En un maravilloso ensayo, Woolf nos convida las herramientas para llegar a los placeres más hondos y amplios de leer
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Virginia Woolf, autora inglesa nos enseña cómo se debe leer./faenaaleph.com.es |
Antes de abrir paso a las encantadoras recomendaciones de Virginia Woolf sobre cómo leer un libro, habría que pensar en por qué leer un libro, lo cual está directamente vinculado a saber estar solos.
La aversión cultural por la soledad termina por privarnos de sus
bondades, y la lectura es una de ellas; un acto nutritivo si bien
esencialmente solitario. Uno lee, dice Harold Bloom, porque “la
proximidad que podemos llegar a sentir con los autores de nuestros
libros es proximidad con nosotros mismos”. Leer sirve, entre otras
cosas, para aprender a disfrutar nuestra compañía, y esto no es
idealismo, sino pragmatismo; “la lectura sirve para prepararnos para el
cambio, y lamentablemente el cambio último es universal”, sostiene
Bloom.
Woolf comienza su ensayo de 1925 “¿Cómo debería leerse un libro?”
con esta maravillosa advertencia: “Por cierto, el único consejo que una
persona puede darle a otra sobre la lectura es que no acepte consejos,
que siga su propio instinto, que utilice su sentido común, que llegue a
sus propias conclusiones”. Ya habiendo aclarado esto, Woolf nos convida
sus sugerencias para llegar a los placeres más hondos y amplios de leer.
La mayoría de
las veces llegamos a los libros con la mente confusa y dividida,
exigiendo a la ficción que sea verdad, a la poesía que sea falsa, a la
biografía que sea aduladora, a la historia que refuerce nuestros propios
prejuicios. Si pudiéramos desterrar todas esas ideas preconcebidas
cuando leemos, sería un comienzo admirable.
Quizás la forma
más rápida de comprender los principios de lo que un novelista está
haciendo no es leer, sino escribir; hacer uno mismo el experimento con
los peligros y dificultades de las palabras. Evoquemos, pues, algún
suceso que nos haya dejado una nítida impresión: cómo a la vuelta de la
esquina, quizá, pasamos junto a dos personas que conversaban; un árbol
se agitaba; una luz eléctrica brincaba…” Así seremos más capaces de
apreciar su maestría.
Woolf nos recuerda que siempre hay en
nosotros un demonio que susurra ‘amo esto’, ‘odio aquello’ y callarlo es
casi imposible. Por ello debemos intentar, en la medida de lo posible,
convertirnos en el autor. “Pensar con un cerebro ajeno” diría
Schopenhauer; no dictarle al autor mientras leemos. Después de todo, el
verdadero “entendimiento” de un libro, si es que se le puede llamar así,
no es inmediato sino paulatino; leer solo es la mitad de un proceso que
se rige por las leyes de gravedad.
El primer
proceso, el de recibir impresiones con el máximo entendimiento, es solo
la mitad del proceso de leer; otro debe completarlo si queremos obtener
el mayor placer de un libro. Debemos juzgar estas impresiones múltiples;
debemos hacer de estas formas efímeras una que sea recia y duradera.
Pero no de inmediato. Esperemos a que el polvo de la lectura se asiente;
a que el conflicto y los interrogantes amainen; paseemos, conversemos,
arranquemos los pétalos marchitos de una rosa o quedémonos dormidos.
Entonces, de repente, sin que lo queramos, porque es así como la
naturaleza efectúa estas transiciones, el libro volverá, pero de modo
diferente. Irá flotando por el aire hasta la mente como un todo. Y el
libro como un todo es diferente del libro recibido comúnmente en frases
separadas. Los detalles ahora encajan en su sitio.
En este estupendo ensayo, contenido en el libro El lector común, la escritora nos conmina a no olvidar nunca que leer es sobre todo un placer, pero un placer que va desenvolviéndose como el rizoma de un helecho,
con el tiempo, aún después de haber terminado el libro. La lectura es
un acto solitario pero nunca estamos solos, nos aproximamos a nosotros
mismos en la medida que somos otros y pensamos con un cerebro ajeno que
dilapida lo que creíamos por sentado. Un buen libro no termina nunca.
Regresa como lo hace el pasado y el fantasma, y nos prepara para el
cambio.
Y para terminar, esta encantadora sugerencia: “El mejor momento de leer poesía es cuando somos casi capaces de escribirla.”
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