21.7.14

Lecciones del Cid medieval a los soberanos en declive

 Modernidad del poema épico. Las cuitas del guerrero exiliado, en el Cantar de mio Cid, quizá enseñarían a los reyes de España el valor de la literatura, incluso en los hombres de acción
 

Lecciones del Cid medieval a los soberanos en declive./revista Ñ


Se cree que en su primera versión fue escrito en latín, pero que se pronunció en castellano incipiente. Hace ochocientos años, en 1207, se escribió el manuscrito más antiguo que se conoce. Lo firmó un tal Per Abbat. En ese manuscrito, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, la página del comienzo y dos interiores están arrancadas. ¿Quién robó esas páginas?¿Con qué intereses? Esa página inicial que falta nos ha obsequiado uno de los comienzos más dramáticos de la literatura en español: “De los sos ojos tan fuertemientre llorando / tornava la cabeça e estava los catando”. El Cid ya ha sido desterrado por el rey y marcha al exilio con lágrimas en los ojos. ¿Puede un caballero estar llorando?
Es curioso el lugar fosilizado en el que hemos situado aquel poema de 3735 versos. Pero despojado de la lectura domesticadora de las escuelas, y leído con atención, el Mio Cid es un texto revolucionario. No sólo por lo que significó su aparición y lo que significa todavía hoy en la historia de la literatura europea. Y no sólo porque es un texto desjerarquizador y descentrado (no hay puntos centrales sino que cada momento del poema parece tener una importancia decisiva). Si no también por su subversión política y el ridículo al que son arrojados la monarquía y la nobleza en aquellas páginas. El carácter histórico del Mio Cid no está dado tanto por la efectiva existencia de Rodrigo Díaz de Vivar (en cuya historia, fechada en el siglo XI, está inspirado el poema) sino mucho más todavía, por la movilidad social que con notable sensibilidad el poema detalla. La interrogación por la existencia de Rodrigo Díaz y su correspondencia con las hazañas de su vida pudieron haber desviado la atención de la verdadera materia histórica que alimenta la máquina dramática del texto. En el poema hay toda una sociedad en movimiento. Y hay una doble transferencia del poder. Se traslada el poder de la región de León a Castilla y de los “ricos omnes” a los “infanzones”. Atento a un cambio histórico significativo, comparable al que luego sobrevendrá con la Revolución Francesa, el poema se sitúa en el momento preciso en que un nuevo tipo social emergente, el de los hidalgos, el de los que luchan, le arrebata sus privilegios ya por entonces en crisis a toda una nobleza pusilánime. Así, una nueva casta de guerreros (y mercenarios) ocupa el lugar que algunos herederos de títulos ya no pueden ocupar en aquella sociedad medieval en peligro. Amenazada por el Renacimiento y la modernidad que llamará a la puerta en los siglos siguientes, aquella sociedad medieval preanuncia los sucesos que en 1789 en Francia profundizará el movimiento contra la nobleza que aquel poema castellano del siglo XI estaba anticipando.
Pero además el Cid es presentado como el portador de la valentía y la prudencia, atributos que, balanceados con sabiduría y en sus dosis justas, son juzgados en la época como los principales valores que un buen gobernante debe tener. Es que, en la línea del género de los speculum principes , un género medieval que se utilizaba para ilustrar a los gobernantes, el Cid le indica al rey con su ejemplo cómo debe obrar para llegar a ser un buen “Señor”. Así, el Mio Cid es un libro de educación política. En contraste especular con las virtudes del Cid, el rey es presentado en el poema como alguien torpe, que toma decisiones equivocadas. La primera de esas decisiones equivocadas está en el comienzo del texto, cuando expulsa al Cid a pesar de ser su mejor vasallo. Y lo condena a un destierro que habilitará la excepcional campaña militar de Rodrigo Díaz.
Como resultado de esa campaña, el Cid conquistará un territorio que llegará a ser más extenso que el de aquel reino del cual había sido expulsado. En su afán de anexar a su reino los nuevos dominios conquistados por el Cid, el Rey querrá entonces promover que las hijas del Campeador se casen con los Infantes de Carrión, promocionando la unión matrimonial entre las hijas de un caballero con dos infantes de la nobleza. El matrimonio aparece entonces como la institución que puede poner en un mismo nivel de igualdad individuos con orígenes sociales diferentes. Pero esta es la segunda decisión equivocada del rey. Allí donde quiere recompensar al Cid, lo vuelve a humillar. Porque la estatura moral de los que luchan ha sobrepasado la altura de la vara apagada de los nobles. Como prueba de ello, los Infantes de Carrión humillarán a las hijas, huirán del combate, no estarán a la altura de extender y defender los dominios del reino. Junto con ellos es la carencia de toda una nobleza la que se pone en evidencia.
En la tercera parte del relato (también podríamos leer el poema como una “novela familiar”), el Cid reclamará el juicio a los Infantes de Carrión en las Cortes de Toledo. Cuando por fin el reencuentro entre el Cid y el rey se produzca, ya para ese entonces el Cid tiene más poder que el rey. El Cid es, en rigor, el hombre más poderoso del reino. Y el rey es un souvenir, una figura opaca cuyo rol jurídico no está tanto en el poder que tiene sino en el rol federador de los poderes de otros.
Caída aquella distinción que una crítica literaria antigua hizo entre Mester de Juglaría y Mester de Clerecía (una distinción que pretendía atribuir un origen popular al poema), hoy se sabe que el poema fue compuesto por un autor culto. Por alguien que poseía un gran conocimiento del derecho de la época. Quizá este profundo contenido jurídico del Mio Cid haya obrado en las mentes de quienes, en algún momento del siglo XX, despuntaron la idea de que después del franquismo España podría convertirse en una Monarquía Constitucional. Hoy, como hace diez siglos en Castilla, algo parece resquebrajarse en la nobleza y en la organización monárquica. El nuevo relato fragmentario del presente está describiendo a España como una sociedad en movimiento. A la luz del Mio Cid esta es quizá la verdadera trama, el verdadero subtexto que podría encontrarse alojado en acontecimientos como el 15M o el Movimiento de los Indignados en España, la crisis económica de 2008 o la reciente abdicación del rey Juan Carlos. Estos son sólo algunos de los sucesos con que se nutre la épica española del presente. Una nueva sociedad probablemente está tallando las bases de un nuevo orden. La historia y la ficción parecen superponerse. En la literatura y en la historia, en la tradición literaria y en el corazón de nuestra época.
A diferencia de Argentina, la primera plana de la farándula española está ocupada por deportistas internacionales y personajes de la nobleza. Quizá a eso han quedado reducidas las funciones de la realeza. En cierta ocasión el entonces rey Juan Carlos y la reina Sofía recibieron a Gabriel García Márquez. La reina mantuvo con el autor de Cien años de soledad una conversación sobre Macondo, su mitología, sus personajes. El rey, tal vez un poco aburrido con la charla, sugirió cambiar de tema. Argumentó ante el escritor colombiano que la que leía era la reina. Juan Carlos, debido a sus quehaceres de gobernante estaba impedido de leer, quizá por ello se dedicaba a otras cosas. En aquella oportunidad agregó que él se caracterizaba por ser un “hombre de acción”. ¿Por qué el rey de una Casa Real poseedora de una tradición tan letrada juzgaría que una conversación literaria es una conversación que no atañe a los “hombres de acción”? ¿Por qué una conversación literaria no atañe a los grandes temas de una nación? Una conversación sobre el Cid, acaso, podría haberlo ilustrado. Pero el speculum principes , aquel género que en la Edad Media se usaba para educar a los gobernantes, es un género que quizá ya haya caído en desgracia. Como la épica, como quizá también la literatura. Y como los reyes.

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