El inglés John Berger hace una reflexión sobre la ética y la estética a partir de un cuaderno perdido con dibujos del filósofo Baruch Spinoza
John Berger es novelista, pintor, crítico de arte y activista político./semana.com |
Hay dos clases de libros: los que simulan ser un mundo cerrado y autosuficiente y los que se niegan a serlo. El cuaderno de Bento, de John Berger, pertenece a esta última categoría: contiene dibujos, biografía, reflexiones, pequeños relatos y fragmentos con pensamientos del filósofo Baruch Spinoza. Un libro misceláneo, original, provocador, que sin embargo presenta una propuesta muy clara: no obstante el caos de la realidad y la fugacidad de la vida debemos aspirar a una ética.
Los
dibujos perdidos de Spinoza, y su búsqueda, son la inspiración de este
libro. Al parecer, el filósofo holandés (1632-1677), que se ganaba la
vida en Ámsterdam como pulidor de lentes y que pasó a la historia por
sus reflexiones sobre el libre albedrío y la unidad del cuerpo y el
alma, contenidas en sus obras Ética y Tratado de la reforma del
entendimiento, también dibujaba. Según Berger, Spinoza disfrutaba
dibujando y siempre llevaba consigo un cuaderno de dibujo. Tras su
muerte repentina –quizás a causa de la silicosis que le habría producido
su trabajo de pulidor de lentes– sus amigos rescataron sus cartas,
manuscritos y notas, pero al parecer, no encontraron ningún cuaderno con
dibujos. O, de haberlo encontrado, posteriormente se perdió. “Llevo
años imaginándome que aparece uno de sus cuadernos de dibujos. No sé qué
espero encontrar allí. ¿Dibujos de qué? ¿Dibujados cómo? De Hooch,
Vermeer, Jan Steen, Gerard Dou eran sus contemporáneos. Durante algún
tiempo, en Ámsterdam, vivió a pocos metros de la casa de Rembrandt, que
era veintiséis años mayor que él. Hay biógrafos que sugieren que
probablemente se conocieron. Como dibujante no debió pasar de
aficionado. No esperaba grandes dibujos en sus cuadernos, si llegaba a
aparecer alguno. Tan solo quería volver a leer sus palabras, algunas de
sus sorprendentes proposiciones filosóficas y al mismo tiempo aquellas
cosas que él había observado con sus propios ojos. Un amigo polaco, que
es impresor y vive en Baviera, me regaló un bloc de dibujo con tapas de
ante del color de la piel. Y yo me oí a mí mismo diciendo: ‘¡Este es el
cuaderno de Bento!’ ”.
La visión de unos ciruelos que han madurado y el descubrimiento de un caracol y de una bailarina inspiran los primeros dibujos y reflexiones sobre el arte de dibujar. Luego, Berger nos hablará de unos presos políticos torturados, un exmecánico de aviones, una boda magrebí, una princesa camboyana en una piscina municipal y una moto. Al parecer, todo despierta el interés de Berger. En todas partes habitan los relatos. Se trata de un collage, no hay unidad, ya nos lo habían advertido, pero resulta inevitable buscarla. No podemos vivir sin la ilusión de la unidad. Ahí es donde aparecen y cobran sentido las citas de Spinoza. Un cuerpo contiene todos los cuerpos: “La sustancia es una y todo lo que existe no son sino modificaciones pasajeras de la misma”. Spinoza –viene a recordárnoslo Berger–, aquel filósofo que se apartó de la ortodoxia judía y casi fue linchado en la puerta de una sinagoga por oponerse a los rabinos de su tiempo, fue crucial en el origen del pensamiento moderno porque construyó una ética liberada del sectarismo religioso.
Berger busca la unidad a través de las citas de Spinoza pero no lo consigue. No se trata de un fracaso, es precisamente la confirmación del valor de su libro. Vivimos en la fragmentación anhelando una imposible unidad. No hay que renunciar a su búsqueda, pero tampoco a la fragmentación: debemos disfrutarla y gozarla como algo positivo. Y tal vez de esa manera, sin andar buscándola, podremos encontrarla. ¿Qué tiene que ver la historia de la novela Los hermanos Karamazov prestada en una biblioteca pública de barrio con la de la pianista Myra Hess interpretando a Bach en la National Gallery en pleno bombardeo de Londres durante la Segunda Guerra Mundial? Nada. O mucho, si leemos con atención la Ética de Spinoza: “El alma humana es apta para percibir muchísimas cosas, y tanto más apta cuanto más maneras pueda estar dispuesto el cuerpo”.
La visión de unos ciruelos que han madurado y el descubrimiento de un caracol y de una bailarina inspiran los primeros dibujos y reflexiones sobre el arte de dibujar. Luego, Berger nos hablará de unos presos políticos torturados, un exmecánico de aviones, una boda magrebí, una princesa camboyana en una piscina municipal y una moto. Al parecer, todo despierta el interés de Berger. En todas partes habitan los relatos. Se trata de un collage, no hay unidad, ya nos lo habían advertido, pero resulta inevitable buscarla. No podemos vivir sin la ilusión de la unidad. Ahí es donde aparecen y cobran sentido las citas de Spinoza. Un cuerpo contiene todos los cuerpos: “La sustancia es una y todo lo que existe no son sino modificaciones pasajeras de la misma”. Spinoza –viene a recordárnoslo Berger–, aquel filósofo que se apartó de la ortodoxia judía y casi fue linchado en la puerta de una sinagoga por oponerse a los rabinos de su tiempo, fue crucial en el origen del pensamiento moderno porque construyó una ética liberada del sectarismo religioso.
Berger busca la unidad a través de las citas de Spinoza pero no lo consigue. No se trata de un fracaso, es precisamente la confirmación del valor de su libro. Vivimos en la fragmentación anhelando una imposible unidad. No hay que renunciar a su búsqueda, pero tampoco a la fragmentación: debemos disfrutarla y gozarla como algo positivo. Y tal vez de esa manera, sin andar buscándola, podremos encontrarla. ¿Qué tiene que ver la historia de la novela Los hermanos Karamazov prestada en una biblioteca pública de barrio con la de la pianista Myra Hess interpretando a Bach en la National Gallery en pleno bombardeo de Londres durante la Segunda Guerra Mundial? Nada. O mucho, si leemos con atención la Ética de Spinoza: “El alma humana es apta para percibir muchísimas cosas, y tanto más apta cuanto más maneras pueda estar dispuesto el cuerpo”.
El cuaderno de Bento
John Berger
Alfaguara, 2012
178 páginas
John Berger
Alfaguara, 2012
178 páginas
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