Evelio Rosero, autor colombiano, refleja su admiración por el papa Juan Pablo I en Plegaria por un papa envenenado
Era casi una promesa. Casi. Evelio Rosero (Bogotá, 1958) se había propuesto no volver a escribir otra novela histórica cuando hace dos años lanzó La Carroza de Bolívar,
una historia ambiciosa que se centró en desmitificar la figura del
Libertador. “Sentí que era como una camisa de fuerza tener que depender
de datos históricos”, dice. Prefería —prefiere— la hoja en blanco,
trabajar con la imaginación. Pero el azar suele sorprender. Ahora, el
escritor colombiano rescata la figura de Juan Pablo I en Plegaria por un Papa envenenado, un libro que acaba de lanzar Tusquets.
Y fue por azar que Rosero se cruzó en una librería de Bogotá con el
primer pontífice que nació en el siglo XX. Quería leer biografía y se
encontró con En nombre de Dios,
una investigación de David A. Yallop publicada en 1984. La historia es
bastante conocida: Albino Luciani apareció muerto en las dependencias
papales del Vaticano el 26 de agosto de 1978, solo 33 días después de
haber sido elegido Papa. Pero el trabajo de Yallop cautivó al escritor.
Se trata de “una investigación seria, que reflexiona con argumentos
incontrovertibles acerca de la muerte Luciani, además de su vida y
pensamiento, cuestiona y denuncia el papel de la Iglesia católica, la
curia y la mafia italiana, ejecutoras del envenenamiento”.
Esta no es la primera vez que el tema de los Papas y la Iglesia
aparecen en la obra de este escritor que comenzó a tener resonancia
internacional cuando su novela Los ejércitos
ganó en 2006 el premio Tusquets de Novela y después se alzó con el
Independent Foreing Fiction Prize en 2009 y el ALOA Prize en 2011. Su
novela Los almuerzos,
que fue publicada en Colombia en 2001 y en España en 2009, desarrolla
la historia de una pequeña parroquia de Bogotá, y en otro cuento largo
que se llama Ausentes, el personaje central es Pablo VI y su visita a la capital colombiana en 1968.
“Estudié en colegios religiosos hasta que me rebelé en cuarto de
bachillerato”, recuerda. Tal vez por esa rebeldía, el pontificado de
Luciani pasó sin pena ni gloria por la vida de Rosero. Cuando anunciaron
que había muerto envenenado, él tenía 20 años, estaba enamorado y ni se
enteró.
La nuevo novela de Evelio Rosero muestra a Luciani “como el humilde
cura de la más humilde parroquia”, visitador de enfermos, de
prisioneros, que huyó —mientras pudo— de vivir en lujosos apartamentos,
que abogaba por los pobres, un soñador, “un pobre hombre acostumbrado a
pequeñas cosas y al silencio”, que llamaba a los fieles hermanos y no
hijos. “Y lo inmolaron, la misma noche en que se disponía a barrer de
traficantes el templo de Jesús”. Una historia que avanza en medio de un
coro de prostitutas —“son ellas las que narran, las que increpan y se
burlan del autor”—, donde Luciani se enfrenta a hombres poderosos como
el obispo Marcinkus, director del Banco del Vaticano.
Hay quienes han advertido en esta novela de Rosero un parecido con lo que hoy el mundo conoce del Papa Francisco.
Y puede ser, pero Rosero advierte que cuando terminó de escribirla, ni
siquiera Ratzinger había renunciado. “El Papa Francisco es muy pálido
comparado con Luciani, que proponía realmente cambios fundamentales en
la Iglesia y que son los que yo menciono en la novela, como aceptar la
píldora para no concebir, el bebé probeta, pretendía que las mujeres
pudieran ejercer el sacerdocio, hacer una Iglesia para los pobres,
destinarles una parte de su riqueza. Eso es algo de lo que ha mencionado
Francisco pero sin hacer todavía nada en realidad”.
Hay algo más que sedujo a Evelio Rosero de Juan Pablo I.
“Creo que él era en realidad un escritor y es una lástima que haya sido
envenenado porque a mi modo de ver es posible que hubiera seguido
escribiendo”. Luciani publicó un libro con cartas imaginadas a
escritores, poetas y dramaturgos como Twain, Péguy, Casella, Dickens y
Marlowe, que también aparecen en la novela del escritor colombiano. Hay
otro libro, Briznas de catequesis, al que le dedica un capítulo
entero. “Temo que frene la novela, puede parecer disonante, pero corro
el riesgo porque me parecía importante que quedara la catequesis
impartida por Luciani”. Y una de las razones es la preocupación del Papa
italiano por la pedofilia. “¿Cuántos pedófilos no han sido castigados?
Todo lo contrario, la Iglesia los protegió, echó tierra al asunto.
Luciani era consiente de eso”.
Pero su novela está lejos de ser un ataque frontal a los errores de
la Iglesia. “No soy visceral con la Iglesia. He dicho que es poseedora
de grandes pensadores que sí han llevado el mensaje de Cristo, pero eso
también está contrarrestado por la presencia de otros jerarcas que han
buscado el enriquecimiento”.
Rosero está ahora dedicado a sus lectores. “Son como los amigos
invisibles que uno tiene y sirve estar en contacto con ellos después de
meses encerrado”. Si no escribe, lee, monta en bicicleta y aunque no
tiene muchos amigos sí se encuentra a menudo con ellos —“sé que así me
estoy preparando para asumir el trabajo de otro libro”—. Cuando llegue
ese momento volverá a sus cuadernos, porque es allí que imagina,
construye, tacha y vuelve a escribir, donde realmente está cómodo. “Mi
trabajo auténtico es escribir”, dice y asegura que al final, lo que le
importa al lector es el libro y no lo que pasa detrás del libro.
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