Con la muerte del poeta José Emilio Pacheco desaparece el primero de los escritores mexicanos que se hizo visible como integrante de la llamada Generación de los años 50
El poeta mexicano José Emilio Pacheco. Begoña Rivas /elmundo.es |
Escribía de todo en cualquier espacio en blanco que apareciera en
América Latina o en el mundo. Comenzó con dos obras de teatro cuando era
un adolescente, firmaba desde hace años 'Inventario',
una columna periodística de leyenda, renovó la narrativa con dos novelas
fundamentales, pero al José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939) que
más se va a extrañar es al poeta, un maestro de la palabra que podía llegar a la emoción con lucidez sin afectar el sueño.
Pacheco murió el domingo, después de ponerle el punto final a una
reseña sobre la vida de su amigo, el poeta argentino Juan Gelman,
fallecido la semana pasada en su exilio mexicano y cerrar, con esa
despedida, una obra que incluye novelas, cuentos, ensayos, traducciones, periodismo, trabajos de edición y versos.
Una crónica de más de 50 años, escrita en un español purísimo que tenía
muchas banquetas y rincones en las calles de México y un sillón para
darle lustre en la academia.
Los eruditos y los investigadores tendrán que volver siempre a sus páginas como especialista en Jorge Luis Borges y a sus traducciones de Oscar Wilde, Tennesse Williams y T.S. Elliot,
a los ensayos lúcidos sobre la literatura de su país y de
Latinoamérica. La mayoría silenciosa de sus lectores ya debe de haber
comenzado a repasar en las noches sus poemas amargos, irónicos,
reflexivos, tristemente dulces, que dejó en libros como Los elementos
de la noche, El reposo del fuego, No me preguntes cómo pasa el
tiempo, Irás y no volverás, Los trabajos del mar, Siglo pasado y Tarde o temprano. Para esos hombres y mujeres anónimos que buscaban y
buscarán sus versos, Pacheco dejó escrito este recado: "Son ustedes los
que con su bondad han inventado mis libros a partir de
esas mitades que están en la página a la espera de ser concluidos por la
inteligencia y la imaginación de quien los lee".
Ése es el punto de encuentro más importante de Pacheco con los mexicanos: una poesía casi siempre atormentada porque
el mismo tiempo que concede el instante de tocarla, es el que ejerce de
verdugo y se lleva en un desolado viaje sin regreso al poeta y al
lector callado que completa el poema cuando lo asume como parte de su
experiencia y de su historia íntima.
Para la literatura de México, el poeta deja, además, dos libros en
prosa que son necesarios para entender el perfil de aquella nación y
todas sus complejidades: la novela Las batallas en el desierto y los
cuentos de El principio del placer. Con la muerte de Pacheco
desaparece el primero de los escritores mexicanos que se hizo visible
como integrante de la cuadrilla de la llamada Generación de los años 50, en la que están compañeros de travesía como Carlos Monsivais, Sergio Pitol y Eduardo Elizalde. El poeta debe de estar ahora en un sitio que él identificó como el centro de la noche, donde todo se acaba y recomienza.
Éste es el poema de José Emilio Pacheco que México se sabe de
memoria: "No amo mi patria./ Su fulgor abstracto/ es inasible./ Pero
(aunque suene mal)/ daría la vida/ por 10 lugares suyos,/ cierta gente,/
puertos, bosques de pinos,/ fortalezas,/ una ciudad deshecha,/ gris,
monstruosa,/ varias figuras de su historia,/ montañas/ -y tres o cuatro
ríos".
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