El Pompidou rescata en una retrospectiva el compromiso y la poesía del gran fotógrafo francés
Martine Franck, segunda esposa del artista, fotografiada en 1967. / Henri Cartier-Bresson .Magnum Photos./elpais.com |
Vivió 96 años, entre 1908 y 2004, recorrió varias veces el mundo con
su Leica y combatió en primera línea por el surrealismo, el comunismo y
el reporterismo. Además de fotógrafo, Henri Cartier-Bresson fue pintor y
dibujante, cineasta y actor ocasional, reportero de hielo y militante
de fuego, poeta, antropólogo y emprendedor. Antes y después de cofundar la Agencia Magnum
en 1947, retrató a los miserables y a los olvidados, a sus mujeres y
sus amigos, guerras y revoluciones, el inconsciente y el fugaz instante decisivo.
Sin palabrería ni adornos, a base de instinto, generosidad y pulso de
cirujano, dio la espalda a los poderosos y puso el objetivo en los
vencidos y la naturalidad.
China, Cuba, México, Costa de Marfil, India, Indonesia, Estados
Unidos, España, Italia, Francia... Nada parecía quedarle lejos. Equipado
con su genio para la composición y su gusto por los matices, se movió
con igual facilidad en lo íntimo y lo colectivo, del primer plano al
paisaje baldío, en la sensualidad de una cama vacía y el estallido de
una rebelión. Trabajó apenas cuatro décadas, pero siguiendo su lema ver es un todo
narró como nadie, en su blanco y negro nítido de grises y sombras, los
dramas y las ilusiones —casi todas perdidas— del siglo XX.
El Centro Pompidou ha reunido 500 fotografías, pinturas, dibujos y documentales de Cartier- Bresson en una retrospectiva cronológica que estará abierta hasta el 9 de junio
y que divide su obra en siete etapas. La exposición, que se podrá ver
en la Fundación Mapfre de Madrid desde el 28 de junio hasta el 8 de
septiembre, pone el foco en sus fotos menos conocidas, sin olvidar
algunos de sus clásicos.
Una de las sorpresas es la sala dedicada a su trabajo como cineasta,
muy vinculado a su militancia comunista entre 1935 a 1945 y a su amigo
Jean Renoir, de quien fue ayudante de dirección y figurante en tres
películas. Ahí se puede ver su documental propagandístico sobre la
guerra civil, encargado por el Centro Sanitario Internacional y titulado
La victoria de la vida. Las imágenes, de excepcional calidad e
inspiradas en el expresionismo soviético que había aprendido en Nueva
York, enseñan varios hospitales del bando republicano, el trabajo de los
médicos y enfermeras, el trasiego de camillas y heridos, el dolor, el
miedo y la esperanza de los soldados españoles y extranjeros. Al final,
una voz en off pide: “Escuchen las llamadas que vienen de la España martirizada”.
De joven, Cartier-Bresson quiso dedicarse al arte. En los años veinte
se inscribió en una academia de pintura, aprendió geometría y
composición, y experimentó con ceras y lápices antes de comprarse su
primera Leica. Era el momento de la Nueva Visión, escuela fotográfica
heredera del constructivismo ruso. En 1926 se hizo amigo de Breton y los
surrealistas, sin llegar a formar parte formal del club. Según cuenta
el comisario de la exposición, Clément Chéroux, “le marcó sobre todo la
actitud surrealista: el espíritu subversivo, el gusto por el juego, el
lugar prestado al inconsciente, el placer de la deambulación urbana, la
fulguración”.
Su acercamiento al comunismo fue posterior; recorrió España en 1933 y
1934 y transmitió a su forma el sueño de la II República: niños en una
barriada de Sevilla, un gran terreno en obras y el barrio chino de
Barcelona, un primer plano del portero de toriles de Valencia...
Mientras firmaba sus primeros reportajes de prensa en el semanario del Partido Comunista Francés Regards,
dirigido por Aragon, iba afinando su punto de vista: retrataba a la
italiana Leonor Fini desnuda en un río, al poeta Charles Henri Ford
subiéndose la bragueta en un urinario público de París, a clochards
y gitanos durmiendo en la calle, a un grupo de obreros cobrando sus
primeras vacaciones pagadas. El día de la coronación de Jorge VI, en
mayo de 1937, da la espalda al rey y fotografía al pueblo que mira.
Con la llegada de la II Guerra Mundial, fue movilizado por el
ejército en la sección Película y Fotografía, aunque no pudo trabajar
mucho: pasó tres años preso antes de evadirse y de unirse a un grupo de
comunistas. En 1944 y 1945, filmó y fotografió las ruinas del pueblo
arrasado de Oradour-sur-Glane, la liberación de París y el regreso de
los presos en Alemania: su serie sobre los ajustes de cuentas a los
colaboracionistas en Dachau sigue siendo escalofriante.
Tras el conflicto y la retrospectiva que le dedicó el MOMA en 1947,
nace Magnum y con ella tres décadas del mejor fotoperiodismo de la
historia: las multitudes en los funerales de Gandhi, la fiebre del oro
en Shanghái, la muerte de Stalin, la Cuba que despide a Benny Moré en
1963, Mayo del 68... Y, en sus ratos libres, los geniales retratos por
encargo a Matisse, Giacometti, Capote o Sartre; y sus reportajes de
investigación: los Seis días ciclistas de París; los cuerpos en Tokio,
Indonesia, Israel o Kosovo, la sociedad de consumo...
Con la llegada de la publicidad y del color, Cartier-Bresson se aleja
de Magnum en los años setenta. Se dedica a la vida contemplativa y a
montar exposiciones y libros. Sigue disparando de vez en cuando, y
vuelve a la poesía de sus primeras fotos. Tras la vorágine, elige la
lentitud y el silencio. Como si ya estuviera todo dicho.
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