Aparecen por primera vez en castellano trece relatos del genio polaco de la ciencia-ficción nunca antes traducidos, y encabezados por Máscara, una singular pieza magistral
Portada Máscara de Stanislaw Lem, autor polaco./elpais.com |
La reverenciada figura de Stanislaw Lem (Lvov, 1921 – Cracovia, 2006)
está bien situada en un podio o parnaso del género de la ciencia
ficción desde la que sigue desplegando su subyugante influencia, pero es
cierto que es algo más que eso, como si aún no hubiera llegado todo su
reconocimiento. Algunos estudiosos ven detrás del estilo la no tan
remota ascendencia judía (nunca fue un religioso practicante) y es muy
evidente que el período de la guerra lo marcó para siempre, aquellos
años viviendo con identidad falsa, la lucha de la resistencia, y ya
terminada la contienda mundial, muy pronto, los primeros encontronazos
con los ideólogos comunistas, lo que lleva a un temprano
enclaustramiento intelectual. Su primera novela, El hospital de la transfiguración,
data de entre 1946 y 1948, pero no se publica en Polonia hasta 1955 por
la censura de corte estalinista que irradiaba sobre toda la Europa del
este; ya entonces le colgaron el sambenito de contrarrevolucionario;
esta obra también editada en castellano por la editorial Impedimenta
revela un Lem diferente, todavía no inmerso en los meandro del los
mundos futuros e improbables.
En el estilo de Lem la dosis surrealista es parte fundamental al
flujo narrativo, a veces poéticamente ligado al relato del inconsciente y
sus complejas descripciones; así todos los argumentos se encadenan en
rico poso lleno de imágenes (en eso, esta traducción es meticulosamente
esmerada), siempre sorprendente al lector, le guste o no la ciencia
ficción. Pero en todos está muy presente la que es sin duda su obra más
famosa: Solaris (1961), llevada al cine magistralmente por
Andrei Tarkovski en 1972 y que esta misma editorial vertió al castellano
por primera vez directamente del polaco. En realidad Solaris
posee tres versiones cinematográficas; una primera del también soviético
Nikolai Nirenburg de 1968 que pasó sin pena ni gloria y una última del
estadounidense Steven Soderbergh de 2002 que no logra sobreponerse a su
predecesora inmediata. Solaris sigue siendo un enigma infinito de sugerencias y esa primera persona aparece también en estos cuentos de Máscara.
La cronología de esta antología va desde 1957,
en los albores de su carrera literaria (“La rata en el laberinto” fue
publicado en la edición original de “Diario de las estrellas”), hasta
llegar a mediados de los años noventa del siglo pasado
La cronología de esta antología va desde 1957, en los albores de su
carrera literaria (“La rata en el laberinto” fue publicado en la edición
original de “Diario de las estrellas”), hasta llegar a mediados de los
años noventa del siglo pasado. Es verdad que la vasta y erudita obra de
Lem (cuya edición de obras completas, sólo accesible en polaco,
sobrepasa los 25 tomos) ha sufrido manipulaciones de todo tipo tanto por
parte de los sucesivos editores (se evita hablar hoy abiertamente de
censura) como el propio autor, que corregía y cambiaba infatigable en
cada nueva impresión. Aunque los relatos no siguen una conducción
orgánica precisa, sí es cierto, como apunta el prólogo de la edición
española, que tanto temas como ideas filosóficas que han sido obsesión y
constante en la obra de este prolífico y complejo escritor se repiten
en el potente y hasta desbocado imaginario, una escena cambiante donde
la visión de la naturaleza como potencia creadora de nuevos y diversos
seres domina sobre cualquier otra consideración. La otra gran
preocupación ética de Lem, la inteligencia artificial, sus impredecibles
límites, su uso y su destino, o la bioingeniería, aparecen en un
hechizo de ambientes donde no todo es tornillos, cristales que piensan y
naves interestelares. Se trata también de una progresión interior de
ese pensamiento visionario, una capacidad de duda y arrastre de las
ideas hacia otras preguntas sobre las que siempre es aconsejable dudar
antes de responder. Y si Mascara tiene algo de invención
kafkiana, sobrevuela todos los escritos una creciente angustia de
cerrazón y de verdadero corsé moral, metáfora elocuente donde las
hubiera de los tiempos y el lugar que le tocó vivir. El inicio del
relato “La verdad” es magistral en este sentido:
“Estoy sentado en una habitación cerrada, con la puerta desprovista
de picaporte y cuya ventana tampoco puede abrirse. El cristal es
irrompible. Lo he intentado. No porque tuviera ganas de fugarme, o por
efecto de la rabia, tan solo quise comprobar si se podía. Escribo sobre
una mesa de madera de nogal. Dispongo de suficiente cantidad de papel.
Escribo lentamente. Escribo aunque nadie lo lea. No quiero estar a
solas, pero no consigo leer. Lo que me traen para leer es todo
mentira…”.
* Máscara. Stanislaw Lem. Traducción de Joana Orzechowska. Editorial Impedimenta, Madrid, 2013. 417 páginas.
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