El autor chocoano padecía una esclerosis lateral amiotrófica que fue apagando su fuerza vital
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Óscar Collazos, joven y contestario y de izquierda, aunque terminó escribiendo su columna semanal en un periódico tradicionalmente del establecimiento y de la derecha colombiana:El Tiempo./ |
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Foto histórica: Óscar Collazos funge de moderador en esa histórica mesa redonda sobre la literatura colombiana, que vivió el estremecimiento, que todavía no aparece en el ámbito colombiano, la respuesta a Cien años de soledad. |
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Óscar Collazos fue un bibliómano y bibliófilo consumado como todos los escritores que en el mundo han sido. Aquí en San Librario, buscando qué leer o releer./Álvaro Castillo. |
Como un escritor comprometido con la sociedad y
un amigo muy generoso describen sus allegados al escritor chocoano
Óscar Collazos, fallecido en la madrugada del domingo, en la Fundación
Cardioinfantil de Bogotá, por causa de complicaciones derivadas de una
esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que padecía desde hace meses, como
él mismo lo reveló en una de sus últimas columnas en este diario.
Desde la aparición de los síntomas que fueron
disminuyendo su vitalidad, Collazos inició una lucha contra la
enfermedad, a la que se unieron mensajes de fortaleza de sus amigos,
tanto de manera personal como en público, como la recordada ‘Plegaria de
Jotamario Arbeláez por la salud de Óscar Collazos’, también en este
diario, y las respuestas que incluso le envió el doctor Rodolfo Llinás a
una serie de preguntas que el propio Collazos le hizo desde su espacio
de opinión.
Desde 1997, Collazos escribía ‘Quinta
columna’, en EL TIEMPO, un espacio editorial por el que recibió
reconocimientos: obtuvo el Premio de Periodismo Simón Bolívar en el
2003, por Soy zurdo, a mucho honor. Un año más tarde, recibió el mismo
galardón, con la columna Bebo, luego vivo, publicada en la revista SoHo.
Además, el autor de libros como Rencor y Tierra quemada era colaborador
habitual de Lecturas, el suplemento cultural de esta casa editorial,
desde 1993.
Nacido en la población de Bahía Solano, el 29
de agosto de 1942, Óscar Collazos se inició en la literatura con unas
obras muy comprometidas con la región pacífica colombiana.
“Mi infancia en Bahía Solano, hasta los 7
años, son muchas imágenes confusas y hermosas. Muchas veces he creído
que, por su sencillez, son lo más parecido a la felicidad: el mar, el
marco de la bahía cubierto por la neblina del atardecer, la selva
cercana, los juegos de niño bajo la lluvia, una humilde y grande casa de
madera...”, le recordó a este diario en enero del 2015, en una
entrevista vía correo electrónico, cuando la ELA comenzaba a
comprometerle el habla.
En esa oportunidad, el autor recordó que
creció en una casa sin libros. Su primaria y su bachillerato los cursó
en colegios públicos de Buenaventura y fue allí, gracias a algunos
profesores que se dieron cuenta de su talento para contar y escribir
historias, donde Collazos empezó a interesarse en la literatura, como
lector desordenado de los libros que encontraba en la biblioteca del
colegio.
“En la biblioteca pública de la ciudad, el
bibliotecario Cleofás Garcés guardaba para mí dos tomos de las obras de
Shakespeare y Hojas de hierba, de Whitman, en la traducción de León
Felipe. No se los prestaba a nadie. Al terminar el bachillerato, había
leído lo que puede leer un joven ilustrado. Así que llegué azarosamente a
la literatura, y de allí a la escritura”, expresó en la misma
entrevista.
“A mí me unió con él el interés por el Chocó.
Precisamente, le publiqué Fragmentos del Pacífico, en Colcultura”,
recuerda el escritor Alfonso Carvajal, al resaltar su libro Son de
máquina, “sin lugar a dudas, es uno de los mejores libros de cuentos que
se han escrito en el país. A partir de ahí recibió el aplauso de García
Márquez, entre otros escritores y críticos”.
“El primer sorprendido por la acogida de ese
libro fui yo –decía Collazos en la entrevista–. Y más sorprendido aún
porque fue elogiado por grandes escritores admirados por mí. Esos
cuentos no fueron escritos con el propósito de cambiar un estilo o
desafiar una tradición; fueron escritos con naturalidad y con el empuje
secreto de algunas influencias, la de escritores como Cortázar,
Salinger, Hemingway, Joyce, Cabrera Infante, William Saroyan. Lo inédito
era quizá el mundo que recreaban”.
La crítica destacó, en su momento, la
narrativa moderna de Collazos, caracterizada por el fluir de conciencia y
la carga psicológica de sus personajes literarios, con marcadas
descripciones de sus sentimientos y sus pensamientos.
Con los años, esa mirada literaria sufrió un
giro natural, propio de las influencias que Collazos, en sus veinte,
recibiría en el ambiente de izquierda de la París de finales de la
década de los sesenta. Ya había pasado por la Unión Soviética y Cuba,
entre otros países.
“Él fue muy parecido al novelista y político
francés André Malraux, de esa casta de autores en cuya obra el
compromiso con la sociedad estaba ligado a la literatura –añade
Carvajal–. Recuerdo el famoso debate que Óscar tuvo con Julio Cortázar,
cuando era joven, en torno a la literatura de compromiso político”.
Precisamente, su columna en este diario se inclinaba por esa línea, más que por la literaria.
El sonado debate ocurrió, precisamente, en
1969, cuando el escritor chocoano trabajaba como director del centro de
investigaciones literarias de la Casa de las Américas, en La Habana, y
escribió un ensayo en la revista Marcha, de Uruguay, sobre el compromiso
literario. Fue la época en que Collazos tuvo la oportunidad de
compartir con varios de los autores del boom latinoamericano.
“Todo el mundo quería intervenir. Creo que el
tema que trataba era un tema de época: los escritores y las
revoluciones, la literatura y la política, la realidad y la imaginación.
Claro, estaba de por medio un momento tenso y difícil de la política
cultural de la Revolución cubana y, en cierto sentido, la polémica se
leyó desde esa perspectiva”, le contó Collazos a este diario.
Al recordar al amigo que escribió obras como
La modelo asesinada y Señor Sombra, sus compañeros de bohemia no dudan
en destacar su generosidad.
“Él era un poco como lo que decía Baudelaire:
un aristócrata del espíritu, de los que hago parte; aquellos que nos
dedicamos a cultivar el campo de la creación. Él era un dandi, que
cultivaba el goce del espíritu. En él, esa aristocracia del espíritu se
notaba también en su círculo de amigos que lo rodeaba, el placer por la
comida y su cercanía al poder”, comenta Carvajal, quien acompañó a
Collazos cuando dirigió el programa de televisión Al filo de la
madrugada, de Señal Colombia.
En el texto de su plegaria por la salud de
Collazos (febrero del 2015), el poeta Jotamario Arbeláez le pedía a
Dios: “No dejes a mi alma sin su amigote. Él es mi hermano, Señor. Es
uno de tus hijos más justos, valientes y consecuentes, poeta de dos
océanos, abogado de tus criaturas. Es uno de los grandes hombres de
pluma y de palabra que pusiste en Colombia como compañero en el viaje de
nuestra vida. Su vida ha sido una aventura por el mundo, que ha hecho
suyo con ideas y con palabras, con libros y con polémicas, con denuncias
y galanteos. Todavía tiene casi toda su biblioteca por leer, casi todo
su bar por paladear, casi toda esa obra literaria que le dictas por
escribir, y casi toda su espléndida mujer por acariciar”.
Sin embargo, a pesar de ese temple que
caracterizó su lucha contra la ELA, Collazos fue más consciente de lo
que venía, al punto de desahogarse públicamente con una carta al
reconocido neurólogo colombiano Rodolfo Llinás, con una serie de
preguntas que reflejaban los sentimientos que se agolpaban en su
interior.
“¿Qué podemos esperar de la ciencia a corto o a
mediano plazo? ¿Se está trabajando en esta enfermedad con entusiasmo,
como para abrir ventanas esperanzadoras a los pacientes? Si no hay un
camino de regreso, ¿se conocen al menos casos en los que la enfermedad
haya frenado su ímpetu? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que la
ciencia le devuelva la ‘paternidad’ a esta otra 'enfermedad huérfana’?”,
escribió.
Llinás respondió en ese momento, en medios
radiales, que las investigaciones sobre enfermedades degenerativas aún
no eran concluyentes y no se podía dar una respuesta definitiva sobre
una solución. “Es una situación compleja –decía el científico–. No decir
nada es moralmente inaceptable para mí. Decir que tenemos la solución
también es imposible. (...) Siento no poder darle una contestación
exacta en el momento. No puedo decir nada hasta que tenga los resultados
y hechos confirmados”.
Collazos partió, pero se lleva, quizás, el
recuerdo del abrazo fraternal de amigos y familiares, como se lo dijo a
este diario cuando describió su sentir sobre la enfermedad que padecía:
“He estado aprendiendo a vivir con sus síntomas. Espero aprender más;
pero si de algo he aprendido ha sido de la dimensión del amor y la
amistad. Todo es imprevisible. La enfermedad, como el dolor y la
felicidad, son experiencias íntimas”.
Al recordar ese brindis que Collazos le
tributaba a la amistad, Alfonso Carvajal resaltó en una de sus columnas
una frase suya: “Una de las cosas más gratificantes que uno encuentra a
ciertas alturas de su vida es el hecho comprobado de no tener enemigos,
que si creyó haberlos tenido no fue más que un malentendido”. Carvajal
afirmó en el texto que “estas palabras lo enaltecen y enaltecen la
amistad, esa cosa vaporosa y duradera, esa línea sutil que nos da la
última posibilidad de la esperanza”.
Collazos es velado en Capillas de la Fe de la
avenida 19 n.° 154-76. A las 11 a. m., de hoy, será cremado en el
Cementerio Distrital del Norte, en Bogotá.
Al Dr. Rodolfo Llinás
El siguiente es el texto de Óscar Collazos,
publicado en El Tiempo el 4 de febrero del 2015, en el que hizo
público su padecimiento.
Apreciado Dr. Llinás: disculpe que le dirija
esta comprometedora carta abierta, una pequeña trampa que le hago al
formato habitual de mi columna. Buscaba un interlocutor y lo encontré a
usted: neurólogo, investigador de reconocido prestigio, científico de
talante humano. Nos une, además, algo muy sencillo: usted y yo podríamos
ser paciente y médico.
Le explico: en agosto pasado me diagnosticaron
una esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Uno de los neurólogos
consultados prefirió no bautizarla y dejar su diagnóstico en una
“enfermedad de las neuronas motoras”. Si no hubiera buscado los orígenes
de una disfonía que empecé a padecer un año atrás, no habría pasado por
toda clase de exámenes y diagnósticos que buscaban explicar las causas
de ambas anomalías.
Descartadas algunas patologías, se llegó a los
exámenes neurológicos. Y fue cuando, después de dos electromiografías,
se llegó al diagnóstico que está cambiando mi vida y volviendo dolorosa
la de seres amados que se resisten a aceptar como definitivo el sello
fatal que lleva la enfermedad.
Han pasado apenas seis meses desde el
diagnóstico final hecho por el Dr. Miguel Camacho Samper, corroborado en
Cartagena por el Dr. Édgar Castillo. Los síntomas posteriores
corresponden a la pérdida acelerada de masa muscular y al debilitamiento
del aparato respiratorio. Tengo dificultades de deglución y el habla
registra retrocesos preocupantes. Me puedo mover por mis propios medios,
pero me fatigo pronto y demasiado.
Mi vida intelectual, en cambio, sigue siendo
casi la misma: escribo mis columnas de opinión cada semana y trabajo en
la escritura de una nueva novela, mientras descubro una dimensión
desconocida del amor y me conmuevo con la solidaridad de los amigos.
Esto me ha fortalecido. He tratado de instalar mi mente en el presente,
desechando la tentación de dejarme llevar hacia el impredecible
escenario del futuro.
A veces descubro en mí una forma de
espiritualidad que, a lo mejor, permanecía dormida en mi conciencia. La
dejo fluir a manera de silenciosa oración por la vida. No sé si hice
bien al negarme a buscar información sobre la enfermedad. No deseaba
cargarme de prejuicios ni maltratar mi ánimo diario.
Las enfermedades inventan sus mitos, amables o
atroces. Y esta es una de las que han dejado crecer toda clase de
leyendas trágicas. Y, también, una que otra leyenda heroica: Stephen
Hawking en su silla de ruedas, hablando como un robot de asuntos nada
robóticos, como el origen del universo.
Dr. Llinás: ¿qué podemos esperar de la ciencia
a corto o a mediano plazo? ¿Se está trabajando en esta enfermedad con
entusiasmo, como para abrir ventanas esperanzadoras a los pacientes? Si
no hay un camino de regreso, ¿se conocen al menos casos en los que la
enfermedad haya frenado su ímpetu? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para
que la ciencia le devuelva la “paternidad” a esta otra “enfermedad
huérfana”?
He visto en seis meses numerosos médicos y
enfermeras, y en casi todos he adivinado la discreción de quien no
quiere ser el mensajero de un acontecimiento trágico. La enfermedad ha
requerido a su alrededor de neumólogos, cardiólogos, gastroenterólogos,
otorrinos, nutricionistas, terapistas de respiración, fonoaudiólogos,
infectólogos y otros tantos profesionales de la medicina; trabajan, no
tanto para curarla, sino para preparar, en el mejor de los casos, la
futura calidad de vida del paciente.
Esta reseña, doctor Llinás, no tiene otro
propósito que el de conocer su opinión sobre la enfermedad. Espero que
acepte esta modalidad de correspondencia: la carta abierta. Miles de
colombianos le vamos a agradecer sus respuestas.
Óscar Collazos
Fuentes: Facebook. elespectador.com,eltiempo.com,
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