Publican Leer en el retrete, un texto inédito en castellano del autor de Trópico de cáncer y Sexus
Agudo. Henry Miller compara los baños de algunos conocidos con la sala de espera de un dentista. /revista Ñ
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“Hay un asunto relacionado con la lectura de libros sobre el
que, en mi opinión, merece la pena reflexionar, puesto que afecta a un
hábito de práctica común y acerca del cual se ha escrito poco. Me
refiero a leer en el retrete”. Así comienza el ácido y divertido texto
que el escritor estadounidense Henry Miller (1891-1980), autor de Trópico de Capricornio,
escribió cuando vivía en París, allá por 1962. El texto no había sido
publicado en castellano hasta ahora, que lo hace la editorial Navona,
con el título de Leer en el retrete. Un monólogo de cincuenta
páginas en las que el autor, lejos de escribir con afán escatológico,
reflexiona sobre el hábito de la lectura.
A nadie extrañará que
esta práctica sea considerada una costumbre extendida. Esa que hace que
algunos se armen de revista, diario o libro antes de entrar al baño:
hasta revisteros y bibliotecas adentro llegan a tener algunos. El texto
de Miller atenta contra esta práctica, de la que se manifiesta
contrario, y lo hace en un tono de lo más irreverente. El autor no deja
de reconocer, no obstante, que de joven practicaba eso de aprovechar
para leer el tiempo de sentarse en el inodoro. Eso de buscar “un lugar
reservado donde devorar los clásicos prohibidos”.
Explica el
autor que pasada la época juvenil no volvió a leer en el baño: “Si
necesito paz y tranquilidad, agarro mi libro y me lo llevo al bosque”,
escribe. Si se trata de estar solo... “¡No todos tenemos esa suerte!”,
escucha el escritor que algunos objetan, “¡La mayoría tenemos que
trabajar!”.
Y continúa Miller con sus agudos argumentos: “En el
retrete, nuestra mente no debe estar en lugar erróneo y no se deben
hacer varias cosas a la vez por aquello de aprovechar el tiempo, pues
resulta antihigiénico e ineficaz”, dice. Y sigue con la falsa idea del
tiempo perdido: “hay quienes contemplan las exigencias del cuerpo como
una pérdida de tiempo” dice.
¿Por qué sería necesario aprovechar
todo el tiempo libre? parece preguntarse el escritor, que además asegura
que uno no va al baño “a no hacer nada” sino que “la misión está
definida de antemano” y que no parece necesario un libro: “lo que ha de
ocurrir en el baño responde al mero automatismo, es un momento de
bendición, por menor que parezca, que no ha de interrumpirse por medio
de la concentración en el texto impreso”, sentencia.
Miller
compara algunos cuartos de baño “de algunos conocidos”, con la sala de
espera de un dentista, “donde hay almanaques, revistas ilustradas,
series, historias de detectives”.
El autor supone que su misión
es mantener nuestra mente ocupada del suplicio que se avecina, ponerse
al día o compensar (otra vez) el tiempo perdido, y plantea que no
comprende tampoco a quien lee en las salas de espera: “Sin ninguna duda,
se trata de los mismos individuos que dejan la radio encendida la mayor
parte del día y de la noche”, dice.
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