28.7.14

Cine de la Primera Guerra Mundial: Cinco directores repudiaron las armas

 Lewis Milestone, Jean Renoir, Stanley Kubrick, Dalton Trumbo y Bertrand Tarvenier se posicionaron con decisión contra los conflictos armados y los ejércitos a través de películas ambientadas en la Primera Guerra Mundial, contienda que ha generado los mejores alegatos por la paz de la historia del cine
El juicio sumarisimo a los cabezas de turco en Senderos de Gloria./elcultural.es
Según la historiadora canadiense Margaret MacMillan, que a finales de 2013 publicaba en España 1914. De la paz a la guerra (Turner, 2013), la Primera Guerra Mundial “ofrece muchas causas posibles, pero no son claras y no hay acuerdo entre los historiadores acerca de cuáles fueron los factores más importantes que condujeron al estallido”. Por contra “en 1939, la Alemania nazi buscaba cambiar el sistema internacional a su favor”. Aunque en ambos casos las consecuencias fueran terribles, la Segunda Guerra Mundial fue, en última instancia, producto de la beligerancia de un único país, la Alemania nazi. Por su parte, la Primera Guerra Mundial carece de una causa clara y, por tanto, de una orilla en la que amarrar la legitimidad moral de la lucha.

Esta disparidad entre ambos conflictos ha generado diferencias en torno a la producción cinematográfica desarrollada a partir de cada uno de ellos. En la Segunda Guerra Mundial sobrevuela la sombra de Adolf Hitler, un malo de manual, con una puesta en escena casi teatral y un maquiavelismo atroz que desembocó en un genocidio de 6 millones de judíos. Los soldados que lucharon contra la Alemania nazi lo hicieron sin dudas o ambages, y el posterior descubrimiento del Holocausto ha reforzado la legitimidad de aquella contienda. De esta manera, el cine realizado en torno al conflicto se mueve casi siempre por un espectro de blancos y negros, de buenos y malos en el que ha proliferado el relato heroico de un grupo de soldados, en ocasiones incluso ligero y muchas veces enmarcado en el género de aventuras. Ejemplos hay muchos: Objetivo: Birmania (Raoul Walsh, 1945), El puente sobre el rio Kwai (David Lean, 1957), Los cañones de Navarone (J. Lee Thompson, 1961), La gran evasión (John Sturges, 1963), Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg)... Tampoco se puede olvidar el cine realizado en torno al Holocausto, con filmes tan soberbios como Europa, Europa (Agnieszka Holland, 1990), La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) y El pianista (Roman Polanski, 2002).

La Primera Guerra Mundial es una guerra de grises. La ignominia de la contienda descansa sobre la ausencia de un auténtico sentido para que tantos jóvenes dieran su vida en el campo de batalla, más allá de las aspiraciones imperialistas y las alianzas de cada uno de los países implicados. Los soldados que lucharon contra el Kaiser (o por el Kaiser) Guillermo II acabaron en los camposantos de Verdún o el Somme sin entender cuál era la razón para que se hubiera desatado una carnicería de proporciones nunca vistas con anterioridad. Además, en la nueva guerra de trincheras, donde cada pequeño avance implicaba un número ingente de bajas, los jóvenes soldados temían con la misma intensidad que al enemigo las decisiones de sus superiores, que se manejan sin escrúpulos, clemencia o compasión. Por estas razones, el antibelicismo y el antimilitarismo se desarrolla con profusión y vigor en los márgenes del cine de la Gran Guerra.


Una imagen de Sin novedad en el frente

Sin novedad en el frente (1930) de Lewis Milestone es un buen ejemplo de esta corriente, además de una obra de gran emotividad que se hizo con el Oscar a la mejor película. Sigue los pasos de grupo de estudiantes alemanes que, influidos por el discurso patriótico y belicoso que el profesorado vierte sin escrúpulos a unos chavales de apenas 17 años, deciden alistarse al ejército en el inicio de la guerra. Pronto descubren que la realidad del frente no se corresponde con la gloria que debía reservarles la Historia. El mensaje de Sin novedad en el frente tiene mucho que ver con un par de botas de primera calidad que, en la guerra, tienen más valor que la vida de un soldado. Dichas botas irán pasando de un soldado a otro a medida que estos van cayendo en el campo de batalla, sirviéndole a Milestone de magistral elipsis.

Cuando Paul, tras varios años en el enquistado frente, regresa a casa con un permiso de unos días descubre que la sociedad no entiende nada de lo que ocurre en las trincheras. “Tú no entiendes nada de la guerra, solo los detalles”, le espeta un amigo de su padre en un bar mientras discute a la ligera con otras personas sobre la mejor zona para realizar el próximo ataque. Después Paul visita su antigua escuela donde siguen vertiendo el mismo mensaje capcioso a los muchachos, cada vez más jóvenes. Paul, asqueado, en mitad de una clase le responde al profesor: “Aún cree que es hermoso y digno morir por la patria, ¿no? Nosotros le creímos pero el primer bombardeo nos abrió los ojos. Es sucio y doloroso morir por patria. El mejor modo de servirla es seguir con vida. Hay millones de hombres muriendo por su país, ¿a quién beneficia?”. Incapaz de aguantar tanta hipocresía el joven soldado vuelve al frente antes de lo previsto. La guerra es preferible a las mentiras de casa. Al final, en las trincheras, la “insignificante” belleza de una mariposa vale más que la propia vida.


El capitán francés De Boieldieu y el mayor alemán Von Rauffenstein conversan en La gran ilusión

En La gran ilusión (1937) de Jean Renoir, obra maestra del séptimo arte, dos oficiales de la aviación del ejército francés, uno perteneciente a la clase obrera y el otro perteneciente a la aristocracia, son hechos presos por el ejército alemán y enviados a un campo de prisioneros donde tratarán de fugarse. La película pone en el punto de mira en la lucha de clases en el seno del ejército, un factor indispensable para entender las particularidades del estamento militar durante la Primera Guerra Mundial. En una escena de la película, el capitán francés De Boieldieu y el mayor alemán Von Rauffenstein, que se encarga del mando del campo de refugiados, conversan sobre el tema. Rauffenstein exclama con nostalgia: “Yo no sé que quién va a ganar esta guerra, pero estoy seguro de una cosa: sea cual sea su resultado, lo cierto es que significará el fin de los Rauffenstein y de los Boieldieu”. A lo que Boieldieu responde: “Es posible, tal vez sea que ya no tienen necesidad de nosotros”. Renoir, durante la mayor parte de la película, incide en las diferencias de clase y las divisiones por este tema entre los personajes aunque siempre mostrándose a favor de la clase obrera. Sin embargo, al final es capaz de redimir a las clases privilegiadas con el sacrificio del personaje de Boieldieu.

La película está dotada de un gran sentido del humor, escenas de gran tensión e impagables interpretaciones (en especial la de Jean Gabin como el teniente Marechal) y supone asimismo una de las obras más antibélicas de la historia del cine. Mientras los oficiales franceses contemplan desde la ventana de su celda el desfile de las tropas alemanas al son de la música de la orquesta militar, Marechal exclama: “Lo que da miedo no es la música ni los instrumentos es el ruido de los pasos”. Así el personaje manifiesta su rechazo a los ejércitos, a todos los ejércitos. Además, en toda la secuencia que trascurre en la granja alemana, en la que Dita Parlo (actriz de L´Atalante de Jean Vigo) interpreta a una viuda al cargo de una hija pequeña, podemos ver el daño que la guerra produce sobre la población civil, en algunos casos tan perjudicial como el que sufren los propios soldados.


Kirk Douglas en las trincheras de Senderos de Gloria

Senderos de Gloria (1957) de Stanley Kubrick es el alegato más severo y decidido contra la idiosincrasia castrense que ha producido el cine. La película narra los pormenores de un complejo caso ocurrido en el frente en 1916. Tres soldados son juzgados por cobardía ante un tribunal de guerra a consecuencia del fracaso de una operación que debía tomar una posición alemana literalmente inexpugnable pero de trascendental valor para los ambiciosos altos mandos. Los tres soldados han sido elegidos a dedo o por sorteo pues la acusación corresponde a toda la tropa que, ante la imposibilidad de avanzar, o bien no ha salido de las trincheras o bien se ve obligada a recular. El coronel Dax, un Kirk Douglas que derrocha integridad, es el encargado, primero, de dirigir la operación y, más tarde, de defender a los acusados. Sin embargo de nada valdrá su esfuerzo pues el juicio es un simulacro. Alguien tiene que pagar el desastre y no serán sus responsables: los altos mandos que enviaban al matadero a miles de soldados por sus aspiraciones personales.

Kubrick, en la parte técnica, deja para el recuerdo los magníficos travellings por las trincheras del frente francés en los que sentimos el frio, el hambre, la sed, la inmundicia, el lodo y todos los padecimientos posibles de una guerra estancada durante años en infinitos túneles cavados en la tierra. En contraposición, los altos mandos del ejército, se refugian en ampulosos castillos de amplios y llamativos salones que la Guerra ha dejado vacíos. Se desenvuelven con maneras aristocráticas y montan fiestas para las altas esferas. Se manejan con cinismo y su desconexión respecto a lo que se vive en el frente a pocos kilómetros, en agujeros cavados en la tierra, es casi absoluta. Como muestra de ello, el general Mireau, frustrado por el patético desenlace de la operación de la que es reponsable, exige a la artillería que dispare contra sus propias posiciones, algo a lo que el oficial al cargo se niega. Frente a la falta de humanidad del general Mireau o del general Boulard quedan las lágrimas de los soldados escuchando la triste canción de la muchacha alemana. Insuperable final.


El Capitan Conan en el fragor de la batalla

Otra película que aúna una decida apuesta de autor con un claro mensaje antibelicista es Johnny cogió su fusil (1971), adaptación que el escritor Dalton Trumbo realizó de su propia novela. La historia gira en torno a los recuerdos, a los sueños, a las pesadillas y a la vida (si se puede llamar de esta manera) de Joe Bonham, un soldado americano que tras una explosión en el frente durante la Primera Guerra Mundial pierde toda la cara y las cuatro extremidades pero no así su cerebro. Las autoridades militares deciden mantener con vida al desdichado pero en riguroso secreto. De nuevo el soldado queda a expensas de fuerzas superiores que se muestran ajenas al horror al que han sometido y someten a aquellos que de verdad se juegan el cuello ante la balas enemigas. Trumbo también se posiciona de manera clara a favor de la eutanasia mediante el angelical personaje de la enfermera.

En Capitan Conan (1996) de Bertrend Tavernier, el personaje que da título a la película, un profesional de la muerte del ejército francés encargado de las operaciones especiales en el frente del este, opina ante un compañero que “todos hicimos la guerra, aunque fuimos 3.000 como mucho los que la ganamos”. ¿Pero qué pasa con aquellos que ganan la guerra? Los que solo la hicieron podrán rehacer su vida. Sobre todo los oficiales de alta graduación y, con algo de suerte, aquellos soldados que salieron ilesos de la contienda. Pero, ¿pueden reinsertarse en la sociedad aquellos que durante años vivieron de arrebatar a cuchillo y sangre fría la vida a sus semejantes? ¿Podemos pedirle algo así a un ser humano? El broche final de la película no deja lugar a dudas.

Los directores de estas cinco obras se posicionan de manera rotunda contra las guerras y contra el estamento militar formando juntas un alegato rotundo contra la brutalidad de un conflicto que generó 20 millones de muertos y del que ahora se cumplen cien años.

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