El prestigioso editor comparte sus recuerdos más íntimos en su última obra autobiográfica: Ajuste de cuentos. Aunque dice estar en la ruina no deja de sonreír
El editor y escritor Mario Muchnik. / Bernardo Pérez./elpais.com |
A este hombre, Mario Muchnik
(Buenos Aires, 1931), se le puede adjudicar aquella descripción firmada
por Ernest Hemingway: “Conoció la angustia y el dolor pero nunca estuvo
triste una mañana”.
Ahora, cuando ya pasó los 80, desposeído poco a poco de las armas que
tuvo como editor, en la ruina, según su juicio, ha contado en Ajuste de cuentos
(El Aleph) las razones que hay detrás de esa risa con la que encantó a
sus autores (desde Susan Sontag hasta Julio Cortázar) y a otros editores
en las interminables noches del Frankfurter Hof, donde en un tiempo fue
uno de los monarcas de la edición europea.
Esas razones para seguir riendo se resumen en un nombre propio, su
mujer, Nicole, y en un sentimiento, el amor. “Ella y yo somos uno, por
eso río”.
Así que ahora está, digamos, en la cresta de la angustia y el dolor,
pues no tiene ni trabajo ni dinero, pero sigue sin estar triste una
mañana. Siempre encontró razones para sobrevivir.
Este libro, publicado por uno de los sellos de Planeta (El Aleph en
un tiempo se llamó Mario Muchnik), es el relato de sus sucesivas
supervivencias y es también un recuento inesperado: hasta ahora Muchnik,
que estudió física en Columbia y ejerció en Roma y en seguida se hizo
editor, fotógrafo y viajero, había contado (Lo peor no son los autores, Oficio editor) sus jugosas experiencias editoriales.
Pero Muchnik nunca había sido tan íntimo, tan desgarrado, en el
ajuste de su recuerdo. Le rondaba en la cabeza volver a la infancia y
“al interior de mí mismo” y empezó a escribir por ahí. Por eso Buenos
Aires es el primer personaje, el más intrépido y melancólico de su
recuento; nunca volverá a Buenos Aires, pero su descripción de esa
ciudad y de ese tiempo es tan minuciosa que parece que jamás la dejó.
“Describo una ciudad amable y divertida, que así era para un chico”.
Pero Argentina lo golpeó en la cara, como a tantos, en 1976, cuando
los militares dieron el golpe. “Buenos Aires no era bella, es bella su
gente; el campo, el altiplano, la cordillera, la gente argentina es
sencilla, limpia de cabeza”. Esos lugares fueron barridos por el horror
militar. “¿A qué volver entonces?”. En Argentina, dice, “convive lo
mejor y lo peor; ahora el Ejército ha sido castrado, pero en aquella
época era dueño y señor de todas nuestras vidas, y eso era espantoso”.
Está en la cresta de la angustia y el dolor, pues no tiene ni trabajo ni dinero, pero sigue sin estar triste una mañana
El padre, Jacobo, un publicista y editor de éxito, le regaló un capricho cuando aún no había cumplido los 30. “Yo había visto Vacaciones en Roma,
cuando acabé la carrera, y caí seducido por la belleza de Audrey
Hepburn, así que le pedí a mi padre que me pagara un viaje de ida en
tercera a Génova”. Con cuatro perras se hizo la vida hasta Roma, trabajó
allí, allí halló el amor (Nicole). “Sin ella no sé hacer nada; ella
creía que yo me cansaría cuando ella hubiera cumplido cuarenta, y acá
estamos: ella tiene 77, yo tengo 82…, y nos seguimos acariciando cuando
estamos solos de manera vergonzosa, ja ja ja”. Ella era entonces una
gran periodista, y esa pericia se halla en los artículos que publica en
EL PAÍS; es también pintora.
Es un libro tranquilo, en el que apenas hay rencor (“se lo guardo a
una sola persona, alguien que dejó sin trabajo a mi padre, que estaba al
frente de Difusora, una empresa editorial ligada a Seix Barral”). “A mí
me robaron Muchnik Editores, y otros me despidieron, como José Manuel
Lara Bosch, con quien mantengo una relación cordialísima; y me despidió
Robert Laffont: cuando nos encontramos, años después, él lloraba porque
había muerto mi padre y yo lloraba porque había muerto su hijo… y me
despidió Germán Sánchez Ruipérez, con quien no tuve relación amistosa,
de modo que siguió así… Pero el despido de mi padre es lo que no perdoné
jamás”.
En Ajuste de cuentos Muchnik le dedica a ese rencor línea y
media. El libro va de amor y melancolía. El amor comprende a Nicole y a
los hijos (“al que yo aporté, al que ella aportó, al que tuvimos
juntos”) y a los nietos; en este punto es donde está la melancolía. “Son
siete. Hay ciertos nietos que se hacen presentes, pero otros son más
parcos; estamos lejos, pero los que están lejos son ellos. No es culpa
suya, es la vida”.
A mí me robaron Muchnik Editores, y otros me han despedido, como José Manuel Lara Bosch; y me despidió Robert Laffont; y me despidió Germán Sánchez Ruipérez...
El libro es también una conversación con sus amigos; pueden
distinguirse, por sus nombres e incluso por su manera de ser, Pedro
Altares o Isaac Montero, aunque Mario Muchnik no pone sus apellidos. Con
ellos busca, en conversaciones que desembocan en el psicoanálisis, “la
línea de sombra” que traspasó su vida; a partir de la obra de Joseph
Conrad, Muchnik hace de la línea de sombra el leit motiv de su
libro. “Y resulta que me di cuenta de que la línea de sombra en realidad
la había traspasado estudiando Analítica en Geometría: ¡era una
ecuación y daba de sí la línea recta!”.
-¿Cuál es ahora la línea de sombra?
-La gran línea de sombra de mi vida es haber dejado de ser el hijo de
Jacobo y de Elisa y que ellos fueran los padres de Mario… Esa es la
gran línea de sombra, la verdad que se abría paso. Ahora no sé dónde
está la verdad. En la compañía, en los amigos. En el amor. En eso
estaría la verdad.
Es un libro “tranquilo” que inquieta. En cierto modo, un libro de
Muchnik sobre Mario. “Y es, desde el principio, simbólicamente, sobre
los dos grandes horrores que me tocó vivir, la mano abierta del
fascismo, el puño cerrado de Stalin”. Esas metáforas abren y cierran Ajuste de cuentos.
¿Y el mundo editorial, Muchnik? “La tormenta es perfecta, no sé si
nos vamos a recuperar. Las ventas van mal, la gente tampoco compra el
libro electrónico: tienen la cabeza llena de los últimos juguetes. Un
día no será necesario hablar, ¡te pondrán un disco en la garganta! Pero
no voy a discutir, yo era muy fogoso, pero ya no voy a discutir!”. De
eso va Ajuste de cuentos, de las maneras de cruzar la línea de sombra y alcanzar el sosiego. Riendo. Editor emblemático
Autor y editor. Esa es la contribución de Mario Muchnik, doctor en
física, al mundo del libro. Allí llegó en 1966, tras abandonar la
física. Dos años más tarde empezó a trabajar en París con Robert Laffont
y en 1973, en Barcelona, fundó con su padre, Muchnik Editores. Hoy ese
sello emblemático en España se llama El Aleph, del grupo Planeta. Luego
él creo otra editorial intependiente: El taller de Mario Muchnik. Ha
sido el artífice de la primera edición en España de autores como Elias
Canetti, Elie Wiesel y Primo Levi.
Ajuste de cuentos (El Aleph) es el quinto volumen de sus memorias iniciadas con Lo peor no son los autores.
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