Un coño afeitado es como una ostra: insípido y horrible Henry Miller, Trópico de Cáncer
Centenares de hectáreas de monte de Venus son
inmisericordemente taladas cada día por millones de féminas que, armadas
de terribles prestobárbaras, convierten en desierto ese oscuro objeto
del deseo que el poeta Rafael Montesinos describe como “... esa
ensortijada gracia oscura/ cárcel de luz, recóndita angostura”.
Esta práctica aberrante, que atenta contra la
estética, el erotismo y la sensualidad, nos ha llevado a un grupo de
varones a constituir una organización no gubernamental (ONG) que hemos
denominado “Defensores del Monte de Venus”, cuyo objetivo fundamental es
evitar la tala despiadada de esa zona que el rey Salomón en su libro
bíblico El cantar de los cantares, capítulo 8, versículo 14,
define metafóricamente así: “Corre, amado mío, corre como un venado,
sobre los montes llenos de aromas. Tu ombligo es un ánfora donde no
faltan vinos aromáticos. Tu vientre, un haz de trigo rodeado de
azucenas”.
Estos hermosos cantos del rey Salomón no tendrían hoy
fuente de inspiración. El panorama actual es aterrador. Las
prestobárbaras han convertido el monte de Venus, inspiración de poetas y
cantores, en desérticas dunas. Esa zona que a mediados del siglo XX
inspiró al poeta uruguayo Ángel Facal para decir: “... y tu vientre es
una ofrenda/ de los más dulces venenos,/ donde florece la felpa/ en un
triángulo perfecto”, ha perdido su encanto y apenas los Defensores del
Monte de Venus estamos encontrando las causas.
Hemos descubierto que esta práctica empezó tímidamente
con el acortamiento del bikini. El monte de Venus le fue cediendo
espacio a la prenda invasora y las mujeres fueron reduciendo el tamaño
del geométrico espacio del armiño. Matemáticamente la ecuación se fue
configurando: a menor tamaño del bikini, menor tamaño del área sembrada
del monte de Venus. Hasta ahí, la cosa era aceptable. Pero un día, por
reducción al absurdo, el bikini se convirtió en tanga y entonces el
espacio para el peluche en el monte de Venus se redujo a cero, con las
tenebrosas consecuencias para la estética del cuerpo femenino desnudo,
del erotismo y de la sensualidad.
Un monte de Venus talado comienza a sufrir una
metamorfosis que todos los días atenta contra la estética y el erotismo.
El primer día de la tala su apariencia es rosada y podríamos decir, con
mediana ternura, que es como el “cachetito del Niño Jesús”. Los
Defensores del Monte de Venus las hemos clasificado como Cucas Barbies,
por plásticas e insípidas. Tres días después de la catástrofe
ecológica, el “haz de trigo rodeado de azucenas” del rey Salomón
adquiere la apariencia de un cachete de trompetista sin afeitar, con el
agravante de que los folículos de los vellos están enrojecidos como
volcanes a punto de eructar. Este aspecto las ubica en la categoría Cuca Galeras.
Su color rojizo no provoca ni la vista ni el roce de la mano. Al quinto
día, la cúpula de estos volcanes se ha tornado blanca y las
clasificamos como Cuca Nevado. Su apariencia gélida inhibe el beso tibio. De ahí en adelante va configurándose la que denominamos Cuca Erizo,
porque sus púas convierten cualquier tipo de acceso carnal en una
sesión de tortura. Hacerle el amor a una mujer en esta etapa es como
fornicar en el catre de un fakir.
La sensualidad, que es la manera más rápida, efectiva y
agradable de encontrar la felicidad, ha recibido un rudo golpe de parte
de las “Taladoras del Monte de Venus”. Para el sentido de la vista,
este triángulo equilátero ha perdido su encanto y los voyeristas están a
punto de la sublevación. El sentido del gusto no soporta el disgusto de
una Cuca Barbie, al del olfato le cambiaron los “montes llenos de
aromas” por dunas desoladas y el noble sentido del tacto ha perdido su
vellocino de oro, su vértice de visón, y ahora sólo cuenta con un
desfiladero de espinas y de púas, al que cualquier carnicero de Titiribí
compararía con una banda de tocino. Un monte de Venus acometido por el
viento es música de hadas para el sentido del oído. A monte de Venus
talado, oídos sordos.
Ante esta situación insostenible, los Defensores
del Monte de Venus hemos iniciado una cruzada mundial contra esta
práctica aberrante. El primer paso será de persuasión. Pero si
fracasamos, vendrán terribles castigos para las taladoras. En adelante,
la tala del monte de Venus será causal de divorcio, de rompimiento de
noviazgo, de no pago en prostíbulos, de exclusión del portafolio de
chicas prepago y de expulsión del reinado de Cartagena. Finalmente, la
que persista en esta antiestética práctica será condenada a la del
Desprecio, que es aquella que ejecuta el verdugo con la lengua del
zapato
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