Un martes cualquiera, a las ocho y media de la mañana, el andén del
metro de Madrid es una colección de hombres y mujeres con la nuca
doblada. Miran las pantallas de sus móviles y leen al ritmo que marcan
las yemas de sus dedos que suben y bajan. Esta imagen se repite por las
calles de España, en las salas de espera del médico, en las colas de los
supermercados. Leemos mucho, a todas horas y a trompicones. El cambio
en la forma de leer y procesar la información se ha convertido en una
creciente fuente de observación y preocupación entre neurocientíficos y
psicólogos, que temen que nuestra capacidad de concentración y de leer
en profundidad esté mermando.
Los científicos trabajan con la hipótesis de que la forma de leer en
Internet, rápida, superficial y saltando de una información a otra junto
a la expansión de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes,
han cambiado no solo nuestra forma de leer, si no también nuestro
cerebro. Dicen incluso que el actual es un momento histórico, comparable
a la invención de la imprenta o incluso de la escritura, y que ha
llegado el momento de retomar el control de nuestros hábitos de lectura.
Investigaciones científicas de todo el mundo apuntan en esa
dirección. En Europa, más de un centenar de investigadores suman fuerzas
en una plataforma con la que pretenden desentrañar los efectos de la
digitalización en los distintos tipos de lecturas. “Es muy plausible que
la lectura profunda sea menos compatible con la lectura en las
pantallas y que sea más difícil concentrarse porque las redes sociales,
los correos, los anuncios web compiten por la atención del lector. Ese
es el patrón que emerge de numerosos experimentos”, indica Anne Mangen,
del Centro para la Investigación y la Educación Lectora de la
Universidad de Stavanger, en Noruega, y presidenta de la plataforma europea E-Read.
El proyecto que preside Mangen ilustra la preocupación y el interés por
el asunto. “Casi cada día tenemos investigadores que quieren sumarse al
proyecto. Hemos tocado nervio”.
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Una mujer lee el movil en el tren. / Bernardo Pérez .
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Hasta aquí, la sinopsis de este artículo compuesta por tres párrafos
introductorios de fácil lectura en Internet, con enlaces que le
permitirán saltar a otras páginas. A partir de ahora viene el resto del
artículo, mucho más largo y en el que se desarrollarán las afirmaciones
arriba expuestas. Es muy probable, sin embargo, que usted no llegue
hasta el final, que se distraiga y corra a comprobar los mensajes de su
móvil o salte a otra web. No se preocupe, no será el único.
Maryanne Wolf, neurocientífica cognitiva de la Universidad
estadounidense de Tufts, es un referente en la materia. “Temo que la
lectura digital esté cortocircuitando nuestro cerebro hasta el punto de
dificultar la lectura profunda, crítica y analítica”, explica por
teléfono Wolf, quien accede a abandonar por unos minutos su encierro
californiano, donde trabaja en su próximo libro sobre la lectura.
“Nuestra mente es plástica y maleable y es un reflejo de nuestros actos.
Las investigaciones nos dicen que ha disminuido mucho nuestra capacidad
de concentración. Los jóvenes cambian su atención unas 20 veces a la
hora, de un aparato a otro. Cuando se sientan a leer, tienden a
reproducir esa lectura interrumpida y en zigzag. Tenemos que ser
conscientes de que estamos en medio de un cambio muy profundo”.
Wolf cree que el momento histórico que más se asemeja a la revolución
actual fue la transición de los griegos de la cultura oral a una
centrada en la escritura. Sócrates, gran defensor de la cultura oral,
protestó contra la cultura escrita, porque pensaba que era el único
proceso intelectual capaz de probar, analizar e interiorizar
conocimientos y de conducir a los jóvenes a la sabiduría y la virtud,
explica Wolf. Las ideas escritas, creía, cortocircuitarían este proceso.
La sensación que producen las redes sociales de que siempre tienes que estar disponible para contestar
En 2010, David Nicholas presentó con la University College de Londres
un estudio que dio la vuelta al mundo y que puso el foco en lo que llamaron la generación Google
y que concluyó que los nativos digitales, nacidos a partir de 1993 eran
más incapaces de analizar información compleja y más propensos a leer a
toda prisa y de forma más superficial. Desde entonces, los teléfonos
inteligentes y las redes sociales han ocupado parcelas y minutos de
nuestras mentes antes liberados. El último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) resalta la rápida penetración de los smartphones en España
y cifra en 73,3 las conexiones por cada 100 habitantes. “Neurólogos y
psicólogos confirman ahora que aquel diagnóstico no ha hecho más que
empeorar. Nuestro cerebro ha perdido capacidad de concentración. La
gente ya no quiere leer largo y profundo. El cambio es rapidísimo y los
teléfonos inteligentes han acelerado este proceso porque hacen además
que la gente lea en movimiento, lo que supone una distracción adicional.
Las implicaciones para nuestra cultura y nuestra sociedad son
inmensas”.
Andrew Dillon, catedrático de Psicología de la Información de la
Universidad de Austin, en Texas, es otro de los grandes estudiosos del
fenómeno y no alberga dudas de que “asistimos a un cambio en nuestra
forma de leer. Durante siglos apenas ha habido cambios. Aprendíamos a
leer y a lo largo de nuestra vida íbamos perfeccionando esa habilidad.
Ahora todo eso ha cambiado. Vamos saltando de un vínculo a otro. Leemos
mucho, pero de una forma muy superficial. Como sociedad, estamos
perdiendo la capacidad de formular ideas profundas y complejas. Corremos
el riesgo de estar atontándonos, de pensar de manera más simplista y
fragmentada. Tenemos que dar a la mente la oportunidad de manejar ideas
complicadas”.
Un rato para desconectar cada día
Los expertos como Maryanne Wolf, autora de Cómo aprendemos a leer,
recomiendan reservar un tiempo cada día para desconectar de las
pantallas y de Internet para recobrar el sosiego y la concentración
necesarios para la lectura profunda. Wolf explica que no solo basta con
sentarse y coger un libro. Aconseja dejar fuera de la habitación el
móvil y la tableta para no sucumbir a la tentación. “Hay que hacer un
esfuerzo consciente, porque cada vez nos bombardean con más información.
La tecnología que hemos creado es un imán para la lectura superficial”,
coincide Andrew Dillon, decano de la Facultad de la Información de la
Universidad estadounidense de Austin (Texas).
Mangen, la investigadora noruega, ha realizado tres estudios
empíricos en los últimos años para analizar el impacto de las pantallas
en la lectura. En uno de ellos, chicos de 15 años leyeron textos de
cuatro folios en papel y otros lo hicieron en formato digital. Cuando
les examinaron de comprensión lectora, vieron que los que habían leído
en papel habían comprendido mucho mejor el texto. En otro de sus
experimentos participaron adultos canadienses a los que se les dio un
relato muy triste. Los que leyeron en papel mostraron mayor empatía que
los que usaron una tableta. Mangen, como otros expertos, advierte de que
aún no se pueden extraer conclusiones generales, en parte porque habrá
lecturas que se beneficien del uso de las pantallas, pero la profunda
probablemente se resentirá.
La misma cautela transmite Ladislao Salmerón, uno de los dos
representantes españoles en el proyecto de investigación europeo.
Asegura sin embargo, que algunos estudios sugieren que la información
digital nos proporciona la sensación de una falsa facilidad para
analizar los datos y que el miedo es que esa sensación se traslade al
ámbito de la lectura profunda, “uno de los actos más complejos del ser
humano”. Salmerón, experto en hipervínculos de la estructura de investigación interdisciplinar de la lectura de la Universidad de Valencia,
asegura que es muy difícil establecer una causalidad unívoca entre los
hábitos de lectura digital y la concentración o la impaciencia. Ha
estudiado el movimiento ocular durante la lectura de estudiantes de 13 y
14 años y ha concluido que los alumnos buenos en papel leen mejor
también en digital, siempre que utilicen las estrategias de lectura
profunda y no abusen del escaneo.
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Dos mujeres utilizan el móvil en el centro de Madrid. / Bernardo Pérez.
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Uno de los estudios a los que Salmerón hace referencia es el de R. Ackerman y M. Goldsmith,
de la Universidad de Haifa (Israel), que concluye que los alumnos que
utilizan la pantalla estudian menos tiempo que los que leen los mismos
textos en papel, porque la lectura en pantalla genera la sensación de
falso aprendizaje y dejan la tarea antes de tiempo. Otro, de la Universidad de Northwestern (EE UU),
estudió a padres que leen a sus hijos con una tableta y otros que les
leen un libro en papel. Estos últimos dedican más tiempo a comentar
cuestiones relacionadas con la historia y su vocabulario, mientras los
primeros comentan más elementos técnicos (cómo encender el aparato, para
qué sirven los botones…) durante la lectura. Otro más, de la
Universidad de Connecticut, examinó los efectos de la multitarea en los
estudiantes y concluyó que los estudiantes que mensajeaban mientras
leían un texto demostraban una comprensión lectora mucho peor.
Naomi Baron, lingüista de la American University y autora de Words Onscreen: The Fate of Reading in a Digital World,
explica ha realizado experimentos con universitarios de Estados Unidos,
Alemania, Japón y Eslovaquia que indican que se concentran más y mejor
cuando leen en papel. Cita estudios que hablan de una cierta
resurrección de la lectura en papel. “Hace tres o cuatro años, en
Estados Unidos y en Reino Unido mucha gente pensó que la lectura digital
iba a acabar con la lectura en papel. Los últimos dos años demuestran
que la gente sigue comprando libros”. Para Baron, la cuestión no es
tanto el soporte, papel o digital, sino más bien las distracciones
inherentes a la conexión a Internet y a las redes sociales. “Tengo
alumnos para los que la lectura es el tiempo que transcurre hasta el
siguiente bip que les anuncia que tiene un mensaje en el móvil, que un
amigo ha actualizado su Facebook, o que tiene un wasap. El problema es
la sensación que producen las redes sociales de que siempre tienes que
estar disponible para contestar. Es muy difícil concentrarse, porque la
hiperconexión hace que temas estar perdiéndote algo. Somos socialmente
más inseguros y estamos más estresados”.
Insiste además, en que la multitarea, a diferencia de otras
actividades no mejora con la práctica. “Si tocas el violín y practicas
mucho, acabarás tocando mejor. El problema es que cuando haces varias
cosas distintas a la vez –estoy escribiendo y salto a comprar un billete
por Internet-, los estudios psicológicos concluyen que no lo haces tan
bien como si haces una sola cosa, por mucho que ejercites la
multitarea”.
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Una joven mira la pantalla de su movil. / Bernardo Pérez.
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Los expertos como Wolf, recomiendan un tiempo diario de desconexión.
No solo basta con coger un libro. Hay que alejar el móvil y la tableta
para no sucumbir a la tentación. “Es importante reservar un tiempo cada
día para leer desconectados de Internet. Hay que hacer un esfuerzo
consciente, porque cada vez nos bombardean con más información”,
aconseja Dillon.
Lector, ¿sigue ahí?
En España, el fenómeno está menos estudiado, en parte, porque la
expansión de la vida digital ha sido más tardía que en el mundo
anglosajón, explica Antonio Basanta, director de la fundación Germán
Sánchez Ruipérez: “En España no hay estudios fiables”. Datos de la
Federación de gremio de editores sí indican que se venden menos libros:
153.830.000 ejemplares en 2013 frente a los 228.230.000 de 2010. El
último barómetro del CIS indica además, que la mitad de españoles no
compró ningún libro en 2014 y que el 35% no lee nunca o casi nunca.
Al contrario que sus colegas anglosajones, Basanta mira al futuro de
la lectura con gran optimismo. “La tele y la radio también iban a ser
una catástrofe. Nunca se ha leído tanto en el mundo ni ha habido tanta
información disponible. Si se maneja bien, puede ser algo
extraordinariamente positivo. No se trata de poner puertas al campo, sin
no de adiestrar a las personas para que extraigan el máximo rendimiento
de los distintos tipos de lecturas, de la unívoca y de la plural.
Picotear o leer con profundidad no son acciones antagónicas, son
complementarias. Sí, hay una oferta que nos invade, pero lo que tenemos
que hacer es tomar de nuevo el timón”. Basanta cree la escuela es el
lugar en el que la convivencia de las lecturas debe convertirse en un
objetivo prioritario. “El sistema educativo no les enseña esas
capacidades”.
Corremos el riesgo de estar atontándonos, de pensar de manera más simplista y fragmentada
Un domingo de mayo, a última hora de la tarde, una quincena de personas se reúne para diseccionar Noticias de un secuestro de Gabriel García Márquez. Forman parte del club de lectura El Ciervo Blanco y la mayoría hace décadas que dejó atrás la escuela. En general, reciben Internet, los ebooks,
las tabletas con los brazos abiertos, dicen que les permiten
profundizar y acceder a información de una forma inimaginable hasta
ahora. No tienen miedo a que su forma de leer se vea afectada por las
nuevas tecnologías. “Tengo muchas décadas de libro. No creo que vaya a
cambiar mi forma de leer de un día para otro”, piensa Susana Gutiérrez,
una abogada de 52 años que hoy participa en la tertulia.
En la otra punta del corrillo literario se sienta Virginia Jiménez,
maestra de primaria de 33 años. Su visión difiere bastante de la de sus
colegas más veteranos. “Yo lo noto mucho. Ahora me cuesta mucho más
concentrarme. A veces leo y tengo que volver a leer lo mismo porque no
me entero”. Cuenta que sus alumnos sufren todavía más el cambio. “No se
centran y tienen poca capacidad para esperar. Van muy rápido, a lo
superficial y no entienden lo que leen, tampoco los que son buenos
alumnos. Les preguntas dónde sucede la historia y te responden que la
semana pasada”. Este artículo termina aquí. Ya puede pasar a la
siguiente tarea.
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