18.5.15

Liberando la imaginación narrativa

Anticipamos  El buen relato, diálogos de J. M. Coetzee, el Nobel surafricano sobre ficción y psicoanálisis
John Maxwell Coetzee, autor surafricano, Premio Nobel 2003./revista Ñ.

J. M. Coetzee: ¿Cuáles son las cualidades de un buen relato (un relato verosímil, convincente incluso)? Cuando cuento a otras personas el relato de mi vida –más importante aún, cuando me lo cuento a mí mismo–, ¿qué debería hacer? ¿Debería tratar de producir un artefacto bien armado, sobrevolando rápidamente las épocas en que no ocurrió nada, destacando el dramatismo de los momentos ricos en acontecimientos, dándole al relato una forma, generando expectativas y suspenso? ¿O debería, por el contrario, mantenerme neutral, objetivo, tratando de apegarme a un tipo de verdad acorde con los criterios de un tribunal: la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? ¿Qué relación tengo con la historia de mi vida? ¿Soy su autor consciente o debo concebirme como una mera voz que enuncia con la menor interferencia posible una sucesión de palabras que brotan de mi interior? Sobre todo, dada la riqueza del material que atesora mi memoria, el material de una vida entera, ¿qué debería omitir, teniendo en cuenta la advertencia de Freud de que lo que omita sin siquiera pensarlo (es decir, sin pensarlo conscientemente) tal vez sea la clave de la verdad más profunda acerca de mí mismo? Desde el punto de vista lógico, ¿es posible que yo sepa qué es lo que omito sin siquiera pensar en ello?
Arabella Kurtz: Creo que la tarea del psicoanálisis es tratar de decir la verdad más profunda o, menos pretenciosa y más precisamente, tratar de analizar las resistencias que se oponen a decirla, de modo que la historia del individuo emerja del modo más pleno, coherente y comprometido posible en cada momento: porque el proceso es permanente, la historia cambia sin cesar. El relato verdadero que uno puede contar en la infancia puede ser distinto del relato que podría contar en la adolescencia o en la edad adulta sobre las mismas experiencias, y así sucesivamente. Freud propuso el método de la asociación libre para obtener acceso a la experiencia inconsciente en el consultorio pero, en mi experiencia, el método no funciona como la gente espera. Se invita al paciente a hablar tan libremente como pueda, sin prestar atención a las normas sociales ni detenerse en cumplidos pero, por lo general, lo que el paciente descubre es hasta qué punto la expresión libre está limitada, incluso en la intimidad de su mente. Ese método permite ver cómo funcionan las defensas del individuo y también permite analizar la resistencia, tarea fundamental en la mayoría de los tratamientos. Una manera de pensar el psicoanálisis es concebirlo como un procedimiento para liberar la imaginación narrativa o autobiográfica. Si lo pensamos así, es posible que un escritor como usted pueda aportar algo sobre la forma que toma la narración en el consultorio.
JMC: Bien. Voy a formular entonces una pregunta que me ronda desde hace algún tiempo. ¿Qué la mueve a usted, como terapeuta, a desear que el paciente afronte la verdad acerca de sí mismo, en lugar de colaborar con una historia o ser cómplice de ella –una ficción, digamos, pero una ficción que empodera–, un relato que lo haría sentir bien, suficientemente bien para salir al mundo con mayor capacidad de amar y de trabajar? Plantearé la pregunta de una manera más radical: ¿acaso todas las autobiografías, todos los relatos de vida, no son ficciones, al menos en el sentido de que son construcciones (“ficción” proviene del latín fingere , que significa moldear o dar forma a algo)? Lo que sostengo no es que la autobiografía sea libre, en el sentido de podamos inventar la historia de nuestra vida como nos plazca. Más bien sostengo que al armar nuestra autobiografía ejercemos la misma libertad que tenemos en los sueños, en los que imponemos a los elementos una realidad recordada, una forma narrativa que nos es propia, aun cuando suframos la influencia de fuerzas oscuras para nosotros mismos. Como sabemos ambos, hay ciertos tipos de terapias de autoayuda que tienen como meta conseguir que el sujeto se sienta bien consigo mismo, y que suelen quitarle importancia al criterio de verdad si la verdad es demasiado difícil de manejar. Solemos menospreciar esas terapias. Decimos que la cura que producen es sólo aparente, que tarde o temprano el sujeto se estrellará de nuevo contra la realidad. Pero ¿sucedería lo mismo si, por obra de algún tipo de consenso social, acordáramos no agitar las olas sino apoyarnos mutuamente en nuestras fantasías, como sucede en algunos grupos terapéuticos? En tal caso, no habría una realidad contra la cual el paciente acabaría por estrellarse. En nuestra cultura liberal postreligiosa, acostumbramos pensar que la imaginación narrativa es una fuerza interna provechosa. Pero hay otra forma de verla, que se fundamenta en la experiencia de cómo funcionan las narraciones sobre uno mismo en la vida de mucha gente: como una facultad que utilizamos para elaborar para nosotros mismos y para nuestro círculo la historia que nos calza mejor, un relato que justifica nuestra conducta pretérita y actual, una historia en la que, por lo general, nosotros estamos en lo cierto y los demás están equivocados. Cuando esa narración choca ostensiblemente con la realidad, con cómo son las cosas realmente, los que observamos llegamos a la conclusión de que el sujeto se engaña, de que la verdad-para-sí producida por la imaginación del sujeto está en conflicto con la verdad real. Entonces, ¿no tiene el terapeuta la obligación de hacer comprender al paciente que no es libre de inventar su historia de vida, que inventar historias sobre nosotros mismos puede tener consecuencias graves en el mundo real?
AK: Sin embargo, una narración de vida que esté exclusivamente al servicio propio, tal como la que usted describe, sería tan endeble, tan frágil que se desmoronaría por sí sola. Uno podría describir la actividad del psicoanálisis como una combinación de escucha atenta y comentarios selectivos sobre los aspectos de un relato de vida que no parecen convincentes, o que parecen sugerir la posibilidad de una historia subyacente más convincente. A eso me refería cuando dije que la meta del psicoanálisis es liberar la imaginación narrativa. Quiero preguntarle a usted, en su calidad de escritor, si esta idea de descubrir una narración más verdadera mediante la elaboración de narraciones-máscara ¿le suscita algún eco? Y digo “más verdadera” en el sentido de una verdad poética o emocional: cuando algo es fiel a sí mismo, internamente coherente y también está en correspondencia con las cosas externas, aunque no necesariamente de una manera transparente o directa. Lo que los escritores saben –y los psicoterapeutas pueden aprender de ellos, me parece– es que la mejor manera de aproximarse a algo verdadero y nuevo, o consciente desde hace poco, es a menudo creativa, por lo menos no es algo que se concilie con lo establecido y aceptado de manera irreflexiva como verdad en nuestra realidad compartida, comunitaria. Tengo la convicción de que los mejores psicoanalistas, como los mejores oyentes, los más comprensivos, atienden más a la coherencia interna de una narración –los deseos y frustraciones no expresados, que surgen paulatinamente como incoherencias o rupturas de la forma o el contenido– e imponen menos de sí mismos, menos ideas externas acerca de la realidad de una situación o menos nociones preconcebidas sobre cómo se debería vivir la vida.

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