Cuando se han cumplido tres décadas de la fecha en la que Orwell situaba
su famosa novela, 1984, ¿podemos decir que su profecía se ha
convertido realidad? ¿Hasta qué punto vivimos hoy en la distopía
orwelliana?
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El Gran Hermano te está mirando./lavanguardia.com |
En la obra de Orwell están ya Guantánamo y Abu Graib, Ruanda y Gaza, la CCN y los telediarios . Hoy el Gran Hermano vigilando el 'mundo feliz' es ya realidad: de las múltiples cámaras a las Google Glasses . Con el nuevo siglo, Huxley y Orwell son indiscernibles: la distopía de 1984 en Un mundo feliz
Han pasado treinta años de la fecha en la que George Orwell ubicaba su distopía 1984 (1949). Orwell parte de Nosotros
(1921) de Yevgueni Zamiatin, donde el Estado tiene un control total
sobre la vida pública y privada de sus ciudadanos, reprimiendo cualquier
forma de disidencia, vigilando y controlando su intimidad en un mundo
donde los edificios son de cristal para que nada sea escondido. Si
Zamiatin interlocuta con el totalitarismo de la Rusia zarista y la Rusia
bolchevique, Orwell apunta a Stalin y al nazismo. En 1984 el
Partido Único controla a sus ciudadanos desde sus ministerios
(Ministerio de la Verdad, del Amor, de la Paz y de la Abundancia) y
desde el ojo omnímodo del Gran Hermano. El lema del Partido es: "Guerra
es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza", esto es, mantener
en la ignorancia al pueblo (Moronoz diría "mantenerlo entretenido")
aniquila toda posibilidad de sublevación y la Policía del Pensamiento se
encarga de ello. La habitación 101 es donde el Ministerio del Amor
ejecuta sus torturas; es Guantánamo, Abu Graib, Sarajevo, son los campos
camboyanos en manos de los jemeres rojos, los campos de Ruanda llenos
de cadáveres tutsis, son las trastiendas de Yakarta en época de Suharto,
es Gaza; pero la habitación 101 también es la CNN cuando nos
desinformaba de la guerra de Iraq en 1991, los telediarios
norteamericanos, ingleses y españoles haciendo su propia versión del Why we fight
ante la invasión de Iraq en el 2004. Sin medios de comunicación no hay
legitimación del poder que valga, esto lo sabía Hitler, pero también
Berlusconi y cualquier político que base sus políticas en la coacción
social.
Hay una fecha clave en la que se recupera el espíritu
orwelliano: el fin de siglo; las cavilaciones que despierta la llegada
del 2000 hacen que a la distopía orwelliana se le sume la distopía
huxleiana de Un mundo feliz (1932). Huxley nos dice que para
asegurar la felicidad continua la sociedad tiene que ser manipulada, se
la tiene que privar de la libertad de expresión y de elección y sus
experiencias emocionales e intelectuales tienen que ser inhibidas.
Huxley dibuja una sociedad de autómatas, fordista (no en vano ese nuevo
modelo social se inaugura en 1908 gracias a Henry Ford), de desalmados
felices, programados para cumplir su función, para acatar el programario
como si de un software se tratara. La tecnología en Huxley está puesta
al servicio del control y la felicidad tecnodirigida. Como decía Postman
a finales de los ochenta: "Huxley, a diferencia de Orwell, se dio
cuenta de que no hace falta esconderle nada a un público que es
insensible a la contradicción y que está narcotizado por las diversiones
tecnológicas". Por eso Postman dice que "lo que Huxley nos enseña es
que es más probable que en la era de la tecnología avanzada sea un
enemigo de cara sonriente el que nos lleve a la destrucción espiritual y
no uno que muestre sospecha y odio (...) Al Gran Hermano lo vigilamos
nosotros por propia voluntad".
En la estela huxleiana, algunos de los productos que aparecieron en este tránsito de era fueron: El show de Truman (1998), que convertía la vida del common man en un reality show en tiempo real (el mito de la caverna en todo su apogeo, pero donde la verdad ha sido sustituida por la figura del realizador televisivo); Battle Royal (1999), de Koushun Takami, un relato de estado policial
que usa el juego y la violencia como una forma de castigo y control de
los jóvenes a través de la ley de la Reforma Educativa del Milenio que
promueve el individualismo y la propia supervivencia de la misma forma
que la LOMCE promueve el emprendimiento; la versión infoshow de 1984, el Big Brother televisivo (1999); y también Matrix (1999), la copia que los hermanos Wachowski hicieron de The third eye (1981) de Sophia Stewart, un mundo feliz basado en el consumo, en la ignorancia y la indiferencia colectiva.
Si Baudrillard decía de An American family (1973) que la verdad que reflejaba el proto-reality no era la verdad de la familia sino la verdad de la propia televisión, en ese caso Matrix refleja no la verdad de la existencia humana, sino la verdad de Matrix como sistema de simulación biológico perfecto. No en vano al último Robocop
(2014) la corporación que lo construye debe bajarle los niveles de
dopamina hasta el punto de perder toda empatía para poder ser más
manipulable y poder llegar a sus objetivos: justificar el uso
generalizado de sus drones. Quizás, como decía Nuria Araüna, Un mundo feliz es la distopía de las clases medias y 1984 la distopía de las clases pobres y oprimidas.
En
1999 también asistimos a la reconstrucción de la masacre de Columbine a
través de las cámaras de videovigilancia, algo que encontraremos
perfeccionado con el crowdsourcing que organizó la policía de
Boston después del atentado en la maratón de abril del 2013. Todos los
ciudadanos se convirtieron en policías potenciales, como en el capítulo White bear, de Black mirror (febrero del 2013). Han pasado quince años desde el cambio de siglo y el ojo del Gran Hermano vigilando el mundo feliz
es ya una realidad: desde las cámaras que las aseguradoras ponen en los
coches en Rusia, pasando por el Google Street View, la minúscula cámara
Memoto con su eslogan "Recuerda cada momento", hasta los ojos biónicos
(Sensimed), las neurocams (Neurowear) y las Google Glasses, que hacen
factible la concepción del mundo según la cual la copia ha sobrepasado,
en todo, al original. Nada puede esconderse a ese nuevo palacio de
cristal que es internet, en el gran ojo de Zuckerberg que todo lo ve los
datos digitales son más rastreables que nuestros signos en el mundo
físico.
Lo pudimos ver recientemente en la exposición Big Bang Data
(CCCB): la realidad virtual ya no es una simulación 3D, es el uso que
hacen gobiernos y grandes corporaciones de los millones de datos que
poseen sobre nosotros a través de rastrear nuestros movimientos
digitales. Cuando los algoritmos saben más que nuestras madres, cuando
la publicidad produce a la medida de nuestros deseos más personalizados,
cuando la finalidad del sistema es prever patrones de consumo para
poder modificar movimientos bursátiles, entonces Huxley y Orwell se
vuelven indiscernibles, la fusión distópica ha tenido lugar, la
reificación del hombre deviene algo natural en lo más bajo de la cadena
trófica.
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