Ganador de los prestigiosos premios Femina y Prix des Prix, Patrick Deville escribe “novelas sin ficción”. Tiene planeadas doce. Aquí ahonda en su método peculiar
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Patrick Deville, autor francés, escritor de novelas sin ficción./revista Ñ |
A las cuatro de la tarde, en el Café des Amis que está justo
debajo de su departamento, sobre la Rue du Cherche-Midi de París,
Patrick Deville dice que, desde hace quince años, sólo escribe novelas
sin ficción. Y que para sentarse a escribir esas novelas sin ficción es
imprescindible conocer la geografía donde transcurren las historias.
Lleva más de una hora hablando de su modo enciclopédico de hacer
literatura y mitigará la fatiga con una copa de cheverny, un blanco del
valle del Loira: “Mientras trabajo en una novela, una tarea que me lleva
años, jamás escribo párrafos o frases sueltas. Escribo todo junto, de
una vez. Me instalo donde transcurre el libro, en un lugar totalmente
cerrado, durante dos o tres meses, día y noche, solo. Me encierro con
queso, vino blanco y cigarros. No se puede escribir si no se hace de esa
escritura la propia vida. Mi vida es una vida de papel.”
–Es también una maravillosa excusa para que esa vida de papel se vuelva además itinerante.
–Sí.
La mía es una vida nómade pero sedentaria en diversos lugares. Es
totalmente necesario ir físicamente a las geografías donde transcurren
las novelas. Tengo que ir, ver y conocer los sitios que luego aparecerán
en mis libros. Es un poco el trabajo de un reportero. Pero no
únicamente eso. Un reportero no tiene la obligación de leer toda la
biblioteca de un personaje que aparece en un artículo suyo. Yo sí. La
biblioteca y la geografía son fundamentales para mí y para mis libros.
Cuando consideró que ya había investigado lo suficiente y que era tiempo de escribir su última novela traducida al español, Peste y cólera
, Deville se instaló en Vietnam, la antigua Indochina francesa: en
Dalat, en Nha Trang y en Ho Chi Minh (Saigón). Allí, Deville se
concentró en la vida de Alexandre Yersin, un bacteriólogo suizo tan
fascinante como desconocido que descubrió hace 120 años el bacilo de la
peste. Fue discípulo de Pasteur, investigó sobre la tuberculosis y la
difteria y terminó embarcándose como médico rumbo a Asia. Alexandre
Yersin murió en la Indochina francesa en 1943. “Lo que más me interesa
de Yersin es una manera de entrar en este siglo y medio, de 1860 hasta
hoy, de un modo científico. La vida de Yersin, que vivió 80 años, es un
buen hilo conductor”, dice Deville, quien obtuvo con Peste y cólera los premios Femina y Prix des Prix 2012.
–¿Quiso hacer justicia con una figura como la de Yersin, valioso para la ciencia y casi ignorado?
–En
Francia, en Suiza nadie lo conoce pero en Vietnam Alexandre Yersin es
un héroe. Pero quiero subrayar que lo que se cuenta en esta novela sin
ficción es mi elección dentro de la vida de Yersin; no es una biografía.
Es también una pintura de una época hasta hoy. Es una lectura de un
siglo y medio de vidas reales pero no es un trabajo científico. Por
ejemplo, Yersin tenía una hermana y también un hermano, que no aparece
en la novela. La hermana es importante para mi libro porque luego de la
muerte de su madre, las cartas que Yersin se escribe con su hermana me
daban acceso a mucho de su vida privada mientras que con el hermano no
había ningún contacto. En una biografía habría que mencionar eso. Para
mí, no.
Peste y cólera es la primera novela sin ficción
de la segunda trilogía que Deville se propuso escribir: “En total serán
doce novelas. Ya tengo los títulos de todas”, dice el autor francés que
nació frente al puerto de Saint-Nazaire en 1957. Esta vuelta al mundo en
cuatro trilogías ha llevado a Deville a recorrer América –sobre todo,
Central–, Africa, Asia. La primera trilogía se inicia con Pura vida
(2004) donde Deville narra cómo, a mediados del siglo XIX, el
estadounidense William Walker llega a convertirse en fugaz presidente de
Nicaragua. Le sigue Equatoria (2009), un viaje por Africa
central que convoca a aventureros, científicos, tiranos y literatos como
el escocés David Livingstone, Joseph Conrad, Luis Ferdinand Céline, el
tirano Laurent Désiré Kabila y hasta al Che Guevara camuflado de Ramón
Benítez. La primera trilogía se cierra con Kampuchéa (2011) y el descubrimiento por azar de los templos de Angkor, la ciudad perdida del antiguo reino de Camboya.
“Son
trabajos muy largos que me implican mucho tiempo dentro del libro –dice
Deville–. Viajé a Asia a principios de 2009 para ir a Phnom Penh, en
Camboya, para asistir al Tribunal Internacional que juzgaba a los
jemeres rojos (el régimen de Pol Pot que entre 1975 y 1979 mató a más de
un millón y medio de personas). Estuve cuatro años en Tailandia, en
Camboya, en Laos y en Vietnam para escribir Kampuchéa. Allí aparece
fugazmente Yersin en contacto con otro explorador, Auguste Pavin. Yersin
fue explorador dos o tres años hasta el descubrimiento del bacilo de la
peste en 1894. Después de cuatro años en la zona, como se dice en la
marina, regresé a París para leer los archivos de Yersin que están en el
Instituto Pasteur. Y en la novela mexicana que acaba de salir en
Francia y que vuelve sobre ese siglo y medio que me apasiona pero en
México – Viva – hay también algo sobre él. Son personajes que vuelven. Están detrás de escena y cada tanto vuelven a salir a la luz.
–¿Cómo es escribir varias novelas en paralelo?
–No
escribo en paralelo. Construyo novelas en paralelo. Armo fichas, tomo
notas de lecturas, hago entrevistas. De vez en cuando necesito una
acreditación de prensa para hacer entrevistas. Hago eso durante años y
luego viene un trabajo de construcción que es el más importante. Y al
fin, pero de manera muy breve, escribo. Sin ficción. Son novelas sin
ficción, de la primera a la última frase.
–Insiste mucho en subrayar que son novelas sin ficción. ¿Por qué?
–La
novela es el género de los géneros. No hay una definición positiva de
novela. Siempre se la define por sentido negativo, según lo que no es:
no es un relato, no es biografía, no es poesía, entonces la única
palabra para llamar a eso es novela. Después de haber escrito cinco
novelas de ficción y de literatura experimental en la editorial Minuit,
que es la pequeña editorial del Nouveau Roman, me sentí demasiado
encarcelado. Con este proyecto puedo utilizar todos los géneros
literarios. En estas novelas sin ficción hay biografía, autobiografía,
relato, entrevistas, ensayos. Es un placer enorme.
–Sus novelas
traen a primer plano personajes y eventos históricos. ¿Cuán erudito
debe ser el lector para no perderse nada de sus libros?
–Es
siempre una pregunta. No en el momento de escribir pero sí antes.
Después de años de trabajar en un libro, cuando me siento a escribir
tengo tantas ganas que no me pregunto nada. Pero antes sí, al construir
la novela e imaginar un lector ideal. Pero no se puede escribir
únicamente para un lector ideal.
–¿Cuánto de inspiración hay en la construcción de una novela donde personajes y acontecimientos son reales?
–Para
escribir libros hay primero un trabajo racional pero luego, como es
literatura, algo irracional. Y cuando la novela empieza a existir es
ella la que gana.
Patrick Deville dice que, desde hace quince
años, escribe libros que en realidad son capítulos de un gran libro. Un
gran libro que él sólo puede escribir en soledad: “De hecho, no se puede
hacer nada sin soledad”.
Contrabandos culturales
Patrick Deville es el director literario de la Residencia para
escritores extranjeros y traductores en Saint-Nazaire, Francia. También
fundó, a través de la misma residencia, un Premio para escritores
latinoamericanos jóvenes. Entre los argentinos que tuvieron su estancia
en Saint-Nazaire, están César Aira, Eduardo Berti, Sergio Chejfec,
Marcelo Cohen, María Fasce, Hugo Gola, Juan José Hernández, María
Negroni, Pola Oloixarac, Sara Rosemberg, Ricardo Piglia y Alan Pauls.
Juan José Saer fue durante muchos años consejero a la hora de armar los
programas para cada año. Salieron algunos textos conocidos de esa
residencia. Piglia, por ejemplo, escribió uno de sus cuentos
emblemáticos, Encuentro en Saint-Nazaire, que está reunido en el libro
Prisión Perpetua , y que lleva a su punto de máxima pureza el cruce
entre narración y crítica, entre relato y teoría que es la marca de
fábrica del autor. Alan Pauls situó en esa costa francesa su novela
Wasabi, que se puede leer como una prueba o ensayo para lo que sería El
pasado, su novela consagratoria. El cubano Reinaldo Arenas escribió
Meditaciones en Saint-Nazaire , donde apuntó: “Ahora estoy en
Saint-Nazaire, Francia. Sólo quisiera pedirle a este cielo
resplandeciente y a este mar, que por unos días aún podré contemplar,
que acojan mi terror”.
El multiculturalismo, los tráficos entre
países, el contrabando de escritores y el diálogo entre lo local y lo
global son algunas de las preocupaciones centrales de Deville. En un
prólogo a uno de los cuadernillos que publica Saint-Nazaire, abordó de
hecho el tema de las fronteras, que está en el centro del debate global.
Ahí escribió: “La frontera es un objeto literario fascinante. Frontera,
borderline, frontiére: aunque sabemos de qué estamos hablando, cada vez
que la palabra se traduce trae connotaciones diferentes. A veces atrae y
a veces despierta un cierto temor. Fronteras económicas, políticas,
geográficas, lingüísticas. Nunca somos los mismos antes y después de la
frontera”.
Yersin, el personaje sin barreras
Peste & cólera. Una lectura del último libro de Deville, la apasionante travesía del científico más aventurero
Matilde Sánchez
¿Dónde encontrar un protagonista ejemplar, que al mismo tiempo
vibre en la cuerda existencial contemporánea, manteniendo la timidez del
segundo plano y el extrañamiento del mundo? Deville elige a su
personaje entre los acólitos del Instituto Pasteur, de París, en el
final del siglo XIX, en esa fase de los imperios europeos, y lo sigue en
sus aventuras al sudeste asiático, a Vietnam y el territorio de la
Cochinchina: Alexander Yersin.
Deville, viajero ilustrado, es
gran conocedor de la historia de las travesías de circunnavegación en el
siglo XVIII y también de una vasta literatura, que tuvo al francés
Bougainville como uno de sus maestros. En Peste & cólera
cuenta dos travesías simultáneas –por el sudeste asiático, ese otro
trópico que la República francesa mantenía bajo su dominio, y la de la
exploración científica. Se trata de una biografía novelada de Yersin, un
bacteriólogo franco-suizo que integraba el equipo del laboratorio de
Louis Pasteur, quien en 1894 descubrió el microorganismo que estuvo en
el origen de las peores pestes mundiales –a excepción de la malaria. La Yersinia pestis –originalmente llamada Pasteurella
y que recién desde 1967 lleva su nombre– fue la causante de la Plaga de
Justiniano, que en el siglo VI atacó a Asia y el norte de Africa, y de
la peste negra, que en el siglo XIV mató a un tercio de la población
europea. La Tercera Pandemia (1855-1918), que comenzó en China e India y
terminó por extenderse por el resto de Asia, Africa y América, lo
encontró en tierras de los primeros brotes.
Pero el solitario
Yersin no cuadra al estereotipo del científico aislado en su
micromundo. “Fascinado por todo lo moderno” y sin más familia que una
madre y una hermana, con quienes la relación pronto se convierte en una
intensidad epistolar, rechaza los salones que lo homenajean. Prefiere
una choza en la libertad de Nha Trang, donde monta sus viajes
científicos y alucina su papel de gran globalizador. Es un explorador de
la vida en el sentido más generoso, un transgresor de fronteras. Es el
melancólico médico de a bordo en vapores que unen muelles del sudeste
asiático; será el primer ciclista, el primer motociclista y el primer
conductor de un automóvil en Annam, por lo cual “es lógico que también
sea el primer productor de caucho” fuera de Brasil. Cuando él planta sus
primeros ejemplares de caucho, “se han cumplido cincuenta años de la
vulcanización por Goodyear y diez del neumático por Dunlop”. Allí va,
contacta de inmediato al ingeniero Michelin: “es eficaz y tiene las
ideas claras”, pero sobre todo, está en el centro mismo, en el
laboratorio de la modernidad. Introductor de especies botánicas (en esto
recuerda a Bougainville), probará la aclimatación de una flora al otro
lado del Pacífico –fotografía orquídeas raras, se le resisten las
grosellas, los nogales y los almendros europeos. En casi todo parece
actuar como un niño.
También se interesa en la avicultura, cuando
trata de comprobar si un invento presentado en Francia, el xografo, es
de verdad capaz de distinguir el sexo de los huevos, para lo cual
construirá una pajarera de 200 m2 y 10 metros de alto, de manera que “el
inmenso sabio que Roux y Pasteur no pudieron conservar a su lado, el
genio científico que en dos patadas, cada vez que se ha dignado
consagrarse a ello, ha resuelto los enigmas de la microbiología, está
ahí, confinado en su gallinero, con las botas de caucho hundidas en la
paja y los excrementos”. La primera guerra y la epidemia de malaria lo
encuentran allí, abriendo sobres de correo, pidiendo y perdiendo
medicinas. Incansable Yersin, será también el inventor de cierta bebida
que luego se llamará … Coca-Cola. Quizás el secreto del “elemento
Yersin” fue no haber distinguido nunca la ciencia (el trabajo) de sus
múltiples y apasionantes hobbies: haberse entregado a sus curiosidades
con el mismo ardor.
Y el secreto de Deville en esta novela es que
sus doscientas páginas están narradas en tiempo presente y que cada una
entabla un diálogo con nuestra ironía incrédula, porque sabemos bien
cómo se abre y se cierra el mundo.
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