El encuentro de novela policiaca se pregunta si el urbanismo puede frenar la criminalidad
Una imagen nocturna de Barcelona. / Giacomo Francesco Lombardi./elpais.com |
En la negra Baltimore enferma por su corrupto y blindado puerto autónomo que se dibuja en la televisiva The wire, un alto cargo policial experimenta con un barrio, bautizado Hamsterdam,
como zona franca de droga tolerada: los bajos de las casas, con sus
famosos tramos de escalera que mueren en la calle, se convierten en las
oficinas al aire libre de los traficantes. Los delincuentes alucinan: la
policía hasta les protege en esa área delimitada. La clave del ensayo
(que desconoce el consistorio entero) está en que antes la misma policía
ha vaciado el barrio de todos los vecinos decentes que quedaban en la
ya degradada zona, reubicándolos por la ciudad. Algo de esa ficción se
huele en la vida real de grandes ciudades. Por ejemplo, Barcelona. Con
esa sensación salió más de una de las 250 personas que abarrotaban la
sala de actos del Colegio de Arquitectos de Cataluña que acogió la
sugerente mesa redonda Ciudad y delito: La prevención del crimen y del delito a través del urbanismo, enésima demostración de la imaginación de los organizadores del encuentro BCNegra.
Itziar González podría ser un personaje de la serie: fue concejal del
literario negrocriminal distrito de Ciutat Vella de Barcelona entre
2007 y 2010, cargo que abandonó por diferencias con la alcaldía y
amenazas de muerte de mafias. Todo porque, entre otras cosas, se le
ocurrió hacer una cartografía del crimen del histórico Raval barcelonés y
sus aledaños. Y denunciar y combatir lo que se deducía de él. De
novela, vamos. “Barcelona hoy ya no es vista como una ciudad para vivir
sino para blanquear dinero: el mayor crimen que se comete ahora en sus
calles es la especulación, que está acabando con ella”, soltó ante la
estupefacta mirada de su contertulio Joan Miquel Capell, doctor en
derecho y comisario de los Mossos d’Esquadra. Era fuego a discreción:
“Las mafias están leyendo mejor la ciudad que los políticos: la
actividad mafiosa copa los bajos de calles enteras con negocios iguales
de colmados o cadenas extrañas de supermercados y fast-foods
misteriosos que son de las mismas personas; con ello se vacían las
calles de vecinos, que son los que con su vida y su actividad y su
complejidad hacen un uso social de la ciudad y la controlan; cuando hay
uso social de la calle la policía no es necesaria en ella”.
Como apunta el veterano del género Andreu Martín en su Sociedad negra,
donde novela sobre crímenes de una potencial mafia china en Barcelona
que tiene uno de sus enclaves en el área marítima de la ciudad, la
exconcejal apuntó hacia las actividades reales del puerto catalán: “No
hace falta ser muy listo: el puerto es el de una ciudad mediterránea con
su zona franca, con su propia policía, sin control ciudadano; no
sabemos qué entra ni que sale de él; solo se puede constatar que a mayor
crecimiento del puerto más actividad económica criminal hay en Ciutat
Vella”. ¿Los muelles de Baltimore, a la catalana?
Las tiendas de souvenirs extraños, fast-foods
misteriosos y otros locales ambiguos se justifican como servicio a “un
centro histórico que se ha convertido en parque temático para el
turismo, en realidad una población flotante que no usa la ciudad, luego
no la controla, no denuncia o reclama, no hace política en ella”, lanza
González. El futuro de una dinámica así es “el vaciado absoluto del
centro histórico de la ciudad, en unos no habrá vecinos, como ya ha
ocurrido en Venecia; y si no hay gente en el barrio no hay policía
social”, respondió a la inquietud de la expolítica Francesc Muñoz,
profesor de Geografía Urbana y director del Observatorio de la
Urbanización de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Muñoz defiende que es más la gestión del espacio urbano que las
medidas arquitectónicas preventivas (rejas, mobiliario urbano incómodo o
punzante...) lo que reduce el delito. “La arquitectura fracasará
siempre si sólo se fija en la forma preventiva”, suelta. También rompe
otro tópico: “Mucha gente abandona las grandes aglomeraciones, las
ciudades compactas porque aseguran que generan mucho crimen y se mudan a
urbanizaciones de casas aisladas, a los paraísos de las unifamiliares; y
ahí el crimen es tanto mayor por los espacios entre vecinos, la falta
de fuerzas policiales y el aislamiento entre viviendas”, dice mientras
no puede evitar ilustrarlo con el libro (y la película) Revolutionary road, de Richard Yates, o con la más cinematográfica American beauty.
Muñoz sabe dos cosas sobre el crimen y el urbanismo: “Si la ciudad no
tiene seguridad, su espacio sólo será utilizado por aquellos que
ostenten el monopolio de la violencia o por los grupos sociales con
dinero para poder pagarse su seguridad”. También sabe cómo el diseño, la
forma de la urbe, puede marcar hasta la estética de la violencia
urbana: ahí están Bullitt y las persecuciones en coche por las montañas rusas de las calles de San Francisco, o The French connection, con la vertiginosa y claustrofóbica violencia de los trenes elevados de Nueva York, por poner sólo dos casos.
Y cita sin decir cómo descendió la violencia en una localidad de la
provincia de Barcelona en el espacio que dejaban entre sí una
biblioteca, un hospital y el mercado municipal: sólo cambiar en cada uno
de los edificios su entrada principal y colocarla de cara al hasta
entonces espacio conflictivo redujo la criminalidad en un porcentaje
espectacular: “Es el uso del espacio lo que nos da la seguridad”,
resume.
De formas urbanas también habló el comisario Capell, que al pasear
virtualmente por las calles de Barcelona para constatar los obstáculos
reales con que se encuentra la policía en su quehacer diario acabó
regalando un impagable manual de recursos para los aprendices de
escritores del género negro: que las construcciones de interiores de
manzana como los del Eixample barcelonés facilitan la impunidad criminal
porque las patrullas no ven desde las calles; que las paradas de
autobuses de cristal transparente, la misma estrategia adoptada ahora
por las oficinas bancarias, les permite divisar desde fuera su interior y
evitar atracos en ellas; que la manía de los supermercados de tapar sus
cristaleras con un sinfín de carteles de ofertas facilita la labor del
delincuente; que han pedido a los ayuntamientos que las tapas de los
alcantarillados gocen de un sistema de fijación más seguro para que
dejen de ser utilizadas para alunizajes contra escaparates de joyerías;
que cuando llueve bajan los hurtos, que suelen ser más habituales a las 5
de la tarde que a las 19.30 y más en miércoles que en jueves, y que
entre los 5,4 kilómetros que separan dos localidades de la costa Brava
como Pals y Begur hay 53 urbanizaciones, con una ocupación media de 17
días al año. O sea, pueblos desiertos...
A la salida del acto, un buen lector negrocriminal no podía dejar de pensar en cómo se las arreglarían hoy Ataud
Ed Johnson y Sepulturero Jones, los duros policías de Chester Himes,
por ese concurrido Harlem, “ese hervidero donde quien sumerja la mano,
retira un muñón”, construido a base de paredes de papel, calles no muy
amplias y ventanas indiscretas donde todos se conocían y donde siempre
hallaban a algún chota (confidente) que había visto, oído o
olido algo que les ponía sobre la pista. Con el urbanismo de hoy les
sería, al parecer, algo más difícil...
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