La presencia de las mujeres en el género negro,como autoras y como personajes de ficción (detectives o asesinas), aumenta. Es uno de los temas de BCNegra que acaba de empezar
Ilustración de Fernando Vicente./elpais.com |
Desde los albores grises del género, cuando la novela enigma, las mujeres han estado presentes, como autoras (Agatha Christie, Dorothy Sayers…) y también como protagonistas, antes incluso que el fundacional Sherlock Holmes: ahí está Mrs. Gladden, primera detective profesional de las letras británicas, creada en 1864 por Andrew Forrester, seudónimo de James Dredding War. Le dio vida con grandes dotes deductivas y un fuerte coraje en The female detective, algo visionario cuando la figura de la mujer policía no existía en la vida real. Pero sin duda, las mujeres nunca habían escrito tanta novela negra como hasta hoy y, sobre todo, la habían protagonizado, ya fuera como detectives o como asesinas. Y así hasta se habla ya en el mundo anglosajón de una variante del género: el femicrime.
“¿Femicrime? No lo había oído, pero el fenómeno está, si bien me parece más un tema de mercado editorial: la irrupción, más que de las mujeres en general, de autoras del género nórdicas, sin discernir mucho la calidad, por cierto”, lanza Anna Maria Villalonga, profesora especialista del teatro del XVIII en la Universidad de Barcelona pero también estudiosa de la novela negra, con blog (A l’ombra del crim) y coordinadora (y autora) de los 13 relatos escritos por mujeres que conforman Elles també maten (Llibres del delicte) que acaba de aparecer. “Esa presencia ha ido a más: tras las damas británicas del crimen tipo Ruth Rendell y P.D. James, que empezaron a incorporar un poco más de sexo y traumas personales a rebufo de Freud tras la Segunda Guerra Mundial, en los 80 llegan ya autoras como Sue Grafton y Sara Paretsky, que convierten a mujeres en detectives protagonistas”, fija cronológicamente Paco Camarasa, librero de referencia con su tienda Negra y Criminal y comisario del encuentroBCNegra que acaba de arrancar en Barcelona con presencia de un sinfín de mujeres: Sophie Hannah (con la novedad La cuna vacía, en Duomo), Ben Pastor (Cielo de plomo, en Alianza), Dolores Redondo(Legado en los huesos, en Destino / Columna), Teresa Solana (La casa de les papallones, en RBA-La Magrana), Alicia Giménez Bartlett, la propia Villalonga…
En BCNegra estarán presentes escritoras como Sophie Hannah, Ben Pastor, Dolores Redondo, Teresa Solana y Anna María Villalonga…
Por ese mapa mental tan claro, Camarasa es el primero en asegurar que las mujeres investigan –y matan— distinto que los hombres, como mínimo en la ficción. “En las obras de mujeres hay muchísima menos sangre y entrañas en el crimen en sí y, en cambio, sus detectives están más atentos a los detalles de la cotidianeidad”, apunta el comisario literario. “Usan más la mirada que las armas y los crímenes no son tan sanguinarios, a excepción de los casos que ve la comisaria foral Amaia Salazar de Redondo, pero que se dan en un contexto rural, donde el crimen es más salvaje al ser pueblos, ollas a presión social”.
“En la literatura negra de mujeres hay crímenes de todo tipo, como los casos con que topa la forense Scarpetta de Patricia Cornwell o en los de Sue Grafton, pero en general a las mujeres les interesa más el mecanismo que lleva a alguien a matar o a ser las víctimas, saber el por qué se produce esa violencia y no tanto el detalle de cómo; se busca más el factor psicológico y humano y la reina de eso es Patricia Highsmith, con sus novelas de atmósfera y personajes tan retorcidos como Ripley”, opina Villalonga. En consecuencia, cree que, amén de que “las detectives son extremadamente más observadoras, ahí está la Cornelia Weber-Tejedor de Rosa Ribas,”, la gran diferencia entre sexos está “en el móvil del crimen: o matan para defenderse ellas mismas o a su familia o por venganza por sufrimientos anteriores: una violación, malos tratos de infancia…”.
A las mujeres les interesa más el mecanismo que lleva a alguien a matar o a ser las víctimas, saber el por qué se produce esa violencia y no tanto el detalle de cómo; se busca más el factor psicológico y humano
“A los hombres les subyuga la violencia; no es que las mujeres sean menos crueles pero sin duda son menos brutas y sanguinarias, su mal es más sutil; las motivaciones, para las mujeres negrocriminales, son cruciales; ahí está Rendell: el 80% es puro análisis psicológico”, ejemplifica Giménez Bartlett, que con su policía Petra Delicado fue en 1996 de las pioneras en España y en Europa en dar protagonismo a una mujer. “Hasta entonces solían ser ayudantes de fiscal, o forenses, a lo sumo; había poquísimas mujeres policía en la vida real en España; pero mi opción fue estilística: me pareció más verosímil que fuera un relato en primera persona y eso me llevó a una mujer”.
Petra es una rara avis porque suele beber y “pega algún que otro mamporro”, dice su madre. “Es anómalo porque las mujeres detectives no tienen esa carga alcohólica, fumadora y de autodestrucción que tienen los hombres”, apunta Camarasa. “Siempre me han recriminado que Petra tenga esos vicios masculinos; el problema es que las feministas toman estos personajes como verdaderos prototipos idealizados de mujer”, dice Giménez Bartlett. Las cosas van cambiando, lentamente: Amaia, la inspectora de Redondo, se lía a puñetazos con uno de sus policías y consigue que la admire y obedezca. La Norma Forrester, de Solana, fue expedientada por atizarle a fondo a un detenido, eso sí, pedófilo.
Para Villalonga, tiene lógica y un punto de modernidad esa ausencia de clichés: “Los arquetipos de los detectives de Hammet o Chandler se van rompiendo porque el protagonismo ha pasado hoy, en aras de la verosimilitud, del detective clásico de agencia a los cuerpos de seguridad y es poco creíble que sean borrachos perdidos o drogadictos; ahora bien, códigos y convenciones se pueden romper hasta cierto punto porque el lector espera unos mínimos del género”.
Los arquetipos de los detectives de Hammet o Chandler se van rompiendo porque el protagonismo ha pasado hoy, en aras de la verosimilitud, del detective clásico de agencia a los cuerpos de seguridad
Solana, de las autoras del género más consolidadas en Cataluña y la primera española nominada a los premios Edgar Allan Poe de relatos policiales en EE UU, tiene en su Norma Forrester las rupturas justas: “No está divorciada pero tiene un amante y su familia no es muy clásica: su hija ha sido concebida con su cuñado; es nieta de brigadista inglés que participó en la guerra civil española, antropóloga…”. Tendría, pues, alguna de las señas de identidad de las últimas tendencias de femicrime: la singularidad del personaje. “A veces viene dado por su origen étnico o por su comportamiento sexual, pero ahora la último es que sean cada vez más especiales”, fija Camarasa.
Lo excesivamente exótico en las trayectorias de los personajes femeninos tiene, para Solana, un peligro, que cree haber detectado ya en televisión. “En series como Homeland o Bones se fuerza el carácter psicopático de las protagonistas, hay un exceso de paranoias que me preocupa que puedan llegar al género negro literario”. Una excepción de libro es la ya mítica Lisbeth Salander creada por Stieg Larsson. El elogio y el beneficio de su existencia para el género es unánime: “Siendo una víctima se niega a serlo y acaba manejando su propia vida”, piensa Solana. “Es fuerte y con agallas y joven, por lo que influirá en que se creen chicas detectives menores de 40 años, así renovaremos el negro femenino, ahora algo vetusto”, ataca Giménez Bartlett. “Su potentísima dualidad de violencia extrema y víctima total ha hecho un favor al género”, cree Villalonga.
“No sé si la Salander generará tanto clones detectivescos pero sí que dará pie a la proliferación de hackers y programadores informáticos”, piensa Camarasa. De esa pericia tecnológica ya se beneficia María Ruiz, la comisaria de Berna González Harbour, que estrena segunda aventura: Margen de error (RBA). Pero el librero y experto está más preocupado por la escasez de autoras del género en todo el arco mediterráneo. “En Grecia, ni hay casi; en Italia, unas pocas, y aquí algo más, que comparadas con la Francia que lidera Fred Vargas, por ejemplo, o las nórdicas, es irrisorio”. ¿Alguna pista? “Quizá influya el tema de la religión católica”. Villalonga apuesta por lo histórico –“hay menos tradición literaria porque son áreas con inestable tradición democrática: con dictaduras hay poco género negro y menos descansando en las fuerzas policiales, identificadas con la represión, como también ocurre en Sudamérica; aquí la cosa estalló tras la Transición”—y Giménez Bartlett, por lo cultural: “Durante años no se tradujo novela negra y han faltado referentes para crear tradición: P.D. James tardó siglos en llegar aquí”. La británica Kate Atkinson, toda una revelación, da pasos de gigante en comparación con sus ilustres colegas predecesoras como James o Rendell.
Quiero pensar que es un bello signo de normalización: creen que esos personajes femeninos les pueden dar más matices literarios
En paradójico contraste, pocos países occidentales tienen tantos escritores con detectives femeninas protagonistas. Carlos Quílez creó a Patricia Bucana; José María Guelbenzu, a Mariana de Marco;Juan Bolea, a Martina de Santo… “Quiero pensar que es un bello signo de normalización: creen que esos personajes femeninos les pueden dar más matices literarios”, opina Villalonga, que detecta un curioso matiz cuando uno se fija en autores nórdicos que manejan mujeres: “Ellas suelen formar parte de un equipo, como hace Arnaldur Indridason; o el mismo Henning Mankell, donde una es incluso la jefe del grupo”. Sin querer dar nombres, Giménez Bartlett cree que “la mayoría de esas mujeres, especialmente las españolas, son vampiresas o inteligentísimas, totalmente arquetípicas. ¿Una mujer policía ha de ser siempre fuerte y bella?”.
Cuando el policía que escriben las mujeres es barón, hay unanimidad: “Suele ser menos violentos, de modos menos agresivos; ahí está Adam Dalgliesh, el protagonista a menudo de P.D. James, o el Brunetti de Donna Leon”, dice la creadora de Petra Delicado. Pero sólo hay una característica planetaria común, dice Villalonga: “Me fijé en los nórdicos, donde hay mucho maltrato a pesar de ser sociedades supuestamente modélicas: sean hombres o mujeres los autores o los protagonistas, las mujeres -y los niños de rebote- son siempre aún las grandes víctimas”. Un caso todavía abierto.
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