14.2.14

Salman Rushdie, el escritor de la cabeza de los tres millones de dólares

A 25 años de la fatwa del ayatolá Jomeini por su novela Los versos satánicos. Fue condenado a muerte por blasfemar contra el Islam. El sobrevivió, pero su traductor al japonés no. La historia


 Vivito y coleando. Un sobreviviente: Salman Rushdie en 2012, cuando presentó su autobiografía./revista Ñ
Los profesores suelen morir de muerte natural. Los traductores también. Ese día, cuando se levantó, el profesor y traductor Hitoshi Igarashi, habrá desayunado, se habrá afeitado, habrá hecho lo que hacía todos los días, sin pensar en ningún fin o teniéndolo en cuenta ahí, de fondo, ese miedo difuso que nos da la muerte cuando no la sabemos cercana. No pudo haberse imaginado Igarashi, el experto japonés en Literatura Arabe y Persa, que lo esperaban, definitivos, los golpes filosos de un cuchillo en su oficina de la Universidad de Tsukuba ese 12 de julio de 1991: la insularidad de Japón, los miles de kilómetros que lo separaban de Irán, todo lo haría presumir que no padecería las consecuencias de la fatwa que el Ayatollah Jomeini, –el líder político-religioso que sucedió al sha de Irán, un dictador laico– había dispuesto el 14 de febrero de 1989 contra el escritor británico de origen indio Salman Rushdie por considerar que su cuarta novela, Los versos satánicos, era blasfema contra el islam. La fatwa era contra el escritor y contra quienes colaboraron con él: editores y traductores. Aparentemente, este tipo de condena corta la cadena de producción del libro ahí, exceptuando a correctores, diseñadores, imprenteros, distribuidores y libreros.
Sí sabemos quienes la padecieron: el escritor, que debió vivir oculto nueve años, usar otro nombre, Joseph Anton –por sus escritores favoritos, Conrad y Chejov–, usar peluca para andar por la calle, convivir con la policía británica y vivir con el temor de una muerte cercana. Otro traductor, el italiano, Ettore Capriolo, fue acuchillado en Milán una semana antes que Igarashi. Al editor de la novela en Noruega le dispararon tres veces en Oslo en 1993. Y al editor del libro en Turquía, Aziz Nesin, único país con mayoría musulmana donde la novela no está prohibida, le tocó un incendio en el que murieron 36 personas. El fuego lo propagaron fundamentalistas de Sivas, la ciudad en la que se encontraba por un congreso cultural.
Hoy, 25 años después, Rushdie parece estar a salvo: en 2012, el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad dio por caduca la fatwa. Dijo que Rushdie había sido “confinado a la historia”.
El británico ahora anuncia sus apariciones en público con antelación y pasea sin peluca y sin escolta. En septiembre de 2012 publicó una autobiografía donde cuenta sus años bajo amenaza: Joseph Anton, una memoria.
Pero su cabeza sigue teniendo precio: a los 2.800.000 dólares que le había puesto Jomeini, el ayatolá Hassan Sanei, líder de un fundación de ayuda iraní semioficial, le agregó otro medio millón.

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