2.12.11

Los restos después del derrumbe

Veintidós escritores latinoamericanos se reunieron en Santiago de Chile para responder a la pregunta: ¿Por qué no nos leemos entre nosotros? De este modo, César Aira, Rafael Gumucio, Oliverio Coelho y Alvaro Bisama, entre otros, hablaron de circulación, política y fama
Literatura latinoamericana. ¿Por qué no nos leemos entre nosotros? La pregunta del millón literario latinoamericano. foto. fuente Revista Ñ

Discretamente, en un largo y espartano salón del segundo piso de la vieja Estación Mapocho –el centro cultural donde se llevó a cabo la reciente Feria del Libro de Santiago de Chile– se desarrolló una serie de charlas bajo el título "Dialogo Narrativo Latinoamericano" que reunió a 22 escritores hispanoamericanos para debatir la pregunta: ¿Por qué no nos leemos entre nosotros?

Discretamente. Pero si se logra cumplir con el deseo de los organizadores, que este evento se repita todos los años en las principales ferias de libros de América Latina (Buenos Aires, Santiago, Montevideo, La Paz, Lima, Bogota y Guadalajara), estos diálogos primaverales de Santiago podrían haber marcado el inicio de una nueva apertura de la cultura literaria de América del Sur. Ojalá.

En la inauguración, el presidente de la Cámara Chilena del Libro, Arturo Infante, puso el desafío en términos directos: "Estamos acá dialogando para romper esa maldición de ¿Por qué no nos podemos leer si estamos en una cercanía, con la misma cultura y lengua? ¿Por qué tenemos que esperar a que nos descubra algún agente literario o algún editor español que tenga la potencia para distribuir y hacernos descubrir entre nosotros que existía un autor importante que nos estábamos perdiendo?"

La prueba de que esto es cierto –de que las novelas y colecciones de cuentos de escritores contemporáneos no circulan entre nuestros países– está en la lista de autores que participaron en el evento, cada uno de ellos destacado en su país. Haga la prueba: ¿Cuánto de ellos ha leído usted? Fuera de los de su país y las "estrellas" (César Aira y Alejandro Zambra, por ejemplo), ¿de cuántos ha oído nombrar? O si no, vaya a su librería favorita: ¿cuántos de ellos encontrará en los estantes?

Estos son los escritores que participaron: Slavko Zupcik (Venezuela), Carlos Yushimito (Perú), Alvaro Bisama (Chile), Pablo Raphael (México), Tryno Maldonado (México), Inés Bortagaray (Uruguay), Rafael Gumucio (Chile), Patricio Pron (Argentina), Marcelo Mellado (Chile), Heriberto Yépez (México), Juan Carlos Méndez Guédez (Venezuela), Alejandro Zambra (Chile), Rodrigo Hasbún (Bolivia), César Aira (Argentina), Oliverio Coelho (Argentina), Jacinta Escudos (El Salvador), Pablo Simonetti (Chile), Andrés Burgos (Colombia), Darwin Pinto (Bolivia), Cynthia Rimsky (Chile), Juan Sasturain (Argentina) y Alejandra Costamagna (Chile).

En el canal de YouTube de esta revista (www.youtube.com/user/Revistaenie) hay un extenso archivo de videos de las mesas que filmamos –siguiendo el orden cronológico de las exposiciones– para que el lector interesado pueda enterarse en detalle del contenido de los debates que ocurrieron entre el jueves 3 y el domingo 6 de noviembre. Acá el resumen que ofrecemos es una reorganización de la materia prima según un orden temático y privilegiando las voces de los autores mismos.

En la primera mesa el moderador, Matías Rivas, arrancó con una pregunta frontal que tuvo respuestas reveladoras. Rivas, irónico y simpático a la vez le desafió a Slavko Zupcik, Alvaro Bisama y Oliverio Coelho: "Y ustedes, ¿se han leído?" Las respuestas eran que sí y que no. ¿Por qué? Muchos de estos escritores, aparte de ganarse el pan (hay médicos, académicos, cineastas y periodistas entre la lista, para nombrar unas profesiones) y aparte de estar en sus cuartos o en sus bares escribiendo, también son parte de la industria literaria. Participan en congresos y ferias donde se cruzan. Además han sido incluidos en antologías y de esa manera, aunque no salen a un público general, llegan a conocerse bastante bien entre ellos.

Entonces sí, se leen, pero no porque los libros venezolanos se encuentran en Chile, o los libros chilenos se encuentren en la Argentina. Dijo Coelho: "Yo viajé a Santiago hace unos meses y me compré un montón de libros de autores actuales, entonces los estoy leyendo. Pero si no, no tendría acceso".

Alvaro Bisama reformuló la queja que dio origen a esta conferencia, pero en términos menos diplomáticos que el presidente de la Cámara Chilena del Libro: "En Chile hay una suerte de ficción españolizada-españolizante... Siempre es más interesante el último escritor polaco muerto de cirrosis publicado en España que lo que puede suceder en Argentina o en Perú o en México".

Bisama también plantea el problema de esta manera: "Eso pasaba en el Boom. Los libros circulan de las formas más azarosas y extrañas posibles."

En su mesa, el argentino radicado en España, Patricio Pron, logró profundizar la pregunta central del encuentro, pero agregándole una segunda duda fundamental: "Si bien a mí me interesa profundamente leer a mis contemporáneos y afortunadamente he leído muchos de los que están aquí, no existe la obligación de leerlos. Del mismo modo que no
es obligatorio leer a los jóvenes autores noruegos".

La circulación internacional de libros latinoamericanos, tanto por el mundo como dentro del continente mismo, está acotado por temas económicos y comerciales pero también culturales. Si ya es suficientemente difícil para que un editor venda un novelista desconocido en su propio país, ¿como se va a enfrentar con la tarea de promocionar uno extranjero?

Pero enfrentados con estas trabas, los autores daban fe de que ellos, sin intereses comerciales de por medio, sí lograban crear una red informal de lectura que cruza las fronteras. Pron de nuevo: "En nuestro presente histórico –y quizás por primera vez en la historia– tenemos la posibilidad de saber quiénes son nuestros colegas en otros países. Y todos nosotros funcionamos como traficantes de libros. Si, por ejemplo, Tryno Maldonado viene a Madrid, es inevitable que yo le pida que me traiga cinco libros de México. Casi todos nosotros siempre tenemos una maleta disponible que es la maleta que llenamos con los pedidos de amigos y colegas. Pero esta circulación es deficitaria en relación a lo que sería deseable".

Cerrando esta primera indagación hay que agregar un nivel más de complejidad. Si es verdad que los libros contemporáneos de cada país no se encuentran en las librerías de sus países hermanos, también hay un gran problema de circulación de libros en cada país fuera de las capitales de esos países. Un lector de Salta tiene tantos problemas de conseguir las novedades de Buenos Aires como un lector de Santiago. Un lector del DF tiene, a su vez, tantos inconvenientes para conseguir libros de Tijuana como un lector en Bolivia. El problema macro de distribución entre países del continente se replica en cada país en relación con el centro urbano y la periferia.

Este problema lo recalcó el escritor chileno, nacido en Concepción, Marcelo Mellado: "La condición de insularidad que tiene nuestro país, agregado a la sobre-insularidad que uno padece por no vivir en Santiago es una cosa patética. Es estructural, profunda y cultural. Súmale a eso que el mercado editorial en Chile no tiene ninguna importancia. Incluso cuando, por momentos, esta Feria del Libro ocupa un lugar en Santiago, pero también es un lugar marginal. Porque leer no tiene ninguna importancia en Chile." Y con este comentario ácido de Mellado nos acercamos al centro del problema: a una posible respuesta a la pregunta del comienzo: ¿Por qué no nos leemos? ¿Tal vez la respuesta será que sí, nos leemos, pero en este mundo reducido y algo endogámico de escritores, periodistas y lectores exquisitos? ¿La literatura no ha sido derrotada como una actividad democrática y masiva? ¿Tornándose, al contrario, en un pasatiempo minoritario como jugar al Go o ver cine mudo? Porque si no hay lectores, punto y final, la pregunta "¿Por qué no circulan los libros latinoamericanos por toda Latinoamérica?" ya está resuelta. No circulan porque no hay nadie para leerlos.

Puede ser. O tal vez el problema sea otro. Que se pone demasiado énfasis y esfuerzo en la construcción del Autor como figura, en vez de formar lectores y promocionar políticas de lectura. En su mesa, el tímido pero elocuente escritor boliviano Rodrigo Hasbún señaló: "Pienso en el trato que recibimos los escritores y el trato que reciben nuestros libros y siento que hay un desajuste tremendo. Esto es una iniciativa buenísima, nos conocemos, nos pasamos libros, nos leemos. Pero pienso que con el dinero que han gastado en traerme a mí, yo hubiera preferido que trajeran mis libros. Hubiera preferido que compraran cien libros míos y los vendieran a precios accesibles. O pensando a largo plazo: en lugar de traer a quince escritores cada año decidan promocionar diez o quince libros latinoamericanos. Esto responde a un culto a la personalidad del autor que está muy presente en los últimos años. Los escritores viajamos mucho. Nos conocemos muy bien entre nosotros. Pero los libros no viajan tan bien".

Para ponerle paños fríos a estas inquietudes llegaron los dos veteranos invitados, César Aira y Juan Sasturain. Lacónico y algo desganado, Aira, presentado como un "rockstar" de las letras por la moderadora de su mesa, dijo: "Lo que he escuchado en estos paneles es cuando los jóvenes escritores se lamentan de la poca difusión que tienen sus libros, nacional e internacionalmente... Yo diría que tendrían que tener paciencia. No se puede pedir una difusión en la literatura. Son otro tipo de libros los que por allí entran por otros motivos. Creo que la literatura de un autor se va haciendo. Se va haciendo su figura. Su vida-obra, que es lo que importa. Lo que alguna vez alguien ha llamado su mito personal. Eso se va construyendo de a poco y creo que así tiene que ser".

Sasturain, bonachón y generoso de espíritu, planteó el mismo problema de Aira: "La omnipresente palabra 'mercado' es una novedad cuando hablamos de la literatura en estas latitudes. Y se habla del mercado para decir que no hay, como si fuera una carencia. Y es que estamos pensando simultáneamente en escribir y en publicar y en ser leído, como si fuera la misma operación. En ciertos planteos aparece el deseo de ser leído casi antes de publicar. Figurar, existir. Y publicar aparece casi antes al hecho básico que nos define lo que es escribir. Los escritores escriben. A veces publican. Y con suerte los leen. Escribir no tiene que ver con el mercado o con el público, sino con las palabras".

Sasturain marcó otro problema, paradójico: "Cada vez hay más buenos escritores. La calidad creció exponencialmente. Lo que no ha crecido son los lectores. En la Argentina si vendes 3 mil ejemplares sos Gardel. Entonces, ¿quién te lee? Si vendes 500 ejemplares te leen los 500 escritores, que son los mismos que trabajan en los suplementos literarios. Eso circula por allí, funciona, ganan premios, van por aquí y por allá. ¿Pero quién los lee? Nadie".

Demos otra respuesta hipotética a la pregunta: ¿Por qué no nos leemos entre nosotros? ¿Será que este narcisismo y endogamia crea una campo infértil para la literatura? ¿Que lo que escriben los novelistas contemporáneos son bonitas cajas chinas de prosa de taller literario y temas solipsistas? El chileno Rafael Gumucio dio en su mesa una mini ponencia sobre este tema: "La película Amores perros (agregándole uno o dos capítulos más) podría servir como un ejemplo de la literatura latinoamericana que sale de las antologías como Granta o Bogotá 39. Hay un capítulo de gente muy pobre, sufrida, marginal. Luego hay uno medio surrealista. Luego hay un cuento de un hombre que se arruinó y recupera un poco su mundo de clase media. Nuestra generación tiene otra cosa que es el tono confesional. Hay una especie de duda metódica. Es una generación literaria de desconfianza, de una clase media que se ha encerrado en su pieza para aislarse. Todo lo contrario de la generación de clase media del Boom que estaba encerrada en su castillo y luego salió afuera para conocer el mundo".

En el encuentro no hubo una respuesta definitoria sino un coro de voces. A la ironía burguesa de Gumucio se enfrentó el enfático mexicano de Tijuana, Heriberto Yépez, quien vindicó el rol social de la literatura: "Yo creo que en Latinoamérica hay una cultura del escritor que piensa que la desconexión con los lectores habla bien de él o de ella... Si la gran parte de la narrativa nueva dice: 'No es necesario escribir sobre nuestros países.' Ok, perfecto, es una elección legítima. Pero entonces, vamos a tener una generación completa de escritura donde no quedan registrados los procesos sociales que se están dando en Latinoamérica. Eso es un problema. La gente quiere leer sobre cosas que le pasan en su existencia. La despolitización del discurso literario tal vez fue una reacción de la excesiva retórica política que vimos en el Boom".

Allí está otra vez la palabra que se mencionó bastante en el encuentro, pero en voz baja, como un tabú. Boom. La angustia de la influencia bloomeana que más fuerte opera entre nuestros escritores. Acá no tenemos, como los gringos, el mandato de escribir la Gran Novela Americana. Pero el Boom es el acontecimiento que nos ha traumado. Entre otras cosas porque fue la última vez que autores chilenos, argentinos, mexicanos, uruguayos, peruanos, y demás etcéteras, fueron tocados, todos juntos, por La Fama. Al fin, la pregunta "¿por qué no nos leemos entre nosotros?" se puede traducir a otra similar.

Silencio.

Oigan.

¿No escucharon un boom?

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