En 2014 se conmemoran los centenarios de nacimiento de dos de los escritores hispanohablantes más importantes del siglo XX Biografías, libros sobre sus obras y recuperaciones de títulos, más múltiples homenajes especialmente en México y Argentina. También son los centeanrios de Bioy Casares y Nicanor Parra, y 50 años de la muerte de Luis Martín-Santos
Octavio Paz (México, 1914-México, 1998), uno de los grandes de las letras latinoamericanas. / C. Conesa./elpais.com |
Julio Cortázar, El Gran Cronopio Mayor. |
Es el año de dos rebeldes exploradores literarios: Octavio Paz,: "No lo que pudo ser: / es lo que fue. / Y lo que fue está muerto" (de Biografía); y Julio Cortázar: "En el silencio que lo envolvía trató de repetirse las preguntas no contestadas..." (de Instrucciones para John Howell).
Son las voces que resuenan en el centenario del nacimiento de dos de
los escritores latinoamericanos más influyentes de la literatura en
español del siglo XX, 31 de marzo, Paz, y 26 de agosto, Cortázar. El
efecto de sus lecturas en la gente y su semilla en los escritores es
imborrable, de tal manera que buena parte de la creación literaria en
español de la segunda mitad del siglo XX los tiene como padrinos
secretos. Ya sea como motivadores o como autores a seguir por su
inconformismo literario, como oteadores de la creación que buscaron más
allá de los horizontes conocidos. Paz en la poesía y el ensayo, Cortázar
en la narración. Pero ambos unidos, además del ánimo rebelde literario,
por haber desandado el camino de otros grandes escritores a través de
la traducción que hicieron de sus libros y porque el camino emprendido
ya por ellos nunca fue uno solo, sino que tuvieron varias estaciones.
Senderos paralelos en ellos, pero trenzados de manera determinante en
la vida de esritores como Antonio Colinas. Para el poeta español, las
obras de Paz (como El laberinto de la soledad, Libertad bajo palabra o Árbol adentro) y de Cortázar (como Los premios y Rayuela)
"junto a la de Neruda quizá, fueron esenciales en la encrucijada
formativa y rupturista" de sus veinte años. De Paz, Nobel de 1990, lo
hechizaba "el sentido de universalidad de su poesía, el fértil diálogo
entre culturas, la interrelación de conocimientos, que en él se
enriquecía con sus brillantes ensayos". Demostró, según Colinas, que se
podía ser avanzado dialogando con las civilizaciones primitivas y a la
vez anunciando "la muerte de las vanguardias". Y mucho más. Para José
Manuel Caballero Bonald, el poeta mexicano penetró como pocos en los
secretos de la realidad con la sola potencia de su poesía. "Exploró con
mano maestra en esas posibilidades expresivas y supo canalizar una
estrategia poética admirable: aquella en que las palabras significan
algo más de lo que significan en los diccionarios".
Un aliento de la misma estirpe impulsaba a Cortázar, "uno de los
grandes creadores de la lengua literaria española del siglo XX. Si se
exceptúan algunos juegos retóricos excesivos, alguna innecesaria pirueta
del ingenio, su prosa narrativa dispone de un dinamismo creador
ciertamente ejemplar", asegura Caballero Bonald. Eso hizo que se quedara
en el corazón de muchas personas. Como en el de Colinas que en el otoño
de 1968, cuando vivía en París, como el escritor argentino, una de las
primeras cosas que hizo fue ir a visitarlo. Porque otro hechizo de
entonces fue el que sintió tras la lectura de Rayuela, "ese
texto que quiebra el dogmatismo de los géneros y que atmosféricamente se
mueve entre la poesía y la prosa. Paz y Cortázar fueron, sin más,
creadores puros que nos sacaron del simplismo, de lo plano y del
realismo pobre en literatura".
Ya empiezan a sonar los homenajes, lecturas, estudios, exposiciones,
coloquios y demás tributos que se prolongarán este año en rutas
bifurcadas. La primera tiene como destino a todos los lectores a través
de libros (el Fondo de Cultura Económica de México prepara ediciones
especiales y nuevas sobre Paz, mientras de Cortázar se presentará una
biografía, editorial Circe, y un libro diccionario sobre su obra y
pensamiento, editorial Alfaguara). La otra ruta de celebraciones está
relacionada con eventos concretos, entre los que destacarán las ferias
del Libro de Buenos Aires, en primavera, y de Guadalajara, en otoño,
donde Argentina será el país invitado, entonces la cita mexicana se
convertirá en un puente de dos universos literarios cuyas voces se
entrecruzan:
"Nace de mí, de mi sombra, / amanece por mi piel, / alba de luz
somnolienta. / Paloma brava tu nombre, / tímida sobre mi hombro" (Paz,
en Bajo tu clara sombra). "Soy yo, soy él. Somos, pero soy yo, primeramente soy yo, defenderé ser yo hasta que no pueda más" (Cortázar, en Rayuela)
Cortázar, el cronopio más querido
Y aunque el primer centenario es el de Octavio Paz (31 de marzo),
todo empezará con Julio Cortázar, el hombre de juventud indestronable
que trabajó en una distribuidora de libros antes que ser un autor
querido y que escribió una de las novelas más importantes del español en
la segunda mitad del siglo XX. Los homenajes arrancarán el 12 de
febrero cuando se cumplan 30 años de su fallecimiento. Un Cortázar que
en el último año, con motivo del medio siglo de Rayuela en
2013, ha sido recordado por muchos escritores y lectores con palabras
que retornan en puzle cortazariano para crear su retrato:
Mario Vargas Llosa: “Una de las personas más inteligentes que he conocido y con ideas muy originales sobre la literatura”;
Santiago Gamboa: "La gran revolución de Cortázar fue proclamar que la vida cotidiana debía considerarse bajo presupuestos estéticos”;
Javier Cercas: “Una de las formas de aquilatar
la importancia de un libro consiste en preguntarse qué hubiera ocurrido
si no existiese; la respuesta, en este caso (sobre Rayuela), parece
obvia: sencillamente, una parte nada desdeñable de la mejor literatura
escrita desde entonces en español no existiría, o al menos no existiría
como la conocemos”;
Sergio Ramírez: " El espíritu
de Cortázar flotaba sobre esas aguas revueltas de la historia que los
cronopios querían tomar por asalto, porque los seres humanos quedaban
implacablemente divididos en cronopios, esperanzas y famas. Se trataba
de un cuestionamiento a fondo, no de doble fondo”;
O Jordi Gracia: “El secreto de Rayuela
es la fusión de dos hierros: la pulsión absurda e inocente de un
humorismo más blando que ácido y la ternura del amor como montaña rusa
con risas y perplejidad”;
La leyenda y el mito rodearon pronto a Cortázar, su invitación a la
revolución de la vida en general, a apostar por lo que cada uno creía
que era mejor hizo una invitación a la no conformidad ni resignación.
Todo dentro de una modestia también legendaria. Aurora Bernárdez, su viuda, solo recordó, en El Escorial el año pasado, un atisbo de vanidad en el autor de Historias de cronopios y de famas,
con el espíritu humorístico propio del narrador: “Recién llegados a
París trabajó en una distribuidora de libros y un día llegó a casa, y
muy serio, me dijo: ‘Yo soy el que hace mejor el paquete de libros’. Y
era verdad”.
Vuelven así las palabras que escribió Juan Cruz hace un par de años:
“Como decía un viejo eslogan, ‘Hay que leer a Cortázar’. Y otro:
‘Queremos tanto a Julio…’. En 2014, el centenario de Cortázar, el
cronopio propiamente dicho”.
Recordando a Bioy Casares, Nicanor Parra y Martín-Santos
Pero las conmemoraciones de Octavio Paz y Julio Cortázar no son las
únicas del mundo literario hispanohablante este año. También son los centenarios del nacimiento del poeta chileno Nicanor Parra (5 de septiembre), muy popular por su antipoesía y ganador del premio Cervantes 2011; y del argentino Adolfo Bioy Casares
(15 de septiembre), narrador de literatura fantástica y policial y
ganador del Cervantes en 1990. Entre los autores españoles a recordar
está Luis Martín-Santos de quien se cumplirán 50 años
de su muerte el 21 de enero. Psiquiatra de profesión, Martín-Santos fue
detenido y perseguido por la dictadura de Francisco Franco entre los
años 50 y 60, por apoyar y ser miembro del Partido Socialista Obrero
Español, es autor de una importante novela innovadora como Tiempo de silencio.
Octavio Paz, buscar entre líneas
JOSÉ ANDRÉS ROJO
En Teatro de signos/Transparencias (Fundamentos), Julián Ríos
hizo a principios de los años setenta una apasionante propuesta:
seleccionó un montón de fragmentos de distintas obras de Octavio Paz y
los dispuso en el libro buscando que cada texto, ya fuera un trozo de
poema o un trozo en prosa, potenciara su sentido al encontrarse con los
otros. Se podía saltar de aquí allá, morder en cualquier sitio, dejarse
llevar por los juegos de referencias que las piezas convocaban al
interactuar una con otra. El efecto que provocaba la lectura de tan
singular artefacto era devastador: las ideas que se hubieran tenido
hasta entonces sobre las cosas sufrían una brutal sacudida. Ya fuera la
poesía o el sexo, el lugar de la política, los estragos del poder, el
sentido de la fiesta, la imaginación o el amor, Octavio Paz tenía la
facultad de poner todo patas arriba, pero con la elegancia del que pasa
el plumero para quitar el polvo que se acumula en los tópicos con que
cada uno se relaciona con el mundo. Al mismo tiempo, sin embargo, lo que
concedía Paz a sus lectores a través de esos fragmentos era una radical
libertad para empezar a moverse sin corsés de ningún tipo. Una especie
de alegría del pensamiento, de permanente celebración.
“Escribo sin conocer el desenlace / De lo que escribo / Busco entre
líneas / Mi imagen es la lámpara / Encendida / En mitad de la noche”.
Esos versos tomados de un poema incluido en Ladera Este acaso resumen bien lo que Octavio Paz se dedicó a hacer todo el tiempo: buscar entre líneas. En otro sitio, de Puertas al campo, escribió: “El sentido de una obra no reside en lo que dice la obra. En realidad, ninguna obra dice;
cada una, cuadro o poema, es un decir en potencia, una inminencia de
significados que sólo se despliegan y encarnan ante la mirada ajena”.
Hace no mucho, en una conversación con varios escritores mexicanos,
referirse a Octavio Paz tuvo algo de haber mentado la bicha. El rechazo
de un libro como El laberinto de la soledad tenía en ellos algo
de visceral. Alguien llegó a decir que no era sino una burda colección
de ideas ajenas que había copiado sin masticar y que resultaban por
completo falsas. Vinieron a decir que Octavio Paz no tenía ni idea de
México. E igual tienen razón, aunque no resulta muy creíble que el autor
de El mono gramático hubiera pretendido fijar una posición
definitiva para establecer así la esencia inmutable de lo que fuera su
país. Quién sabe si no escribió, también ahí, en medio de la oscuridad,
procurando tan solo iluminar unos cuantos rincones oscuros. Ninguna obra
dice: sólo propone un haz de significaciones que arma cada
lector. ¿De qué manera han leído esos escritores mexicanos a Paz para
tratarlo con ese mayúsculo desdén?
“Le pedimos al amor –que, siendo deseo, es hambre de comunión, hambre
de caer y morir tanto como de renacer– que nos dé un pedazo de vida
verdadera, de muerte verdadera”, escribió Paz, precisamente en El laberinto de la soledad.
“No le pedimos la felicidad, ni el reposo, sino un instante, sólo un
instante, de vida plena, en la que se fundan los contrarios y vida y
muerte, tiempo y eternidad, pacten”. Igual Octavio Paz no sabía gran
cosa de México (lo que resulta francamente dudoso). Lo que sí es seguro
es que conoció a fondo la condición humana y que supo dar forma a esos
interrogantes que siguen latiendo impertérritos, de manera incansable,
una y otra vez. Y que, con su escritura, dio alas a sus lectores para
empezar a pensar. Limpiar el polvo de los prejuicios, buscar entre
líneas.
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