Todos somos Charlie
Paradójicamente, en un estado ideal de cosas, ahora el Estado francés debería adoptar medidas tendientes a evitar eventuales brotes de radicalismos que nieguen o hagan indigna la existencia de población musulmana en su territorioLa semana pasada en París, un grupo de extremistas islámicos decidió anular la existencia de personas que habían elegido no solamente construirse de manera distinta, sino también, criticar ruda y frontalmente la congregación religiosa a la que eligieron pertenecer sus victimarios.
Paradójicamente, en un estado ideal de cosas, ahora el Estado francés debería adoptar medidas tendientes a evitar eventuales brotes de radicalismos que nieguen o hagan indigna la existencia de población musulmana en su territorio. Situaciones como la ocurrida, pueden generar nuevas o reforzar antiguas prácticas discriminatorias frente a grupos poblacionales que tengan creencias u orígenes comunes con los victimarios, pero que no por ello deben ser metidos en el mismo saco y etiquetados con el mismo rótulo. La población musulmana en Francia es una amalgama de formas de ser, una colectividad – en términos de Gloria Anzaldúa - fronteriza que probablemente no se adhiera plenamente a los valores seculares de muchos franceses, pero que quizás tampoco materialice una posición dogmática de sus creencias religiosas.
En un escenario así, la obligación de adoptar estas medidas encuentra dos explicaciones. La primera, es que Francia es un Estado pluralista que legitima su democracia a través de la defensa de las libertades individuales. Esto es, no solo defender el derecho a la libre expresión de los caricaturistas, sino también permitir diversas formas de existencia, entre las que está – no lo olvide – tener (o no tener) afiliaciones religiosas. Lo anterior, es necesario para garantizar la convivencia igualitaria en sociedades multiculturales.
La segunda, es que entre las múltiples opciones de existencia que pueden escoger los individuos o colectividades, hay muchas que anulan la existencia del otro, promueven la discriminación o impiden el desarrollo de esa otredad en condiciones dignas. Entre el catálogo de estas opciones por supuesto están ciertas tendencias religiosas – sobretodo las fundamentalistas - , pero también se encuentran los patrioterismos, el racismo, el sexismo, la homofobia, la xenofobia, ciertas afiliaciones políticas o como ocurre en algunos casos: un explosivo coctel de todas las anteriores. En un escenario así, no habría nada más fallido para la pluralidad, la democracia y las libertades individuales, que un Estado pasivo que se sentara a ver cómo sus asociados se niegan la existencia unos a otros.
Ahora bien, ¿dichas medidas incluyen, por ejemplo, censurar las caricaturas de Charlie Hebdo? La respuesta es un no rotundo, pues aunque estas tienen – para mi gusto – un tinte de arrogancia moral innecesario, reivindico a ultranza su publicación.
Se trata más bien de adoptar una serie de políticas públicas y campañas de impacto más inmediato, por ejemplo, en materia de educación y de inmigración, que desmonten prejuicios, no ‘satanicen’ ni estandaricen colectividades, y que finalmente materialicen la idea de que en un Estado pluralista son viables todas las formas de existencia que no anulen al otro.
Laura Gabriela Gutiérrez Baquero. Investigadora del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad – Dejusticia. www.dejusticia.org
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