A 25 años de la fatwa del ayatolá Jomeini por su novela Los versos satánicos. Fue condenado a muerte por blasfemar contra el Islam. El sobrevivió, pero su traductor al japonés no. La historia
Vivito y coleando. Un sobreviviente: Salman Rushdie en 2012, cuando presentó su autobiografía./revista Ñ |
Los profesores suelen morir de muerte natural. Los traductores
también. Ese día, cuando se levantó, el profesor y traductor Hitoshi
Igarashi, habrá desayunado, se habrá afeitado, habrá hecho lo que hacía
todos los días, sin pensar en ningún fin o teniéndolo en cuenta ahí, de
fondo, ese miedo difuso que nos da la muerte cuando no la sabemos
cercana. No pudo haberse imaginado Igarashi, el experto japonés en
Literatura Arabe y Persa, que lo esperaban, definitivos, los golpes
filosos de un cuchillo en su oficina de la Universidad de Tsukuba ese 12
de julio de 1991: la insularidad de Japón, los miles de kilómetros que
lo separaban de Irán, todo lo haría presumir que no padecería las
consecuencias de la fatwa que el Ayatollah Jomeini, –el líder
político-religioso que sucedió al sha de Irán, un dictador laico– había
dispuesto el 14 de febrero de 1989 contra el escritor británico de
origen indio Salman Rushdie por considerar que su cuarta novela, Los
versos satánicos, era blasfema contra el islam. La fatwa era contra el
escritor y contra quienes colaboraron con él: editores y traductores.
Aparentemente, este tipo de condena corta la cadena de producción del
libro ahí, exceptuando a correctores, diseñadores, imprenteros,
distribuidores y libreros.
Sí sabemos quienes la padecieron: el
escritor, que debió vivir oculto nueve años, usar otro nombre, Joseph
Anton –por sus escritores favoritos, Conrad y Chejov–, usar peluca para
andar por la calle, convivir con la policía británica y vivir con el
temor de una muerte cercana. Otro traductor, el italiano, Ettore
Capriolo, fue acuchillado en Milán una semana antes que Igarashi. Al
editor de la novela en Noruega le dispararon tres veces en Oslo en 1993.
Y al editor del libro en Turquía, Aziz Nesin, único país con mayoría
musulmana donde la novela no está prohibida, le tocó un incendio en el
que murieron 36 personas. El fuego lo propagaron fundamentalistas de
Sivas, la ciudad en la que se encontraba por un congreso cultural.
Hoy,
25 años después, Rushdie parece estar a salvo: en 2012, el presidente
iraní Mahmud Ahmadineyad dio por caduca la fatwa. Dijo que Rushdie había
sido “confinado a la historia”.
El británico ahora anuncia sus
apariciones en público con antelación y pasea sin peluca y sin escolta.
En septiembre de 2012 publicó una autobiografía donde cuenta sus años
bajo amenaza: Joseph Anton, una memoria.
Pero su cabeza sigue
teniendo precio: a los 2.800.000 dólares que le había puesto Jomeini, el
ayatolá Hassan Sanei, líder de un fundación de ayuda iraní semioficial,
le agregó otro medio millón.
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