En noviembre se cumplirán cien años del nacimiento del autor de Fragmentos de un discurso amoroso y Francia ya lo conmemora: a la exposición y los debates que se realizan en la parisina Biblioteca Nacional se suman la publicación de nuevos estudios sobre su obra y una exhaustiva biografía. La vigencia del escritor que cambió el modo de entender y practicar la crítica
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Roland Barthes, semiótico y teórico francés que enseñó a leer de otra forma el relato literario y del cine. |
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Sartre. Según Samoyault, era para Barthes un "modelo y contramodelo", alguien con quien mantuvo un vínculo sutil. /adncultura.com |
Acerca de 1915, su año natal, Roland Barthes
alguna vez escribió que fue "un año anodino". Un "año perdido en medio
de la guerra" y sin ningún hecho memorable, le gustaba exagerar. "No hay
nadie famoso que haya nacido o muerto ese año; y, ya sea por penuria
demográfica o mala suerte, nunca conozco a ningún contemporáneo que haya
nacido el mismo año que yo, como si, colmo de la paranoia, fuera yo el
único de mi edad."
A meses de que se cumpla un siglo de su
nacimiento y mientras se preparan múltiples conmemoraciones (desde
encuentros y exposiciones hasta una película documental dirigida por
Thierry y Chantal Thomas), la escritora y ensayista Tiphaine Samoyault
publicó en enero una exhaustiva y clarificadora biografía, Roland Barthes
(editorial Seuil, colección Fiction & Cie). El libro, que excede
las 700 páginas, ha recogido mayormente elogios y ha sido el auspicioso
primer acto de otros acontecimientos editoriales como el Álbum Roland Barthes a cargo de Éric Marty, que acaba de aparecer, con diversos inéditos, o como también L'amitié de Roland Barthes
(La amistad de Roland Barthes), evocación de Philippe Sollers que
saldrá a la venta en el otoño europeo. El 5 de mayo abrió sus puertas en
la sede parisina de la Biblioteca nacional la exposición Les écritures de Roland Barthes, que podrá visitarse hasta el 26 de julio.
La
de Samoyault es la tercera biografía que se publica en Francia
consagrada a Roland Barthes. La primera, en 1990, estuvo a cargo de
Louis-Jean Calvet y se basó en una serie de testimonios de primera mano,
tanto del ámbito familiar como del ámbito intelectual. A la segunda
biografía, escrita por Marie Gil y editada en 2012, deben sumarse los
libros de recuerdos personales, como el Roland Barthes de Patrick Mauriès (1992), la mezcla de rememoración y ensayo que plasmó Éric Marty en Roland Barthes, el oficio de escribir
(2006), los innumerables estudios críticos (a cargo de Philippe Roger,
Susan Sontag o Bernard Comment, entre muchos otros), la autoficción que
el propio Barthes ofreció en 1975 (Roland Barthes por Roland Barthes,
donde se encadenan decenas de recuerdos fragmentarios, ordenados
alfabéticamente por temas), y hasta los libros donde Barthes aparece
convertido en personaje literario, no únicamente los ya clásicos Mujeres de Philippe Sollers (donde Barthes se llama Werth) y Los samuráis de Julia Kristeva (donde se llama Bréhal), sino además ejemplos más recientes: desde El hombre que mató a Roland Barthes, de Thomas Clerc, hasta El fin de la locura, de Jorge Volpi, sin hablar de la categórica presencia de varios libros de Barthes (sobre todo de sus Fragmentos de un discurso amoroso) en La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides.
La
escritora y ensayista Tiphaine Samoyault editó una esclarecedora
biografía que supera las 700 páginas. "Alguien reconoce a Barthes tirado
en el suelo. Ha sufrido numerosas fracturas pero sigue lúcido"
Uno
de los aportes decisivos de la biografía de Samoyault consiste en
mostrar a Barthes bajo distintos ángulos y echar luz a aspectos o
episodios algo menos conocidos: desde su pasión por la tragedia griega
en sus tiempos de juventud y su participación activa como actor en un
grupo teatral, hasta su obsesión por las dietas alimenticias; desde su
breve pero intenso paso por Rumania, como docente y bibliotecario del
Instituto Francés de Bucarest, hasta el año que pasó en Egipto, en
Alejandría (1949-50), donde conoció al lingüista ruso-lituano Algirdas
Greimas, quien le hizo leer la obra de Saussure, Hjemslev y
Merleau-Ponty; desde su afición a la pintura en los años setenta hasta
su experiencia como actor en la película Las hermanas Brontë (1979) de André Téchiné.
Para
esto, Samoyault tuvo acceso a numeroso material inédito: casi toda la
correspondencia, la totalidad de los manuscritos y, sobre todo, el
"fichero" personal de Barthes, un archivo que éste inauguró en sus años
de estudiante "como una reserva bibliográfica y después lexicográfica
-escribe la autora-, y que progresivamente se volvió depositario de
buena parte de su existencia". Michel Salzedo, hermano de Barthes (medio
hermano, en realidad: doce años menor que Roland, hijo de un hombre
casado que por un tiempo fue amante de la viuda Henriette Barthes), le
abrió a Samoyault las puertas del estudio de la calle Servandoni, en el
mismo edificio donde la familia Barthes se instaló por primera vez en el
lejano 1939, y le permitió hojear y analizar las agendas donde, sin
interrupciones, desde 1960 hasta su muerte, Barthes fue apuntando las
cosas que le sucedían a diario, en lugar de los compromisos que
esperaban.
Además de contar como nunca antes la vida de Barthes,
el libro ofrece numerosas perlas, entre ellas algunos pasajes más
largos, luego abreviados, previstos para la introducción original de El grado cero de la escritura.
"La escritura clásica estalló y la Literatura en su totalidad, desde
Flaubert hasta nuestros días, se ha transformado en una problemática del
lenguaje", reza una frase que, en su versión previa, rescatada por
Samoyault, proseguía: "problemática irresuelta, desde luego, ya que la
Historia siempre se halla alienada y las conciencias, desgarradas: el
aniquilamiento de las escrituras es todavía imposible".
Muerte de Barthes
Aunque
se presenta ante todo en forma cronológica, el libro de Samoyault
empieza por la muerte de su biografiado, el 26 de marzo de 1980: una
muerte que se desencadena un mes antes, el 25 de febrero, cuando Barthes
sale de un almuerzo con François Mitterrand, organizado por el futuro
ministro de cultura Jack Lang con propósitos electorales, Miterrand es,
por entonces, apenas un candidato; faltan quince meses para que asuma. A
Barthes no lo convencen estos almuerzos, pero asiste; y , al salir,
luego de caminar por la calle des Écoles, cerca de la esquina con la
calle Monge, a pasos del Collège de France donde ha prometido dar un
seminario consagrado a Proust y la fotografía, unos coches en doble fila
lo distraen o lo engañan y una camioneta lo atropella.
El
accidente dista de ser fatal. Alguien reconoce a Barthes, tumbado en el
suelo. Ha sufrido numerosas fracturas, pero sigue lúcido. Cuando
despierta, se encuentra en el hospital Pitié-Salpêtrière. Su hermano y
varios amigos lo acompañan. La agencia AFP emite un comunicado: "El
universitario, ensayista y crítico Roland Barthes, de sesenta y cuatro
años, sufrió un accidente de tránsito?". ¿Se minimiza un poco lo
ocurrido para evitar que se establezca un lazo entre el percance y el
candidato Mitterrand? ¿La camioneta es una especie de estocada final
para alguien que, visto retrospectivamente, se estaba "dejando morir"
desde la muerte de su madre, a fines de 1977? La salud, en cualquier
caso, se complica en el hospital. "Los médicos -dice Samoyault- no hacen
del accidente de tránsito la causa inmediata del fallecimiento,
directamente provocado por complicaciones pulmonares."
Cuando
ocurre todo esto, la futura biógrafa es una niña que va la escuela.
Faltan casi veinte años para que en 1999, a dos décadas de la muerte de
Barthes, Samoyault publique sus primeros libros: la ficción La Cour des adieux y el ensayo Excès du roman,
ambos con el apoyo de Maurice Nadeau, quien también fue en su momento
una especie de "padrino" para B arthes. Desde entonces, Samoyault se ha
desempeñado como docente universitaria, como traductora (de Joyce,
entre otros), como novelista (Météorologie du rêve, Les Indulgences, La Main negative, Bête de cirque) y como autora de algunos ensayos, entre ellos La Montre cassée (El reloj roto, 2004) donde analiza la representación del tiempo en la literatura, el cine y las artes plásticas.
"No
soy contemporánea de Roland Barthes -precisa Samoyault en las primeras
páginas de su biografía-. Tenía once años cuando murió y oí su nombre
por primera vez tan solo seis años más tarde, cuando en un curso de
filosofía me animaron a leer El placer del texto. Por lo tanto,
no asistí a sus cursos y la mayoría de sus experiencias me resultan
desconocidas. Sin embargo, Roland Barthes es mi contemporáneo porque sé
que le debo una manera de leer la literatura, los vínculos que suelo
establecer entre crítica y verdad, y la convicción de que el pensamiento
procede de una escritura."
Vida de Barthes
Al
principio, está el mar. El mar donde sus padres, Louis y Henriette
Barthes, se conocen viajando en un mismo barco. El mar de Cherburgo, la
ciudad portuaria donde Roland nace el 15 de noviembre de 1915. El mar
del norte donde el padre, Louis, muere en octubre de 1916, en plena
guerra, a bordo de un viejo barco pesquero reconvertido en "patrullero".
El mar de su abuelo materno, Louis-Gustave Binger, oficial de
infantería de marina, héroe de los tiempos de conquista colonial, autor
de libros que narran sus expediciones pioneras. Y el mar de Bayona y
Biarritz, ciudades del sudoeste francés donde transcurre su infancia en
semiorfandad (a su padre le darán, póstumamente, una Legión de Honor),
un microcosmos fundamentalmente femenino, bastante digno de Proust, que
incluye el descubrimiento de las ideas y las costumbres de la burguesía
provincial.
El final de la niñez va de la mano de la mudanza a
París, con nueve años de edad. "El desplazamiento geográfico es también
un desplazamiento sociológico -analiza Samoyault-. Un corte con el medio
social burgués y un ingreso más explícito en la pobreza." Son los
tiempos en que Roland sufre problemas de adaptación. Son también los
tiempos de sus primeras lecturas decisivas: Balzac, Proust, Mallarmé. La
poesía, ante todo, de Paul Valéry, un buen amigo de su abuela materna.
La música de Beethoven y, muy pronto, de su predilecto Schumann; la
pasión por la música, una constante en su vida, al extremo de que el
último texto que completa antes de morir se titula "Piano-souvenir". Los
primeros proyectos de escritura, muy pronto dejados a un lado; entre
ellos, los bocetos para una novela social y una novela realista, una y
otra inacabadas.
A los 19 años, una grave enfermedad pulmonar
marca una suerte de crisis. Los primeros amores oscilan entre la
fascinación por un chico llamado Jacques y por una chica llamada Mima.
"Casi todas mis amistades con hombres empezaron con un amorío [...].
Inversamente, las raras veces en que amé a una mujer (por qué no
confesar que, en el fondo, eso ocurrió una sola vez), empezó por medio
de lo que el mundo llama amistad", le escribe en 1942 a su gran amigo
Philippe Rebeyrol.
No tardará en llegar el descubrimiento de André
Gide ("más del orden de la adherencia que de la adhesión", plantea
Samoyault), escritor "no-estilista", así lo define Barthes. Años
después, dirá que Gide le inspiró el deseo de escribir y que fue su
"lengua original"; pero ya entonces, en julio de 1942, le consagra el
segundo de los artículos que publica: "Montesquieu decía que no se
escribe bien sin saltear las ideas intermedias, Gide añade que no hay
obra de arte sin atajos", reza aquel texto donde Barthes funda un método
que le será característico, el del pensamiento expresado por medio del
fragmento. "Aunque finalmente usa la totalidad de sus notas -según
devela Samoyault-, corrige muy poco las que publicará y se limita a
reordenar los fragmentos."
La grave enfermedad pulmonar hace que a
Barthes, al estallar la Segunda Guerra Mundial, lo declaren inepto para
combatir. Una recaída, la tuberculosis y, enseguida, una seguidilla de
largas internaciones entre 1942 y 1946. Es "la otra guerra" de Barthes,
de acuerdo con Samoyault. "La única guerra que realmente vivió". Un
encierro reforzado por el hecho de que coincide con la ocupación
alemana. En uno de los sanatorios conoce a Robert David, de quien se
enamora sin ser correspondido y con quien mantendrá una ardiente
correspondencia, más sensual y menos intelectual que sus cruces
epistolares con Rebeyrol. Son meses de lectura obsesiva y firmes
descubrimientos: El idiota, de Dostoievski; Los cardos del Baragan, de Istrati; El extranjero, de Camus.
Grado cero
Entre
la guerra y la salida de su primer libro en marzo de 1953, Barthes se
gana la vida dando clases, mientras escribe reseñas o pequeños ensayos
para diversas publicaciones.
En 1947 se topa con Maurice Nadeau,
quien lo introduce en el mundillo intelectual, y unos tres años después
conoce al editor y escritor Jean Cayrol. Samoyault tilda a este
encuentro de "decisivo" por varias razones; entre ellas, porque
proporciona a Barthes nuevos lazos con la literatura que entonces se
estaba escribiendo en Francia y, ante todo, porque Cayrol lo llevará al
sello Seuil, donde editará no únicamente El grado cero... (libro que Raymond Queneau había rechazado en Gallimard), sino también todos sus libros futuros.
Al
primer libro le sigue, pocos meses después, un encargo en el que, así y
todo, Barthes logra dejar su marca de autor: un ensayo en torno a la
obra del historiador Jules Michelet (1798-1874) para la colección
"Écrivains de toujours". Al publicar El grado cero... y Michelet
con tan pocos meses de diferencia, apunta Samouyault, Barthes "presenta
un perfil de no-especialista", lo que puede verse como una especie de
desventaja, pero al mismo tiempo está perfeccionando su método: el collage
de fragmentos (lo que suscita las reservas de quienes buscan tesis
tradicionales), el uso de "mayúsculas conceptuales" o de comillas para
ciertos vocablos que quiere destacar o relativizar y, principalmente,
una crítica "temática" que equivale a un abordaje sesgado y visual de la
literatura.
Su Michelet suscita de todo menos
indiferencia. Algunas voces se alzan hostiles o hasta burlonas, pero
también recibe apoyos públicos y privados. En su libro, Samoyault
reproduce una carta de Jean Starobinski ("no renuncie a la investigación
temática", lo anima) y otra de Gaston Bachelard, no exenta de
mayúsculas: "En su caso, el Detalle se vuelve Profundidad [...]. Los
temas están tan bien elegidos que el relieve revela el pensamiento
íntimo. Usted hará con tranquilidad una gran obra. Se lo digo yo,
también con tranquilidad."
Entre 1954 y 1963, Barthes llega a
publicar 80 artículos en 22 revistas distintas. Para ello influye mucho
la publicación en la revista Esprit, en octubre de 1952, de un
texto consagrado al "catch". Será la primera de sus muchas "mitologías"
que analizan elementos u objetos sociales de gran densidad simbólica
mediante un método de lectura donde lo ideológico no excluye lo poético y
que se basa en un principio desmitificador. Un método que, dicho de
otra manera, denuncia esos momentos cuando -sintetiza Samoyault- "el
mito opera una conversión de lo cultural en lo natural".
Publicado en 1957, Mitologías
se convertirá en el libro más popular de Barthes, máxime tras su
edición de bolsillo de 1970, que supera los 300 mil ejemplares. Le
valdrá la admiración de intelectuales como Umberto Eco y le abrirá
muchas puertas: las primeras invitaciones a dar charlas en el extranjero
y, más aún, su entrada en 1960 a la Escuela Práctica de Altos Estudios
(EPHE, por su nombre en francés), que más tarde será la Escuela de Altos
Estudios de Ciencias Sociales (EHESS) donde él propiciará, en 1967, el
ingreso de Gérard Genette. Tendrá, entre sus muchos alumnos, a Georges
Perec, a Ítalo Calvino o a Julia Kristeva, quien lo acercará a la obra
de Mijaíl Bajtin.
Barthes y los otros
Uno de
los máximos aciertos del libro de Samoyault son los capítulos o las
largas secciones que analizan los vínculos entre Barthes y otros actores
centrales de la intelectualidad francesa de su época: desde Camus hasta
Foucault, pasando por Sartre, Lucien Goldmann, Edgar Morin, Jacques
Derrida o Claude Lévi-Strauss, entre muchos más. Todo esto sin olvidar
sus lazos por lo menos cambiantes con el llamado nouveau roman
(movimiento del que suele rescatar ante todo a Claude Simon) y su
resistencia a ese eslogan, el de nueva novela, que a su juicio "reúne
todos los ingredientes de una maniobra estratégica", como puede leerse
en la biografía.
En 1960, cuenta Samoyault, Barthes le pide una
cita a Lévi-Strauss. Desea que dirija su tesis sobre la moda. El
encuentro es, al mismo tiempo, "decepcionante y estimulante".
Decepcionante porque Lévi-Strauss no acepta: la etnografía de lo
contemporáneo le resulta, acaso, un poco trivial. Estimulante porque
Lévi-Strauss le recomienda la lectura de Morfología del cuento,
de Vladimir Propp, y porque "Barthes llega con la idea de trabajar en
torno a las vestimentas y Lévi-Strauss le propone que se limite al
discurso sobre la moda, lo que transforma la dirección de su trabajo y
representa una etapa importante en la delimitación de su método
estructuralista".
En cuanto a Jean-Paul Sartre, aparece en la
biografía como "modelo y contramodelo", alguien que entabla con Barthes
caminos paralelos y cruzados. El vínculo es sutil: aunque Sartre no es
citado textualmente ni una vez en El grado cero..., su nombre es
mencionado en tres ocasiones, dice Samoyault, y más de una idea del
libro responde a viejos textos suyos. Por ejemplo, tras la pregunta
sartreana "¿qué es la literatura?", Barthes plantea "¿qué es la
escritura?".
"En los años 1974-1975, cuando Sartre ya ha sufrido
dos ataques y el segundo de ellos lo ha dejado casi ciego, Barthes
reconoce la influencia que éste tuvo en él", apunta Samoyault, que
también advierte entre ellos un dato biográfico en común: sus dos
padres, militares en la marina, murieron cuando el hijo tenía un año de
edad. Al principio, como había hecho con la figura de Gide, Barthes
tiende a ocultar o difuminar la influencia sartreana. Pero su interés
por lo efímero o por la inestabilidad es un innegable punto en común.
"Cuando,
apenas finalizada la guerra, Sartre aparece como la referencia de lo
moderno, Barthes no pretende definirse de este modo; cuando, más tarde,
Barthes se vuelve el campeón de la vanguardia y de la nueva crítica,
Sartre postula un retorno al humanismo", escribe Samoyault. Al
compromiso activo de Sartre se opone, en el caso de Barthes, un vínculo
más complejo con la política y una actitud más pasiva: a las ambiciones
totalizantes del primero, se opone en el segundo una preferencia por las
formas breves y la fragmentación. Pero uno y otro han inventado una
nueva forma de ensayo, "a medio camino entre la novela y el tratado",
por medio de una escritura que "en vez de fijar el razonamiento, lo abre
a un mundo tan vasto y tan utópico como el de las novelas".
Nueva crítica
Las páginas dedicadas a Sobre Racine
(1963) y a las consecuencias que trajo la publicación de este libro son
algunas de las más reveladores de la biografía. Casi dos años después
de que Barthes da a conocer su ensayo sobre Racine, se ve envuelto en un
debate público con el escritor y docente universitario Raymond Picard.
"Mientras Barthes intervenía en el campo de la literatura contemporánea,
sus experimentaciones no podían hacer mal a nadie, puesto que en la
Sorbona no se enseñaba la obra de ningún autor vivo", observa Samoyault.
Pero otra cosa es cuando se mete con autores clásicos, como también lo
hace en los Ensayos críticos de 1964, su primer libro dentro de la nueva colección Tel Quel.
En su análisis del episodio en torno a Sobre Racine,
Samoyault evalúa con objetividad los argumentos de Picard y Barthes,
reconoce que este último se ha dejado llevar por cierta tendencia a las
fórmulas o por "el gusto de las generalizaciones", revela que Barthes se
sentía "incómodo con los conflictos", y cuenta que lo que más afecta a
su biografiado es el hecho de que muchos medios que él suponía aliados
(entre ellos, Le Nouvel Observateur) avalaran a Picard. Son las
insinuaciones de "impostura" lo que más lo lastiman, "ya que el miedo a
ser un impostor fue una constante en su vida".
Poco a poco,
algunas reacciones lo reconfortan. Como cuando, en noviembre de 1965,
Gérard Genette le envía un texto que ha escrito en respuesta a Picard.
El texto de Genette no se publicará, pero dispara en Barthes la idea de
plasmar un libro que, más que una larga réplica a Picard, sea una
argumentación de su forma de entender la crítica. El proyecto se
convertirá en Crítica y verdad, que sale a la venta con la faja:
"¿Hay que quemar a Barthes?". El libro proclama "una soberanía de la
crítica" que es otra forma de entender el alcance de los estudios
literarios. "Cuando se responde a unos ataques, es muy difícil no
descender al nivel del adversario", le dice Michel Butor en una carta
personal, tras la salida de Crítica y verdad. "Pero usted ha
logrado hacer de Picard un simple pretexto [...]. Muchos van a lamentar,
ahora, no haber salido entonces en su defensa". A esta carta se suman
otras, de similar tenor, de Lacan, Deleuze o J. M. G. Le Clézio.
Fortalecido,
Barthes no deja de interesarse en toda clase de discursos: publicidad,
revistas de moda, cine, fotografía (sobre esta última escribirá un libro
entero: La cámara lúcida). Su creencia es que muchas formas
contemporáneas, como la canción popular o la fotonovela, obligan a
revisar las nociones críticas convencionales. Pero no abandona nunca la
literatura, "como corpus, como producción y como proyecto", sostiene
Samoyault. Tanto es así que en los años sesenta informa, siempre que
puede, de la salida de algún libro que estima valioso y en los años
setenta "sienta las bases de sus grandes textos acerca de la lectura
como modelo de libertad y de creatividad": S/Z, donde analiza extensamente Sarrasine,
de Balzac, y plantea la tantas veces citada "muerte del autor" (premisa
que en la biografía aparece vinculada con Mayo del 68) y El placer del texto, donde el eje del análisis, advierte Samoyault, se desplaza de la escritura a la lectura.
Consagración y duelo
Los
últimos años son los de la consagración, pero a la vez los del duelo
(tras la muerte de su madre) y los de la dura aceptación de los primeros
síntomas de vejez.
La consagración puede rastrearse en hechos
como su ingreso en el Collège (ingreso por el que lucha exitosamente
Michel Foucault), la invitación a ser parte del jurado del premio
Médicis (a partir de 1973) o la generalización de palabras inventadas o
rescatadas por él: por ejemplo "biografema", que acabará en los
diccionarios.
A su obra, que cada vez se ocupa más del cuerpo y de lo individual, se suman los esclarecedores Fragmentos de un discurso amoroso
(1977, otro de sus libros más masivos: casi 100 mil ejemplares vendidos
tras la salida) y las crónicas de viaje, que no excluyen la reflexión:
tanto el diario de su visita a China en 1974 (publicado póstumamente, en
2009) como las observaciones sobre Japón recogidas en El imperio de los signos.
Lo que atrae a Barthes de los viajes no es tanto la experiencia
turística tradicional, sino los detalles: "La manera en que vive la
gente, los objetos cotidianos, la forma en que los cuerpos se desplazan
en el espacio, los barrios populares y periféricos", enumera Samoyault.
La
pasión por Japón es amplia: estudia la caligrafía, se sumerge en los
haikus, y hasta toma los textos taoístas como modelo para su vínculo,
como docente, con los alumnos.
En esos mismos años efectúa también una larga estadía en Marruecos: buena parte de la experiencia aparece fragmentada en sus Incidentes,
que Samoyault compara con instantáneas fotográficas y también describe
como "un momento en que lo real se desrealiza generalizándose".
La muerte de Henriette Barthes, a los 84 años, marca el principio del fin y depara el que acaso sea su libro más visceral, Diario de duelo,
aunque el adjetivo parece algo impropio para el autoanálisis
hipersensible y casi clínico que destila. "Mi madre me hacía adulto, no
niño. Desaparecida ella, vuelvo a ser niño", reza un apunte al margen
del Diario de duelo, que Samoyault recupera y suma a esa especie de pesquisa o búsqueda de "algo incompleto e inhallable".
"Los
demás casi no perciben mi duelo", apunta Barthes en mayo de 1978. Pero
se equivoca llamativamente, como si fuera (al menos, por una vez) mal
lector. "La muerte de su madre -dice Samoyault- fue un hecho
catastrófico". Tanto es así que saldrá transformado: con ganas de
escribir un novela, como revela la biografía; con el deseo de escribir
un texto acerca de la homosexualidad; con la tendencia a reflexionar más
que nunca sobre el paso del tiempo.
Un pasaje de la sensible y
lúcida evocación que publicó Patrick Mauriès hace ya dos décadas enumera
las "cosas perdidas" tras la muerte de Barthes: "un timbre de voz; un
cuerpo envarado; unos dedos cortos dando golpecitos a un cigarrillo...".
El inventario no excluye su "reticencia a imponer las ideas" en el
intercambio diario, sus proyectos inconclusos y la pena de no haber
escrito nunca acerca de uno de los autores que más contaban para él:
Jean Genet. Pero están también las cosas que quedan tras la muerte de
Roland Barthes. Y este otro inventario es parte de lo que Samoyault ha
logrado con su libro..
Barthes o la aventura de lo inteligible
Dos expresiones echan una luz íntima sobre la matriz
que determinó el objeto de estudio de Roland Barthes y los modos de
aproximación que eligió para explorarlo. Ambas fueron publicadas por Le
Figaro Littéraire en 1962 y están incluidas en el libro El grano de la voz
(Siglo XXI), compendio de las entrevistas que el escritor concedió
entre 1962 y 1980. Dijo Barthes en esa oportunidad: "Uno es ensayista
porque es cerebral. A mí también me gustaría escribir cuentos, pero me
paralizo ante las dificultades que tendría para encontrar una escritura y
expresarme". Y luego: "Lo que toda mi vida me ha apasionado es la
manera en que los hombres hacen inteligible el mundo. Es, si usted
quiere, la aventura de lo inteligible, el problema de la significación.
Los hombres dan un sentido a su manera de escribir; con palabras, la
escritura crea un sentido que las palabras no tienen en un principio".
Es
decir, el discurso, el ordenamiento que vuelve las cosas abordables por
la inteligencia, como objeto, y el ensayo como instrumento de
observación. Instrumento que ofrece un doble beneficio: la
trascendencia, porque la escritura nos permite "durar un poco más que
nuestra voz", y la posibilidad de establecer una relación dialéctica, si
el texto llega a destino, porque Barthes atribuía al lector una
singular capacidad creativa.
En noviembre de este año el autor de Fragmentos de un discurso amoroso
hubiera cumplido cien años. Su forma de leer y de interpretar
modificaron el ejercicio de la crítica con aportes que en su momento
despertaron entusiasmos y enconos igualmente apasionados, y que hoy
siguen vigentes.
Entre las múltiples pasiones intelectuales que
ocuparon su vida, el análisis de la imagen y el relato cinematográfico
fue central. El cine aún no se había volcado de manera masiva al
entretenimiento juvenil sino que era lo que se podía considerar "un
objeto de cultura", digno de un estudio que excediera los aspectos
técnicos de su realización. Eso hizo Barthes, no sin lamentar la tensión
entre deseo y deber: "Existe una moral más o menos difusa de las
películas que hay que ver, imperativos de origen cultural forzosamente,
que son bastante fuertes cuando se pertenece a un medio cultural. [...]
De tal modo, cuando elijo, las películas que hay que ver entran
en conflicto con la idea de imprevisibilidad total que representa el
cine todavía para mí y, de manera más precisa, con las películas que
espontáneamente querría ver pero que no son las películas seleccionadas
por esa especie de cultura difusa que está haciéndose".
Su mayor
intensidad, con todo, la dedicó a la palabra escrita. De ese amoroso
empeño se desprende, sutil, una enseñanza que no se propone serlo: las
desdichas de los hombres constituyen siempre el verdadero objeto de la
literatura.
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