16.12.11

Quince años ejerciendo el arte de malpensar

Los fundadores de El Malpensante, Andrés Hoyos y Mario Jursich, hablan del camino recorrido por la publicación y de las transformaciones de las que han sido testigos
Andrés Hoyos y Mario Jursich fundaron hace 15 años la revista literaria El Malpensante, con la convicción de aportarle nuevas dimensiones a la sociedad. foto:Daniel Gómez.fuente:elespectador.com

Andrés Hoyos, el fundador de El Malpensante, asegura que cuando uno empieza una revista, tiene ideas difusas de lo que puede ser. Quizás uno no tiene más que ilusiones, ilusiones de que por fin habrá un lugar para publicar lo que le gusta y de que la buena literatura podrá cambiarle el perfil a la cultura o por lo menos afectarla seriamente. Pero cuando esa revista cumple 15 años —como lo celebra por estos días El Malpensante—, dice por su parte Mario Jursich, director de la revista, uno tiene que buscar no convertirse en un establecimiento, no anquilosarse, insistir en que el statu quo te siga mirando con un poco de sospecha mientras continúas atrapando a la gente curiosa, a la periferia,

El Espectador invitó a estos dos apasionados lectores a desentrañar en una conversación amena cómo ha sido el trabajo durante esta década y media, cómo se han transformado la cultura y la idea misma de las revistas literarias y cómo se ha percibido la literatura nacional desde las páginas de la revista.

¿Cómo se construyó la idea de 'El Malpensante'?

Andrés Hoyos: El Malpensante, como su nombre lo indica, tuvo la tentación de llevar la contraria, que en este caso no es la contraria más típica como estar muy a la izquierda en política o ser escandalosos en temas eróticos. Más bien quiso llevarle la contraria a esa noción politizada de las revistas literarias que era justamente el establecimiento para esa época, un establecimiento que fracasó absolutamente. El Malpensante decidió que quería cuestionar una serie de íconos que existían, pero que quería hacerlo con la óptica literaria, con desenfado, humor, pero a la vez con una estructura mental de fondo.

Mario Jursich: La palabra curiosidad ha sido la viga de armada de la revista. Todos somos y fuimos grandes lectores y esa curiosidad explorando los libros o la música queremos trasladarla a la revista. La curiosidad es tecnología de punta.

¿La función de una revista cultural ha cambiado a lo largo del tiempo?

A.H.: Yo diría que no, hay un horizonte muy amplio de nuevas tecnología. Pero si hablamos de la función de una revista cultural, si es que se puede hablar de eso, que ya es problemático, es parecida a la que siempre fue: y es agregarle a la sociedad una serie de dimensiones que sin ella no tendría. Creo que una de las cosas que afectan la cultura contemporánea en Colombia es que los que están hoy en el poder, tanto político como económico, cuando estaban jóvenes y estudiaban tenían disponibles pocas revistas literarias y eso los volvió gente muy plana. Nosotros esperamos que los que vienen en 20 años traigan una comprensión del mundo más sofisticada.

M.J.: Creo que las revistas literarias deben tener una vocación más amplia. Nosotros empezamos a explorar territorios conexos, tenemos una columna de arquitectura, nos interesamos por fenómenos que no pertenecen al antiguo mundo de la literatura pero en los que pasan cosas interesantes. En el siguiente número venimos, por ejemplo, con un especial de twiteros. La curiosidad nos ha llevado a descubrir que un filón totalmente inesperado de la escritura femenina en Colombia se está desarrollando en Twitter.

¿Qué sensación tienen del entorno literario nacional durante esta década y media?

A. H. : Estos años han sido esenciales también para mostrarnos que la gente tiene muchas ganas de decir cosas pero no sabe cómo, esa es la gran conclusión del promedio de los textos espontáneos que llegan. Pero ese no es un problema de las revistas, sino de la educación. En el mundo anglosajón a todas las personas, tengan o no qué decir, les enseñan cómo decirlo. Aquí, en parte, nos ha tocado a los editores tratar de orientar a la gente y no es fácil, porque la gente no está acostumbrada a la transacción.

M.J.: El Malpensante empezó a funcionar en un momento en el que hubo una gran profesionalización de la literatura en Colombia y con eso quiero decir que hubo un grupo de gente: Mario Mendoza, Santiago Gamboa, Héctor Abad, que empezó a vivir de la literatura; eso no era frecuente. Además, en El Malpensante se empezó a ver desde muy temprano una característica que se ha impuesto mucho en la literatura de un tiempo para acá: textos en los que la ficción convive con material de tipo documental. Y en el medio hubo muchas otras cuestiones, por ejemplo, en Colombia por la misma época de la aparición de la revista empezó a afinarse una literatura llamada sicaresca, una literatura afincada en los personajes del bajo mundo y de la mafia. También ha sido notable que en el país ha habido poca escritura de ciencia ficción.

En Latinoamérica, revistas como esta no han tenido mucha suerte, qué ha estado a favor de 'El Malpensante'?

A.H.: La obstinación. Un país como este no es propicio todavía para una cultura sofisticada. Hoy por hoy es cuesta arriba hacerlo, a pesar de que los lectores lo aprecian mucho.

M.J.: Yo digo que la tozudez ha incidido en eso. Desde un comienzo pensamos en un proyecto a largo plazo, pensamos en algo que nos sobreviviera, y yo veo eso con simpatía, pienso en otros que vendrán a hacer las cosas a su modo, que no fue el caso de otras revistas como Mito, que no pudo sobrevivir a la muerte de su editor.

A.H.: Yo creo que uno de los grandes infortunios de lo que pasó con la izquierda de los años 60 en Colombia fue la muerte de Jorge Gaitán Durán y con él la muerte de la revista Mito, porque apenas se murió él, la izquierda colombiana se sectarizó y se volvió crecientemente ignorante. Él era un hombre de izquierda muy sofisticado, que si hubiera durado otros diez años, hubiera podido evitar esa radicalización, esa cantidad de gente que se fue para el monte. Una gran revista en su momento hubiera podido ayudar a matizar esa situación. Yo no sé si nosotros en tiempos posteriores hayamos tenido algún efecto sobre la política, supongo que sí. Aunque ya no son los mismos tiempos, pero ahí ves algo que hubiera podido pasar por una revista cultural, que no pasó porque se murió.

Ya que mencionan la política, ¿han abanderado causas desde la revista?

A.H.: Nosotros dijimos en un principio, y eso se mantiene, que queríamos arrancar la primera página del periódico, no queríamos que nos inscribieran en los temas de los partidos políticos, las elecciones, el conflicto armado directo. Decidimos que no teníamos una ideología política, pero en eso hicimos una excepción: a nosotros nos gusta la democracia y nos fastidia e irrita lo que no es.

M.J.: Eso se traduce mucho en opiniones que he leído sobre la revista. Para mucha gente de derecha El Malpensante es una revista casi intolerable y para otros somos unos goditos, pero inteligentes. Me gusta esa acotación.

A.H.: Creemos que las artes deben tener una figuración importante en la actividad del Estado y ahí sí tenemos línea y es una línea sectorial. Ahora, que la gente vaya y vote por el que sea.

¿Por qué las empresas no creen en pautar en revistas o secciones culturales?

A.H.: A la gente que maneja la pauta le falta sofisticar su visión de lo que están buscando. La cultura ha demostrado en el mundo que es un elemento muy potente en el momento de crear prestigio de marca. Claro, no son tan potentes a la hora de vender cepillos de dientes, pero si eres un banco o una empresa industrial la cultura te aporta muchísimo, eso hoy todavía no lo entienden bien los que manejan esos portafolios.

M.J.: A mi parecer, con los periódicos y las revistas noticiosas sucede que ya no sorprenden como antes. Me gustaría volver a sentir ese tirón que traían muchas ediciones dominicales de antaño.

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