tú sí que tienes cojones.
- No se te olvide meter eso, Sam- dice Koldobike.
- Ah, claro, naturalmente. No sólo escribes la realidad sino que vives en ella. La verdad, librero: ¿incluyes todo, todo?
- Todo- asegura crudamente Koldobike.
- ¿Incluso esta escena, nosotros zurrándote y ahora intercambiando amigablemente confidencias?
- La novela de Sam Esparta es un saco sin fondo- añade Koldobike.
Las heridas del franquismo
No falta en la novela Getxo, ese mítico lugar en el que Pinilla
desarrolla toda su obra. “Podría estar 300 años escribiendo sobre
Getxo”, ha dicho el escritor en más de una ocasión y los años posteriores a la Guerra Civil, espacio temporal en el que el ganador del Premio Nadal con Las ciegas hormigas (1961) desarrolla su obra y su rabia contra una dictadura que siempre ha detestado.
Las víctimas: el propio padre de Sancho, asesinado
por el régimen; el hermano de Anari, fusilado también; o el padre de
Koldobike, condenado a 30 años en una cárcel de Cantabria. Los asesinos y aprovechados:
el falangista Luciano Aguirre, un bruto hortera que sólo sabe cantar
las glorias del régimen en una poesía absurdamente grandiosa; Cayo
Fernández un comisario franquista inteligente que quiere abrir nuevos
caminos pero siempre al lado del poderoso y opresor; estraperlistas de
Falange sin escrúpulos; un cura con cierta afición por tocar a las más
jóvenes... Si en Aquella edad inolvidable (Tusquets) eran los partidos y las victorias del Athletic las que servían al pueblo para juntarse, celebrar y, de una manera más o menos velada, plantar cara al régimen, en El cementerio vacío
son los actos de duelo por Anari los que sirven para molestar al
franquismo y a los falangistas, muertos de ganas por disolver a tiros
esas concentraciones de vascos.
Premio Nacional de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa en 2006, Ramiro Pinilla nos hace un regalo lleno de estilo y nostalgia a los amantes del género. Gracias.
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