19.1.15

El fin del poder

Todo esto puede interpretarse en función de las tradicionales tesis acerca del auge y el declive de las potencias. De hecho, es posible que el poderío estadounidense esté en declive, pasada ya la ilusión de hegemonía unipolar que generó el fin de la guerra fría, mientras que el poderío de China está en aumento, aunque nadie puede garantizar que su modelo no entre en crisis en un futuro próximo

El fin del poder de Moisés Naím, un bestseller de no ficción.
Moisés Naím, analista venezolano de los grandes temas del poder./elcultural.es
Los informes revelados por Wikileaks han ofrecido al mundo una radiografía de la diplomacia estadounidense y cabe preguntarse qué es lo más interesante que aportan: ¿la prueba de la capacidad de presión de Washington o de los límites de esa capacidad? Según Moisés Naím (Venezuela, 1952) , dado que las potencias hegemónicas siempre han presionado a otros países, lo interesante de Wikileaks es que muestra la frecuente ineficacia de esa presión, incluso en el caso de gobiernos que dependen mucho de la ayuda americana: Egipto encarcela a miembros de ONG estadounidenses, Pakistán ofrece refugio a terroristas, Israel sigue construyendo asentamientos en los territorios ocupados, en contra del consejo de Washington, y el gobierno afgano critica su forma de hacer la guerra.

Todo esto puede interpretarse en función de las tradicionales tesis acerca del auge y el declive de las potencias. De hecho, es posible que el poderío estadounidense esté en declive, pasada ya la ilusión de hegemonía unipolar que generó el fin de la guerra fría, mientras que el poderío de China está en aumento, aunque nadie puede garantizar que su modelo no entre en crisis en un futuro próximo. Son temas importantes y muy debatidos, pero la tesis de Naím es que no son los más relevantes: el fenómeno crucial es la creciente fragmentación del poder entre una multiplicidad de actores, tanto en el plano de las relaciones internacionales, como en el de las empresas, la política interior o la cultura.

Ministro de Fomento de Venezuela a los treinta y seis años, director ejecutivo del Banco Mundial, director de la revista Foreign Affairs durante catorce años y prestigioso columnista de prensa, Moisés Naím es un excelente comunicador. En El fin del poder argumenta con eficacia, aunque a mi juicio con excesiva reiteración, una tesis que permite mejorar nuestra comprensión del mundo actual. Denominarla 'el fin del poder' representa una hipérbole, que puede aumentar el gancho comercial del libro, pero su contenido queda mejor reflejado en otra expresión que el propio Naím emplea: “el poder ya no es lo que era”. Los estados, los gobiernos, las grandes empresas, los sindicatos, los campeones de ajedrez y múltiples otros actores se ven costreñidos por la competencia de otros jugadores de la más variada índole.

Pensemos en un ejemplo que Naím no menciona: el del actual gobierno español. No son los partidos de la oposición los que más limitan la capacidad de maniobra de Rajoy, sino actores tan variados como los inversores internacionales, las agencias de calificación de riesgos, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo, los manifestantes que denuncian sus medidas de austeridad, las comunidades autónomas y en concreto la que preside Mas, los periódicos independientes que todo lo investigan y los jueces dispuestos a esclarecer los misterios de la caja B de su partido o las finanzas de la infanta Cristina y su peculiar marido. Con todo, los gobiernos españoles de los últimos años han tenido una estabilidad que les habrían envidiado los gobernantes de la monarquía de Alfonso XIII o de la Segunda República: en ese aspecto concreto el poder en España se ha reforzado. Y además Rajoy cuenta con algo que es excepcional en las democracias de hoy: mayoría absoluta en el parlamento. No hace falta ser profeta para prever que el parlamento que elijamos en 2015 no se lo va a poner tan fácil al propio Rajoy o a su sucesor.

Con la parcial excepción de la cúpula del Partido Comunista Chino y algún otro caso, quienes detentan el poder se encuentran en dificultades para ejercerlo y para conservarlo. La interpretación marxista de la historia, que todavía tiene sus partidarios, resolvería la cuestión afirmando que los políticos no son más que títeres y que el poder en la sombra lo ejerce el Capital. Pero el Capital no deja de ser una abstracción y en el mundo de las empresas reales, que Naím analiza, la inestabilidad en la cúspide es tan común como en el terreno político. Los gigantes empresariales se ven desplazados en el ranking mundial por firmas jóvenes y los grandes ejecutivos conservan cada vez menos tiempo sus puestos. Incluso en un mundo tan tradicional como el de la fe religiosa, nuevas iglesias ganan adeptos a expensas de las tradicionales. Las iglesias pentecostales y carismáticas avanzan espectacularmente en Guatemala, en Kenia, en Brasil o en Filipinas, mientras que en el mundo del espectáculo Bollywood compite con Hollywood, los culebrones colombianos y mexicanos triunfan en Rusia y el pop coreano penetra en Estados Unidos. Entramos en el mundo de la hipercompetencia.

¿A qué se debe esta creciente fragmentación e inestabilidad del poder? Naím apunta tres motivos. En primer lugar, se han elevado el número de actores y su capacidad para competir. En el último medio siglo, han aumentado de forma espectacular la población mundial, la producción mundial, el número de países o el de científicos y, en los últimos años, el progreso ha sido sobre todo importante en el antaño subdesarrollado Sur: en Asia, en América Latina e incluso en África. En segundo lugar, todo se ha hecho más móvil: se incrementan la difusión de noticias, los viajes, las diásporas generadas por la inmigración y los flujos de mercancías y de capital. Y en tercer lugar, los ciudadanos de este planeta, más informados, incluso más formados, exigimos más a nuestros gobiernos, e incluso en los países que más se están desarrollando, las expectativas van por delante, como lo demuestran las protestas en Brasil, Chile o Turquía. En cuanto a las democracias consolidadas, la confianza en los gobiernos ha caído de manera sustancial en las últimas décadas y no necesariamente porque los gobernantes de hace medio siglo fueran mejores que los de hoy.

Las consecuencias de esta transformación son en conjunto muy positivas. No hay que lamentar el declive de los oligopolios empresariales, de los regímenes autoritarios, de las cuentas opacas ni de los proteccionismos. Pero Naím insiste también en las consecuencias no deseadas de este “fin del poder”, entre las que destaca la creciente incapacidad de tomar decisiones, un fenómeno que Francis Fukuyama ha denominado “vetocracia”. Existen muchos actores con capacidad de veto, que dificultan la toma de decisiones colectivas, tanto a nivel de cada Estado como a nivel internacional. En el caso de Estados Unidos, un sistema de controles y contrapesos diseñado en el siglo XVIII para evitar la concentración del poder, que sólo podía funcionar mediante el consenso, se ha vuelto disfuncional por la creciente polarización política, cuyo ejemplo más claro es el creciente peso del Tea Party en el Partido Republicano. El Tea Party, en sí mismo, es un ejemplo característico de los nuevos movimientos que se apoyan en el descrédito de la política convencional, similar en ello, aunque ideológicamente opuesto, a nuestro 15-M. Gobiernos más débiles son a su vez menos capaces de tomar acuerdos respecto a los grandes problemas internacionales. No se avanza respecto al calentamiento global, la Unión Europea ha sido muy poco eficaz frente a la crisis económica y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no ha podido evitar la guerra civil siria. La respuesta sólo puede llegar mediante una revitalización de la democracia, por la que aboga Naím. ¿Cómo lograrla? Esta es la cuestión.

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