Todos somos Charlie
El filósofo francés reflexiona sobre el auge del fundamentalismo en medio de la conmoción causada en París por el atentado contra Charlie Hebdo
El filósofo francés Yves Michaud, en su casa de París. / Eric Hadj./elpais.com |
Yves Michaud es un filósofo que ha estudiado muy de cerca la violencia. De hecho, el primer ensayo que publicó, en 1978, se titulaba Violencia y política. Además, viaja con frecuencia a países árabes, ha organizado múltiples conferencias sobre el islam y ha vivido muy de cerca la situación de los jóvenes inmigrantes de origen musulmán en clases que ha impartido en instituciones educativas de los arrabales de París. De modo que buena parte de esta entrevista extraña, concertada al hilo de la publicación en España de su libro El nuevo lujo. Experiencias, arrogancia, autenticidad (Taurus), pero celebrada el pasado martes en un París conmocionado por el atentado contra Charlie Hebdo, acabe derivando en un análisis del auge del fundamentalismo.“Hay modelos de sociedades muy conflictivos e incompatibles”, dice acomodado en una butaca del salón de su apartamento en París, un espacio amplio, diáfano y luminoso con vistas a los tejados de la ciudad. “Ya hubo un primer caso de culturas políticas y económicas totalmente antagónicas, el marxismo y el capitalismo, que polarizaron la vida política de 1920 a 1985. Hoy tenemos el desafío de las culturas islámicas: son valores incompatibles con los nuestros”.Especialista en Hume y en la filosofía política inglesa, así como en el mundo del arte contemporáneo, Michaud, nacido en Lyon en 1944, es un ensayista prolífico que ha escrito sobre la violencia, el mérito o Chirac, y que ha dirigido la Escuela Nacional de Bellas Artes y la llamada Universidad de Todos los Saberes, plataforma de difusión del conocimiento mediante conferencias. Exprofesor en Berkeley, Edimburgo y París, en 2007 apoyó a Ségolène Royal, aunque en estos días, dice, el político que más le interesa es el exministro de la UMP (la formación política de Sarkozy) Bruno Lemaire.¿Qué análisis hace usted de lo que se ha vivido en estos días en París con el atentado contra Charlie Hebdo?No me ha sorprendido. He organizado muchas conferencias en colegios en los últimos años y he asistido al auge no solo del fundamentalismo, sino de la fractura social entre franceses de origen inmigrante y franceses de origen no inmigrante. En las nuevas generaciones se aprecia que no participan de nuestros valores. Cuando son religiosos, rechazan la libertad de expresión categóricamente. Hace 10 años di una clase de filosofía en la cátedra de Niza y critiqué los argumentos de Santo Tomás de Aquino. En el descanso, un joven musulmán, muy amablemente, me dijo que no comprendía que criticara a Santo Tomás: si es santo, no se le critica. Este año he ido dos veces a Argelia y allí las nuevas generaciones basculan en el fundamentalismo.¿Y qué buscan esos jóvenes en el fundamentalismo?Reglas. Buscan reglas.¿Y por qué buscan esas reglas?Porque la libertad da miedo. Es el tema del último libro de Houellebecq, de hecho. Un taxista me dijo el otro día que procuraba no escuchar música porque la consideraba como una droga que hace olvidar las plegarias y los principios. Me decía que lo bueno que tiene la “verdadera” religión es que hay reglas para todo: para comportarse en familia, con los amigos, con los enemigos; hay plegarias antes de comer, antes de entrar al baño; es una vida enmarcada, uno está a gusto así. Era un hombre inteligente, pero no había posibilidad de argumentar, yo era un infiel. Hace un mes, en Argel, vi que hay una generación de gente de más de 50 años, cultivada, con mujeres que llevan el pelo suelto; y las nuevas generaciones son islamistas; no necesariamente de manera agresiva. Por eso soy pesimista, como en la novela de Houellebecq.La sociedad ha sustituido el pensamiento y la reflexión por el sentir, por la inmersión en las experiencias y, especialmente, el placer"
Pesimista, ¿en qué sentido?Muy pesimista porque, incluso cuando son moderados, no encuentran representación política. Creo que veremos la constitución de un partido político musulmán en Francia, igual que hubo demócrata-cristianos.En otro orden de cosas, en su nuevo libro sostiene usted que la obsesión por el lujo obedece a un malestar con respecto a la propia identidad, a una fragilidad del individuo contemporáneo.La identidad contemporánea es frágil, carece de certezas, pero, sobre todo, es flotante. La sociedad ha sustituido el pensamiento y la reflexión por el sentir, por la inmersión en las experiencias y, especialmente, el placer. La consecuencia es que el individuo retrocede y ya no sabe muy bien quién es porque se disuelve en las experiencias y en el placer; y de pronto tiene necesidad de recuperar su identidad, de decirse: yo soy único, diferente de los demás. Entonces aparece el lujo como ostentación y diferenciación social: “Tengo marcas que tú no tienes, tengo experiencias que tú no te puedes pagar”.¿El hecho de que más gente tenga acceso a más lujos implica una sociedad más satisfecha?Yo no soy un prescriptor, sino alguien que describe. Pero tendría tendencia a pensar que sí. Si hago una aproximación histórica, el hombre ha tenido hasta periodos recientes una vida de perro. Estamos en sociedades donde uno no se muere de hambre, donde vivimos mucho tiempo.¿Coincide, por tanto, con el análisis de Steven Pinker, psicólogo de Harvard, que sostiene que vivimos en el mejor momento de la historia y en la era más pacífica de la existencia de nuestra especie?Antes, el populismo se asociaba a la manipulación de las masas. Hoy día creo que no significa demagogia obligatoriamente”Si tenemos en cuenta la violencia, el hambre y la fatalidad frente a la enfermedad y la muerte, sí. Pero no se puede comparar el pasado con el presente. Y lo cierto es que tenemos todo para ser felices, pero falta, tal vez, sabiduría, lucidez, moderación.Usted pasa temporadas en España, tiene una casa en Ibiza. ¿Qué mirada tiene sobre la actualidad política española? Florece la corrupción, se aprecia una cierta desafección hacia parte de la clase política...En Europa del Sur tenemos una clase política que ha abusado. En Francia, España, Portugal, Italia, Grecia, en los recién llegados a Europa... Hay desafección de los ciudadanos porque muchos están más informados y son más inteligentes, perciben las incapacidades de la clase política. Sobre todo gracias a Internet y a las redes sociales. Yo participo mucho en las redes sociales y estoy asombrado con la inteligencia colectiva que emerge. La desafección con respecto a las clases políticas se ha reforzado de manera lúcida. Es lo que explica la alta abstención, el voto a partidos extremistas o a nuevos partidos. Hay un cierto número de intelectuales en Francia que empiezan a decir que hay que tener una nueva mirada hacia el fenómeno del populismo. El populismo no significa obligatoriamente demagogia.¿Puede explicarlo?Antes se asociaba el populismo a demagogia e ignorancia, a manipulación de masas mediante la demagogia. Creo que hoy día el populismo es en gran parte un “nosotros tenemos algo que decir, tenemos nuestra opinión y nuestras posibilidades”. Detrás del populismo hay una cierta intención de reconsiderar las opiniones de la calle. La oferta política debe ser totalmente redefinida. Y Podemos ilustra la llegada de una nueva oferta política. En Francia, tarde o temprano va a ser necesaria una renovación. Puede que cambien los partidos o que lleguen nuevas personas: hay un personaje inteligente que parece percibir bastantes cosas, Bruno Lemaire. A Sarkozy y a Hollande ya nadie los quiere: pertenecen a una generación de oportunistas.Yves Michaud acaba de publicar El nuevo lujo. Experiencias, arrogancia, autenticidad (Taurus). 198 páginas.
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