El enigma de la mujer detrás del poema de García Márquez, publicado hace 70 años en Lecturas dominicales
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Alegoría de Fernanda del Carpio. Ejercicio de dos artistas Nicolás París y Carlos Castro. 2007./eltiempo.com |
"… en aquel momento estaba descubriendo los primeros indicios de su ser…
en busca de una mujer hermosa a quien no haría feliz" Cien años de
soledad
Se cumplen 70 años de cuando Gabriel García
Márquez escribe sus primeros poemas de amor en el Liceo Nacional de
Varones de Zipaquirá. Uno de ellos, ‘Canción’, se publicó en Lecturas dominicales el 31 de diciembre de 1944, cuando su director era el poeta
Eduardo Carranza. Conoce al futuro Nobel precisamente en Zipaquirá, como
un adolescente costeño, con mucho talento. Es ocasión para recordarlo a
través de uno de los personajes más trascendentales y enigmáticos del
universo macondiano, sin embargo menos explorados: Fernanda del Carpio.
Según parece, una joven zipaquireña sirvió de inspiración.
La primera crítica que se atrevió a analizar
su papel en Cien años de soledad fue la catalana Carmen Arnau, en ‘El
mundo mítico de Gabriel García Márquez’, de 1971. “Fernanda del Carpio
es una representación de la cultura española. Representa una cultura
fosilizada. La cultura de Fernanda es la cultura española del Siglo de
Oro, que tanta importancia tiene en la literatura iberoamericana”.
García Márquez, en entrevista de 1978 a
Cuadernos para el diálogo, responde sobre la influencia de la cultura
española en Iberoamérica: “También tenemos que reconocer que en América
Latina existe una fuerte presencia de la cultura española. La vemos en
todas las manifestaciones artísticas que hay en el continente. Es
sorprendente la influencia española que se ha conservado en
Latinoamérica. Es un elemento en la cultura de nuestros países. Sin
embargo, se hace como si esto no existiera y se la desprecia. El
elemento español forma parte de nuestra propia personalidad cultural y
no creo que pueda negarse. Yo me siento muy orgulloso de la presencia de
lo español en América Latina, no me avergüenza en absoluto”.
A Carmen Arnau se le pasó un detalle: Fernanda
es antes que nada ‘cachaca’: “… pero no había podido soportar más
cuando el malvado de José Arcadio Segundo dijo que la perdición de la
familia había sido abrirle las puertas a una cachaca, imagínese, a una
cachaca mandona, válgame Dios, una cachaca hija de la mala saliva, de la
misma índole de los cachacos que mandó el gobierno a matar
trabajadores, dígame usted, y se refería a nadie menos que a ella, la
ahijada del Duque de Alba, una dama con tanta alcurnia que le revolvía
el hígado a las esposas de los presidentes…” Gabo no está contra el
origen hispánico de Fernanda; aborrece que sea cachaca, proveniente del
páramo, de lo más profundo del interior del país.
García Márquez, a los 16 años, en Zipaquirá en 1943. Foto: Archivo particular.
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Los cachacos son seres reales y su mentalidad
es totalmente opuesta a la del costeño. Es el error de Carmen Arnau:
considerar que Fernanda es solo la evocación de una “cultura fosilizada”
y no reconocer que es el reflejo de una realidad vigente, pero
antagónica, opuesta radicalmente a la manera caribe. Sin pedirle permiso
a nadie, el cachaco, en especial el bogotano, se autoproclama heredero
universal y se apodera para bien o para mal del legado cultural de la
España del siglo XVII.
Miguel Ángel Bastenier confirma que “el
bogotano es más español que los mismos españoles de hoy”. Es la
principal característica de Fernanda. Otra, su extraordinaria belleza:
“Se llamaba Fernanda del Carpio, la habían seleccionado como la más
hermosa entre las cinco mil mujeres más hermosas del país y la habían
llevado a Macondo con la promesa de nombrarla Reina de Madagascar”.
Es difícil encontrar textos que analicen a
fondo este personaje y su contexto. En García Márquez: Historia de un
deicidio, Vargas Llosa, sin complicarse, integra a Bogotá con Zipaquirá a
partir de un mismo sentimiento, la soledad: “La compara con su pueblo,
con la Costa, donde la gente es comunicativa, alegre, y encuentra a
Bogotá ‘gris y yerta’, a los cachacos ‘fríos y reservados’ y desde
entonces esa ciudad es para él ‘aprehensión y tristeza’.
Con estas tintas figura Bogotá en las rápidas
apariciones que hace en su mundo ficticio… Sus recuerdos del internado
de Zipaquirá son también sombríos. Aracataca es una herida que el tiempo
irrita en vez de cerrar, una nostalgia que aumenta con los días, una
presencia subjetiva con la que el niño se siente obligado a medir el
nuevo mundo que lo rodea y este, Bogotá o Zipaquirá, siempre resulta
derrotado en la confrontación… En esos años de reclusión, vividos en un
medio al que el niño se niega a asimilarse, nace en la experiencia de
García Márquez, uno de los grandes temas de su mundo ficticio: la
soledad”.
Esto hace pensar que cuando García Márquez
evoca su etapa de estudios en Zipaquirá y Bogotá, le duele el alma. Ese
dolor no se limita al contraste cultural o al frío paramuno. Seguramente
pasó algo más: un trauma emocional más significativo, y esto es pura
especulación, pudo haber un desencuentro con una bella y arrogante
cachaca que le rompió su corazón de adolescente. Hilando más fino, ese
sentimiento de soledad se lo produciría la frustración de no poder estar
con la amada.
Dice Julio Ariza en ‘El discurso narrativo en
Gabriel García Márquez: de la realidad política y social a la realidad
mítica’: “Fernanda del Carpio es el personaje que refleja más hondamente
la crisis del desarraigo, las frustraciones, y circunstancias
depresivas de los primeros años escolares en el frío Zipaquirá… pero
ninguno de estos personajes se aproxima a la trágica existencia, a la
triste experiencia de la vida de Fernanda y su familia, porque Fernanda
es un producto de una circunstancia traumática en la vida del escritor,
pero también es el resultado de una mentalidad, de una actitud, de una
percepción y concepción del mundo, de la vida de un grupo social bien
determinado. Así Fernanda llega a representar ese mundo del cachaco como
arquetipo”.
Rafael Gutiérrez Girardot dice en La crítica a
la aristocracia bogotana en Gabriel García Márquez: “La crítica de
García Márquez a la aristocracia bogotana, es a la vez una crítica a la
capital, que vuelve con otros acentos en el General en su laberinto. Es
una crítica enmarcada en la contraposición de dos formas de vida: la
caribeña y la andina. La figura de que se sirve para la crítica es
Fernanda del Carpio… Con todo, pese al coro de mujeres diversamente
exuberantes, Fernanda del Carpio es una de las figuras centrales de la
novela en clave, entre otras, porque no tiene semejantes. Algún íntimo
de Gabo habrá de contribuir algún día a una edición realmente crítica de
la novela, es decir a despejar la incógnita si tras la señal emitida
con la cifra ‘Fernanda del Carpio’ no se oculta una mujer real de la
aristocracia bogotana que en los años cuarenta fue reina de belleza y
debió suscitar la fascinación del pariente a posteriori de los Buendía”.
Sería la solución del acertijo, pero falta
mucho por resolver. En contravía a la teoría de Gutiérrez, es improbable
que Fernanda fuera bogotana y que Gabo la hubiera conocido en la
capital, ya que como él mismo lo recuerda, tanto en su primer contacto
con la capital de tránsito hacia Zipaquirá, como en su época
universitaria, en Bogotá no se veían mujeres, mucho menos
“aristocráticas y de deslumbrante belleza”. Tenían prohibido salir de la
casa.
Lo contó a Enrique Santos y a Jorge Restrepo
en Alternativa en 1975: “De todas las ciudades que conozco en el mundo,
ninguna me ha impresionado tanto como Bogotá. Llegué de Barranquilla en
1943 a las cinco de la tarde, con un baúl de madera y un vestido de paño
que me habían arreglado de mi papá, y aquella fue la experiencia más
terrible de toda mi juventud. Bogotá era lúgubre, olorosa a hollín, y
lloviznaba sin pausas y los hombres vestidos de negro con sombreros
negros andaban tropezando por las calles, colgados de los pesantes de
los tranvías eléctricos, hablando paja en los cafés. No se veía una
mujer sino de vez en cuando, pues la mayoría de los sitios públicos les
estaban vedados… Los costeños temblando de frío, atormentados por la
forzosa castidad y el miedo a la pulmonía, sentíamos que en aquella
ciudad remota e irreal estaba el centro de gravedad del poder que nos
habían impuesto desde nuestros orígenes”.
Julio Ariza González complementa estos rasgos
arquetípicos en el cachaco que Gabo conoció en su adolescencia y que son
totalmente opuestos a los del costeño: “Con estos firmes fundamentos
socioculturales podemos entrar a examinar las caracterizaciones, las
imágenes del cachaco como arquetipo en el discurso narrativo de García
Márquez. Ahora veremos cómo el escritor al recrear la imagen del
cachaco, al mitificarlo y crear el arquetipo, lo desmitifica y esto lo
realiza por medio de un proceso de confrontaciones socioculturales entre
las idiosincrasias, actitudes, mentalidad de los Buendía, su
microcosmos, el mundo de Macondo, con las características de Fernanda, y
su mundo fúnebre de los páramos, el aura de las falsedades, y
apariencias que rodea a su familia, el valor de las pretensiones, en la
formación de la personalidad que redundan en las actitudes, percepciones
que hacen del mundo lúgubre de los páramos, un mundo distinguido en la
fatuidad, en el falso sentido del orgullo, el honor y la moral”.
Tampoco es probable que sus amigos
intelectuales tanto barranquilleros como bogotanos, puedan decir quién
era en realidad Fernanda. Cuando les hemos preguntado por este mítico
personaje, no tienen respuesta, ya que se trata de un episodio de la
vida de Gabo muy anterior al momento de la amistad con ellos. Lo mismo
pasa con la familia. Sus parientes desconocen a fondo los verdaderos
sufrimientos (aparte del frío) que García Márquez padeció durante sus 6
años en el altiplano.
La única alternativa que queda es que Fernanda
fuera una jovencita zipaquireña. En el libro de Gustavo Castro Caycedo,
Gabo: cuatro años de soledad, pareciera ser un hecho que Fernanda es
nativa de dicha población cundinamarquesa: “Zipaquirá fue declarada
‘Ciudad de blancos’ desde la Colonia, impidiéndose que allí vivieran
indios, esclavos, zambos y mestizos, razón por la cual fue poblada por
familias aristocráticas. Así que Fernanda del Carpio bien pudo ser
‘calcada’ de alguna de estas…”
En El olor de la guayaba García Márquez se lo
confirma a Plinio Apuleyo Mendoza: “En Zipaquirá, que como sabes, es el
mismo pueblo lúgubre, a mil kilómetros del mar, donde Aureliano Segundo
fue a buscar a Fernanda del Carpio. Allí en el liceo en donde estaba
interno, empezó mi formación literaria…” En su tiempo en Zipaquirá, no
solo recibió una excelente educación, sino que tuvo la oportunidad de
conocer y establecer vínculos muy estrechos con varias jóvenes
zipaquireñas, bellas e inteligentes.
Sabemos gracias a Castro de Lolita Porras:
niña encantadora, una de sus primeras novias, murió de tifo a los 14
años. Fallece mientras Gabo pasaba vacaciones con su familia en Sucre,
en diciembre de 1943. Cuando Gabo se entera de esta tragedia, escribe y
le dedica su primer poema, publicado en LECTURAS de EL TIEMPO, un año
después de su muerte, en 1944, titulado ‘Canción’ y firmado con el
pseudónimo, Javier Garcés.
Cecilia González Pizano (‘La Manca’), hada
madrina de Gabo, lo relacionó (con la complicidad del rector Carlos
Martín y de Daniel Arango) con todos sus amigos poetas e intelectuales
de Bogotá: Jorge Rojas, Carranza (en esa época director de LECTURAS),
Jorge y Eduardo Zalamea, León de Greiff, Jorge Gaitán Durán, entre
muchos que le fueron abriendo puertas al joven cataquero.
‘La Manquita’ murió en los 60, de un ataque al
corazón, en Nueva York, donde trabajaba para la NASA, sin hacer
realidad el deseo de volver a ver a Gabo. Sara Lora, (‘Saruca’):
telegrafista de Zipaquirá, su acudiente, fiadora y protectora desde
1944. Virginia Lora: hermana de Sara. Bellísima, de ojos azules a la que
García Márquez le escribió al menos tres poemas. Murió trágicamente en
2008 en un intento de secuestro en El Rosal, Cundinamarca. Berenice
Martínez (‘Bereca’), su novia oficial, a los 17 años; le enseñó a bailar
los ritmos del Caribe. Su hermana destruyó los muchos poemas que García
Márquez le escribió. Estuvieron en contacto hasta 2002, cuando Berenice
empieza a sufrir los primeros síntomas del Alzheimer. Consuelo Quevedo
(‘La Bella’): actuaba con Gabo en teatro. Hija de Guillermo Quevedo.
Quiso participar en un reinado de belleza, pero su padre no se lo
permitió. Sofía Vega (‘Lula’): hermosa y distinguida zipaquireña,
compañera de Berenice Martínez y de Consuelo Quevedo. Amor platónico de
Álvaro Ruiz Torres, amigo de Gabo en el Liceo.
Geraldine Chaplin como ‘La viuda de Montiel’,
de Miguel Littín, 1981, según Vargas Llosa alusión a Fernanda del
Carpio. FOTO ETIENNE GEORGE / Collection Christophel
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Gutiérrez Girardot menciona que Gabo tuvo que
haber conocido en los 40 una reina de belleza cachaca, otro rasgo
descriptivo de Fernanda. Si la conoció, se trata de Rosita Márquez,
‘reina de la sal’ en 1943 y de los carnavales en 1944.Según su compañero
de clase Guillermo López, “a Gabriel también le gustó mucho esa bella
mujer, pero ella ya tenía un novio en serio”.
Cualquiera de estas jóvenes zipaquireñas pudo
ser Fernanda: cachacas, bonitas, cultas. Con todas mantuvo una relación
cordial, llena de afecto y gratitud; con algunas siguió en contacto
incluso hasta hace pocos años. Sin embargo, las cosas no se dieron de
igual forma con nuestra ‘dama misteriosa’, la verdadera inspiradora de
Fernanda. Tanto Ruiz Torres, como la hija de Sara Lora, hablan de una
joven, diferente a las citadas, que Gabo amaba y a la que le escribió
varios poemas.
Lo extraño es que nadie quiera hablar del
tema. Se niegan a dar el nombre de esta mujer, pero coinciden en que
existió. Dice Sara Lucía Botía Lora: “Aunque figuraba como novio oficial
de Berenice Martínez, mi mamá me contaba que también amó a otra mujer
cuyo nombre no me atrevo a revelar, como jamás lo hizo ella, pues se
trataba de la vida privada de una mujer que no autorizó a nadie a contar
su historia”.
Castro Caycedo, al interrogar al mejor amigo
de Gabo en Zipaquirá, tuvo esta respuesta que aumenta el misterio: “Hubo
3 jóvenes a quienes García Márquez escribió poemas de amor: Berenice
Martínez, su primera novia oficial en Zipaquirá, Virginia Lora, hermana
de la telegrafista, que era su acudiente en el Liceo y una tercera,
sobre quien Ruiz Torres nunca quiso descubrir su nombre, según me decía
cuando le insistí, porque es un secreto que le prometió guardar a
Gabito. Y lo cumplió, porque como hombre de palabra se llevó el secreto a
su tumba”.
Otro compañero en el liceo tampoco da un
nombre, pero sí pistas interesantes: “Según Luis Ariza, Gabo tenía una
verdadera fijación y se identificaba mucho con la canción ‘Te olvidé’,
dolido por un fallido romance que quiso tener en Zipaquirá, pero que una
niña del Colegio de La Presentación no le correspondió. Esa fue una de
las frustraciones de Gabriel en esa ciudad. Había días en que se le
metía en la cabeza y la cantaba muchas veces. Un fragmento dice: ‘Yo te
amé con gran delirio y pasión desenfrenada, te reías del martirio… de mi
pobre corazón…”
Se está ante una persona real y un amor no
correspondido. Es probable que el escritor fuera rechazado. También pudo
tratarse de una mujer prohibida, comprometida, etc. El hecho es que
existió y que por algún motivo hay que mantenerla oculta y se intuye que
la relación con ella le generó un profundo trauma tan fuerte que por
eso prefiere olvidar su etapa en Zipaquirá.
Su hermana Aída García, en su libro Gabito el
niño que soñó Macondo, lo confirma: “Y terminó en el Liceo Nacional de
Zipaquirá del cual no conserva muy buenos recuerdos, no obstante que el
establecimiento estaba dirigido por un normalista de renombre y contaba
con profesores muy buenos como el de Literatura Española, Julio Calderón
Hermida, a quien nuestro premio Nobel ha rendido cumplido homenaje.
Quizá los sentimientos del escritor se deban al cambio sufrido con su
trasplante a la meseta andina. Todos los costeños padecemos duros
síndromes de desarraigo cuando dejamos la orilla del mar y nos
sumergimos en este paisaje brumoso de la Sabana”.
Foto del mosaico del Colegio Nacional de Varones en Zipaquirá, donde estudió Gabo. Foto: Archivo particular.
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¿Por qué olvidar esta etapa? Vargas Llosa
considera que a partir de confrontar la realidad y superar sus
añoranzas, Gabo termina construyendo su lugar como escritor: “… el
maravilloso mundo que se había llevado en la memoria a Bogotá, en el que
había vivido emocionalmente durante sus años de interno, a través de la
nostalgia y los recuerdos, se había hecho pedazos: la realidad lo
destruyó. Su venganza fue destruir la realidad y reconstruirla con
palabras, a partir de esos escombros a que había quedado reducida su
infancia”.
Y hablando de venganza, García Márquez
disfruta mostrándonos las reacciones de Fernanda, que ponen en evidencia
su mezquindad y lo hace de forma tal, que resultan graciosas. El Nobel
peruano hace la siguiente reflexión: “En ese mismo episodio vemos la
asociación de lo cotidiano y lo sobrenatural, en la actitud de Fernanda
del Carpio: ‘mordida por la envidia, terminó por aceptar el prodigio y
durante mucho tiempo siguió rogando a Dios que le devolviera las
sábanas’. Unas páginas después se insiste en lo mismo: ‘No bien
Remedios, la bella, había subido al cielo en cuerpo y alma, la
desconsiderada Fernanda seguía refunfuñando en los rincones porque se
había llevado las sábanas”.
Sin Fernanda, a la novela le haría falta un
contrapunto, una perspectiva desde donde comparar y perdería además una
fuente inagotable de situaciones que tanto para el lector como para los
Buendía, resultan divertidísimas por anacrónicas y absurdas. El Nobel
castiga a Fernanda, no solamente desplazándola de su ciudad natal, sino
que la obliga a vivir en una cultura, en un contexto totalmente hostil,
permitiendo que la ridiculicen, que se burlen de ella descaradamente, de
sus actitudes, de sus costumbres y valores.
La influencia de Fernanda dentro de la familia
Buendía, es a pesar de tenerlos a todos en su contra, innegable: “Hasta
las supersticiones de Úrsula, surgidas más bien de la inspiración
momentánea que de la tradición, entraron en conflicto con las que
Fernanda heredó de sus padres, y que estaban perfectamente definidas y
catalogadas para cada ocasión. Mientras Úrsula disfrutó del dominio
pleno de sus facultades, subsistieron algunos de los antiguos hábitos y
la vida de la familia conservó una cierta influencia de sus corazonadas,
pero cuando perdió la vista y el peso de los años la relegó a un
rincón, el círculo de rigidez iniciado por Fernanda desde el momento en
que llegó, terminó por cerrarse completamente y nadie más que ella
determinó el destino de la familia”.
Sin Fernanda no habría continuado la estirpe
de los Buendía, ya que los últimos miembros son sus propios
descendientes. Una de sus hijas, Meme, es la madre de su único nieto,
Aureliano Babilonia, el niño de la canastilla bíblica, nacido en el
altiplano y llevado a Macondo por una monja.La otra de sus hijas,
Amaranta Úrsula, será la amante de este último con quien procreará al
bebé con cola de cerdo, sin ser conscientes de su parentesco, muy al
estilo de maldiciones griegas relacionadas con incesto.
Fernanda es uno de los grandes personajes de
la literatura por su compleja personalidad, por los profundos
sufrimientos que le producen el autoengaño y por sus permanentes
contradicciones y frustraciones. La terminamos perdonando no solamente
porque nos damos cuenta de que en efecto sufre (de noche se la oía
sollozar), sino porque no es consciente ni culpable de su alienación.
También la perdonamos por su deslumbrante
belleza y “porque parecía investida de una autoridad legítima”; ante la
hostilidad de todo su entorno macondiano nunca perdió la dignidad. Fuera
quien fuera su inspiradora, marcó profundamente al autor y gracias a
esa experiencia creó una obra maestra.
A pesar de todo queda en el aire la huella del
afecto que Gabo siente por esta arquetípica mujer. Así fue su
despedida: “Una mañana fue como de costumbre a prender el fogón, y
encontró en las cenizas apagadas la comida que había dejado preparada
para ella el día anterior. Entonces se asomó al dormitorio, y la vio
tendida en la cama, tapada con la capa de armiño, más bella que nunca, y
con la piel convertida en una máscara de marfil. Cuatro meses después,
cuando llegó José Arcadio la encontró intacta”.
Con respecto a la base real de sus libros,
Gabo, en El olor de la guayaba, le responde a Plinio: “No hay en mis
novelas una línea que no esté basada en la realidad. - ¿Estás seguro? En
Cien años ocurren cosas bastante extraordinarias: Remedios, la bella,
sube al cielo. Mariposas amarillas revolotean en torno a Mauricio
Babilonia… “Todo ello tiene una base real”.
A Vargas Llosa le recalca: “No podría escribir
una historia que no sea basada exclusivamente en experiencias
personales”. Si todo tiene base real, según el propio autor ¿por qué
precisamente Fernanda iba a ser excepción?
En un texto premonitorio, Gabo disculpa de
cierta forma la curiosidad que produce el origen de sus personajes. En
una de sus columnas en El Espectador, en agosto de 1954, 13 años antes
de Cien años, presagia la impostergable necesidad de crear nuevos
personajes: “En Cali se ha desencadenado de nuevo, con rejuvenecidos
ímpetus documentales, la inmemorial polémica sobre la existencia de
María, heroína de Isaacs y madre espiritual de los adolescentes
colombianos desde hace un siglo. Con 200 años de historia, en un país
cuyos habitantes solo ahora empiezan a ignorar la vida privada de sus
vecinos, esta clase de problemas proporciona al momento actual de
densidad y antigüedad históricas… es motivo de controversia la identidad
de un personaje literario que de haber existido sería apenas una
distinguida y longeva matrona de un ciento de años, o un hermoso
recuerdo de 20 años, 80 de yacer en su sepultura. Es un vicio
colombiano: averiguar si existió María –la romántica protagonista de la
María, o si existieron Arturo Cova y Clemente Silva de La vorágine’–, o
precisar por medio de laboriosos rastreos genealógicos, quién fue la
copartícipe de aquella sombra larga del ‘Nocturno’ de Silva. En esas
averiguaciones se nos irá la historia… La solución más conveniente
parece estar al alcance de la mano: que no se polemice en torno a si
existieron María, Arturo Cova y Clemente Silva. Que se creen nuevos
personajes… que eso es lo que importa, aunque no sean copias textuales
de la vida real, sino mejor si son puras y maravillosas creaturas
fantásticas. Aunque los escritores colombianos, para evitar confusiones,
tengan que advertir en el futuro: ‘Cualquier parecido o semejanza entre
personajes de esta novela o personajes de la vida real, no es pura
coincidencia sino el resultado de un laborioso esfuerzo del autor”.
Canción
“Llueve en este poema” E.C. (Eduardo Carranza)
Llueve. La tarde es una
hoja de niebla. Llueve.
La tarde está mojada
de tu misma tristeza.
A veces viene el aire
con su canción. A veces...
Siento el alma apretada
contra tu voz ausente.
Llueve y estoy pensado
en ti. Y estoy soñando.
Nadie vendrá estar tarde
a mi dolor cerrado.
Nadie. Tu ausencia
que me duele en la horas.
Mañana tu presencia
regresará en la rosa.
Yo pienso –cae la lluvia–.
Niña como las frutas
grata como una fiesta
hoy está atardeciendo
tu nombre en mi poema.
A veces viene el agua
a mirar la ventana
de cristales. El agua...
Y tú no estás. A veces
te presiento cercana.
Humildemente vuelve
tu despedida triste.
Humildemente,
y todo humilde; los jazmines,
los rosales del huerto
y mi llanto en declive.
Oh corazón ausente:
¡qué grande es ser humilde!
Javier Garcés
(pseudónimo que usaba GABO)
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Eduardo Carranza, poeta colombiano. |
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Juan Carlos Gaitán Villegas
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