“Una ceja levantada puede destruir una vida tan eficazmente como una
bala”. Ahí está. Es el usurpador que se esconde silencioso en cada
individuo. Y ella, Hilary Mantel, sabe de sus fugaces e inesperados rostros, once de los cuales desenmascara en El asesinato de Margaret Thatcher (Destino), que toma el título de “ese seudohombre que no valoró a otras mujeres. Todo en ella parecía artificial”.
Es un volumen de historias que en las manos de Mantel enriquecen los
predios del género del cuento, como ya hiciera con el de la novela, y en
concreto la novela histórica. Se convirtió en la primera mujer en obtener dos veces el Premio Booker, por la primera y segunda parte de su trilogía de Thomas Cromwell (En la corte del lobo, 2009, y Una reina en el estrado, 2012). Y ya se verá si hace historia con la tercera, The Mirror and the Light, en pleno proceso creativo.
Leída en casi 40 idiomas, esta vez en El asesinato de Margaret Thatcher
la escritora británica deja las imposturas e intrigas de la época de
Enrique VIII para rastrear en el presente al usurpador que habita entre
las sombras del Yo de cada individuo. Ese que en sus escritos deja
asomar en situaciones cotidianas engendradas de lo ridículo, lo absurdo o
lo dramático. Cuentos que perturban, inquietan y hacen reflexionar con
episodios esparcidos de sonrisas cómplices o vergonzantes que culebrean
como si nada, pero que llevan desde el principio el nudo y el desenlace
gestado a los ojos de todos, casi sin ser vistos, como en un acto de
magia.
Mantel prefiere conversar por email sobre su última y múltiple
criatura literaria donde no falta la crueldad. Reconoce que el éxito de
público y crítica no la intimidad, ni la asustan. Por el contrario, le
dan dado dosis de seguridad y energía. “Es alentador saber que los
lectores están dispuestos a leer otro libro tuyo. La gran presión, como
siempre, viene de adentro”, confiesa. Cada día de escritura es su primer
día como escritora. “Es una exploración sin fin. El camino que tomé
ayer no me ayudará hoy”, asegura; y, lo mejor, es que no sabe a dónde la
pueden conducir esos escritos al final de cada día.
La escritura es una exploración sin fin. El camino que tomé ayer no me ayudará hoy”
Mucho menos en los cuentos. Ella afirma no ser consciente de qué
autores la han influido, pero admira nombres como los de Maupassant y
Alice Munro. De lo único que dice ser consciente de esos cuentistas es
la manera dolorosa en que le recuerdan la brecha que hay entre ellos y
ella. Las historias, desvela, “me vienen a la cabeza y allí merodean
durante años hasta que toman cuerpo”.
Aquí once cuentos. Once mundos de una misma galaxia literaria. El
volumen se abre y se cierra con sendas historias de mujeres que un día
estando solas en casa suena el timbre de la puerta, abren, es un hombre,
intercambian algunas palabras y él entra. Ahí, diagnostica Mantel, se
esconde parte de “la naturaleza esencial de la experiencia femenina. Él
pide entrar por un motivo. Y ella puede saber su nombre y todo acerca de
él, es posible que lo conozca de años, confíe, pero lo que nunca se
sabe realmente es qué quiere un hombre de una mujer”.
En medio de esos dos episodios, otras personas, en otras partes con
sus respectivos meandros vitales enfrentan sentimientos nuevos o
familiares en una narración llena de suave tensión e impresionismo
literario donde no faltan la ironía, el sarcasmo y el humor. “Ese es el
misterio de la voz del escritor... la expresión de la personalidad del
autor mediada por el estilo”.
La señora Thatcher no fue un buen ejemplo para las mujeres en la vida
pública. Ella era un seudohombre que no valoró a otras mujeres. Todo en
ella parecía artificial”
El mismo que permite que ese desenlace puesto casi desde el principio
de cada historia, pero que nadie atisba a reconocer, genera el choque o
encuentro de culturas o modos de ver la existencia que dan pie a los
cuentos. Lo que la autora define como aquello que genera el drama. “El
conflicto es central para cada historia. Pero no tiene que ser un choque
evidente. A veces, una ceja levantada puede destruir una vida tan
eficazmente como una bala”.
Es el asomo del usurpador.
Margaret Thatcher lo era para Hilary Mantel. “Lo que no soporto es la
falsa feminidad”, exclama la protagonista del último relato del
volumen. Unas palabras que llevan a la escritora a analizar la feminidad
hoy y la manera como las mujeres y los hombres la asumen: “La feminidad
es un problema para las mujeres en la vida pública, sobre todo en Reino
Unido. Son criticadas. Todo lo que llevan, su peso, su maquillaje, su
peinado, todas sus opciones personales y sin importancia son examinadas
de una manera hostil por parte de algunos sectores de los medios, y este
escrutinio no sólo socava la seriedad de lo que dicen y hacen estas
mujeres, sino que sus vidas se hacen mucho más difíciles que la de sus
homólogos masculinos. Se institucionalizó la misoginia. Es un campo de
minas para las mujeres de hoy”. Se trata de un diagnóstico severo que
hunde parte de sus raíces en la exprimera dama de Reino Unido: “La
señora Thatcher no fue un buen ejemplo para las mujeres en la vida
pública. Ella era un seudohombre que no valoró a otras mujeres. Todo en
ella parecía artificial”.
Son palabras del mundo real, sobre una personal real, que dan claras
señales de un mundo ficticio creado por una mujer que estudió derecho,
ha trabajado en un geriátrico y vivido en países como Botswana y Arabia
Saudi. En los relatos de Hilary Mantel el aire está quieto, o el aire
está agitado, da igual, el destino no tiene una ruta preferida y el
cambio irrumpe, incluso sin aire.
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