Su caso podría ser considerado tan ilustrativo como
paradigmático de lo que describió Didier Eribon en Reflexiones sobre la
cuestión gay y Retorno a Reims acerca de la injuria
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Para acabar con Eddy Bellegueule de Édouard Louis. |
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Édouard Louis, autor francés de Para acabar con Eddy Beelegueule. |
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La familia de Eddy Bellegueule en Le Nouvel Observateur, donde se intentó indagar en la vida real detrás de la novela./pagina12.com.ar |
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Señal de salida del pueblo de Hallencourt, donde vivió el protagonista de Para acabar con Eddy Bellegueule. |
Y fueron los libros
de Eribon y Bourdieu los que le revelaron a Eddy Bellegueule la trama
de su propia vida en el pueblo de Hallencourt, en el norte de Francia, a
punto tal de llevarlo a escribir una novela autobiográfica y cambiar su
nombre por el de Edouard Louis. Una historia familiar signada por la
violencia y una vida escolar marcada por el estigma llenan las páginas
de Para acabar con Eddy Bellegueule, un libro que, además de arrasar en
ventas en Francia, generó más de una polémica mediática e, inclusive, un
cuestionamiento acerca de si un escritor debe contarlo todo.
La casa de Eddy Bellegueule está llena de los huecos
que dejan los puñetazos de su padre contra la pared. Sangra cada vez que
da un golpe y la pared va tomando un color amarronado. La madre tapa
los huecos con los dibujos que hacen los hermanitos. La tía, cada vez
que se emborracha, se arranca los dientes con una tenaza. Afuera Eddy no
la pasa mejor, tiene diez años, es asmático, desgarbado y de voz aguda:
en un pasillo solitario del colegio dos chicos lo escupen en la cara y
después lo obligan a sorber la escupida. “¿Sos marica vos?” “Esa
pregunta me la grabaron para siempre como un estigma, como eso que los
griegos marcaban en el cuerpo, con un hierro rojo o con un cuchillo, a
los individuos que se apartaban de la norma y eran un peligro para la
comunidad.” Para acabar con Eddy Bellegueule cuenta la infancia –un
infierno– de este niño alternando una voz que narra los hechos con la
distancia de un juez, y las voces de su entorno, familia, amigos, el
pueblo, reproducidas en vivo y en directo (voz un poco opacada por la
traducción española, hay que decirlo). “De mi infancia no me queda
ningún recuerdo feliz”, arranca el libro, para luego justificar con
pelos y señales tal afirmación. El resultado: un viaje onírico y brutal a
lo más íntimo de esta familia y este pueblo fabril al norte de Francia
(Hallencourt, en la vida real) que puede equivaler a un viaje a lo más
oscuro y denso de la humanidad.
“Eddy Bellegueule soy yo”, declaró Edouard Louis de 22 años,
parafraseando a Flaubert, cuando en enero de 2014 su primera novela
vendió en dos meses 200.000 ejemplares en su país y en menos de un año
fue traducida a múltiples idiomas. “No hay una sola línea de ficción en
el libro”, dice Louis, que en una especie de restitución de sí mismo,
dejó su casa para siempre a los 17 años y cambió su nombre (Eddy
Bellegueule por Edouard Louis) mediante un proceso judicial. “El título
de la novela, con mi nombre, fue algo muy difícil de asumir para mí. A
medida que se acercaba el momento de su publicación, empecé a sentir
miedo. Eddy Bellegueule había sido el nombre que durante toda mi
infancia había detestado. El nombre de la injuria, del pasado que me
había rechazado, antes de que yo mismo lo rechazase.”
A través de la pantalla de Skype, la casa de Louis hoy en París se
ve moderna y luminosa. El impecable sweater azul que lleva puesto lo
hace parecido a su foto en la tapa del libro. Detrás, una biblioteca
inmensa. Louis ríe con ganas cuando se le pregunta si leyó todo lo que
ahí se ve. “Sí. Leí muchos libros en poco tiempo porque cuando empecé a
estudiar sentí que había llegado tarde”. Louis –que hoy cursa su
doctorado en Sociología en L’Ecole Normale Supérieure– empezó a leer
hace pocos años, porque en su familia “leer era un signo de pereza o
feminidad” hasta que, a fines del secundario, se topó en la librería de
su pueblo con Retour à Reims, un libro de memorias del filósofo francés
Didier Eribon donde relata su infancia como hijo homosexual de una
familia obrera. “El libro de Eribon me cambió la vida, de la noche a la
mañana. Y me puse a leer Bourdieu (se refiere a Autoanálisis de un
sociólogo). Ese libro me abrió las puertas de la literatura.” (Hoy
Eribon, a quien está dedicada la novela, acompaña a Louis en alguna de
sus presentaciones.) “Después vinieron Faulkner, mi favorito. Marguerite
Duras, Thomas Mann, Thomas Bernhard. Todos autores que durante su vida y
en su literatura, hablan sobre aquellos que nunca tuvieron visibilidad
social. La locura, en el caso de Duras; Faulkner, sobre las clases
populares de Mississippi.”
¿Cómo observás tu pasado después de haber escrito este libro?
–Para mí escribir el libro fue una forma de redescubrir mi pasado,
mi infancia. Había cosas de mi infancia que no podía comprender, como la
humillación, la violencia, que es el tema de la novela. Uno de los
problemas principales de la violencia es que no la sentimos cuando nos
atraviesa.
¿Te importaba contar la verdad o escribir una novela?
–Las dos cosas fueron lo mismo. La verdad era la meta al escribir la
novela. Quería utilizar la literatura como una herramienta para decir
la verdad, poner el lenguaje al servicio de la verdad. Aunque no la
verdad para Eddy o Edouard. Se trata de una política de la verdad, de
los mecanismos que nos construyen. Cómo al entrar en la sociedad somos
construidos por las palabras: maricón, árabe, negro, etcétera. Después
de eso, la pregunta es cómo podemos escapar de esas palabras.
¿La literatura es una manera de escapar?
–Una manera de escapar y buscar. Aunque en el caso de Eddy
Bellegueule no se trataba sólo de escapar. No se trató de escribir como
un acto catártico, hacer un ejercicio en torno de mi persona, sino
escribir un libro político. Los libros de Simone de Beauvoir cambiaron
las vidas de las mujeres. Creo que la literatura puede afectar
poderosamente nuestras vidas. Hay libros que tratan sobre individuos que
quieren huir de su infancia. El libro de James Baldwin (se refiere a Go
Tell It on the Mountain de 1953), o los de Bourdieu. En ellos los
protagonistas quieren ser libres y distintos a los otros. Son historias
de infancia en contra de la familia. Pero yo quería señalar otra cosa:
quería mostrar cómo Eddy no buscó escapar de su entorno, sino parecerse a
ellos. El también es homofóbico y racista. Fue muy difícil no
representarme como un niño más libre o más inteligente que los demás.
Creo que hasta los grandes escritores cayeron en esa ilusión. Incluso la
literatura más alta y poderosa cae presa de la figura del héroe. Al
final del libro Eddy escapa. Ahora puedo decir que me alegro de haberlo
hecho.
Algo de lo que dice Louis se refleja en la novela y a la vez la
completa: “Tenía que vigilar mis ademanes cuando hablaba, aprender a
tener una voz más grave, dedicarme a actividades exclusivamente
masculinas. Me paraba frente al espejo y volvía a empezar. Hoy voy a ser
un tipo duro. Mi padre se hacía preguntas en voz alta. Le preguntaba a
mi madre si yo era un chico ¿Es un tipo o qué? Se pasa la vida llorando,
le da miedo la oscuridad como a las chicas. ¿Por qué ¿Por qué es así?
¿Por qué? Yo no lo he criado como a una chica, lo he criado como a los
demás chicos. Me cago en la puta”. Mientras el padre mete a unos gatos
recién nacidos en una bolsa y los estampa contra una pared de hormigón,
los maullidos se apagan de a poco y unos hilos de sangre caen por el
plástico.
¿El libro sufrió rechazos editoriales que argumentaban que lo que se contaba no sucedía en Francia?
–Me decían que no podían publicarlo porque nadie lo iba a creer, que
ya no existía ese tipo de vida. Hasta que finalmente Seuil lo quiso
publicar. Cuando salió a la venta, la gente también se sorprendió. Pero
puedo comprenderlo, porque las personas sobre las que construyo mi
novela nunca llegan a tener un lugar dentro de la literatura, del
discurso, de la política. La violencia que sufren es subterránea. La
literatura propone nuevas formas de ver, propone mundos que nadie ve.
¿Creés que la novela toca un punto sensible para la sociedad francesa?
–No sólo de la sociedad francesa. Creo que es lo mismo en Francia,
Estados Unidos, Chile. La violencia que yo experimenté no es
responsabilidad de los que la ejercían, sino producida a su vez por su
propia exclusión. Lo que quería señalar con Eddy Bellegueule... es la
arquitectura de la violencia. Cómo, si sufrís de esa violencia todo el
tiempo como lo hacen las clases populares, la única opción es
reproducirla. Es lo mismo que pasó con Charlie Hebdo. Esos hombres que
mataron llevaban una existencia miserable, de una extrema pobreza.
Entonces lo ocurrido se puede comprender. Mi libro es lo contrario de
una venganza, es un intento de comprender.
Le Nouvel Observateur envió a un periodista hasta Hallencourt a la
casa de los padres de Louis “para verificar los hechos”. Y el 6 de marzo
de 2014 tituló: “¿Quién es el verdadero Eddy Bellegueule?” “El ha
recibido amor, nunca hemos sido homófobos”, dice la madre en el
reportaje, sentada frente a un recorte de diario con la foto de su hijo.
“Amo a mis hijos con un amor profundo y Eddy, es mi orgullo, era
incluso mi favorito. No entiendo.”
¿Cómo viviste el accionar de Le Nouvel Observateur?
–Fue muy violento, más para mis padres que para mí. Es una visión de
la realidad, de la verdad, ¡tan pobre! Claro que si le preguntás a mi
madre si es racista te va a contestar que no. Pero si conversás con
ella, va a decirte cosas como que los árabes se llevan todo nuestro
dinero. Mi madre decía que los obreros eran unos burgueses porque tenían
un salario todos los meses cuando nosotros no teníamos nada,
sobrevivíamos de las ayudas sociales. La violencia que ellos padecen es
invisible, subterránea. Lo que me interesaba en la novela no era
analizar si había o no amor en mi familia, sino que la fuerza de las
estructuras sociales es tan grande que a pesar del amor, consigue crear
ruptura.
¿Volviste al pueblo a buscar información para la novela?
–Sí, volví al pueblo y traté de bajar al papel las cosas que había
escuchado. Lo más difícil fue que sabía que lo que estaba escribiendo
era muy personal e íntimo. Y por eso mismo resultaba difícil. Sufrí
mucho durante los dos años que duró el proceso de escritura pero al
mismo tiempo pensaba: es porque es tan íntimo que tengo que contarlo. La
frontera entre lo político y lo íntimo es una frontera histórica. La
sociedad siempre puso los conflictos, aquello de lo que no se quiere
hablar, del lado de la intimidad. Cuando empezaron a surgir los primeros
movimientos gays y feministas, muchos se quejaron de que lo que
reclamaban era una cuestión personal, que la sexualidad y el género no
interesan públicamente.
¿Qué lugar ocupa hoy la literatura en tu vida?
–Un lugar enorme. Me quiero dedicar a la escritura. Escribir,
escribir, escribir. Sé que tendré que hacer otra cosa, quizás enseñar
sociología. La mayoría de los escritores franceses pertenecían a la alta
burguesía. Proust, Gide, Simenon, y podían dedicarse solamente a la
escritura, pero no es mi caso. Para mí la literatura es una herramienta
muy poderosa de intercambio y cambio. No me considero parte de ese
“mundo de escritores”, centrados en sí mismos y en la literatura
únicamente, que hablan todo el tiempo de eso. Si la literatura no
plantea ningún problema existencial, no tiene valor. Si la literatura es
un ejercicio de los burgueses por los burgueses, es solamente una
contemplación, una parodia.
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