19.7.14

El escritor que sabía jugar

Esta edición, bellamente ilustrada por Elenio Pico, incluye tres textos que no participaron de la versión original y se anticipa a los festejos por el centenario del nacimiento del autor de Rayuela , que se cumple el próximo 26 agosto
Flor y cronopio, dibujados por Elenio Pico, para esta edición del libro de Cortázar./revista Ñ
 
Julio Cortázar, el escritor que sabía jugar.
Mamá, ¿vos sabés qué es un muñeco, no?”, pregunta Cata cuando me dejo llevar por cortesías, a su juicio innecesarias, hacia su malón de peluches. Mi defensa ante sus sesudos 5 años es siempre la misma –“¡Pero estamos jugando!”–, convencida de que el verbo habilita una dimensión donde la imaginación manda. Con esa coartada, desde hace algunos días leemos juntas Historias de cronopios y de famas , de Julio Cortázar (Alfaguara). Esta edición, bellamente ilustrada por Elenio Pico, incluye tres textos que no participaron de la versión original y se anticipa a los festejos por el centenario del nacimiento del autor de Rayuela , que se cumple el próximo 26 agosto.
Cortázar contó alguna vez cómo llegaron a él los cronopios, “seres que se paseaban en el aire y eran como globos verdes”. Fue en París, en 1952, durante el intervalo de un concierto, en una suerte de “visión interior”. Las criaturas lo acompañaron por días. “Se produjo una especie de disociación: no sabía lo que eran los cronopios ni tampoco sabía cómo eran, no tenía la menor idea, pero la disociación se produjo porque aparecieron los antagonistas de los cronopios a los que llamé famas”. A medio camino entre ambos, el escritor imaginó a los esperanzas y a partir de esa tríada escribió los treinta y tres relatos del proyecto original. “¿Por qué pierdes el tiempo haciendo eso?”, le reprocharon algunos amigos. Una mirada con la que jamás coincidió: “Sigo convencido de que no perdía el tiempo sino que simplemente estaba buscando y a veces encontrando un nuevo enfoque para dar mi propia intuición de la realidad.” El juego es uno de los territorios que Cortázar conquistó para su literatura y nos regaló para siempre. De los títulos en adelante –“Conservación de los recuerdos”, “La foto salió movida”, “La cucharada estrecha”– estas deliciosas invenciones celebran ese espíritu que los lectores latinoamericanos popularizaron, cuando el libro se publicó en 1962.
Leemos mi hija y yo: “Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fósforos, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar…” Cuando le ofrezco un conejo esa noche, contesta Cata, cronopio al fin: “Todos mis muñecos ya aprendieron a dormir solos.”

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