La creadora de Poirot acompañó a su primer marido en una misión comercial previa a la Exposicion Universal de 1924. El libro El gran tour recoge los recuerdos, las cartas y las fotografías de la popular autora de enigmas policíacos
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La autora (a la derecha) , cámara en mano, a bordo del 'Kildonan Castle'. |
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Agatha Christie, con uno de sus vestidos favoritos. |
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El bañador verde esmeralda, la joya de mi vida, que Agatha se compró en Honolulu. |
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Una de las cartas dirigida a su madre desde Ciudad del Cabo./elperiodico.com |
Cuando todavía no se había convertido en un fenómeno planetario, en la autora británica con más traducciones en su haber que William Shakespeare pero menos que la Biblia, Agatha Christie
se fue a dar la vuelta al mundo. Fue en 1922, ocho años después de su
boda con Archie Christie, de quien había adoptado el apellido con el que
se daría a conocer como la gran dama del misterio, la
hacedora de esas populares intrigas milimétricamente planteadas para
jugar, amablemente, al gato y al ratón con el lector. Ahora el libro 'El gran tour. Alrededor del mundo con la reina del misterio'
(Confluencias) recoge los recuerdos, las cartas y las fotografías que
documentan ese viaje, una versión puesta al día de lo que en el siglo
XVIII y XIX era el gran viaje de formación para cualquier joven
británico de buena familia, pero, por encima de todo, una especie de
semillero para sus futuras ficciones (muchas de ellas situadas a lo
largo y lo ancho de un imperio que ya empezaba a perder su antiguo
brillo) y la constatación de que casi tanto como escribir a la autora le
fascinaba conocer mundo, algo que no dejó de hacer con alegre empeño
durante toda su vida. El libro supone también una excelente carta de
presentación para el 'Año Christie', en el que se conmemoran los 125 de su nacimiento.
La
titular del viaje no era sin embargo Mrs. Christie, sino su primer
marido, un atractivo piloto de aviación de no muchas luces, cuya
principal virtud era la de ser un excelente jugador de golf. En un
momento de inestabilidad laboral, a Archie le hicieron la oferta de
formar parte de una misión comercial para promover la Exposición
Universal de 1924 y ella no dudó un segundo en acompañarle dejando a su
hija de dos años al cuidado de su madre, la posesiva Clara, durante 10
meses. Ambos embarcaron en el Kildonan Castle, el barco que los
llevaría a Sudáfrica, primera etapa de una travesía que incluía
Australia y Nueva Zelanda para proseguir con unas vacaciones tropicales
en Honolulu y finalizar en Canadá.
Agatha Christie tenía
publicadas por entonces tres novelas que habían recibido una fervorosa
acogida, pero la estabilidad económica todavía estaba lejos. La vida
sonreía. La única sombra en su camino fue la sentencia de su madre antes
de partir: «Recuerda, si no acompañas a tu marido, si lo dejas con
frecuencia, lo perderás. Y esto es especialmente cierto en un hombre
como Archie». Palabras envenenadas que resultaron proféticas. En pleno
duelo por la muerte de su madre, Christie tuvo que aceptar la petición
de divorcio de su marido que confesó haberse enamorado de una señorita
con la que jugaba al golf. El resto es conocido. Son esos famosos 11
días de diciembre de 1926 en los que la autora, por entonces una
celebridad, desapareció. Fue carnaza para los tabloides que se lanzaron a
las más peregrinas conjeturas: asesinato, lío amoroso, truco
publicitario. Reapareció en un balneario donde se había inscrito con el
apellido de su rival y con una laguna total en su memoria, que
constituiría el mejor de sus misterios, ya que todavía no se ha
resuelto. A ella no le gustaba ni siquiera mencionarlo. No lo hizo en
sus memorias.
La Agatha Christie que escribe puntualmente a su madre a modo de diario en 'El gran tour' todavía
está lejos de esos sinsabores. Se muestra feliz y despreocupada, en
sintonía con los felices 20 y muy en la línea de algunas de las novelas
como las que protagonizan su matrimonio de detectives Tommy y Tuppence,
Es maliciosa a la hora de retratar a sus compañeros de viaje y se deja
seducir por los paisajes, aunque en su trato con los nativos tenga
todavía resabios victorianos. Pero sobre todo está dispuesta a disfrutar
totalmente de la vida y hacer, de paso, magníficas fotos no exentas de
pintoresquismo colonial.
Como curiosidad, es muy posible que ella
y su marido estén entre los primeros británicos en practicar el surf de
pie (en Sudáfrica y sobre todo en Hawái), lo que tiene un gran mérito
en una mujer que muchos definieron después como provinciana. En sus
cartas relata con despreocupación como su bañador hasta los tobillos se
le rompió en plena playa y cómo se compró uno corto (en el que enseñaba
sus gruesos muslos) que a ella le pareció muy seductor o cómo se
incomodó al no poder caminar sola por Nueva York, como lo hacía en
Londres. Agatha Christie no era una feminista, pero en cierta forma ya
estaba poniendo los mimbres para una nueva conducta.
A los 40
años volvió a casarse, esta vez con mucha más felicidad con un tranquilo
arqueólogo 15 años menor que ella. «Lo mejor es casarse con un
arqueólogo, cuanto más mayor te haces, más le interesas», decía
divertida. Le acompañó en todos sus viajes a Oriente con el mismo
disfrute de la aventura que había demostrado en su vuelta al mundo.
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