25.4.13

La palabra justa

Hoy en la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires,FILBA; el escritor sudafricano J. M. Coetzee dará su conferencia Sobre la censura. Reacio a las entrevistas –prefiere hablar a través de sus libros–, accedió a responder algunas preguntas por correo y adelantó el comienzo de su discurso

J.M. Coetzee, inaugura hoy la Feria Internacion del Libro de Buenos Aires./Revista Ñ

J.M.Coetzee no concede entrevistas, no se pronuncia sobre su obra, mucho menos sobre su vida personal. La suya no es una postura excéntrica adoptada tras la consagración como Premio Nobel de Literatura en 2003. Cuando publicó su primera novela, Tierra de poniente (1974), se negó a darle al editor información personal para la solapa del libro. Ese rechazo a la exaltación de la figura pública del escritor puede parecer antipático, incomprensible en una sociedad habituada a la exposición hasta límites obscenos. Sin embargo, bastó verlo esforzarse por pronunciar en correcto español unas frases frente al auditorio del Malba, en la clausura del Filba 2011, antes de leer con voz pausada y enorme calidez un relato inédito, para derribar cualquier prejuicio acerca de su actitud.
La extrema cortesía es un rasgo de Coetzee, la total falta de condescendencia para con los lectores, también. Negarse a explicar los motivos recurrentes en sus novelas y ensayos, los vínculos políticos y sociales con el entorno sudafricano, la desconcertante incorrección con la que actúan muchos de sus personajes, las escenas de violencia descarnada, los cauces subterráneos que arrastran la basura de la Historia en sus novelas, supone la renuncia del escritor a pretenderse dueño de la verdad sobre sus libros y también la exigencia de que cada lector asuma como pueda los dilemas éticos que éstos plantean.
He dicho éticos y no morales porque la moral se ajusta a un grupo social del que las situaciones presentes en Esperando a los bárbaros, Desgracia, Elizabeth Costello, Foe se sustraen, poniendo en entredicho las ideas de bien y de mal. Se diría que una ética de lo inconveniente recorre la literatura de Coetzee, si no fuera porque la sola noción de ética desafía cualquier tipo de conveniencia.
Pero ética, moral, dilemas, son términos que encierran una vaga idea de trascendencia, de juicio, de aquello que la literatura vehiculiza hacia otro terreno, más abstracto o solemne. Nada más opuesto a la obra de este sudafricano errante, estudiante en Londres, profesor en los Estados Unidos, ciudadano australiano. Un breve ensayo incluido en Diario de un mal año referido a la autoridad en la narrativa quizás ayude a pensar sobre esto.
Las intervenciones de los formalistas rusos y más tarde de Roland Barthes y Michel Foucault, dice el señor C., autor de esas notas (luego volveremos sobre las diversas formas de ¿enmascaramiento? que Coetzee utiliza para distanciarse y a la vez permanecer demasiado cerca de sus personajes), dejaron en claro que la maestría de un escritor como Tolstoi consistía en el manejo excepcional de la retórica. Sin embargo, aun descubierto el truco, sigue diciendo el señor C., él continuó leyéndolo con “culpable fascinación”. ¿Por qué? Sin duda, no estrictamente por la destreza verbal, sino por cierta sabiduría emanada de su literatura. Sabiduría ubicua, pues no era el objeto de su obra ni radicaba en la persona de Tolstoi, un hombre corriente sin otra cosa para ofrecer más que su pluma. ¿Acaso a través de él hablaban los dioses? Pero los dioses no siempre acuden, afirma escéptico. La paradoja reside en una obra infinitamente más rica que el sujeto del que procede.
Algo similar nos sucede a los lectores frente a los libros de Coetzee. Cautivados por su prosa y a la vez desconfiados de su estilo realista –una opción anticuada en estos tiempos–, buscamos una variante que dé cuenta de su originalidad (¿nuevo realismo?), como si de una cuestión de nomenclatura se tratase o como si su extraordinario valor pudiera ser reductible a la renovada búsqueda de formas con las que sorprende en cada libro. ¿Pero es suficiente? ¿Alcanzan el vocabulario preciso hasta la austeridad, la sintaxis rigurosa, los razonamientos implacables para explicar el desasosiego, la exaltación, los cambios de humor a los que nos someten? ¿O acaso es el contenido de sus historias, míticas, autobiográficas o por completo ficticias, lo que nos eriza la piel o nos hace sonreír amargamente? ¿A quién refiere exactamente el posesivo “su”? ¿A un sujeto de carne y hueso o a uno literario aunque demasiado humano, atrapado en las redes de sus propios errores y camuflado en figuras de existencia precaria como el mencionado señor C., el difunto escritor Coetzee cuya biografía emprende un estudioso norteamericano en Verano, la veterana conferencista Elizabeth Costello o los tantos narradores de esa obra de la cual J. M. Coetzee se manifiesta ignorante? Es imposible determinarlo.
El escritor que lleva ese nombre condensado en sus iniciales leerá en la próxima Feria Internacional del Libro un texto sobre la censura del cual aquí se anticipa un fragmento. Fiel a su postura y a su escasa disposición para las declaraciones, accedió a brindarle a Ñ , en exclusiva, la respuesta a unas pocas, coyunturales, preguntas.
-Ud. menciona el hecho de que cuando comenzó a publicar, los libros que se leían en Sudáfrica, en realidad, eran elegidos en Inglaterra. ¿Cree que existe la censura del mercado? Menciona que la situación ha cambiado en los últimos años. ¿Qué hizo que ese cambio fuera posible?
-No sé si es una buena idea extender tan ampliamente la idea de la censura. Si uno hace esto, comienza a perder su utilidad. Los editores siempre han sido como guardianes. En el caso de Sudáfrica, el control del mercado literario por editores británicos significaba que un cierto tipo de escritura sudafricana era aprobada –un tipo de escritura que era aceptable para los gustos británicos– mientras que otro tipo de escritura era rechazada: concretamente, la escritura que estaba demasiado involucrada en las especificidades de la vida social de Sudáfrica y el uso sudafricano del lenguaje. Pero enfatizo que este estado de cosas comenzó a cambiar en los 70, mientras que la industria editorial sudafricana en inglés comenzó a desarrollarse (una industria en Afrikaans ya existía).
-Argentina tiene una situación similar con libros que se editan en España. Y me parece que tener una industria editorial propia saludable es fundamental para la literatura de un país. ¿Hay en la actualidad una consistente y sostenible industria editorial sudafricana?
-Estoy de acuerdo de que tener una industria editorial propia y saludable es necesario para el crecimiento de una literatura nacional. Seguramente hay analogías entre la posición de Argentina vis-à-vis España y la posición de Sudáfrica vis-à-vis Gran Bretaña. Pero, por motivos geográficos, los contactos entre editores en Buenos Aires y la Ciudad de México, La Habana o Santiago de Chile son más fáciles que los contactos entre los editores de las ex colonias británicas de Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Sudáfrica y el subcontinente indio. La industria editorial en Australia seguramente es sostenible, aunque el futuro de la industria editorial en Sudáfrica es, tal vez, menos seguro.
-Amsterdam será la ciudad de honor en la Feria del Libro de Buenos Aires. Usted tiene una relación estrecha con la cultura holandesa. ¿A qué se debe? ¿Qué es lo que más le gusta de esa cultura?
-Estudié el idioma y letras holandesas en la universidad, y también he publicado traducciones de poesía y ficción holandesa. He monitoreado atentamente la fortuna de mis libros en Holanda pues tengo una relación cercana con mi editor en holandés. La literatura holandesa no es una literatura mayor como la de Francia o Alemania, pero tiene su voz propia, única.
-Está por lanzar una colección de sus libros preferidos con el sello El hilo de Adriana. ¿Qué nos puede decir sobre ese proyecto? ¿Considera la importancia de que un Premio Nobel sudafricano lance una serie de tan alto calibre en una casa editorial pequeña en un país periférico, como lo es la Argentina?
-Por favor, no olvide que desde 2002 vivo en Australia y que soy un ciudadano australiano. La propuesta de armar una llamada “biblioteca personal” vino de Soledad Costantini, la editora principal de El hilo. Me pareció una propuesta muy interesante y ya estoy trabajando en una serie de prefacios para la serie, la cual incluirá novelas o ficciones breves por algunos de mis autores favoritos, y también una colección de poemas que han sido importantes para mí.

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