Actualidades de la imaginación y sus trabajos: los libros de los escritores
8.5.15
Mi primera vez frente al miedo en Colombia
Antes de viajar a Colombia a iniciar mi tarea de corresponsal, me habían
advertido del peligro del conflicto interno que enfrenta a guerillas de
izquierda, paramilitares y las fuerzas de seguridad, de la presencia de
minas antipersonales, de la delincuencia común en las grandes ciudades y
de enfermedades como la malaria y el chikungunya
Taxis y buses, gladiadores del tránsito en Bogotá.
Pero nadie me dijo nada de lo que me dio los primeros y más fuertes sustos que viví hasta ahora en este país: el tránsito.
Antes
del comienzo de Semana Santa, por recomendación de prácticamente toda
persona con la que hablé, alquilé un auto y me fui a visitar el pueblo
colonial de Villa de Leyva, que efectivamente es muy bonito.
La presencia de ganado en los caminos complica conducir por las carreteras de Colombia.
A la ida me impresionó el problema del estado del asfalto -cuando lo hay.
No faltan baches y ondulaciones y las marcas en la calzada brillan por su ausencia.
Más tarde llegó la niebla. Eso es un fenómeno natural, no hay nada que hacer.
Pero
sí se podría haber hecho algo con el puesto de control del Ejército tan
mal señalizado que tuve miedo de atropellar a uno de los soldados que
firmes saludaban con el pulgar en alto a los paseantes (una política
para hacer más amigable la imagen castrense), sin darle importancia a la
niebla o al riesgo de perder la vida.
Avanzar a cualquier precio
El regreso coincidió con el Jueves Santo. Por fortuna, yo iba al revés de todos.
La fila de autos que venía desde Bogotá parecía no tener fin.
Así
que ante el estrés de no avanzar, muchos conductores que venían en
sentido contrario decidían, inútilmente, hacer sobrepasos que
probablemente les ahorraban apenas 5 segundos de viaje.
El estado de las carreteras y calles no ayudan a un tránsito más seguro.
En algún momento llegué a pensar que tenían predilección por
adelantarse justo en curvas cerradas sin visibilidad, sobre todo los
camiones.
Más de uno me obligó a frenar y salir de un volantazo de la carretera.
Y
no eran sólo los camiones, también autos y motos (el 61% de los
accidentes en Colombia tienen como protagonista a un motociclista, según
datos oficiales).
Las motos parecían emerger de la misma nada y apuntarle con saña al centro del carro.
Las bicis
También estaban las bicicletas. Cientos, no, quizás miles. O decenas de miles.
Esa doble línea amarilla es para muchos algo eminentemente decorativo.
Grupos de ciclistas se habían tomado la carretera.
Lo
tuiteé con sorpresa al llegar a Bogotá y alguien me regañó diciendo que
ese era el medio de transporte tradicional del campesinado de Boyacá
(el departamento donde está Villa de Leyva).
A mí me pareció que no todos los ciclistas eran campesinos trasladándose por cuestiones de trabajo o a visitar familia.
Y
en cualquier caso, creo que es siempre sano cuidar de uno mismo y no
lanzarse hacia el centro de la calzada con la bici justo cuando un carro
te está pasando y de frente viene un camión cargado hasta el caño de
escape.
Problema de salud pública
En muchas ocasiones en ese viaje de varias horas temí ser embestido por alguien o arrollar a una bicicleta.
Tuve miedo, de verdad.
Y no porque no esté acostumbrado a conducir, lo hago desde hace más de 20 años.
Comencé a hacerlo en Argentina, un país donde el respeto por las normas de tránsito es un valor escaso.
De hecho, allí hay más muertes al año por accidentes de tránsito que en Colombia (más de 7.000, contra unos 5.600).
Es
posible, estimo, que los accidentes tengan más resultados mortales en
Argentina porque en ese país se conduce muchísimo más rápido.
Allí
las velocidades máximas permitidas llegan hasta los 130 km/h (y muchos
van más rápido), mientras que en Colombia apenas superan los 80 km/h.
Las
cifras oficiales de Colombia indican, no obstante, que los accidentes
de tránsito están entre las diez primeras causas de muerte en el país.
Un
informe del Banco Mundial, de 2013, señala que en Colombia "los
traumatismos relacionados con el tránsito son un importante problema
social y de salud pública".
Tanto es así, que el gobierno priorizó el problema en sus planes de políticas públicas.
Buses y busetas
En
cualquier caso, hay algo en la forma de conducir en Colombia que a mí
me hizo tener más miedo que en Argentina; es como si al volante todos
fueran más temerarios.
Muchos motociclistas conducen como si el aire
que genera su vehículo fuera capaz de desplazar a los coches y camiones.
Están los sobrepasos kamikaze en las carreteras.
Están
los buses y busetas (que aunque son más pequeñas, son tanto o más
peligrosas que sus "hermanos mayores"), que aceleran y frenan con
pasión, cambian de carril con impunidad y ante su mirada los ciclistas y
los peatones son invisibles.
Está la costumbre de no reducir la
velocidad ni darle espacio al otro en un paso estrecho, o en el caso de
las motos querer hacer experimentos para ver si sus máquinas son capaces
de atravesar sólidos o de mover coches con el aire que desplazan a su
paso.
Autos amarillos de F1
Y
está el hábito de acelerar hasta estar a cinco o diez metros de un auto
parado en un semáforo, para después pisar con furia los frenos.
Esta práctica parece muy arraigada entre los taxistas.
En esos bólidos amarillos es otro de los lugares donde el miedo se apodera de mí.
Muchos de ellos aman la velocidad y creo que sienten que de verdad están en una pista de carreras.
Y,
para colmo, en los asientos de atrás suele faltar el cinturón de
seguridad (imaginen cómo se siente eso cuando practican el
acelerar-frenar mencionado más arriba).
No es que las marcas de carros no los pongan. Pero alguien los quita, porque no están.
"Es que a los pasajeros les molestan", me explicó un taxista.
Generosos,
varios amigos me enseñaron estas palabras mágicas para sacarles el
sueño de Fórmula 1 a los conductores y sentirme un poco más seguro:
"Señor, disculpe, me estoy descomponiendo, ¿podría ir más despacio por
favor?".
Proteger el tapizado de su auto se vuelve, entonces, una prioridad por encima de ganar el Gran Premio de Bogotá.
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